Es la hora. Ya no hay vuelta atrás. Los juegos van a comenzar. Debo salir a la arena y luchar por sobrevivir. Mi corazón se para durante unos segundos mientras la plataforma circular me lleva hacia arriba y me desvela el escenario de la que probablemente sea mi muerte. Parpadeo varias veces para disipar la luz solar que hiere mis ojos y me fijo en el enorme cuerno dorado que se alza en medio del terreno y en los objetos que contiene. La Cornucopia. Cientos y cientos de objetos se amontonan a su alrededor, desde arcos y largas espadas hasta cantimploras y calcetines. Apenas tengo tiempo de decidir de qué servirían unos calcetines en los juegos cuando un sonoro sonido de tambor me saca de mis pensamientos. El sonido se repite una vez más, y otra, y otra. Tardo unos segundos en comprender que es una cuenta atrás. Cuando el sonido del tambor se apague tendré que lanzarme hacia la Cornucopia para enfrentarme a mi destino. Intercambio un par de miradas con el resto de mis compañeros (ahora enemigos). Algunos están casi o incluso más nerviosos que yo, lo cual me relaja; no soy la única que lo está pasando mal. En ese tiempo de relajación un pensamiento fugaz y casi suicida cruza mi mente. Quizás puedo hacerlo. Quizás puedo ganar. Algunos chicos y chicas que me rodean parecen débiles e inseguros, podría acabar con ellos fácilmente. O quizás no tenga que hacerlo, solo me bastaría con permanecer viva mientras los demás van cayendo por deshidratación o por hambre. La idea me hace sonreír por unos segundos. Podría volver a casa. Pero me basta cruzar la mirada con el tributo del distrito 2 para disipar mi alegría. Trago saliva con dificultad y aparto la vista. No puedo ganar. No soy nada. No soy valiente, no soy lista, no sé matar. No soy nadie. No soy una rubia sexy con patrocinadores garantizados, ni una niña adorable que sabe trepar a árboles y recolectar, ni la chica en llamas. No puedo ganar. Los ojos se me llenan de lágrimas y tengo que parpadear varias veces para disiparlas. No soy nadie, pero no por eso voy a dejar que me vean llorar. No aquí al menos. El sonido del tambor vuelve a sacarme de mis pensamientos. Alzo la vista hacia la Cornucopia y me preparo para correr. Si voy a morir, moriré peleando. Puede que no sea nadie pero no por eso voy a dejar de luchar. O al menos eso intento creer. El corazón me late con fuerza contra los oídos. Las manos me empiezan a sudar y me las tengo que limpiar varias veces en los pantalones antes de cerrarlas en dos puños. Me inclino ligeramente hacia delante y miro fijamente la Cornucopia intentando disfrutar de las pocas respiraciones que me quedan. Tan pronto como había empezado, el sonido del tambor cesa y el mundo se para durante una milésima de segundo. Llegó la hora. No hay vuelta atrás. Los juegos han empezado. Me impulso hacia delante y comienzo a correr hacia la multitud de personas que ya empiezan a pelearse en la boca de la Cornucopia. Espero que mi muerte sea rápida.