A/N: Esta es una idea que tengo desde hace unos días y se me ocurrio escribirla para ver si les gusta. La mayoría de las escenas son basadas en el libro, solo que yo les puse unos cuántos cambios por aquá y por allá. Espero que le guste.
Disclaimer: No me pertenecen Los Juegos Del Hambre fueron escritos por Suzanne Collins. Además si fueran míos no escribiría fanfics
Capítulo 1
Prólogo
La tarde de mi encuentro con Aaron Shields fue algo inesperada. Fue durante la peor época posible. Mi padre había muerto en un accidente minero hacía tres meses. Ya pasada el entumecimiento causado por la perdida, el dolor me atacaba de repente haciendo que se me doblaran las rodillas y los sollozos me dejaran sin voz. El distrito nos había concedido una pequeña suma de dinero por compensación de su muerte, lo bastante como para un mes de luto, después mi madre tendría que haber conseguido un trabajo. No lo hizo. Se limitaba a quedarse sentada en una silla, o en la cama. A los once años, con una hermana de siete, me convertí en la cabeza de la familia; no había de otra. Compraba comida en el mercado, la cocinaba como podía, e intentaba que Prim y yo estuviéramos presentables.
La lluvia caía en implacables torrentes de agua helada. Había estado en la cuidad intentando vender algunas de las ropas viejas de bebé de Prim, mi hermana, en el mercado público, sin éxito. Aunque había estado varias veces en el Quemador, el mercado negro, con mi padre, me asustaba demasiado aventurarme sola en aquel lugar sucio y mugriento. La lluvia había empapado la chaqueta de cazador de mi padre que llevaba puesta, y yo me moría de frio. Llevábamos tres días comiendo agua hervida con algunas hojas de menta seca que había encontrado en el fondo del armario; cuando cerró el mercado temblaba tanto que se me cayó la ropa en un charco lleno de lodo, pero no la recogí porque temía que, si me agachaba, no podría volver a levantarme.
No podía volver a casa; allí estaban mi madre con sus ojos sin vida, y mi hermana pequeña, con sus mejillas huecas y labios secos. No podía entrar sin esperanza alguna en aquella habitación llena de humo por culpa de la leña húmeda que encendíamos en la chimenea.
Me encontré tropezando por la calle, detrás de las tiendas en las que vivían la gente más acomodada de la cuidad. Los comerciantes vivían sobre sus negocios, así que, prácticamente me encontraba en sus patios. Recuerdo vagamente la imagen de un perro amarrado a un poste, plantas que esperaban el cesar de la lluvia y unas cabras en un establo.
En el Distrito 12 están prohibidos todo tipo de robos, que se castigan con muerte. A pesar de eso, se me paso por la cabeza que quizás encontrara algo en los cubos de basura, ya que para esos había vía libre. Puede que una hueso en la carnicería o verduras podridas en la verdulería, algo que salvara a mi familia desesperada, dispuesta a comer casi cualquier cosa. Por desgracia acababan de vaciar los botes.
Cuando pase junto a la carnicería, la vista de toda esa carne colgando hizo que se me hiciera agua la boca. Hacía mucho tiempo que no había probado un trozo de carne. Me quede allí, hipnotizada por la visión de toda esa carne tratando de recordar su sabor, hasta que la lluvia me devolvió a la realidad. Levante la tapa del cubo de basura de la carnicería, lo encontré completamente vacío.
De repente, escuche unos gritos provenientes de la tienda, y al levantar la cabeza vi a la señora que era dueña de la carnicería peleando con su hijo menor. Su hija, la mayor, solamente estaba parada sin decir nada con ojos analíticos, pensando en lo que argumentaba su familia. Recuerdo haberme preguntado porque se pelearían. Inesperadamente el chico me señalo a través de la ventana, diciendo algo que no alcance a escuchar. Siguieron discutiendo y yo me senté junto al manzano que había a unos pocos metros de mí. Pasaron los minutos y podía sentir como la vida iba abandonando mi cuerpo, y fue ahí cuando lo vi: un chico de pelo negro asomándose detrás de la puerta trasera. Lo había visto en el colegio, estaba en mi curso, pero no me sabía su nombre. ¿Cómo iba a saberlo? Se juntaba con los chicos de la cuidad, así que ¿Por qué debería saberlo?
Cerró la puerta con un fuerte golpe y se quedó ahí parado, observándome, asegurándose de que todavía estuviera viva. "Que llamen a los agentes de la paz y nos lleven al orfanato-pensé-. O, mejor aún, que muera aquí mismo, bajo la lluvia. Seguramente por eso estaban discutiendo, su madre lo mando a correrme y él no quería hacer el trabajo sucio". No pude hacer estado más equivocada. El chico se acercaba con pasos lentos e inseguros hacia mi dirección. En sus manos traía una bolsa de plástico con carne, tal vez medio o un kilo, no podía decirlo. Cuando llego a donde yo me encontraba, se agacho para ponerse a mi altura y me tendió la bolsa. Su cabello, al igual que se ropa, estaba empapado por la lluvia pero a él no parecía importarle.
