Lovers

No había sido fácil de llevar la fama de haber derrotado a Voldemort. Todo el mundo lo había mirado con veneración. Todo había sido demasiado fácil. Hasta le salieron groupies que quería lo que fuera con él. Aunque él nunca hizo nada con ninguna de ellas.

Ahora, el día antes de su boda, toda la prensa rosa del mundo de la magia le iba detrás. Menudo estrés.

El hotel donde se alojaba estaba envuelto de periodistas y paparazzis, intentando descubrir quien estaba allí. Fuertes medidas de seguridad se aplicaron para que nadie ajeno al a familia entrara.

Por eso se preguntaba como había entrado ella. Esa mujer, llamada Roxanne, consiguió entrar en su habitación y esperarlo a que volviera de la cena de despedida de soltero con sus amigos.

Y allí se la encontró, vestida con un largo traje negro, apretado y brillante, con unos cortes a cada lado de donde sobresalían esas piernas contorneadas y blancas, suaves y de porcelana.

Nada más verlo entrar y coincidir en contacto visual, ella se pasó los dedos entre esos cabellos de bucles rojos como la sangre, uno de los cuales terminó metiéndose sin querer y de forma provocadora por su escote.

Se fijó que, a modo de diadema, llevaba un gran lazo negro.

-Soy tu regalo de despedida de soltero- dijo, con una sonrisa de niña. Con esa sonrisa de niña.

¿Cómo la conoció? Aún no estaba seguro. ¿Cuándo empezó todo? Eso si, hacía un par de años, aunque se habían visto pocas veces.

Tenía la sensación de que ella siempre lo había estado observando desde las sombras. Hasta que un día él la encontró.

Vestida con un traje negro, como siempre, este de cuero y corto, marcando escote, con el pelo recogido en un moño y los labios pintados de color carmín.

Ella se lo quedó mirando, sin prestarle mucha atención, como si fuera un bicho. Nadie lo miraba así desde que había derrotado a Voldemort.

Se interesó por ella, quiso saber quien era, de que trabajaba, de donde había salido, pero parecía que él era el único que la había visto. Extraño; como ella.

Un día, al salir del trabajo, ella lo acorraló. Y allí empezó todo.

Ella aparecía una día porque si.

A oscuras, de repente, vestida de forma sugerente y sensual.

Él no podía esconderse de ella.

Lo perseguía, aunque él no quería evitarlo. Lo aprisionaba. Era una cazadora.

Y cuando lo atrapaba no podía negarse.

Esos abrazos sensuales, esos besos venenosos, esa piel de terciopelo y porcelana. Esa mujer.

Era irresistible e imparable.

Esas noches lujuriosas, mojadas y sudorosas. Esos momentos de éxtasis que parecían interminables pero no lo eran. Esas pérdidas de control.

Al final, ella se iba sin decir nada y él se quedaba tirado en aquel sitio lleno de culpa y remordimiento.

Era bella, pero era una arpía. Sin vida, solo deseo. No era nada más que un juguete anhelante e insaciable.

Sacó esos pensamientos de su cabeza y la miró.

-Esta vez no- intentó negarse, pero no pudo.

Ella se levantó al tiempo que se despojaba elegantemente de su vestido, quedando en ropa interior y encima de unos vertiginosos zapatos de tacón.

-Es mi despedida- susurró a modo de aviso y de excusa. Se abalanzó encima de él.

Y todo se repitió.

Lo despojó de la ropa, lo besó, lo acarició.

Lujuria y deseo.

Todo otra vez.

Hasta que, de nuevo, ella se dio por servida y se fue.

La mañana siguiente se despertó con dolor de cabeza y con un papel al lado. En este había dibujado un corazón con pintalabios de color carmín.

Suspiró aliviado.

A lo mejor si que había sido la última.

Esta vez, pero, no sintió remordimiento, solo alegría.

¡Ah! Mi historia alternativa ¿Quién sabe si no podría haber pasado en esos diecinueve años?

Pues nada, dedicado a Thaly Potter Black y Angelia Lovegood.