CAPITULO 1, Come Home.
9 años antes…
- Hace mucho, mucho tiempo, Odín y sus hermanos fueron a pasear por la playa, donde divisaron dos troncos de árbol arrastrados por las olas: un fresno y un aliso. Éstos procedían del cabello de Ymir, padre de los Gigantes de Hielo, que había llegado a formar grandes bosques. Del fresno crearon un hombre al que se le dio el nombre de Ask, y, del aliso, crearon una bella mujer a la que llamaron Embla. Tuvieron la vida de un árbol hasta que los dioses les dieron mente, voluntad y deseo. Odín les dio la respiración y el alma; Vile, la capacidad de pensar y moverse, y Ve les otorgó las facultades de hablar, oír y ver. –Mickhell había perdido la cuenta de cuantas veces le había contado aquella historia a su pequeña hija, pero ésta siempre insistía en que se la volviera a repetir. Él nunca se negaba. Cuando terminó el pequeño relato, el hombre miró a la niña que tenía entre sus brazos, apoyada sobre su hombro, para conservar el calor. Klark frunció el ceño de inmediato, y alzó la cabeza para mirar a su padre.
- Pero no lo entiendo. Entonces, ¿somos malos? –Preguntó la niña, sonriendo suavemente cuando su padre le apartó los mechones dorados y despeinados de su rostro.
- ¿Malos? ¿Por qué piensas eso? –Cuestionó Mickhell, que miraba embobado el cielo estrellado que los arropaba aquella noche de primavera. Le gustaba tomarse un momento sentado en la hierba, para ordenar su mente y relajarse antes de volver dentro de casa, pero, casi siempre, su hija mediana se escapaba de la cama para ir con él, y así poder degustar de sus historias sobre los dioses.
- Porque Ymir era una criatura malvada, cruel… Era un Gigante. –Klark hizo una pequeña mueca y miró al cielo como su padre hacía.- Si Odín y sus hermanos nos crearon de él, también somos malos.
Mickhell dejó escapar una suave carcajada, y besó la frente de su hija mientras pensaba en las curiosas palabras de ella.- A veces, Klark, de la oscuridad brota luz. ¿Ves el cielo?, ¿no te parece precioso? Se dice que Odín, Padre de todos, lo creó a partir del cráneo de Ymir.
- El cielo es bonito, ¡y tiene estrellas!
- Exacto, porque en las cosas malas también hay belleza, pequeña, cosas buenas. –Mickhell le dio un pequeño y suave mordisquito cariñoso en la mejilla a su hija, arrancándole una carcajada llena de vida. ¿Cómo iba a pensar aquella niña que era mala? Klark era el ser más puro y divertido de toda la aldea, siempre quería ayudar a las personas que lo necesitaban. Tenía el coraje de su padre, y el buen corazón de su madre Abbigg.
Padre e hija siguieron jugando y riendo un poco más, hasta que algunos gritos rompieron la pacifica burbuja en la que ambos se encontraban. Mickhell alxó la mirada hacia donde procedían las voces, descubriendo una gran nube de humo negro que se elevaba desde el norte de la aldea. No tardó en inundarles el olor a madera quemada, que hizo que los dos reaccionaran.- Klark, métete en casa, corre. Ni se te ocurra salir, ¿me has oído? –Dijo el hombre, haciendo que la niña se levantara para tirar de ella hacia el interior del hogar.
-Pero, papá, ¡quiero ir contigo!
- Cuida de mamá y tus hermanos, ¿de acuerdo? Es tu gran misión. –Le dijo Mickhell, antes de inclinarse para besar la frente de su hija, para después marcharse deprisa hacia el lugar del que brotaba el fuego.
Aquel día había sido agotador, parecía que no terminaría nunca, pero, al fin, el sol se puso dando paso a una luna tan brillante como sus estrellas más próximas. Su madre le había puesto un cuenco de avena para cenar aquella noche, no era mucho, pero consiguió saciar el apetito de la niña.
- Entonces, ¿te ha ido bien con los señores? –Preguntó su madre, algo preocupada por el estado de su hija, como era comprensible.
- Sí, son muy amables conmigo. Hoy han sacado las embarcaciones. ¡Son enormes! Y me han dejado subir a una. Para quitarle el polvo, pero… -La niña de ojos verdes se encogió de hombros. A pesar de estar terriblemente cansada de tanto trabajar en aquellos monumentales barcos junto a más Thralls, su sonrisa reflejaba mucha emoción e ilusión por haberse sentido una vikinga más. Sin embargo, ella sabía que su sitio no estaba en esas embarcaciones, al menos no como a ella le gustaría. Lexa y sus padres eran Thralls: esclavos al servicio de una de las familias formadas por hombres libres de la aldea, comúnmente llamados también Karls. Éstos les daban de comer, y les suministraban un hogar en sus tierras, a cambio de mano de obra. La casa de la familia de la pequeña Lexa no era demasiado grande, estaba construida de hierba y arcilla, que debían de compartirla con algunos animales de su propiedad, pero, al menos, tenían un lugar cálido en el que dormir.
