Puede que alguien lo haya adivinado con el título, pero este fic se llama 'He mele no Astrid' porque utilicé como banda sonora la canción 'He mele no Lilo', de la película 'Lilo & Stitch'. Si, lo sé, me complico muchí~simo la vida jajajajajajaja Si alguien quiere escuchar la canción mientras lee, perfecto. En mi opinión le da un puntillo bastante particular.
Quería comentar otra cosa. Este es un one-shot y, como tal, puede leerse como una historia independiente, pero, para los que lean el fic 'Fly with me', será una especie de spin-off. No cambia en nada la trama, solo es un complemento. Además, todo sucede antes de 'Fly with me'. Lo meciono porque se pueden encontrar semejanzas.
Bueno, sin más demora, os dejo libres para leer.
¡Qué lo disfrutéis!
He mele no Astrid
Una de las principales características de las tribus vikingas era su escasa población. La resistencia contra el frío y la difícil tarea de obtener alimento en terrenos tan hostiles como los propios de las islas del norte complicaban arduamente el crecimiento de la población. Bueno, y las guerras contra los dragones, por supuesto.
Por ello, todos se conocían entre sí y cada cumpleaños era una gran celebración. Aunque también era verdad que los vikingos no necesitaban demasiadas excusas para organizar una fiesta. Bastante difícil era vivir el día a día como para resistirse a una.
Había una celebración que poseía especial fuerza. Cuando un joven cumplía los 14 años. Se festejaban dos cosas: En primer lugar, que el niño había crecido, entrando en el camino de los adultos. El joven ya no era una presa fácil de las terribles enfermedades del invierno. En segundo lugar, ya sería capaz de empezar a entrenarse para alzar un arma en el campo de batalla.
Por ello, la celebración se hacía a lo grande en el Gran Salón. Había comida, bebida, y toda la aldea le hacía regalos al cumpleañero. Desde sus primeras armas hasta hombreras de metal o botas nuevas.
Hipo, después de tener ese pensamiento en su cabeza durante días había llegado al punto de tener pesadillas con ello. Se despertó sobresaltado, con el sonido burlesco de las bromas de toda la tribu. Le costó un minuto reorganizar su cabeza y darse cuenta de que solo había sido un sueño. Al menos por el momento.
El joven vikingo no tenía miedo a su cumpleaños, al menos no aún, puesto que todavía quedaban varios meses para ello. No, lo que le aterrorizaba era lo que iba a suceder ese mismo día. El cumpleaños de Astrid.
Llevaba días preparando su regalo, pero cuanto más avanzaba, más dudaba. Al trabajar en la herrería, había visto a mucha gente hacerle encargos a Bocón. Es más, en más de uno de ellos había trabajado. Más de la mitad de esos trabajos tenían que ser "secreto", al menos hasta esa noche. La mayoría era arsenal para un guerrero, lo cual no era de extrañar, estábamos hablando de Astrid Hofferson después de todo, la vikinga más fuerte, ruda e inteligente de todo Mema.
Y, mientras, ¿qué es lo que hacia él? Preparar una estúpida e insignificante joya. Probablemente no llegaba ni siquiera a eso. Hipo se hizo una bola, amortiguando un gemido de vergüenza con sus rodillas. Iba a hacer el ridículo, iba a hacer un espantoso ridículo. Delante de toda la aldea y, en especial, de Astrid y su padre. Casi podía escuchar las burlas de Mocoso, las cuales se volverían eternas y tendrían su eco en el resto de habitantes de Mema, ver la mirada decepcionada de su padre y la escéptica de Astrid.
De repente, el recuerdo de sus bocetos, toda su planificación, y el trabajo a escondidas volvieron a él, probablemente porque su mente comenzaba a despejarse. Mandó sus mantas al suelo con una patada torpe y furiosa. Si no le regalaba algo a Astrid, sería una vergüenza de todas formas, y no podía evitar sentir rabia ante la posibilidad de que todo su tiempo se hubiera visto desperdiciado en algo que nunca iba a llegar a su legítimo dueño, que nunca iba a ver la luz. Con ese pensamiento se levantó y fue la lavarse la cara, con la intensión que quitarse los residuos del sueño.
