- Les habla el capitán, las maniobras de atraque a la Estrella Vespertina concluirán en sesenta minutos. Bienvenido a Paradiso, y que Allah les proteja mientras tengan que permanecer en este infierno verde- la voz ronca del capitán resonó por la megafonía de la Tigris, el crucero ligero que había traído a aquel maldito planeta a Hakim y su pelotón.
Visto desde el espacio el verdor de las selvas que cubrían la mayor parte de las masas terrestres de Paradiso contrastaba con el amarillo y marrón de los desiertos que abarcaban la mayor parte de Barouk; un vergel lleno de vida que prometía hacer justicia a su nombre. Parecía mentira que un lugar tan vivo fuera a la vez semejante pozo de dolor, muerte y miseria, el escenario de una guerra cruenta e inmisericorde donde el fin podía llegar en cualquier momento a manos de algún alienígena de ese maldito Ejército Combinado que había aparecido por sorpresa y con un objetivo bien claro: la conquista total y absoluta de la Esfera Humana.
Hakim podía ver las miradas nerviosas entre sus compañeros de pelotón, todo el mundo conocía el sobrenombre que Paradiso recibía, la Picadora de carne. Aunque su misión no implicaba tener que poner un pie en tierra firme, el simple hecho de estar tan cerca de lo más parecido al infierno que uno podía encontrar en este universo desalienta hasta al hombre más valiente.
- ¡Ya habéis oído a el capitán, tenéis exactamente cincuenta minutos para preparar recoger vuestro equipaje y presentaros en la bahía de desembarco con el equipo y arma listos!- Ladró el teniente Bahir mientras paseaba frente a ellos, examinándolos con aquella mirada tan intensa que le caracterizaba. A pesar de su corta estatura y físico delgado, le bastaba con aquella mirada para imponer su autoridad e inquietar a cualquier de sus hombres. - Y pobre del que llegue un solo segundo tarde, o con un cordón fuera de su sitio... -
El teniente dejó la frase a medio terminar con una leve sonrisa sádica, sabedor de que todos eran conscientes de las repercusiones de enfadarlo.
- Bien. Pueden retirarse- concluyó con aparente satisfacción.
Tan pronto el teniente se dio la vuelta, Hakim salió de la formación y se internó por los largos pasillos del navío. No había dado ni tres pasos cuando noto en el hombro la mano de su viejo amigo Sulayam, que había trotado unos metros para alcanzarlo.
- ¡Hakim, espera! Podrían habernos avisado de que le habían metido un poco más hondo el palo por el culo a ese imbécil de Bahir, ¿No crees?- susurró con un guiño cómplice y un amago de carcajada, mirando de reojo que nadie que no debiera se hubiera enterado del comentario.
- Tampoco me cae bien, pero no le culpo por estar así. A mí también me jodería tener que hacer de niñera de un pez gordo corrupto en este polvorín- Respondió Hakim resignado. Antes de partir les habían indicado que la misión que iban a realizar consistía en 'escolta de personal VIP del Califato para las negociaciones con los aliados alienígenas', pero al final ese VIP había resultado ser Abdur Silmad, un famoso magnate de la industria farmacéutica, que buscaba poder reunirse con representantes de la recién llegada delegación Tohaa e intentar hacer tratos con ellos.
Era bien sabido que Abdur tenía muy buenos contactos en las altas esferas del Califato, pero ni Hakim ni nadie en su unidad había imaginado que fueran tales como para que el gobierno le cediese lo que parecía un pequeño ejército y acceso a delegaciones diplomáticas del más alto nivel internacional.
- El mamón ya podría haberse pagado una compañía privada, se puede permitir a quien quiera, Incluso a los Kaplan. Así nos habría ahorrado jugarnos el pellejo por su caro trasero- refunfuñó Sulayam.
Hakim le dedicó una sonrisa triste a su viejo amigo de infancia - Porque para disparar y llevarse un balazo por él nosotros somos más baratos. Mientras más dinero tienes, menos quieres gastar. Se creerá que el dinero de este mundo se puede traspasar tras morir-
Un pequeño revuelo en el pasillo por delante llamó la atención de los dos amigos.
- Hablando del rey de Roma- masculló Sulayam mientras se apartaba para dejar pasar a la comitiva que siempre parecía seguir a todos lados a Abdur. El magnate en sí era bastante vulgar; bajito, regordete y casi calvo, pero siempre vestía con trajes de la más alta costura y gafas de sol de las caras, y una sonrisa triunfante permanentemente en el rostro. A su alrededor caminaban con paso firme el equipo táctico Djanbazan que hacía las veces de su escolta permanente, vestidos con sus armaduras de asalto y armados hasta los dientes con rifles, ametralladoras y casi cualquier arma imaginable; y las tres guardaespaldas-acompañantes personales del magnate, tres de las famosas y sensuales Odaliscas que vigilaban atentamente a su alrededor en busca de una amenaza inmediata, sin despegarse nunca demasiado de su protegido.
