Hola gente. Al final me he decidido por el de Regina dueña de una cafetería. El fic se títula El dulce sabor de la rutina, es portugués y su escritora es SraPorter. Si alguna lo recuerda es el fic cuya portada Lana firmó en una de las últimas convenciones. Es un fic largo, son 40 capítulos, y al contrario de lo acostumbrado con los fics portugueses, los capítulos no son cortos, oscilan entre los 2900, el más corto y los 7100 palabras el más largo, que es el último. Así que tenemos fic para rato. Pero va a enganchar, os lo aseguro.

Sinopsis: Emma es una muchacha común que, mes tras mes, seguía su rutina diaria: sentarse todas las mañanas en una cafetería, degustar su bebida mientras leía las obras de sus autores favoritos. Sin embargo, poco podría imaginar ella que por culpa de un descuido, esa rutina sería quebrada de la forma más sorprendente y deliciosa que nadie podría imaginar.

El dulce sabor de la rutina

POV Emma

Sé que todo el mundo no es así, pero yo le tengo un cierto apego a la rutina, a los rituales. No específicamente a aquello aburrido, cansado o muy elaborado. Tampoco me refiero a nada religioso, esotérico, a pesar de nutrir alguna simpatía por un "algo" místico. Hablo, realmente, de aquella rutina, aquel ritual poético que tiene un sabor adorable en nuestras vidas por el placer que nos proporciona, que trae delicadeza, introspección, y sobre todo, presencia. Sí, porque es preciso darte por entero al momento, para ser capaz de saborearlo, acogerlo, disfrutarlo.

Todo ritual que se precie debe incluir cierta devoción. Tomar un café y leer un buen libro. Esas eran las cosas que yo más apreciaba en mi vida y eran las únicas a las que les dedicaba buena parte de mi tiempo, sin prisa, sin precipitación. Es más, es en la lentitud de la consumación de esos actos que, para mí, se muestra toda la fineza y sensualidad del momento.

Mi día comenzaba antes de las ocho de la mañana, cuando, sin faltar, entraba en el pequeño café literario localizado en el West Village, una zona bastante encantadora de Nueva York. Se llaman cafés literarios a aquellos establecimientos donde se sirven variados tipos de bebida y ofrecen como complemento espacios donde el cliente puede deleitarse con la lectura de una obra de su preferencia.

Yo tenía un gusto ecléctico en relación a los libros y en cuanto al café, dependía mucho del cambio del tiempo y de mi humor. Generalmente mi pedido variaba entre el expreso puro y el macchiato, que es el expreso con crema de leche. Alguna que otra vez cogía una novela para hojear mientras degustaba la bebida. El mejor momento era devorar un suspense policiaco regado por un café sin azúcar y sin nada más en una mañana nublada. Eso para mí era casi la definición exacta de la felicidad.

En el intervalo entre lectura y lectura, me quedaba observando el ambiente y a las personas que había a mi alrededor. Me llamaba bastante la atención la amabilidad y la maestría de los camareros al servirles a los clientes. Ellos no llevaban los tradicionales uniformes. Llevaban pantalones y camisas de vestir en tonos claros, sin embargo sin aquel viejo chaleco o delantal y la famosa pajarita al cuello, usuales en este tipo de profesión. Tenían buena apariencia y demostraban siempre una sonrisa. Había también una mujer bastante elegante y bonita, que se quedaba detrás del mostrador dando órdenes a los empleados. Aparentaba tener treinta y pocos, cabellos negros a la altura de los hombros, piel morena que hacía resaltar el rojo intenso de su lápiz de labios. Su postura era imponente, firme. Era ella quien siempre, cada cierto tiempo, arreglaba la cesta de mimbre que contenía una manzanas muy vistosas. La cesta con las frutas era algo que me intrigaba. Nunca entendí el motivo por el cual estaba ahí, en un lugar ten elegante, desentonando completamente con el resto de la decoración que se fundía en colores grises, con lámparas del siglo XVIII, cortinas de seda que daban un toque acogedor, y mesas de madera rústica colocadas simétricamente por todo el salón principal. Bueno, todo allí era diferente, curioso para ser más exactos, comenzando por quien trabajaba ahí, pasando por las peculiaridades decorativas hasta el mismo olor a flores que planeaba por el aire y atizaban recuerdos olfativos en mí, que ni yo misma sabía si eran reales, pero que me agradaban mucho.

Y así seguía mi vida, días tras día, mes tras mes, desde que terminé mi compromiso de siete años y me mudé a esta ciudad. Mi introspección incomoda a mucha gente, sin embargo a mí me encantaba vivir en este mundo que me he creado.