Después de eso no tuvo mucho tiempo para pensar. Desayuno y corrió hacia la herrería. Pasó toda la mañana y parte de la tarde trabajando codo con codo con Bocón. Aún quedaban muchas cosas que terminar y que tenían que ser entregadas ese día sin falta.
- A la gente le encanta esperar a última hora.- Comentó Bocón, mientras abrillantaba un hacha.
- Los vikingos disfrutan la vida al límite, supongo. En todos los aspectos.- Contestó Hipo, encogiéndose de hombros, mientras liberaba la mesa de todas las herramientas que había en ella.
- Sí, y creo que delante mío tengo a uno.- Dijo, alzando una de sus peludas y rubias cejas, observándole con una expresión divertida.
Hipo sintió que se sonrojaba hasta los topes. Era imposible que Bocón supiera en que había estado trabajando, había tenido muchísimo cuidado con ello. Pero, al parecer, el viejo vikingo había sido lo suficientemente perspicaz para suponer en que había estado trabajando el pequeño pecoso en sus noches en vela.
- Anda, vete. Haz lo que tengas que hacer. Yo terminaré los pedidos que quedan y mantendré la forja preparada hasta que llegues.
Hipo no necesitó escuchar nada más. Se quitó el delantal de cuero a toda velocidad y salió de la herrería como una exhalación. La idea de poder terminar, por fin, todos los planes que había estado realizando durante días, le llenó las venas de un fuego intenso, poniéndole el corazón a mil.
Para su sorpresa, logró correr todo el camino a la playa sin chocarse con nadie ni tropezar, lo cual era una proeza. Y, si sus cálculos mentales no le fallaban, lo había hecho en un tiempo récord. Se quitó las botas y la camisa de lino verde y las resguardó en una enorme roca. Quizás era la adrenalina, pero no sintió frío, pese a que únicamente vestía sus pantalones de cuero. Corriendo por la blanca y fina arena, llegó al agua. Sin pensárselo dos veces, comenzó a nadar. Cuando estuvo lo suficientemente alejado de la costa y dejó de percibir el suelo a sus pies, se sumergió. Ya había hecho esas inmersiones antes, así que sabía muy bien lo que buscaba. No tardó demasiado en hallar el alijo de ostras, semiescondidas en las grandes rocas, junto a las algas. Utilizando la ligera navaja que llevaba en una de las ligas que sujetaba sus pantalones, empezó a guerrear para abrirla. Pero, al igual que el resto de los habitantes de esa isla, eran duras guerreras. Tardó, y casi se ahoga en el proceso, pero, al fin, logró obtener tres blancas y brillantes perlas.
Emergió, y se sorprendió al descubrir la necesidad de aire que tenía. Se tomó un par de minutos para recuperar el aliento antes de comenzar la vuelta a tierra.
Al volver a sentir la arena, blanca y suave, bajo sus pies, comenzó a correr. Ni siquiera recordó recoger su camisa y sus botas. Emprendió el camino de vuelta a todo tropel. Cuando llegó a la aldea, estaba desierta, pero podía escucharse el bullicio del Gran Salón. La fiesta ya había comenzado.
Bocón, como le había prometido, permanecía en la herrería, manteniendo el fuego vivo. Cuando le vio atravesar el umbral, arqueó una ceja, observando su empapado aspecto. Pero, en lugar de comentar nada, le dio una palmada en el hombro y salió del lugar, en dirección a la fiesta.