- Solo es primavera, ¿por qué habrán sacado los barcos? –Preguntó el padre de la niña, algo confundido por lo que estuvieran maquinando sus señores.
- Quién sabe… Llevan unos días algo extraños. Igor no tiene buen aspecto.
- ¿Por qué todos los barcos tienen dragones en sus por…po...
- ¿Proas? –Dijo el padre de la niña riendo, intentando ayudar a la pequeña a acabar la pregunta. Ella asintió rápidamente con la cabeza, y apartó su cuenco para poder apoyar sus finos brazos sobre la mesa.- Cruzando las aguas hay innumerables tierras con cientos y cientos de tesoros… Cada verano, los vikingos más valientes se enfrentan al océano para conseguir esos botines, pero no siempre se lo ponen fácil… hay que luchar contra aquellos que se oponen a nuestra fuerza. Nuestros barcos son una advertencia: Temed a los hijos de Odín. Arrodillaos ante ellos y entregadles vuestro oro, o morid.
La niña escuchaba fascinada la explicación de su padre, aunque también era cierto que sus ojos ya luchaban por cerrare.- ¿Has ido alguna vez a esas tierras, papá? –Preguntó ella con inocencia. No tardó en obtener una respuesta negativa por parte del hombre, que, entristecido, se levantó de la mesa para ir a dormir.- ¡Pues yo seré una gran Vikinga! Trabajaré mucho para comprar nuestra libertad, ¡y surcaremos los mares en busca de tesoros! –Dijo la niña de forma risueña, dejándose guiar por su madre, que había comenzado a deshacer la trenza que recogía su precioso pelo castaño.
-Seguro que sí, cariño, pero ahora tienes que dormir. –Dijo la mujer, dándole un beso a su hija en la mejilla. A su madre casi le dolía lo risueña que era Lexa, pues bien sabía que la vida no iba a ser fácil para la pequeña Thrall, ni sería tan sencillo que se librara del yugo de la servidumbre.
La niña cayó completamente dormida en cuanto se acurrucó entre las telas que cubrían su lecho, y no despertó hasta que un grito ensordecedor acabó por completo con el silencio de aquella pequeña morada. Entonces Lexa abrió los ojos, y un fuerte olor a quemado la embriagó por completo.- ¿M-mamá? –Susurró la niña, clavando sus ojos en las figuras de sus padres, que miraban aterrorizados por la ventana. La casa de Igor, el hombre al que servían, estaba completamente en llamas.
- Quédate con Lexa.
- No pienso dejar que vayas solo. ¿Recuerdas? Juntos.
El padre de la pequeña finalmente asintió, mientras más ayuda tuviera, antes podrían sacar a la familia de Igor con vida de aquel infierno de fuego. Lexa se levantó de un salto de su cama, y se abrazó a ellos con fuerza, como si así pudiera retenerlos a ambos.- No vayáis, por favor. Por favor…
La madre de la pequeña ojiverde se puso de cuclillas frente a ella mientras el padre ya salía por la puerta, depositando un pequeño beso en la punta de su nariz.- Estaremos bien, cielo, no salgas de casa, ¿me oyes? Tenemos que ayudar a quienes nos lo están dando todo, pero tienes que prometerme que serás valiente y te quedarás aquí. Pase lo que pase. –Le susurró con rapidez, a lo que la niña asintió con una mueca de desagrado en su rostro.
Lo siguiente pasó demasiado deprisa: la casa ardía con más fuerza, el techo se había derrumbado casi por completo, y Lexa ya estaba en los brazos de alguien, pero no eran ni los de su madre, ni los de su padre. Ellos seguían dentro de la casa, y, a pesar de los esfuerzos de los aldeanos por rescatar a los que estaban dentro, fue completamente imposible sacar a alguien con vida. Fue la mujer de uno de los vikingos que estaban ayudando a ahogar el fuego, quien encontró a la pequeña niña, temblando como un animal asustado en la puerta hogar. Le había contado que sus padres estaban dentro de la casa, que era Thrall y, por mucho que la mujer insistió en llevársela, Lexa se negó en rotundo a marcharse de allí.
- ¿Cómo te llamas? –Una voz masculina hizo que Lexa abriera los ojos, los cuales había cerrado con fuerza cuando el fuego hubo dejado paso al simple humo blanco.
- Lexa.
- Vámonos a casa, Lexa.
