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Bien, dejando de lado un poco el AXI, me pareció buena idea el centrarme en un aspecto menos conocido de otras "parejas" de Hellsing -aun no puedo recrearme bien con in PipXSeras- en fin. ¿Porque digo "parejas"? bueno literalmente Yumiko y Heinkel no lo son, de hecho durante todo el manda ambas son retratadas como amigas con dudosa lealtad y más afines a la manipulación mutua, (ADVERTENCIA: SI NO HAS FINALIZADO DE LEER EL MANGA DETENTE AHORA MISMO, YA QUE CIERTOS COMENTARIOS REVELARAN EN FINAL DE ESTA) situación que cambia cuando Walter con sus dichosos hilos parte a la monja en dos. Es entonces cuando podemos ser testigos de una furia irracional de Heinkel que nos podría llevar a pensar en que algo más existía ahí, aunque también fuera por mera amistad. Pero si nos basamos exclusivamente en el "perfil" creativo de Köta Hirano sabemos que algo retorcido y oscuro podría ser la razón por la cual ambas estaban "unidas" profesionalmente.

Bien, ahora explico, como ya adelante en el manga Heinkel es mujer, aunque en los OVA´S es caracterizado como hombre, en muchos mangas Hentai de Hellsing, también se le reinterpreta como mujer y en otros más como hombre, así como en una infinidad de Fan arts. Por razones de simplicidad, ya que no se me da mucho el Yuri ( Y Mucho menos el Yaoi) así que cuando hablo de simplicidad, hablo de lo más simple para mí, lo dejé como un muchacho, siendo que además tengo la ventaja de que quienes no hayan leído Cross Fire lo asumirán así con mayor naturalidad.

Y finalmente. Se recomienda encarecidamente escuchar la música de Darío Marianelli para la pelicula Atonement o Expiación, se entiende que el titulo lo saqué de esa película (sehh muy original...¬¬) como "OST" de este mini fic -5 capítulos, muy pero muy cortos- ya que los nombres de cada capítulo llevan como título el nombre de los tracks, aunque estos no necesariamente fueron escritos en base a ellos, simplemente lo asumí así ya que están más relacionados con las experiencias y hechos dentro del episodio mismo.

Bueno sin quitarles más tiempo. A leer.

Por cierto, dedico este mini fic a Eli Phantom y Lady Murphy, principalmente por darse el tiempo de leer casi de manera exclusiva todo lo que he escrito.

Rescue Me

El sol se estrellaba contra su rostro, o al menos esa era una vaga idea de lo que sentía o creía sentir. Desde la última guerra todo había cambiado hasta el punto de volverse relativo, lo sabía porque ya nada era cierto o seguro, todo cambiaba de un día a otro, excepto claro, su fe.

Y si bien no sentía nada en su rostro, ni el viento o el agua cuando se lo lavaba, sabía que él sol se estrellaba contra este; porque era de día, hacía calor y porque estaba fijamente mirándolo, sus gafas se lo permitían sin necesidad de cerrar los ojos para contemplarlo y ver como esa bola brillante de fuego tomaba una forma completamente insignificante tras la capa oscura de seguridad.

Dio un profundo respiro por lo que quedaba de su nariz, la cual a fuerza de purga se había negado a reconstruir y notó como su oído se había vuelto más sensible a los ruidos que su inspiración provocaba, era lo mismo cuando trataba de comer por la boca, aunque en ese punto solía detenerse ya que aún tras los años trascurridos, los carrillos internos de las encías dolían, según lo dicho por el dentista, los nervios estaban expuestos, una cirugía lo reconstruiría todo, pero nuevamente purgando sus pecados se negó.

Y no es que fuera algo parecido a un fanático, nada de eso, simplemente entendía que era la prueba que Dios le había puesto en el camino, su gran prueba y en realidad en comparación a dolor interno que significaba para él el levantarse cada mañana sin verla; el que le ardiera la boca a cada trago que bebía, el que sus fosas sangraran a cada respiro que diera no significaban absolutamente nada.

Una vez que estuvo en su celda del monasterio procedió a hacer el ritual continuo de su expiación; saco lentamente el vendaje suelto que llevara sobre el rostro, para nuevamente contemplarse; una masa informe sobre su mejilla derecha dejaba al descubierto parte de sus encías y huesos, así como mostraba los pocos dientes que quedaran en su lugar, muy pocos en realidad.