Y entre las tres atractivas guardianas estaba ella. Hakim se puso tenso al verla llegar, sabía que había subido a bordo al poco de partir, pero hasta aquel mismo instante sólo había tenido la oportunidad de verla de lejos y de refilón, nunca tan cerca.
Había cambiado mucho desde aquella tarde aciaga en la que lo abandonó para cumplir un sueño que parecía imposible, tanto que el propio Sulayam parecía no reconocerla por su gesto. Aquella chica de pueblo flacucha se había convertido en una mujer escultural de labios carnosos, curvas sugerentes y una larga melena azabache, sedosa y reluciente. Su belleza y elegancia eclipsaba a sus compañeras y dejaba boquiabierto a todo hombre que la veía e incluso a más de una mujer, al mismo tiempo que sostenía el fusil de asalto con la seguridad de alguien que sabía usarlo con precisión letal. Era, pues, la personificación viviente de lo que se esperaba que fuera una Odalisca, tan hermosas como mortíferas.
Pero Hakim la reconoció desde el primer momento que la vio. Sus ojos verdes como esmeraldas conservaban la mirada astuta y decidida; sus gestos, sus sonrisas, sus andares felinos... difícilmente podría haberla confundido con cualquier otra mujer de todo Barouk, y toda la esfera. Pero la pregunta era, ¿ella lo reconocería? Él no había cambiado tanto, había crecido unos centímetros y ahora tenía barba de tres días pero seguía teniendo el mismo rostro afilado y pelo castaño revuelto que siempre le habían caracterizado. Claro que habían pasado diez años desde la última vez que ella lo había visto. Si tan solo no hubiese sido tan cobarde y hubiese intentado hablar con ella antes, durante el trayecto hasta Paradiso...
El mundo se ralentizó alrededor de Hakim cuando sus miradas se cruzaron, notó como su cuerpo se tensaba expectante, esperando alguna reacción, un gesto, algo que indicara que lo había reconocido. Pero no hubo una sonrisa de alegría, una mueca de sorpresa, nada. Ella continuó escudriñando el entorno, como si él fuese completamente invisible, una cara anónima más entre la multitud sin ninguna relevancia más allá de la amenaza que pudiera suponer para su protegido. Toda esperanza e ilusión se desvaneció de un plumazo mientras el grupo pasaba de largo, y la amiga más querida y apreciada de su juventud, la mujer sobre la que no había dejado de pensar ni un solo día de su vida, se marchaba ignorándolo por completo.
Hakim no se dio cuenta de que había comenzado a dar un paso para seguirla hasta que Sulayam le lanzó un codazo que casi le hizo perder el equilibrio. - ¡Hakim, despierta!-
- ¿!Q-que, que pasa!?-
- Te habías quedado hipnotizado con esas preciosidades, ya creía que te ibas detrás de ellas.-
Hakim miró incrédulo a su amigo. - ¿Pero, no la has visto? ¿No sabes quién...?-
Sulayam le interrumpió con unas palmadas en la espalda y una sonrisa.
- Hakim, amigo mío, no sé en qué estabas pensando pero esas chicas están a otro nivel, no tienes ninguna posibilidad con ellas. Venga, vamos a los camarotes-
Hakim se dejó llevar del hombro por su compañero, quien comenzó a hablar sobre un programa que había visto en la Maya e intentando traerlo de vuelta de su estupor, pero él estaba todavía dándole vueltas a lo sucedido. Decir que estaba dolido era poco, se sentía como si lo acabaran de apuñalar por la espalda. Podría haber soportado que ella lo hubiera mirado con desprecio o hubiera apartado la cara con arrogancia, que hubiera mostrado que se consideraba superior a él o que lo odiaba por algún motivo que él desconocía. Al menos eso hubiera significado que lo recordaba, que significaba algo para ella.
Había sido una revelación dura, quizás demasiado y Hakim sentía que tenía que desahogarse de alguna manera, cayendo en viejos vicios si era necesario.
- Sul, ¿llevas encima tabaco y mechero?- Interrumpió a Sulayam cuando este hablaba sobre nosequé carrera de motos, no sabía muy bien el cambio de tema ya que había estado ignorando sus palabras hasta el momento. Su amigo le miró extrañado - Claro, siempre lo llevo encima. ¿No se supone que habías dejado de fumar?-
- Si, pero he cambiado de opinión. Necesito un poco de nicotina antes de volver a soportar a Bahir.-
- Jaja, bien dicho hermano- Sulayam soltó una carcajada por el comentario, entregando acto seguido el encendedor y una cajetilla medio arrugada. - Te acompañaría pero prefiero no arriesgarme a que me huela el aliento, ya me tiene bastantes ganas. ¿Sabrás llegar hasta el fumadero?-
- Claro, como todos. Os alcanzaré en unos minutos-
Hakim se despidió de su amigo, y se internó por los pasillos de estrechos mantenimiento de la nave, llegando en un par de minutos a su destino. El fumadero en cuestión en realidad era una esclusa de mantenimiento cuya puerta externa se había averiado por el impacto de un micro asteroide, quedando totalmente bloqueada. Oficialmente en la nave estaba prohibido fumar, pero los oficiales preferían hacer la vista gorda con sus hombres mientras se limitaran a fumar allí dentro, ya que en caso de que una colilla provocara un incendio aún se podía vaciar de aire la esclusa, y permitía mantener la moral alta.