Hipo no tenía tiempo que perder. La adrenalina seguía rugiendo por sus venas, así que estaba centrado en lo que tenía que hacer. Fue al habitáculo en el que realizaba sus diseños. De uno de los cajones de su mesa, sacó una pequeña caja de madera y retiró lo que había en su interior. Fue raudamente a la forja. Se encontró con un pequeño caldero, el cual se hallaba próximo a la forja, y solían utilizar para las piezas más pequeñas. Había una cantidad minima de acero, justo en su punto. Hipo se prometió comprarle un tonel del mejor aguamiel a Bocón.
Puso una pequeña gota en el centro de la pieza y colocó, con unas pinzas finas, las perlas sobre ella. La sumergió en agua fría y se aseguró de que estuviera bien compactada antes de secarla y guardarla de nuevo en su caja.
Sus pies no tardaron demasiado en volver a ponerse en un frenético movimiento. Antes de darse cuenta, ya había atravesado las enormes puertas del Gran Salón.
Todo el mundo bebía, se divertía y reía estruendosamente. Astrid era el centro de toda la congregación, rodeada de regalos ya desenvueltos. Había ropajes nuevos, botas, hombreras de metal, abrigos y un hacha reluciente, la cual Astrid mantenía entre sus manos con una mirada brillante.
Cuando la gente se percató de su presencia, comenzó a callarse, hasta el punto de quedarse totalmente en silencio. Y cómo no hacerlo, si Hipo aparecía con esas pintas. El pecoso vikingo siempre había sido muy peculiar, pero cada día se superaba, o eso es lo que opinaba Astrid, la cual lo observaba anonadada. Pese a que estaban en verano, a esas horas hacía un frío horripilante. Y a Hipo no se le ocurría otra cosa que aparecer con un pantalón como única vestimenta ¡No llevaba botas siquiera! Además, estaba empapado de los pies a la cabeza.
Hipo, por su parte, empezó a perder toda la confianza que lo había acompañado ese día. Se había centrado en sus tareas, por lo que había mantenido alejados a los malos pensamientos, y la adrenalina le había permitido cumplir con éxito esa labor. Pero, ahora, ante la mirada analítica de todas las personas del pueblo, los cuales lo observaban sorprendidos, empezó a sentirse nervioso. Por primera vez se dio cuenta de que se había dejado la ropa en la playa y, como todo estaba preparado en la herrería, el calor del fuego no había sido suficiente para secarle. Además. haciendo una vista rápida entre el resto de presentes y el suyo, era obvio que iba a ser la burla.
Miró sus pies desnudos, los cuales empezaban a estar rodeados por un incómodo charco frío en el suelo, e inspiró hondo. Recuperó los pensamientos que había tenido esa mañana y se encaminó hacia la mesa de Astrid. Ya no había vuelta atrás.
Nadie abrió la boca, ni siquiera Mocoso o los gemelos, lo cual ya era decir. Astrid lo observaba totalmente perpleja, y no podía evitar parpadear muchas veces, tratando de descubrir si lo que tenía frente a sí, ese Hipo calado hasta los huesos y con el delgado pecho al descubierto, era real. Si Hipo no hubiera estado tan nervioso, se habría reído. Gobernado por el miedo a empezar a tartamudear, le tendió su regalo sin decir nada.
Astrid lo tomó con cuidado. Era una sencilla caja de madera, con delicados signos vikingos y dragones diminutos como decoración alrededor del cierre metálico. La abrió con cuidado y no pudo evitar encontrarse sin aliento ante lo que encontró dentro. Colocado sobre un pequeño cojín azul, de una tela brillante que no pudo identificar, había una flor de cristal. La extrajo lentamente, temiendo que el simple contacto pudiera romperla, y la expuso a la luz. Se trataba de una flor de cuarzo blanco, con los límites reforzados con acero, y el centro decorado con tres preciosas perlas, pálidas y brillantes. Era un objeto precioso y muy laborioso.
