1. Ver para creer
"¡¿Lo viste?! ¡Salió de la nada!"
― Por el amor de Dios, mantén las manos en el volante, niña ―rezongó con desgana pensando que en cuanto pudiesen tendrían que pegar con algo la parte del parabrisas rajado.
La Van en la que tanto resistieron en esas semanas aún continuaba con vida pero con Ella al volante sus expectativas disminuían a la mitad, poco menos.
Maldita había sido la hora en que se torció la muñeca derecha. Aunque claro, ya con unos días de cuidados y reposo absoluto- dentro de lo que las circunstancias permitían-, mejoraba rápidamente.
"Lo bueno es que no lo maté"
― De haber estado vivo, lo hubieses hecho ― Ella sonrió tontamente ante el detalle.
Cuando mordió un pozo no tan profundo, ambos casi despegaron el trasero de asiento, incluso Kostas tuvo que agarrarse del apoya brazos del asiento para evitar una colisión que hubiese puesto su cabeza en juego.
"Es por eso que nunca me dieron el carnet. Tengo la mala suerte que todo se me atraviesa."
El hombre supuso que mejor sería guardar la opinión al respecto para sí.
Dieron otro salto no tan fuerte como el anterior.
"Tenemos suerte que no se den por enterados"
Kostas miró hacia la parte trasera de la Van. Milo, su pequeño nieto, continuaba acurrucado en la improvisada cama y las sabanas desgastadas que una vez tuvieron tonalidades chillonas y naranjas, lo mantenían bien envuelto. A sus pies, cual perro fiel, Athenea, la gallina.
― Es de familia ― aportó sin poder evitarlo. Ella lo miró divertida ― Lo de dormir en cualquier parte en cualquier circunstancia.
"No lo dudo" hizo una pausa mientras se concentraba en agarrar la curva cerrada a una velocidad prudencial "Espero llegar pronto, tengo ganas de té con limón".
Alejandría zona segura era el nuevo destino del grupo. Tiempo atrás escucharon rumores sobre un importante asentamiento hacia el norte, pero la mayoría eran eso, habladurías. El típico: me lo contó el amigo, de un amigo del tío del difunto.
Lo cual complicaba las cosas, expresó Ella una vez: habían demasiados difuntos y ninguno parecía tener ánimos de compartir información.
Sin embargo tal lugar quedaba de camino hacia donde iban inicialmente, por lo cual decidieron que una visita no vendría mal, siendo el truque su medio de subsistencia. Por supuesto que la actividad tenía poco tiempo en práctica. Con el estallido de la epidemia, la desesperación y el pánico hubiesen hecho imposible el intercambio de bienes y servicios. Todos se tomaban muy en serio el: Lo tuyo es mío y lo mío es mío.
Todavía existían peligros pero la gente lograba compártanse. Todo estaba en saber con quién hacer negocio.
Justamente, el último tuvo lugar días atrás, con una pequeña comunidad a unos cuantos kilómetros de dónde estaban. Dos ballestas a cambio de frutos de huerta, cajas de té, algunas latas en conserva y agua. Todo ello les sería más útil que las armas, ya que justamente, gracias a esas cosas inmanejables él tenía esa torcedura en los tendones y Ella por poco y se había sacado un ojo al intentar disparar. El corte por sobre el pómulo izquierdo era una prueba.
"¿Qué dice el mapa?"
― No falta mucho para cruzar las vías ― dijo consultando el plano y luego, sin poder evitarlo, gruñó.
"Sigues incómodo con la idea"
― Los amortiguadores no resistirán.
"Todavía podemos desviarnos y tomar por la ruta alternativa".
― Perderíamos tiempo y reservas.
Lo cual llevaba nuevamente a lo mismo: ir por las vías del tren con la Van.
"Los bolsos están listos" el por las dudas quedó flotando en el aire.
Kostas asintió, reafirmando.
Habían aprendido a agradecer cada automóvil que conseguían pero de tener que abandonarlo, lo harían y se llevarían lo que pudiesen cargar. Solían quitarse de encima las cosas grandes y aparatosas por esa razón. No eran prácticas si no sabías usarlas.
Además, todavía quedaba Milo. El pequeño caminaba y era enérgico pero a la hora de apretar el paso, se lo alzaba. Athenea por su parte se había ganado el nombre de la gallina mas rápida de la costa Este, por lo cual habían mas posibilidades que ella se preocupase porque le siguieran el paso que viceversa.
A lo lejos el brillo característico de la combinación misma del calor y el acero. A medida que se aproximaban Ella bajó la velocidad y el motor suavizando su trabajo permitió escuchar las chicharras ocultas entre la maleza.
Dejando el automóvil en marcha y tras dar una leve mirada hacia atrás, procurando que Milo continuara durmiendo, ambos bajaron, y con unos segundos de diferencia, Athenea.
Kostas se agachó y tocó los rieles.
― Dejan muy poco espacio ― espetó refiriéndose a la distancia que quedaría entre la carrocería baja y la vía ― Puede incluso engancharse en el guardabarros. Tendremos que tener cuidado con los clavos también. El camino está descuidado desde antes del apocalipsis y…
El gruñido típico lo sacó del discurso. El pestilente aroma dulzón se hizo presente segundos antes que el primer cadáver andante dejase ver su destartalado estado entre los arboles más jóvenes.
Sonido, olor, visión. ¡Era una jodida horda!
"Creo que en éste momento es lo de menos" comentó Ella corriendo hacia la Van, seguida de cerca por él. Cuando terminaron de cerrar las puertas Athenea ya estaba acomodada en la parte trasera.
Un frente entero de caminantes salía entre la espesura y más de uno ya se había dado cuenta de su presencia.
"¿Qué hacemos?"
― ¡Acelera!
"¿Qué?" Kostas tomó las manos de su acompañante y las colocó sobre el manubrio.
― ¡Ahora!
El chillido, el olor a goma quemada, los tumbos y un giro brusco, sin mencionar la maldita y casi inexistente suspensión del vehículo.
Observó a Kostas, aterrada. La horda iba haciéndose más grande y para el momento que el balastro tocó los neumáticos ya dos cuerpos se habían abalanzado contra el parabrisas.
La camioneta tardó unos segundos en responder ante la nueva superficie pero cuando lo hizo, el motor rugió.
Ella quería gritarle que sería imposible atravesar lo suficientemente rápido aquella hilera sobre el franco derecho. Eran cien metros por lo menos de puro cadáver con hambre. Sin embargo, no hizo más que lo que le indicaron. Kostas los había sacado de muchas y si tenía fé, sería una más para contar.
Miró por el retrovisor a Milo, que ya despierto y asustado, se encontraba aferrado a Athenea.
Bien, en un mundo en dónde todo se había ido al diablo y los muertos caminaban – lo imposible pensado-, todo era posible.
Kostas entendió la seña de Ella y rebotando contra el techo y unos de los costados del automóvil, fue por su nieto. El viaje en resumidas cuentas, sería como una batidora sobre una montaña rusa.
¡Salud y hasta el fondo!
Los pocos que me leen se preguntaran qué estoy haciendo, pero en mi defensa debo decir que la idea de esta historia la vengo trabajando hace mucho rato, Hotarubi es testigo - y víctima- de mis encontronazos y trabas a la hora de comenzarla, pero por fin pude poner las ideas en orden y ha salido.
Espero disfruten leerla tanto como yo disfruto escribirla.
¡Nos estamos leyendo!
Grisel