No obstante, como nada en la vida sigue el guion exacto que trazamos, en una de esas ejecuciones de mi ritual mañanero, recibí una llamada de mi madre, quejándose una vez más los actos descabellados que mi hermano se empeñaba en hacer. Ya estaba harta de aquello y esa confusión, que era habitual en mi familia, contribuyó, en gran medida, a que "huyera" de mi lugar de nacimiento. Siempre que tenía noticias de las estupideces que mis parientes hacían, me quedaba aturdida y me descontrolaba emocionalmente. Y fue por eso, exactamente, que ese día, salí de la cafetería deprisa e intenté tranquilizar, aunque de lejos, la angustia de mi madre.

Un amigo de la facultad, que decidió dejar todo y seguir la carrera policial, era el único que podía ayudarme en aquella situación. Llegué a la comisaria para pregunta por él, y afortunadamente, a quien yo estaba buscando estaba de guardia. Charlé con Graham sobre toda aquella situación y, para mi sorpresa, en vez de aconsejarme seriamente y con lógica, se dejó llevar por el entusiasmo adolescente y me hizo concordar con un plan absurdo como forma de disciplina. Graham se pondría de acuerdo con unos amigos de mi ciudad, y le darían una especie de susto a mi hermano, para que, a través del miedo, se diera cuenta de que tenía que cambiar de actitud. A pesar de algo irracional, aquello, de cierta forma, me dejó más tranquila. Tal vez funcionara una medida más drástica. Quienes no podían soñar con tal posibilidad eran mis padres, pero yo necesitaba hacerles ver que todo se resolvería, de una forma u otra.

Llegué a casa y lo primero que hice fue hurgar en mi bolso buscando mi móvil para llamar a mi madre. Entre mi libro, papeles, bolígrafo, cartera, libreta de anotaciones, no encontré el teléfono.

«¡Mierda!»

La expresión salió de mi boca sin querer debido a la irritación que comenzaba a tomar cuenta de mí. No era posible que hubiera perdido el teléfono, y si así era, ¿dónde? Era tan cuidadosa con todo que era absurdo que hubiera perdido algo tan importante. Mi vida estaba prácticamente toda en ese aparato. Me quedé repasando durante varios minutos mis pasos y no logré encontrar lagunas que pudieran justificar mi olvido. Ya estaba bastante nerviosa y de nada serviría quedarme lamentando o intentando encontrar respuestas a aquel descuido.

Me levanté del sillón y fui a hacer la llamada que pretendía hacer desde el fijo. Antes de poder cruzar la sala, este sonó. Lo consideré extraño, pues nadie tenía el número, y quien sí lo tenía, no me llamaría a aquella hora. Lo cogí.

«¿Diga?»

«Hm…¿Puedo hablar con la señorita Emma Swan?»

«Soy yo. ¿Con quién hablo?»

«Discúlpeme, mi nombre es Regina. Regina Mills. Soy la dueña del Café Jeunet. Suele venir aquí todas las mañanas»

«Oh, sí, perdóneme, pero es que hoy no está siendo un buen día, y tengo la cabeza en otro sitio…»

«No se disculpe. No podía saber quién era»

«Entonces, hm, Regina, ¿a qué debo su llamada y…cómo consiguió mi número?»

«Bien, ese es precisamente el motivo de mi llamada. Se dejó olvidado su móvil encima de la mesa que ocupaba. Salió tan deprisa que no tuve oportunidad de decírselo a tiempo»

«¡Oh cielos! ¿Puede creer que, en este momento, lo eché en falta?»

«Imaginé que pasaría y decidí anticiparme para que no sufriese por la pérdida. La suerte es que usted tiene todo bien señalado, si no tendría que guardarlo hasta la próxima vez que viniera para devolvérselo»

«No sabe lo tranquila que me ha dejado. Hay cosas muy importantes en ese teléfono. ¿Cuándo puedo ir a buscarlo?»

«Señorita Swan, venga cuando le sea conveniente. Estoy a su entera disposición»

«Está bien. Le agradezco su atención. Iré lo más pronto posible»

«Estaré esperándola»

No sé por qué motivo, tras colgar la llamada, me quedé agarrando el teléfono en las manos por unos instantes y una sonrisa surgió en mis labios. Quizás estuviera impresionada ante tal honestidad y amabilidad, ya que no era común en los días que corren. O quizás fuese su voz…Una voz ronca, firme, que inmediatamente asocié a su imagen tras el mostrador. Moví la cabeza para salir de aquel pequeño trance, hablé lo necesario con mi madre y me encaminé a mi segundo lugar favorito en Nueva York.