Astrid brincó ligeramente de su asiento al escuchar la risa de Hipo y desvió su mirada de la joya para centrarla en él. Se estaba peinando los descontrolados cabellos castaños, tratando de sacudirse un poco los restos de agua, y tenía las mejillas sonrojadas. Al no llevar camisa, Astrid pudo apreciar con detenimiento su respiración, la cual parecía más alterada de lo normal.
- No hace falta que lo trates con tanto cuidado, no se va a romper tan fácilmente.- Hipo estaba reprimiendo la risa como podía, pero le estaba resultando muy difícil. La expresión maravillada de Astrid había derrumbado todas sus defensas y sintió que si a ella le gustaba tanto el presente le daba igual lo que pensara el resto.
- ¿Probaste a golpearlo o algo para hacer esa afirmación?- Astrid se reprendió internamente nada más salieron esas palabras de su boca. Era la primera vez que le regalaban algo tan bonito y delicado, y no sabía como hacer frente a la vergüenza que sentía. Pero, no sabía porque, Hipo no se lo tomó a mal.
- No, pero lo diseñé con la intención de que no se rompiera con facilidad. Esos materiales son más fieros de lo que aparentan.
- ¿Diseñar? - Preguntó, sin entender. - ¿Lo has hecho tú?
- ¿Por qué crees que voy así? - Cuestionó él en respuesta, con una sonrisa divertida.
Astrid no tardó en comprender lo que quería decir. La falta de ropa, su cuerpo empapado hasta los huesos... ¡Las perlas! Se había quedado con la boca seca y la voz no le salía. Pero, al parecer, eso no les pasaba a los que la rodeaban. No tardó en escucharse en murmullo de asombro en la sala.
La vergüenza volvió a inundar las venas de Hipo, el cual se sorprendió por el repentino arranque de tranquilidad que le había inundado al hablar con Astrid. Un estremecimiento de frío le recorrió la columna, como una mano helada, y decidió que era hora de irse.
- Felicidades, milady.- Murmuró cabizbajo, aunque lo suficientemente alto como para que ella lo escuchara.
Y, con esas palabras, se retiró rápidamente. Según avanzaba por las escaleras, el bullicio reanudaba su marcha en el interior del salón. Ya había descendido la escalinata cuando escuchó un grito a sus espaldas. Alguien gritando su nombre.
Astrid estaba bajando a toda prisa, con la cajita en mano. Con su paso rápido, no tardó en estar a su altura, y ni siquiera le faltaba el aliento.
- No me diste la oportunidad de agradecerte.- Le recriminó, con el ceño fruncido.
Hipo no se esperaba eso. El hecho de que a ella le gustara, aparentemente, su regalo, ya estaba fuera de sus planes. Pero el hecho de que fuera en su busca, intentando mantener una conversación con él, era casi paranormal.
- Bueno, yo...- Comenzó a decir, sin encontrar las palabras adecuadas. Ya le parecía un milagro que no tartamudeara.
- Muchas gracias Hipo, es precioso.- Dijo Astrid, con una cálida sonrisa honesta que dejó a Hipo en las nubes.
- Me alegro de que te guste.- Contestó, tomando un par de mechones de su fleco y jugando con ellos.
Se recriminó al momento por hacerlo, puesto que era un signo de debilidad, un mal hábito que tenía cuando se ponía nervioso, pero no lo pudo evitar.
Aunque mantenía su sonrisa, una parte de Astrid estaba sorprendida. Era extraño que entablara conversación con Hipo, en realidad, era extraño que alguien entablera conversación con él de forma voluntaria, salvo Bocón y su padre. Más extraño era aún que ella se mostrara tan abierta. Y, ahí estaba ella, buscando a Hipo con al intención de hablar con él. Había disfrutado la escueta conversación que habían mantenido antes en el Gran Salón, y se le había quedado corta. Con el resto había intercambiado un par de palabras de agradecimiento y listo, pero algo tenía Hipo. No sabía qué exactamente, puesto que era obvio que no cumplía los cánones vikingos, pero... Quizás era su sonrisa tímida o su sentido del humor, tan fresco, natural y un poco irónico.
