Bueno, hola a todos de nuevo. Aquí estoy con otra de mis historias, espero que la disfrutéis. Advertencias más abajo.
Advertencias del fic: La protagonista principal será mi OC. En cuanto a las parejas, tras ver cómo está yendo el fic, he decidido editar esta parte, ya que tan sólo habrá una pequeña insinuación de Spamano y una mención especial a la pareja de mi OC. Más adelante saldrán más OC, pero hay buenas razones para ello. También se supone que hablan todos en inglés, de manera que las frases que supuestamente estuvieran en español también estarán en cursiva, como el resto de los idiomas. ¿No te gusta? No leas.
Advertencias del capítulo: Pese a lo que dije antes, en este capítulo concreto hablan en alemán, pero no lo traduje todo porque es demasiado diálogo y es muy engorroso tanto como traducirlo para mí como leerlo para vosotros, de manera que sólo traduje las primeras frases.
Ya de paso que edito, pongo el eterno olvidado disclaimer:
Disclaimer: Hetalia le pertenece a Himaruya y tal. Pero eso vosotros ya lo sabéis.
Disfrutad~
Capítulo 1: Intrusa
Alemania aparcó su coche en frente de su casa, a las afueras de Berlín. La reunión con su superiora había durado más de lo previsto y se encontraba considerablemente cansado. Estaban en crisis y había que tomar medidas, y aunque era consciente de que no podía pedir más de lo que los demás podían dar, no pudo evitar pensar que a más de uno le vendría bien ponerse las pilas. Y, sí, se refería a ellos; a Grecia, que se pasaba el día durmiendo; a España, que nunca se enteraba de nada; a los hermanos Italia, que parecía que lo único que había en sus casas eran el Carnaval y la mafia; y Portugal, que tampoco era el mejor de los cinco. Y eso por no hablar de la siesta. ¿Qué rayos les pasaba a los países mediterráneos con eso de dormir? ¡Pero si Grecia se pasaba menos horas consciente que cualquier otro ser vivo!
Con un suspiro, Ludwig decidió dejar de pensar en el tema. La reunión ya había terminado, y no le apetecía tener un bonito dolor de cabeza… de nuevo.
Ya frente a la puerta, abrió. Ésta se encontraba cerrada, por lo que dedujo que su hermano no estaría allí. Suspiró. Mientras no le despertase al llegar…
Cerró al entrar y colgó el abrigo en el perchero. La casa estaba en silencio. Se detuvo. Demasiado silenciosa… ¿Y los perros? Siempre corrían emocionados hacia él cuando le oían llegar, y Gilbert no se los llevaría de copas con él. Era cierto que Blackie llevaba un tiempo comportándose de manera extraña, incluso le había llevado al veterinario, aunque éste le dijo que se encontraba perfectamente. Aún así, eso no excusaba a los otros dos… Algo iba mal.
Fue a su habitación para coger la pistola que tenía guardada por si acaso y se desplazó silenciosamente hacia el despacho, de donde parecían provenir algunos gemidos de los perros. La puerta estaba ligeramente abierta, de manera que Ludwig se asomó con cautela. La escena era de lo más extraña.
Al lado de la mesa del despacho había una mujer joven, de unos veinticinco años. Tenía el perlo rubio, largo y recogido en una trenza alta. Los ojos eran de un azul muy claro, aunque para ser la típica alemana, era algo bajita. Nada preocupante, desde luego. De su oreja izquierda colgaba un extraño pendiente negro con una característica forma puntiaguda. Casi parecían una miniatura de esas armas que Japón le había enseñado. ¿Kunais, se llamaban? Y luego estaban esas rarísimas ropas de cuero y pieles, con algo de tela y lana; de esas que debieron llevar los bárbaros del norte. Germanos, vaya. ¿Por qué iría vestida así?
Entonces Ludwig se fijó en que, sobre la mesa que tenía la chica en frente, se encontraba Blackie tumbado con las orejas gachas mientras ella parecía estar examinándole el cuerpo. El pastor alemán se dejaba hacer, mientras sus dos compañeros les observaban, atentos a todos sus movimientos, sentados al pie de la mesa, aguardando expectantes.
—Ich weißdu bist da— dijo de repente la chica en alemán. Voz suave con acento de Múnich, algo melodioso. Quizás nació en Austria. Aunque, en realidad, eso no le importaba lo más mínimo. No era eso lo que quería saber, sino como había logrado colarse en su casa.
Los perros se percataron de la presencia de su dueño cuando este entró en la habitación, pistola en mano, y con ella apuntó a la chica, la cual ni se inmutó.
—Wer bist du?Und wiebist du hierher gekommen?
La mujer le ignoró y continuó mirando el pelaje del perro.
—'llschießen! — amenazó Ludwig.
Ella ni siquiera se molestó en mirarle.
—Lo que no entiendo es por qué aún no lo has hecho— le replicó la mujer, indiferente.
—¡Puedo matarte! — exclamó el alemán, incrédulo por su actitud.
—Ya…
Alemania la miró, atónito. ¿Cómo se podía estar tan tranquilo con un hombre un hombre apuntándola con un arma de fuego? ¿Qué clase de nervios de acero eran esos? ¡Ni siquiera estaba mínimamente tensa! ¡Era inaudito!