Ten-me dijo- Agitando la bolsa frente a mis ojos-. Tómala, la necesitas más que mi familia
Yo simplemente me limite a asentí y agarrar la bolsa. Me quede mirando la carne sin poder creérmelo. Era carne en perfecto estado, estaba fresca y era probable que fuera carne que recibieron de ese mismo día. Sin una palabra más se levantó y regreso a su casa. ¿Acaso quería que yo me lo llevara? Era muy probable porque lo tenía en mis manos. Antes de que nadie más viera lo que paso, me levante, tome la carne y la puse debajo de mi chaqueta y me aleje corriendo a mí casa, que se encontraba en la parte del distrito que llamábamos la Veta.
Cuando llegué, en los ojos de Prim había incredulidad, no podía creer que consiguiera algo así por un puñado de ropa de bebé. Obligue a mi madre a cocinarla y unirse a nosotras una vez que estuviera lista. Al terminar, puse mi ropa a secar junto a la chimenea, me metí a la cama y disfrute una noche de sueños tranquilos. Hasta el día siguiente no se me ocurrió la posibilidad de que el chico me diera la carne a propósito. ¿Por qué iba a hacerlo? Ni siquiera me conocía. En cualquier caso, el simple gesto de darme la comida fue un enorme acto de amabilidad. No podía explicarme sus motivos.
Comimos el resto la carne y fuimos al colegio. Fue como si la primera hubiese llegado de la noche a la mañana: el clima era dulce a cálido, y se podía ver las nubes de nuevo. En clase pase junto al chico por el pasillo, estaba con sus amigos, así que no me hizo caso. Cuando recogí a Prim para volver a casa esa tarde, lo descubrí mirándome desde el otro lado del patio. Nuestras miradas se cruzaron durante unos segundos. Mis ojos grises contra sus ojos azules como el zafiro. El volvió la cabeza y yo baje la vista, avergonzada, y entonces lo vi: el primer diente de león del año. Se me encendí el foco, pensé en todas las horas pasadas en el bosque con mi padre y supe cómo íbamos a sobrevivir.
Perdida en mis propios pensamientos, no lo vi cuando se despidió de sus amigos y se acercó a mí. Alce la vista de nueva cuenta y me percaté de que estaba a un escaso metro de distancia. No sabía que decirle, gracias era una de las cosas que quería expresar, pero las palabras no salían de mi boca.
-Hola- me dice-. Me llamo Aaron, Aaron Shields. ¿Y tú?
-Katniss, Katniss Everdeen- le digo con voz apenas audible. Una sonrisa apareció en su rostro cuando dije mi nombre, y yo se la devolví. Su sonrisa era contagiosa.
-¿Fue suficiente?- me pregunto-. Puedo darte más si es necesario. Su pregunta me sorprendió. ¿Me dar quería más? La amabilidad de este chico no tiene límites
-No, fue suficiente, gracias, de verdad muchas gracias
-No hay de que- me dice con voz dulce dándose la media vuelta para alejarse. No podía dejar que se fuera así, siento que es incorrecto. Tengo que encontrar una forma de pagarle. Odio deberle cosas a la gente.
-Espera, ¿Hay alguna forma en que pueda pagártelo?
No…bueno…. sí- me dice dándome la cara otra vez-. Enséñame a cazar
-¿Quieres aprender a cazar?- le digo con incredulidad
-Sí, siempre me ha gustado ir al bosque. Ya lo he visitado unas cuentas veces, pero he tenido un tiempo difícil tratando de explicarle a mi madre que hacia ahí. Ahora podría decirle que estaba cazando carne para el negocio.
-Bueno-le dijo con desconfianza-. Empezaremos mañana con las lecciones
-Excelente-me dice, su sonrisa haciéndose cada vez más grande-. Nos vemos mañana
A partir de ese día, Aaron y yo nos hicimos buenos amigos. Con el paso del tiempo ambos nos hicimos mejores cazadores, siempre ayudándonos el uno al otro. Los primeros meses fueron un poco difíciles, no podía encontrar un arco que se adaptara al tamaño y fuerza de Aaron y crear uno yo mismo era impensable. Tras días de búsqueda, había uno escondido debajo de un tronco en el bosque y fue como si hubiera sido hecho para él. Gracias a fuerza que adquirió con los años sus disparos podían llegar a distancia muy largas, pero tuvimos que trabajar en su puntería, que no era muy buena hasta que logramos casi perfeccionarla.
No fue complicado llevarnos bien, teníamos una conexión y era que ambos éramos diferentes. El con su cabello negro de la Veta y sus ojos azules de comerciante no era como el resto. No pertenecía ni a una parte de la cuidad, ni a la otra. Su padre era una minero y su madre es de cuidad. Su padre, al igual que el mío, murió en un accidente minero. Eso también ayudo, ambos sentíamos el mismo dolor de perdida. Yo por mi parte, era la cabeza de la familia, nadie podía creer que mantuviera a mi familia con vida yo sola. Y por eso era diferente. Solo teníamos un amigo en común y era Madge Undersee. Desde ese día los tres nos sentábamos juntos para el lunch. Nada ni nadie interrumpió nuestra amistad, hasta ahora.