- Lo trataré con cuidado y lo tendré a buen recaudo en mi habitación.- Continuó, esperando que Hipo la mirara a los ojos.
El joven la observó, sorprendido, y sintió como la realidad volvía a él. Lo iba a mantener escondido en su habitación, en un lugar donde nadie más lo viera, quizás ni ella misma.
- Ya me extrañaba que lo usaras.- Comentó, con una risa nerviosa, la cual intentaba ocultar el molesto dolor que le había presionado las costillas.
- ¿Usarlo? Es una flor decorativa, ¿no?- Preguntó confundida, ante lo que Hipo frunció el ceño.
Sin decir nada, Hipo abrió la caja de madera, la cual aún estaba en las manos de Astrid y extrajo con delicadeza la flor. Sus dedos, delgados y largos, la atraparon tenazmente. Con la otra rebuscó bajo el cojín, hallando una varilla fina de metal. Hipo le mostró la varilla y el reverso de la flor a Astrid. La joven ahogó una exclamación de sorpresa, sin mucho éxito.
- Es un pasador .- Reconoció y su voz salió de sus labios como un suspiro.
- Por eso te decía que está hecho para enfrentarse a un par de batallas.- Comentó Hipo tímidamente. - No se romperá porque lo uses.
Astrid lo observó enternecida y maravillada, hasta que una divertida idea se cruzó por su mente y en sus labios bailó una juguetona sonrisa. Sin mediar palabra, desató la liga que anudaba su pelo y comenzó a deshacer su trenza. Hipo la observó perplejo. Más atónito se quedó cuando se dio la vuelta, con la melena rubia extendida por su espalda.
- Vamos, ¿a qué esperas para ponérmelo? - Preguntó aparentemente impaciente, aunque en realidad se estaba divirtiendo como nunca.
Hipo no dijo nada, sino que se acercó, receloso, a ella. No podía evitar que le temblaran las manos, pero, ¿quién podía culparle? Era extraordinariamente inusual ver a Astrid con su suave y dorado cabello suelto. El leve aroma a miel y flores que desprendía, se intensificó. Dejó la flor y la delgada barra de metal en las manos de la joven y tomó unos mechones nacientes de una de sus sienes para trenzarlo. Luego, repitió el mismo proceso con el otro lado. Unió las suaves trenzas con sus manos y las entrelazó con el pasador. Cuando hubo terminado, dio un paso atrás.
Astrid tomó su mano, y lo guió escaleras abajo hasta llegar a la herrería. El lugar estaba calentito porque Hipo, con las prisas, había dejado la forja prendida. Pero, al no haber suficiente leña, se había ido consumiendo, sin riesgo alguno. Astrid se acercó a las armas de mayor envergadura, como las hachas y las espadas, que estaban colgadas de una de las paredes. Se observó desde diferentes ángulos y analizó su apariencia con atención. Aunque no se consideraba una chica vanidosa que se pasara el día ante su reflejo, le gustó lo que recibió. El color blanco penetrante del cuarzo tenía suficiente fuerza para no confundirse con el intenso cabello rubio que estaba recogido bajo él. Y las perlas brillaban cálidamente con la luz del fuego. Astrid sintió algo parecido a un peso en su corazón, un anclaje. Significaba que ese objeto se había vuelto algo inusitadamente importante para ella, aunque no entendiera totalmente las razones. Durante ese día, solo le había ocurrido con la reluciente hacha que le habían regalado sus padres. Y, en toda su vida, podía contar con los dedos de una mano el número de ocasiones en las que se había repetido ese fenómeno. Por ello, disfrutó con delicia el cálido sentimiento que le calentó el pecho, sin preocuparse por la razón de que se diera todo eso.
Hipo se había apoyado en una mesa cercana al fuego y la observaba con nerviosismo.
- Por cierto, ¿qué flor es? No me suena.