Mickhell había tenido una larga conversación con su mujer aquella mañana, le había explicado lo sucedido en casa de Igor, el infierno que habían pasado todos durante la noche para poder apagar el fuego… y le habló también de la pequeña niña que no había dejado de mirar las llamas hasta que éstas murieron, como sus padres.- Tuve que hacerlo, no podía dejarla allí.
- Lo sé… Has hecho lo correcto. –Susurró Abbigg, desviando la mirada hacia la ventana. Allí, fuera, estaba la pequeña Lexa, tumbada bocabajo sobre la hierba, totalmente inmóvil desde que Mickhell la llevó a su granja aquella mañana. La pequeña se sentía totalmente devastada, sin consuelo, rota. Acababa de perder a sus padres y ella no había podido hacer nada para impedirlo. Al fin y al cabo, solo era una niña.
-No debe de ser mucho mayor que Klark. Solo me ha dicho que se llama Lexa. –Dijo el hombre, pasándole un vaso de leche a cada uno de sus hijos, pero la rubia de ojos azules no lo cogió. De hecho, apenas había hablado aquella mañana, y su atención estaba puesta completamente en aquella niña.- ¿Klark?
La pequeña, al escuchar su nombre, miró a su padre, pero ésta vez no desprendía la misma viveza de cada mañana. Sin decir nada, cogió el vaso de leche y la hogaza de pan de centeno que iba a desayunar, y salió corriendo fuera de casa sin decir ni una palabra. Corrió hacia donde la pequeña Lexa se encontraba pero, a pocos metros de ella, se detuvo al escuchar unos suaves sollozos. Klark se mordió el labio con algo de fuerza, no sabía que decirle a esa niña para calmar su llanto, no sabía si quiera si quería que estuviera ahí. Aun así, la niña de cabellos dorados dejó lo que llevaba en las manos sobre la hierba, avanzó unos pasos, y se tumbó junto a Lexa, bocabajo, pero con la cabeza ladeada hacia un lado para mirarla.- Hola… Me llamo Klark.
Lexa levantó lentamente la cabeza al escuchar la voz de la hija mediana de Mickhell, pero no dijo nada, simplemente siguió derramando lágrimas por aquellos ojos que tan bonitos le parecieron a Klark. Durante unos minutos, las niñas se estuvieron mirando mutuamente, sin decirse nada, simplemente respetando el silencio que Lexa necesitaba para llorar a sus padres, pero, finalmente, Klark volvió a hablar.- Te he traído mi desayuno. Puedes comértelo, yo no tengo hambre.
-Yo tampoco… -Habló Lexa al fin.
-Uhm… Podemos darle el pan a los animalitos. Se pondrán muy contentos. –Dijo Klark con toda inocencia. Solo quería que la morena se levantara de allí, fuera fuerte e intentara recomponerse. Entonces la rubia se levantó y corrió a coger la hogaza de pan y el vaso de lecho que antes había dejado en el suelo.- ¿Me acompañas? ¡Por favor! ¡Por favor, por favor! No quiero ir sola…
A Klark casi le faltó arrodillarse y jurarle lealtad eterna a Lexa para que aceptara, pero no hizo falta, pues, aunque con lentitud, el alma en pena en el que se había convertido la pequeña de ojos verdes, se levantó. Se secó las mejillas cubiertas de lágrimas con una de las mangas de su vestido, y asintió con suavidad a la oferta de la contraria.
Ambas niñas corrieron hacia la casa de los animales, y allí perdieron la noción del tiempo alimentando a cada uno de ellos, lanzándoles miguitas de pan hasta que la hogaza se terminó por completo. Klark estaba contenta porque, al menos, había conseguido que Lexa se comiera algún que otro trozo. Era muy cabezota cuando algo le importaba, y aquella chica había comenzado a importarle sorprendentemente desde que la mirada de una se quedó clavada en la de la contraria más tiempo del que debería.
- No te preocupes, Lexa. Aquí estás a salvo, Thor te protegerá.
- A mí no me protege ningún dios… o eso dice… Decía mi padre.
Claro, como había olvidado aquello Klark. Mientras que los Karls tenían a Thor, los Thralls no tenían a ningún dios que los amparase, eran los olvidados, tanto por éstos, como por los hombres. Era demasiado cruel, al menos eso le parecía a la rubia.- Entonces te protegeré yo.
Y entonces Lexa, dejando de lado su pena, sonrió.
Aquí está el primer capítulo de 'Como Freya'. Tenía muchas ganas de escribir éste fic, así que espero que os guste.
He querido hacer un pequeño viaje al pasado para enseñar cómo se conocieron nuestras pequeñas Vikingas, a partir de aquí ya nos metemos de lleno en la historia.
¡Gracias por leer!
