Las jeringas, la risa de Shaw, su delicia sádica, las batas, el laboratorio, el olor a hospital, el bisturí, los objetos punzantes, el dolor, el terror y la impotencia de un niño sometido a las peores torturas. Todo se le reveló en el sueño de forma nítida y agresiva. Esos años de horror, secuestrado en el campo de concentración, sometido a los peores vejámenes porque Sebastian Shaw quería despertar y acrecentar su poder mutante. Erik Lenhsherr abrió los ojos cubierto de sudor y miedo. Tragó aire y lo exhaló para tranquilizarse. De a poco, en medio de la oscuridad, fue reconociendo dónde se encontraba. Para aliviarse acarició las sábanas. Estaba en Westchester, ayudando a Charles a entrenar a esos jóvenes excepcionales, como los llamaba él. Hacía tres años que su amigo lo había sacado del Pentágono y ahora, tras rechazar el ofrecimiento después del incidente frente a la Casa Blanca, vivía en la mansión con él.
Erik se incorporó en el colchón y bebió compulsivamente el vaso con agua, pero no podía terminar de calmarse. El sueño se había sentido demasiado real. Pensó en salir a respirar aire fresco, tal vez, o bajar a beber algo, o, no sabía en verdad qué hacer para calmarse.
Oyó golpes a la puerta.
-¿Quién es? – preguntó bruscamente.
-¿Estás vestido? – era la voz inconfundible de Charles.
-Pasa – autorizó Erik, suavizando el tono.
El telépata entró sin hacer ruido.
-Sentí tu pesadilla, Erik. Fue tan abrumadora que me despertó. ¿Quieres que te haga compañía?
Sin dudarlo, Magneto asintió.
Charles entró sigiloso. Erik pensó que ubicaría su silla de ruedas junto a la cama, pero lo sorprendió cuando, con una habilidad sorprendente, brincó a su colchón. Erik no se esperaba su presencia dentro de la cama y tardó en reaccionar y hacerle espacio. Tampoco se esperó que Charles lo abrazara con tanto cariño.
-Estás en Westchester, no lo olvides – le murmuró al oído -. Todo está bien.
Erik lo miró embelesado y, dejándose llevar, lo besó y con eso calmó su ataque de ansiedad.