- Es un lirio blanco. No procede de estas tierras. La descubrí gracias a un dibujo que le compré a Johan Trueque.
- Me gustan.- Contestó la joven sinceramente.
Con esa respuesta, el joven vikingo sonrió. Astrid había perdido la cuenta de las sonrisas que le había visto a Hipo durante ese día. Más que en toda su vida, eso seguro. Solo sabía que, por razones desconocidas, la sonrisa tímida y vergonzosa de Hipo se estaba convirtiendo en una visión que le gustaba, tanto, como la del lirio que tenía en su pelo.
De repente, el jolgorio del Gran Salón aumentó de volumen, sobresaltándolos a ambos. La burbuja en la que estaban se reventó, y Astrid se retiró con cuidado el pasador, para poder guardarlo en la caja y rehacer su conocida trenza.
- Creo que deberíamos guardar esto en secreto, por ahora al menos. Mocoso puede volverse muy pesado si descubre que la primera joya de mi vida me la has regalado tú y no quiero ni pensar en las ideas que podría maquinar mi madre.- Comentó Astrid con un escalofrío.
A Hipo le cruzaron las mismas ideas por su mente, con el añadido de las imaginaciones de su padre y las bromas constantes de Bocón, y se le agrió la expresión. Astrid no pudo evitar reír. Ya era hora de irse, pero Astrid no pudo resistir la tentación de bromear con él una última vez. Se acercó hasta quedar a medio brazo de distancia, por lo que Hipo la observó con suspicacia y un poco de temor. Astrid puso su mejor sonrisa inocente antes de cerrar el puño y darle un golpe.
- ¡Ay! - Exclamó Hipo adolorido, sobándose el brazo.- ¿Por qué has hecho eso?
- Por avergonzarme. Hoy es el día en que comienzo mi camino como una guerrera vikinga, en la que empiezo a convertirme en una digna sucesora de la guerra de nuestros padres.- Contestó serenamente, antes de ponerle una mano en el hombro y atraerle hacia sí, plantando un beso en su mejilla.- Y esto, por un regalo memorable.
Astrid vio como a Hipo se le subían los colores y la observaba atónito. Sabía que tenía que largarse de allí antes de que se sonrojara ella también. Pero, en lugar de poner sus pies en marcha, posó su mano en el vientre de Hipo, que se tensó con el contacto. Tenía la piel suave y tersa, y se sorprendió al percibir la dureza tenaz de los músculos bajo ella. Esperaba que fuera blando y endeble, casi frágil.
- Por cierto, si eres capaz de mantenerte con esta temperatura, aún descalzo y a medio vestir, quizás eres más fuerte de lo que aparentas.
Y así, dejando a Hipo con la boca abierta y casi sin aire, se marchó rápidamente de la herrería. Al pie de las enormes escaleras del Gran Salón se dio cuenta de la tonta sonrisa que tenía en el rostro. Se obligó a si misma a tranquilizarse,intentando recuperar la impertérrita y serena expresión que la caracterizaba. Las palabras que le había dicho antes a Hipo resonaron en su cabeza. A partir de ese día, se iba a preparar para ser una guerrera, la mejor de toda Mema. No tenía tiempo para esos suaves y empalagosos cosquilleos que le estaban acariciando las palmas de las manos ¡Y menos con Hipo, por Thor! Cogió un poco de nieve limpia de las escaleras y se la pasó por el cuello. Se sorprendió al descubrir lo caliente que estaba su piel y se estremeció cuando la nieve goteó, derritiéndose sobre ésta. Pero, al menos, el frío le había aclarado las ideas y podía volver a centrarse en todo el armamento nuevo que había recibido, con su serena expresión de valiente guerrera en el semblante.
Aún así, mientras subía las escaleras, no pudo evitar preguntarse que podría preparar ese año para el cumpleaños del vikingo que había dejado sobresaltado en la herrería.
Fin.