Muy bien, si el arma no la intimidaba, tendría que pensar en otra cosa. Bueno, había entrenado a los perros, después de todo (lo que no entendía era por qué estaban tan tranquilos a su lado y no la habían atacado ya)
—¡Berlitz, Aster, atacad! —ordenó, consciente de que Blackie, estando tumbado le resultaría más complicado, pese a estar más cerca.
Pero, sorprendentemente, los perros no sólo no obedecieron, sino que hicieron todo lo contrario: se pusieron entre ambos, como una barrera protectora hacia la chica. Eso sí, mirando a su dueño con las orejas bajas y la mirada lastimera, para que viera que no hacían eso demasiado contentos. ¡La estaban defendiendo! Aunque arrepentidos de enfrentarse a su dueño.
—No te preocupes— le dijo ella, por supuesto, sin mirarle—, sólo estoy curando al perro
—¿Y cómo has entrado? ¿Cómo sabías donde vivo? ¿Cómo sabías que estaba enfermo? — exigió saber Ludwig. Nada tenía sentido.
—Hablo con los animales— respondió ella. Como si fuese la cosa más normal del mundo. Como si lo explicase todo.
Al oírlo, el alemán se preguntó muy seriamente de qué manicomio se había escapado. Aunque esa conclusión no le explicaba cómo había entrado allí y cómo sabía que el perro no se comportaba como usualmente. Y era eso lo que más le inquietaba. Iba a exigir más respuestas cuando la chica centró toda su atención en una zona del cuello del perro. Parecía haber encontrado algo. Entrecerró los ojos mientras pasaba la mano izquierda por la zona y murmuraba algo tan bajito que Alemania, sorprendido por su comportamiento, no comprendió.
La mujer cerró levemente la mano y la elevó, ignorando los gemidos suaves del perro, que alertaron a Alemania. Flotando entre el espacio vacío que había entre el índice, el pulgar y el dedo corazón, había una extraña sustancia negra… que se movía. La sustancia se estiraba en todas direcciones, pero nunca más allá de cierta área, como si estuviese encerrada. Nada, aparentemente, le impedía escapar; y el alemán lo agradeció: esa cosa le ponía los pelos de punta por alguna extraña razón. Aunque, dicho fuera de paso, el suave y sobrenatural brillo azulado que desprendía la mano tampoco le inspiraba demasiada confianza. Ludwig, por si acaso, retrocedió un poco. Ella dibujó una pequeña media sonrisa en su cara al verlo. Nada como el instinto, por muy enterrado en el fondo de nuestra mente que esté, desde luego. La chica rebuscó entre los pliegues y bolsillos de su ropa hasta sacar un pequeño bote de vidrio, y metió a la cosa negra dentro. Dicha cosa intentó salir de allí, provocando pequeños ruidos al chocar contra el vidrio. La mujer sonrió ampliamente.
—Sí, sí, tú intenta salir de ahí, pequeño cabrón de mierda—le dijo, tras susurrar algo extraño de nuevo y el bote adquiriese esa misma tonalidad azul sospechosa que antes habían tenido sus manos—. Cómo os odio— dijo, con desprecio.
—¿Qué es eso? — preguntó Alemania mientras ella se guardaba el bote en el mismo bolsillo de antes.
La chica pareció pensárselo.
—Algo que pretendía acabar contigo— respondió.
Ludwig se sorprendió al oírla. Tras tanta reticencia inicial, no esperaba realmente que le respondiera. Aunque la respuesta había sido bastante extraña.
—Soy una nación, no puedo morir tan fácilmente— replicó él.
La mujer se encogió de hombros, como si ese no fuera su problema. No, si algo le quedó claro a Alemania fue que era pasota hasta decir basta. ¿Tenía ancestros mediterráneos o qué?
—¿Mejor? — le preguntó ella a Blackie, que la miraba bastante animado. El perro ladró, feliz, y se lanzó sobre su dueño para lamerle la cara. Berlitz y Aster no iban a ser menos, y Ludwig pronto se vio acosado por los mimos de sus tres perros. La mujer sonrió para sí ante la escena y abrió una ventana para salir de allí. Ya había sacado una pierna cuando la voz de Ludwig la detuvo:
—¡Espera! Gracias por curar a Blackie —la educación, ante todo—, pero ¿quién eres?
Ella le miró sorprendida. Quizás no se esperase que le fuera a agradecer nada. Quizás pensó que la trataría como a una vulgar ladrona. En cualquier caso, le dirigió una cálida sonrisa, una de esas que los sureños te dan para mostrarte su agradecimiento.
Y después se marchó.
Traducción alemán (by Google, no os fiéis mucho):
Ich weiß,du bist da: Sé que estás ahí
Wer bist du?: ¿Quién eres?
Und wiebist du hierher gekommen?: ¿Y cómo has entrado aquí?
'llschießen!: ¡Te dispararé!
No prestéis demasiada atención a la descripción de la chica, va a cambiar próximamente (sí, es como un camaleón); pero sí va a tener un aspecto definitivo que describiré más adelante. Siento la confusión.
Quién acierte su nacionalidad le daré...¿un caramelo? XD Nos vemos en el capítulo 2
Saludos~