Llegué jadeante, apresada, debido a la pequeña carrera que hice para llegar antes. En cuanto entré, mis ojos inquietos buscaban a la bella mujer que veía prácticamente todos los días, pero a cuya existencia nunca le había prestado la debida atención. Fue cuando, de repente, mi corazón se disparó asustado al escuchar su voz ronca detrás de mí.

«¿Buscando algo, señorita?» me giré y para mi sorpresa, casi choqué con su cuerpo muy próximo al mío.

«¡Ah, hola!» respondí algo incómoda por la cercanía «Yo…he venido a buscar mi móvil»

Una enorme sonrisa iluminó aquel rostro y me contagió de tal forma que le sonreí a mi vez.

«¡Claro! Estaba esperándola»

Caminó elegantemente hasta el mostrador, estiró los brazos, cogió el móvil y me lo dio.

«Todavía no me creo que lo haya dejado encima de la mesa….¿Cómo se lo puedo agradecer…Regina?»

«No tiene que preocuparse por eso»

«Claro que sí. Hay en él cosas más importantes de lo que pueda imaginarse. Sería una pérdida lamentable»

«He dicho que…»

«Insisto. Ha sido tan amable en preocuparse por llamarme y quiero devolverle el favor»

Ella bajó la cabeza como si estuviese pensando y la levantó inmediatamente dejando ver cierta malicia en su semblante.

«Ya que quiere agradecérmelo, hace tiempo que deseo conocer un lounge que queda en Chelsea. Dicen que es bastante frecuentado, tiene un ambiente acogedor, sin embargo siempre que he intentado ir, se producían contratiempos y las compañías no eran tan agradables. Podríamos aprovechar la noche e ir a visitarlo. ¿Qué le parece?»

Confieso que aquella invitación me cogió completamente desprevenida. Apenas nos conocíamos y me estaba invitando a salir. Al mismo ritmo que la sorpresa se presentó, la osadía me instó a aceptar la invitación.

«Bueno, no puedo negarme ya que tengo una deuda que pagarle»

«No, querida, no tiene deuda alguna, pero me dejaría muy contenta si fuéramos hoy»

«Ok. ¿Dónde nos vemos?»

«Me tomé la libertad de meter el número del café y del mío particular en su agenda. Mándeme un mensaje con su dirección. ¿La recojo a las 21:00?»

«Claro. Gracias, otra vez. Le mandaré un sms»

«Hey, Swan, tome» estiró el brazo ofreciéndome una manzana de la cesta «Es de mi manzano particular. Me gustaría que probase este sabor dulce y bastante delicioso»

«Gracias. Hasta más tarde»

Sin dar posibilidad a una respuesta, sonreí avergonzada, me giré y salí. Quizás aquello pudiera haber sido tratado con más naturalidad en otra circunstancia, pero el hecho de que Regina mostrara ese aire de misterio hacía que todo tomara unas proporciones mayores de las que tenía.

El día pasó considerablemente rápido. Tras el almuerzo, le envié mi dirección y solo esperé a que llegara la hora. Opté por unos pantalones negros y una blusa color vino, ligeramente transparente. Dejé los cabellos sueltos, pues pensé que los rizos rubios pegaban bien con el maquillaje y la ropa.

Faltaban cinco minutos paras las 21:00, y el portero sonó. Puntual. Cualidad a su favor. Salí del ascensor y atravesé el zaguán del edificio a paso lento, intentando no dejar aparentar ninguna señal de ansiedad o de cualquier otro tipo de emoción. Pérdida de tiempo. Cuando me acerqué a la puerta y la vi, en el lado de afuera, algo ajeno a mí hizo que mi corazón se disparase y mi cuerpo se estremeciese. Regina llevaba un vestido negro, ceñido, un poco por encima de las rodillas, que delineaba su torneado cuerpo y resaltaba su bello par de pechos. Zapatos de tacón de aguja plateados, maquillaje oscuro y su habitual lápiz de labios rojo, culpable de hacer esos labios tan apetecibles. Yo estaba boquiabierta ante tanta elegancia y belleza. Ella sonreía. Una sonrisa ancha, luminosa y diferente a otras personas, ella sonreía también con los ojos, cosa que la volvía aún más encantadora.

Regina, al notar mi repentino trance, vino hasta mí, me tomó por la cintura y depositó un beso en mi mejilla.

«¡Está hermosa!» me susurró al oído

«¿Qué decir de usted?» devolví el cumplido con el mismo tono sensual que ella había utilizado

«¿Podemos irnos, señorita Swan?»