En aquellos instantes nadie estaba usando la esclusa, por lo que Hakim entró e inmediatamente se encendió el cigarro, antes de que la compuerta pudiera cerrarse del todo. El sitio era estrecho, no tenía donde sentarse y apestaba a humo concentrado de infinidad de marcas de tabaco, y otras cosas que no eran tabaco precisamente, pero Hakim decidió que no estaba tan mal al echar un vistazo por la pequeña cristalera de la compuerta externa, que permitía ver el exterior.
Paradiso en todo su esplendor ocupaba la mayor parte de la vista, el azul intenso de los mares contrastando con el verde de sus exuberantes selvas y largas franjas de nubes blancas y grises. A unos cuantos kilómetros, flotando en el vacío con el planeta de fondo, se podía distinguir con claridad el perfil de la Estrella Vespertina, la enorme estación gubernamental, con su cuerpo semiesférico adornado con el símbolo de O-12 abarcando una gran extensión de su superficie, y largos brazos metálicos de módulos y bahías de atraque asomando de la estructura sobre todo en dirección opuesta a la semiesfera.
La espectacular vista mejoró ligeramente el humor de Hakim, quien intentaba disfrutar de cada calada con la esperanza de que se le pasara el disgusto, aunque no dejaba de pensar en el instante del cruce de miradas con ella. Estaba en un planeta donde había una alta posibilidad de que lo mataran, a las órdenes de un cretino; acababa de sufrir la mayor decepción de su vida por alguien a quien amaba con locura y estaba echando al traste un año de abstinencia. ¿Qué más podía salir mal?
Como si Allah en su incognoscible lógica quisiera responderle, un parpadeo en el espacio entre la Tigris y la estación espacial a la que se dirigía llamó su atención, como una especie de llamarada. Casi de inmediato, varios destellos más comenzaron a aparecer por el mismo sector, como el fogonazo de un motor, y comenzaron a moverse con creciente velocidad. Hakim se frotó los ojos y los entornó para asegurarse que los veía bien, podían ser un efecto óptico por la luz de los soles contra el metal de la estación. Pero cuando volvió a mirar, los destellos seguían allí, moviéndose. Eran naves y las llamaradas sus motores impulsándolos cada vez con más velocidad, estaba completamente seguro, pero tan pequeñas que apenas se podían distinguir, más bien parecían cazas, pero iban demasiado rápido para una maniobra de acercamiento. A Hakim le recordaban más bien… ¿misiles?
Fue entonces cuando apareció. Retirando el camuflaje que lo había mantenido oculto, una inmensa nave de extraño aspecto surgió de la nada, el diseño no le cuadraba con ningún tipo de vehículo que había visto hasta entonces, y no recordaba a ningún diseño panoceánico o de Yu Jing, los únicos que tenían naves de semejante calado en sus flotas. Cuando decenas de salvas surgieron de la misteriosa nave en dirección a la Estrella, Hakim dejó caer el cigarrillo de la boca aterrado: no reconocía la nave, porque no era humana. ¡El Ejército Combinado estaba atacando!
Como si hubieran oído su pensamiento, las alarmas de la Tigris comenzaron a sonar, alertando a todo los ocupantes del peligro inminente. Hakim sabía que tenía que acudir ipso facto con el resto de su unidad, ¡precisamente por si sucedía algo así era por lo que estaban allí!
Sin embargo, tan pronto puso la mano en el cierre de la compuerta, un potente sacudida lo lanzó despedido de espaldas, como si la nave entera se hubiera revuelto como un animal salvaje siendo atacado. Era definitivo, los alienígenas también les estaban disparando.
Desesperado, el soldado intentó ponerse de pie, pero una serie sacudidas tan intensas como la primera comenzó a lanzarlo de un lado a otro de la esclusa, como un muñeco de trapo. Hakim sintió como su cabeza golpeaba contra el duro metal de la compuerta interna, y el calor de la sangre corriendo por el cuero cabelludo. Notando cómo perdía rápidamente la consciencia, sólo pudo pensar en ella, en sus ojos y su sonrisa antes de desvanecerse.
- Jamila…-
