Descargo de responsabilidad: Skip Beat sería mío en un mundo perfecto. Pero bueno…, ya saben…
DEL EMPACHO Y SUS RAZONES
REN
El dolor de estómago le estaba matando… Sentía que el vientre le iba a reventar como el tipo de aquella película del espacio que vio -maldita la hora- cuando niño. Menos mal que al final la chica se cargaba al puto bicho y pudo dormir tranquilo sabiendo que el monstruo estaba muerto.
No hacía más que sudar y sudar… Con ese ardiente sudor frío que sufren los enfermos cuando están al punto del desmayo. Pero el desmayo no venía. En cambio, lo que sí venía eran los dolorosos retortijones que en un esfuerzo combinado con arcadas traicioneras, le hacían levantarse de la cama para, en dos zancadas de sus piernas extralargas, alcanzar el cuarto de baño y encontrar alivio en la liberación de una masa marrón, viscosa y espesa, que salía de su boca cual manguera de bombero en servicio activo…
Se había negado a ir a urgencias. Sabía lo que tenía. ¿Para qué ver a un médico por una indigestión? No era más que un exceso de comida. Un simple atracón.
Un empacho de soberbia, en realidad…
Y ahora estaba pagando el precio de maneras varias y diversas.
La primera, por supuesto, con su propio dolor y circunstancias, y la segunda, con vergüenza. Con muchísima vergüenza.
A Yashiro, cuando se cansó de pelear con él para ir al médico, no se le ocurrió mejor idea que encomendarle su cuidado a su linda kohai, la cual, sin un reparo, accedió a cuidar a su senpai en tiempos de necesidad y enfermedad.
Y allí estaba él, encamado y doblado sobre sí mismo, con las manos sujetándose el vientre -no sea que el monstruo de su infancia se tornara real y decidiera hacer acto de presencia-, soportando el dolor y la náusea, mientras las pequeñas y delicadas manos de la mujer que amaba le secaban la frente y le ponían paños fríos.
Ni fuerzas tenía el desdichado para disfrutar de la suave levedad de su contacto sobre su piel, y el poco pensamiento consciente que le quedaba, rezaba y rezaba porque su vergüenza se limitase solo al vómito. Si su cuerpo decidiera buscar purgarse por la puerta trasera, con Kyoko allí, jamás se recuperaría de la humillación vergonzosa y la afrenta del menoscabo ante sus ojos. Los hermosos ojos dorados que lo miran con preocupación… Adorable…
El caso es que cuando ella llegó, la sintió hablando unos momentos con Yashiro, sin duda poniéndola al tanto de la estupidez que había cometido. Porque no podía negarlo, había sido una estupidez. Se había dejado llevar por su soberbia, por su orgullo, y, hay que decirlo, por la oportunidad de deshacerse de Fuwa Sho de una vez por todas…
Sí, sí… Ya sabía que se estaba comportando como un niño pequeño. Pero en presencia de aquel niñato, no podía evitar que su lado oscuro se impusiera. Y es que el miedo a perder a Kyoko ante ese idiota le llevaba a la ira, y la ira lleva al odio. Y el odio, bien lo sabía él, no conduce más que al sufrimiento.
Y él sentía un miedo atroz a no tener a Kyoko en su vida…
Así que lo había hecho. Había accedido a la propuesta. Había dejado de lado la máscara madura y sensata que era Tsuruga Ren para ser el casi adolescente Hizuri Kuon al que le quemaban las manos a la vista de un desafío. Oh, sí… Porque un reto siempre es excitante. El cuerpo se prepara en anticipación, el pulso se acelera, las pupilas se dilatan, y el cuerpo empieza a segregar sustancias que lo hacen moverse más rápido, sin sentir dolor, estar más atento, barajar opciones y tomar decisiones en menos de lo que dura un latido…
Lo había echado de menos…
Por eso aceptó. Por eso mismo se dejó arrastrar a esa chiquillada.
Y durante dos minutos, fue maravilloso. Pero después no. Porque, siguiendo la lógica natural, todo lo que entra, tiene que salir…
Y él solo podía rezar por que saliera por la puerta principal…
La preocupación de los ojos de Kyoko fue sustituida por una mirada suspicaz, preñada de desconfianza, que ella intentó ocultar con el recurso rápido de dejar caer sobre su cara el paño frío con que lo refrescaba.
- ¿Qué? -dijo él desde debajo del dichoso paño.
- ¿Qué de qué, Tsuruga-san? -respondió ella.
- ¿Me vas a regañar tú también? Puedo verlo en tu cara, sabes. Incluso a través de esta cosa…
- Es que, Tsuruga-san, la verdad, no lo entiendo…
Ella le retiró el paño y dejó al descubierto su rostro. Sentada al borde de la cama, a su lado, con una palangana de agua fría en el regazo, su Florence Nightingale particular le hizo una pregunta directa:
- ¿Cómo se te ocurre hacer una apuesta con Shotaro?
- En sentido estricto, yo no la hice. Yo solo acepté…
- Tecnicismos, Tsuruga-san… No alcanzo a entender cómo precisamente tú… Pero bueno, tú sabrás… ¿Y qué se apostaron?
"Quien gane, tendrá el derecho de rondar y cortejar a Kyoko, y el otro se quedará atrás y no intervendrá jamás...".
El árbitro fue Yashiro. Él proporcionaría los medios para el duelo, desde que él llevaba el carrito que iba copado hasta arriba de los bombones y chocolates que le habían brindado a Tsuruga Ren…
Porque era 14 de febrero…
Chocolate blanco, chocolate negro, praliné, con almendras, chocolate duro, chocolate blando, rellenos de licor, de naranja, de menta, con avellana, fondant, toffee, ganache, trufa, mazapán, con coco, crocante… Hechos a mano, artesanos, de regalo, de paquete… Dulces, amargos, y alguno salado que hubo también…
De todas las clases los comió…
Uno tras otro, tras otro, tras otro…
Él había recurrido a su herencia paterna. Ser el hijo del tragaldabas de su padre tenía que haberle enseñado cómo engullir y tragar como si no hubiera un mañana. "Gracias, papá…", pensó mientras el asomo de una sonrisa aparecía en sus labios.
- Nada importante, Mogami-san… Solo le seguí el juego con sus estupideces…
- Pensé que de los dos tú serías el más adulto, Tsuruga-san.
- Pues se ve que no, Mogami-san…
- Tremenda tontería, Tsuruga-san.
Bueno, sacrificio por amor, podrían decir otros…
El primero que vomite, pierde.
Y Tsuruga Ren había ganado.
Tendrías que haber visto cómo quedó el otro…