Pero daba lo mismo hace años que Heinkel no reía, tanto por la asquerosa mueca que se formaba en su rostro, tanto porque ya nada le parecía gracioso, nadie podía culparlo de ello, incluso era considerado un héroe al sobrevivir a la batalla que se había llevado al padre Anderson, al Arzobispo Maxwell y a la monja Yumiko más las tres cuartas partes del ejercito de Iscariote. Así que lo que para él significaban horribles marcas que desfiguraban su rostro y también su alma, para el resto del grupo XIII eran orgullosas heridas de guerra.

Nadie se colocaba a pensar en su posición, pero realmente nadie sabía nada de él. Sin embargo y aunque debería hacerlo habían ciertas cosas de las cuales no se arrepentía aun cuando fueran consideradas pecados por todos sus hermanos.

¿Que más daba? ¿Qué podían exigirle a ellos como miembros de Iscariote? ¿Cómo hombres y mujeres que peleaban mano a mano contra demonios? ¿Con hombres y mujeres que vivían para servir a las huestes de Judas Iscariote?

Era normal que se contaminaran, pero él mismo había esperado más de su vida, ciertamente que el enamorarse no iba de la mano con ello, aun así podía jactarse de jamás haber dejado de lado su misión, de jamás haberla dejado de lado a ella. A veces se imaginaba como habría sido su vida si hubiera abandonado los votos cuando se presentó la oportunidad, habérsela llevado lejos, quizás ahora ambos serían padres; dos niños y una niña, una pequeña casa en el campo, todo muy lejos de la ciudad, lejos de la iglesia. Pero aquello era engañarse, ellos eran soldados de Dios y a él se debían completamente, una lástima que la carne humana fuera tan débil.

Se acercó unos centímetros más al espejo y con el índice recorrió los surcos quemados y deformes de su rostro, prestando atención a las arrugas que pronto volverían aquél rostro aún más desagradable a la vista.

— A mí no me importa — decía el murmullo tras de sí, Heinkel no le prestó atención, sabía que aquél fantasma no existía, sabía que era una broma de su mente la cual se estaba corrompiendo por el dolor que significaban sus cicatrices, tarde o temprano terminaría realmente loco, entonces nadie se acordaría de su "heroica" campaña en Londres y solo lo tratarían como un trasto más. Era inevitable, pero de momento aún le quedaba parte de su juventud, aun cuando no tuviera la más mínima gana de seguir existiendo, le consolaba saber que en parte lo hacía para honrar la memoria de ella, aunque también temía que no fuera otra cosa que una excusa, que al estar cerca y ver la muerte se hubiera vuelto temeroso de esta.

Al poco tiempo de regresar de Inglaterra estaba intratable; no comía, no dormía y había prohibido que le tocaran llegando a golpear a un par de enfermeras que osaron a acercarse a su herida, y lloraba ¡Por Dios! Como lloraba al verse incapaz de cobrar una justa venganza, porque el mayordomo había muerto y él no había hecho nada… no volvería a ver a Yumie. A veces se le acercaban sacerdotes a los cuales expulsaba a punta de groserías y palabrotas. Sin embargo una bula especial del Papa prohibió su expulsión y estaba bastante seguro de que su jefe había intervenido por él.

En aquel tiempo soñaba constantemente con los días en que conociera a Yumiko, cuando esta, rescatada por el padre Anderson de un orfanato japonés pasó a sentarse a su lado en las clases de Sor Magdalene. Al principio no le tomaba en cuenta, cientos de niños llegaban todos los meses, rescatados de hogares llenos de violencia, de las calles y del hambre, él así como Yumiko no era la excepción, o tal vez el sí lo era. A diferencia de otros chicos, a él constantemente se le llevaba a clases de tiro, para las cuales era excepcional, clases de todo tipo de lucha, en las cuales también destacaba. Todas dirigidas ni más ni menos que por el mismo padre Anderson, jefe del orfanato en donde se criara.

Fue este quién le encargo la misión de cuidar a Yumiko del resto, lo quisiera él o no los niños eran crueles y los niños abandonados lo eran más, Heinkel nunca entendió muy bien a que se refería con "cuidarla" sobre todo cuando notó como esta en un arranque de desesperación, clavó el tenedor de su almuerzo en la frente de otra niña, que constantemente buscaba molestarla. Tal vez era al resto al que había que cuidar de ella.