«Claro, señorita Mills»

El trayecto no era largo, pero poco me importaba la distancia. Presentí las reales intenciones de la mujer que conducía. Quería comenzar un juego de seducción, de lo contrario, sus palabras, sus gestos, su postura frente a mí no justificarían tales actos. Era algo que, en aquel momento, yo no estaba buscando, es más, era algo en que ni siquiera había pensado desde que había acabado mi compromiso, sin embargo, una fuerza mayor me empujaba para que entrara cada vez más en aquella red que, lo confieso, estaba empezando a ponerse más interesante de lo que pensaba.

Llegamos en poco menos de treinta minutos. El lounge era elegante, frecuentado por un público selecto. Yo no tenía la costumbre de venir a este tipo de sitios, pero encajaba perfectamente con lo que ambas queríamos para aquella noche. Subimos al piso de arriba, que tenía una zona más reservada, donde podríamos degustar las mejores bebidas, sentadas en cómodos sillones, con una iluminación atenuada y un chill out de fondo completando el agradable ambiente del local.

«¿Qué quiere de beber, querida?»

«La acompañaré en lo que elija»

«Entonces tomaremos un Martini»

El pedido fue hecho y casi servido inmediatamente. Regina cogió su copa y se la llevó lentamente a la boca. La gota de la bebida que escapó por el borde fue lamida sensualmente por su lengua. Al darse cuenta de que yo estaba atenta a cada movimiento suyo, acentuó aún más cada movimiento con una dosis de malicia fuera de lo común.

La noche siguió con una conversación ligera, placentera; insinuaciones, proximidad, miradas que dejaban bien claro que había una tensión sexual que, desde hacía mucho, había dejado de ser latente.

«¿Qué le parece si continuamos la noche en otro sitio?» preguntó Regina repentinamente, pero yo ya había aprendido a jugar a su manera y no me permití bajar la guardia

«Sería muy interesante. ¿Sugiera algo específico, señorita Mills?» insuflé a mi voz un tono de deseo

«Esperaba que me invitara a un vino en su casa…»

«Yo esperaba que fuéramos a tomar un whisky a la suya…»

Entendíamos muy bien los mensajes subliminales en las palabras de la otra. Ella solo sonrió, cogió mi mano y nos encaminamos a la salida.

La casa de Regina estaba más cerca de lo que pensé. En la sala podía verse mucho de su personalidad: sofisticación y belleza. Los muebles estaban dispuestos con armonía y eran bellos estéticamente, como ella.

Si alguna preocupación había estado en mi cabeza aquel día, ya no estaba. No debería, pero en presencia de aquella mujer, me sentía de cierta manera cómoda, completamente a gusto.

Me mantuve de pie, próxima a una columna en el centro de la estancia, mientras ella dejaba el bolso en una mesita situada en una esquina y caminaba hasta donde estaban las bebidas.

«¿Solo o con hielo?»

«Solo. Me gustan las cosas intensas, profundas»

«Entonces, se ve que es de las mías, querida»

Al darme el vaso de whisky, Regina tocó mis manos y pude sentir un escalofrío. Ni un segundo apartamos nuestras miradas la una de la otra. Las respiraciones se desregularizaron e, instintivamente, nuestros cuerpos se acercaron de tal forma que pude sentir la vibración sexual que emanaba de ella. Mills miró mis labios y se mordió su labio inferior. Ella me besó lentamente, mientras dejaba los vasos en el mostrador que teníamos al lado. Con delicadeza, me giró de espaldas y fue, lentamente, desabrochando mi blusa y después subiéndola, pasando las manos por mi espalda, dejando caer la prenda al suelo. El mordisco en mi nuca me hizo soltar un agudo gemido. Sentí que iba descendiendo, lamiendo mis curvas con maestría. Yo estaba algo cohibida. Era la primera vez que tenía sexo con una completa extraña. No sabía cómo actuar, pero seguí mis instintos. El deseo de poseerla era mayor que cualquier otro miedo del momento. Ella se retorcía y su respiración se hacía cada vez más jadeante. Me giré para mirar aquellos ojos castaños, a los que consideraba tan bellos y enigmáticos. Regina se mantenía de rodillas y verla en aquella posición me causó una explosión de deseo. La agarré de los cabellos e hice que su rostro pasara por mis piernas, barriga y senos. ¡Dios! ¡Qué maravilloso e embriagador olor tenía aquella mujer! Nos besamos ardientemente. Las cosas comenzaron a hacerse más veloces y agresivas. Presionaba sus piernas contra las mías, y yo gritaba de placer con voz queda. Fuimos caminando hasta el sofá y la empujé con rudeza para que se echara. Puse el peso de mi cuerpo sobre el de ella cuando inicié una embestida de besos en aquel expuesto cuello. Mills bajó la cremallera de mis pantalones y acabé quitándomelos junto con las bragas. Ambas no podíamos aguantar más ante tanta ansiedad, era un hecho. Agarró mis manos y las llevó a su entrepierna. Para mi sorpresa no llevaba nada debajo de la ropa. Estaba mojada, completamente excitada. Metí dos dedos en su interior y a medida que sus gemidos aumentaban, yo aumentaba la intensidad de las penetraciones. Ella gritaba, se encogía y yo sentía, cada vez más, que podría correrme en aquel instante solo viendo su rostro al alcanzar el orgasmo. Regina dejó caer su cuerpo después de los espasmos musculares y suspiró sonriendo.

