"¡Te detesto, maldito mono traidor!"
¿Es que acaso yo era el traidor?
Quizá nunca te diste cuenta, Misaki. Quizá siempre fuiste lo suficientemente estúpido para notarlo jamás.
Un día como éste, pero remontémoslo a unos cuantos años atrás. Copos de nieve caen del cielo, y te extenúas hasta conseguir tener uno en tus manos. Llámasme por mi nombre, mientras me doy cuenta de lo rebosante de regocijo que está tu semblante.
"¿No es hermoso? ¡Intentemos conseguir más!"
No, no lo es. Si hay algo que detesto, es la nieve. Deja la ropa húmeda, es fría, y peor aún, deja inmóviles las manos. Siempre has sido poco susceptible al frío, Misaki. O tal vez, no. Tal vez esa fuera la razón por la que pasabas el invierno congestionado. Pero eso no importaba, estaba ahí, contemplándote. Corrías por la plaza cubierta de un manto blanco, sonriente, llenándote las manos de esos pequeños lunares blanquecinos.
Recuerdo haber estado sentado. Sí, lo estaba. Detuviste el paso, para devolver tu mirada hacia mí. Cuestionábaste que me sucedía. Pero, Misaki, te sobrelimitabas preocupándote, Innecesario era. Discernías mi repudio al bullicio pero, aun así, siempre estaba esa pequeña pero bondadosa sonrisa en tus labios. Pero no protestaba, idolatraba aquella risita tuya seguida luego de uno de mis pretextos baratos.
No me quejaba de la ocasión, tampoco. Era un goce estar ahí parados, sin preocupaciones, sin limitaciones. Suponía que venían tiempos mejores, pero sólo era una figuración. De haber sabido nuestro destino pendiente, habría de esbozar el gesto que tenía sobre la cara.
"Un gusto, señor Mikoto. Soy Yatagarasu y él, Fushimi"
Impreco ese maldito día. Le detesto, le aborrezco. ¿Un gusto? Para mí, más bien una aflicción. Quien iba a pensar, que ese no iba a ser el fin una historia, sino el comienzo de otra, Misaki… Pues, como bien recordarías, una vez te juré que siempre estaríamos juntos, ¿lo recuerdas? Sí, también fue en un día nevado. Sí, también fue aquel día. Ah, y suspiro. La sola evocación a aquellos días ilumina mi cariz.
Y aquí te tengo. En la misma plaza, nevando. Tu cara, pálida. Tus ojos, cerrados. Pero el alba de la nevisca esta vez no nos acompaña, tonos rojizos emanados por ti le cubren. Luces agotado, mi consorte.
No te angusties.
En unos momentos, iré a hacerte compañía.
En unos instantes, profesarémosnos el amor que tanto hemos encubierto.