Yumiko era así, a veces solitaria y llorona, a veces fría y agresiva, dedicado a observarla notaba como las facciones de la muchacha cambiaban según cuanto le molestaran, sin embargo aún no se hablaban, a él no le interesaba y el sentimiento parecía ser mutuo.

Un día hizo tanto frío como le era posible concebir, había tenido la vaga ilusión de que nevara, pero nada de ello ocurrió, solo una torrencial y ruidosa lluvia. Como todos los martes estaba en el gimnasio de la sede de Santa Filomena, esperando al Padre Alberto, antiguo soldado quién a él junto a otros chicos entrenaba, para ser los futuros soldados del Vaticano. Entonces Yumiko pasó a formar parte de su mundo, venía de la mano del padre Alberto, portando un arma que él solo había visto en la televisión, era una espada pero de forma rara y según lo que podía ver en ella Yumiko se encontraba en su faceta de niña llorona y solitaria.

—Niños… — dijo el padre – les presento a una nueva integrante… Takagi Yumiko — la chica se inclinó en una reverencia como solían hacerlo en su país, y todos los otros niños se le acercaron corriendo a saludarla, entusiasmo que él no compartía, con tranquilidad se alejó sin evitar notar que ella mantenía su mirada fija sobre él.

Paso un año sin que ninguno se hablara, ni en los entrenamientos ni en las clases de Sor Magdalene. Sin embargo solían darse señas de aceptación y si… él diría de orgullo cada vez que en los entrenamientos les tocaba coincidir en el mismo equipo. Yumiko resultó ser excepcional con la katana y no había chico más veloz que Heinkel.

Sus destinos se vieron definitivamente unidos cuando ambos cumplieran los catorce años.

Una vez al año todos los niños del orfanato eran sacados a un paseo veraniego hacia la costa, a veces el Vaticano se esforzaba un poco más y eran llevado a algún país desconocido, sin embargo ese año solo deberían conformarse con el pueblo de Palermo. Para autoridades como lo era el padre Anderson no había escollo alguno que no le fuera posible superar, sin embargo aquél año "ciertas" misiones en el norte de Europa lo llevaron a mantenerse alejado del orfanato, así como dejar el cuidado de los niños a las monjas lideradas por Sor Magdalene. Heinkel supuso que el que estas se vieran tan endebles no previno a la mafia de evitar un ataque contra un bus lleno de niños, o no… era injusto calificarlo así, no había sido un ataque, sino un enfrentamiento y lamentablemente ellos se vieron en medio de toda la masacre.

El y Yumiko como los más adultos dentro del grupo estaban a cargo de todos los niños más pequeños, Yumiko era atenta y tierna con ellos, él se preocupaba de ser estricto y serio, si una niña lloraba Yumiko iba y la consolaba, mientras que él se encargaba de amonestar y amenazar al culpable de haberla asustado, para cuando terminaba con él Yumiko era quién, nuevamente, debía de consolar al niño.

Seguían sin hablarse pero asentían en presencia del otro y jamás se desautorizaban o ridiculizaban, hace años que el padre Anderson los había elegido para acompañarle en aquellos viajes, ya que ninguno caía en los típicos ribetes de adolescentes, aunque Anderson creía firmemente que eso se debía a esa vida alterna que ambos llevaban como los miembros más jóvenes del Grupo XIII del vaticano Iscariote.

Cuando los primeros tiros atravesaron los cristales metiéndose en las cabezas de algunas monjas, los niños gritaron, el chofer del autobús perdió el control cuando otra bala perdida se metió en su cabeza para salir de esta y meterse en el hombro de un niño. Todo fue muy confuso, pero Heinkel vio a Yumiko correr hacia el niño al mismo tiempo en que el autobús chocaba, él debió de haberse golpeado en la cabeza con fuerza, pues de aquello no recordaba nada más.

Un gran calor le hizo despertar aquella vez, para toparse con el pueblo en llamas, por aquí y allá se escuchaba en llanto de las mujeres y los enfrentamientos entre –supuso la policía y la mafia–, aunque no estaba cien por ciento seguro de que fuera así, solo lo suponía. De golpe recordó que se encontraba haciendo a la hora del choque.

–¡Los niños, las monjas… Yumiko!

