Potter vs Dursley
James: Miraba a las dos personas que tenia en frente con algo de burla, nunca había visto a una pareja tan dispareja, parecían una morsa y un pelicano, no veía como es que se habían enamorado porque además de feos, ambos eran demasiado desagradables y antipáticos.
Aparte de eso no podía entender como ese bichejo, dientudo, flaco y amargado que se hacia llamar petunia tuviera algún tipo de parentesco con su dulce gacela.
Vernon: Lentes, despeinado, vestido como un pordiosero. Él al menos estaba peinado y de traje. Conocer a los padres de su futura esposa no era algo para tomárselo a la ligera. Ese tipejo seguro era un desempleado, borracho talvez. Él ya tenía su auto y estaba comprando su casa, además de uno de los mejores puestos en la empresa de su padre. Seria divertido ver como los Sres. Evans lo sacaban a patadas de la casa.
Lily: De pequeñas habían hecho un juramento. Había creído que al menos eso, cumpliría su hermana, pero no. Habían jurado casarse con un príncipe azul, vivir en un castillo lleno de sirvientes, camas con dosel, cubiertos de oro puro…
Lily había cumplido, mas estrictamente de lo que hubiera imaginado cualquier niña muggle de 6 años. Había vivido durante 7 años en el castillo, con camas con dosel, cubiertos de oro y repleto de elfos domésticos, en cuanto al príncipe… talvez fuera un tanto bufonesco, pero era su príncipe y si ella quería con un movimiento de varita lo tendría sobre un corcel, vestido de azul y si la suerte la acompañaba hasta podría llegar a quedar peinado.
Sin embargo su hermana, ni el príncipe había logrado, aquel espécimen era mas bien el sapo del cuento, aunque pensándolo mejor, Vernon no se transformaría en príncipe ni que lo intentara la profesora Mc Gonagall con una docena de besos amplificados a punta de varita.
Petunia: Raros, eso eran. Parecían normales, si, chicos comunes y corrientes, pero ella lo sabía, eran bichos raros, unos anormales. Esperaba con todas sus fuerzas que no espantaran a su novio, por supuesto Vernon la sabia, ella le había explicado y también sus padres esa tarde. Pero diferente era verlos con sus propios ojos.
Si espantaban a su rico y perfecto novio no se los perdonaría. Les metería su palito mágico por donde les cupiese.