«¡Es perfecta!» me dijo mirándome «Quiero que sienta lo mismo que he sentido yo»

Invertimos las posiciones. Esta vez ella encima. Le quité el vestido y, pude contemplar la visión más bella que podría tener: la piel aterciopelada en su cuerpo perfectamente escultural. Mills me pidió que me sentase y abriese las piernas. Su boca fue descendiendo lentamente por mis curvas, dándome leves mordidas y sus manos apretaban fuertemente mis pechos, en el mismo instante en que yo contemplaba los de ella. Los pezones eran rosados y me provocaban una enorme tensión. ¡Qué delicia de mujer! Ella jugueteó entre mis muslos, haciendo que sintiera su hálito caliente. Tras torturarme unos minutos, finalmente, comenzó a lamerme. Lamía con fuerza, mordía y me hacía gemir deliciosamente. Regina sabía exactamente cuándo parar de lamerme e introducir su lengua en mi interior. Me estaba enloqueciendo. Quería que aquel momento durase para siempre, pero la tensión era tan grande que tuve un orgasmo increíble. Ella me puso de espalda, levantó mi trasero y comenzó a restregar su clítoris en él, a la vez que me penetraba con sus ágiles dedos. Nunca había sentido un placer tan grande como con aquellos movimientos. Nos corrimos juntas una vez más.

Estuvimos en silencio largos minutos, deleitándonos con aquella maravillosa sensación del post orgasmo. Me giré para observar su cara y ella estaba inmóvil, con los ojos cerrados, sonriendo. Parecía una reina con aquellos rasgos perfectos, tan divinos y mágicamente apasionantes. Nunca hubiera podido imaginar que pudiera tener una experiencia tan increíble como aquella. Todo había sido tan repentino, pero al mismo tiempo tan excitante que, aun yendo en contra de todos mis valores y creencias, aquellas ultimas horas, regadas de una improbable locura que me sacaba de mi rutina diaria y completamente previsible, habían sido las mejores horas de toda mi vida.

Con ese sentimiento de plenitud, me levanté y comencé a vestirme. Mills se asombró ante mi actitud y se puso de pie para preguntarme.

«¿Qué piensa que está haciendo, señorita Swan?»

«Me estoy marchando»

«¡No! No puede irse así, de repente. Acabamos de acostarnos»

«¿Cuál es el problema con eso?»

«¿Y si no estoy contenta? ¿Qué clase de agradecimiento es este que me ofrece que no me deja satisfecha por completo? Simplemente no puede salir conmigo, venir a mi casa, follar y marcharse»

Regina estaba alterada, gritando. En ese instante pude notar la eficacia de mi juego de conquista. Estaba desequilibrándola. Ella era una reina y no admitiría, en hipótesis alguna, que yo me saliera con la mía, pero, en aquel momento, había ganado. Punto para mí.

Me acerqué, agarré su barbilla, la miré profundamente a los ojos y susurré tras pegar mis labios a los de ella

«Puedo hacer eso y lo haré. Si no está satisfecha, busque una forma de tenerme de nuevo»

Me giré bruscamente y caminé hasta la puerta. Me mantuve quieta, con la mano en el pomo. Aun de espaldas, podía sentir la rabia creciendo dentro de Regina, cosa que hizo que una sonrisa malvada naciera en mi rostro. Con la cabeza girada hacia los hombros, antes de cerrar la puerta tras de mí, tuve el descaro de decir

«Antes de que me olvide…He probado su fruto prohibido, señorita Mills, y puedo afirmar, categóricamente, que sí, tiene un sabor dulce y extremadamente delicioso»

Jajajajajaja, ¿qué os ha parecido? Empieza fuerte el fic, ¿eh? Estas dos van a estar así, hasta darse cuenta de que están perdidamente enamoradas, y después comienza de verdad el drama en este fic, que viene de fuera de ellas.