Con dificultad se colocó de pie, había salido volando del autobús cuando este chocara y mientras caminaba los metros que le separaban de este era capaz de escuchar las voces de los niños que lloraban encerrados entre el metal de autobús, vio el cuerpo de Sor Magdalene lleno de sangre mientras esta se revolvía entre los fierros que le atravesaban el pecho, quiso vomitar, pero una voz se lo impidió.

–¡Heinkel! – escuchó, pero no fue capaz de reconocer quién era –… ¡Heinkel ayúdanos! – volvió a oír nuevamente, claro que lo haría, no había que decírselo.

Nunca supo claramente como lo hizo, solo que se coló por la ventanilla del conductor, a quién debió de apartar de una patada, que dio un par de pasos y aplastó algo que lanzó un agudo llanto; niños, estaba aplastando a los niños.

¡Maldición! ¡No podía ver nada!

Como pudo se agachó y cogió aquél bulto de forma conocidas con el cual salió del autobús. No quería dejarlo ahí, en medio de todo aquél fuego y tiroteo, pero tenía que ir por el resto. Nuevamente escuchó.

–¡Heinkel! ¡Heinkel!

–¡Ya voy con una mierda! – gritó exasperado aunque dudaba que alguien dentro del autobús le escuchara. Ahora todos los niños lloraban. Fue ahí cuando la escucho. La voz le temblaba, pero aun así la alzó lo suficiente como para hacerse escuchar sobre el llanto de los niños y conforme aumentaba el tono, él sabía que tenía que actuar rápido, mientras la mayoría de ellos entendía que debía calmarse.

"Where once was light, now darkness falls"

Uno a uno los saco, y los que eran mayores le ayudaron a tranquilizar a los más pequeños, les prohibió alejarse el autobús y les obligó a mantenerse a resguardo tras este, mientras seguía avanzando por los asientos a ras de suelo buscando algún otro bulto conocido que acarrear, solo faltaba ella, quién había detenido el canto hace bastante rato, por un segundo se desesperó al entender que tal vez ya había muerto, que el accidente le había golpeado con fuerza en algún órgano vital y que se había desangrado lentamente mientras esperaba que él la rescatara.

Yumiko muerta, y los ojos se le llenaron de lágrimas.

Solo entonces entendió que algo parecido a la familiaridad lo unía a ella, aun cuando no intercambiaran palabra alguna, no podía describirlo de otra manera, se sentía tranquilo si ella estaba con él, sabía que ella sería capaz de ordenar todo como él lo haría y que si decididamente necesitaba contar con alguien era a ella a quién se dirigía. Siquiera tenía que emitir palabras, Yumiko siempre sabía para que la necesitaba, que era lo que le pediría. Se reprochó a si mismo por cobarde y por no ser capaz de hablarle antes, hace cuatro años que se conocían y jamás le había dirigido la palabra excusándose de que la chica era extraña, como si aquella pequeña "característica" no le hubiera fascinado nunca desde el principio; cuando se sabía de memoria los cambios que se obraban en sus facciones al momento en que se desesperaba y aparecía a quién él llamaba Yumie.

– ¡Yumiko! – gritó en medio del autobús, llamándole por primera vez – ¡Yumiko contesta! – ordenó, pero no recibió respuesta –¡Yumie! – insistió, pero nada. Sus pasos le llevaron al final del autobús, ahí estaba la chica, con los ojos cerrados… ¡Muerta!

– ¡No, no, no! ¡Dios no la dejes por favor! ¡Yumie! ¡Yumie! – estaba desesperado, tenía que sacarla de ahí –¡Yumie!

Una luz se coló dentro del autobús y una voz informe le dirigió un par de palabras a las cuales no prestó atención, había querido sacar el cuerpo de la chica del autobús, pero esta se encontraba atrapada, ya que uno de los asientos se había torcido cogiendole la pierna desde el muslo hacia abajo. Heinkel alzó la vista y vio algo parecido a una gorra de policía acercarse a él.

–¡Ayúdeme! – suplicó sin dejar de hacer fuerza sobre el asiento que tenía atrapada a la chica, este comprendió de inmediato y colocándose la linterna en la boca cogió el asiento desde el fierro que lo fijaba al suelo y lo alzó.

Tres veces lo movieron, sin ninguna respuesta, cuando intentaban la cuarta Yumiko abrió los ojos y miró a Heinkel. Fue cuando el asiento cedió.