Shellshock.

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sin fines de lucro

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Fue en ese instante que comprendió, con absoluta claridad, su lugar en el nuevo orden, el nicho al cual pertenecía en aquella tierra que ya no era de los humanos. Fue en ese pulso que movió sus manos desatando oleada tras oleada de endorfinas a su cerebro que supo que debía alejarse de ellos lo más pronto posible, que comprendió que su hogar no era junto a los amigos que el destino le había otorgado en su tiempo de tribulación, sino junto a los monstruos que poblaban Japón.

Kohta era uno de tantos otros sin nombre ni rostro, parte de las multitudes de no muertos que carentes de todo propósito pululaban la tierra, el seguir adelante con esas personas no sería posible.

Dejó caer ese pesado madero y contempló sus rostros llenos de revulsión y miedo.

Estaba cansado de fingir…

...

Una figura gris, desdibujada en los tonos opacos del cielo matutino descendió desde su refugió hasta las calles de ese pequeño pueblo en medio de la nada, uno de los tantos sitios que ahora servía como cementerio para la población casi inexistente de Japón.

Espiando en todas direcciones, comenzó a caminar por la ruta habitual, su atención por completo en los alrededores, buscando cualquier señal de alguno de ellos.

No encontró nada y siguió caminando.

Kohta no solía hablar mucho por ese entonces, no existía la necesidad siendo que era, con toda probabilidad, la única persona viviendo en ese alejado lugar, sin embargo, de vez en cuando hacía el esfuerzo siquiera por no olvidar como sonaba su propia voz y porque era una de las tantas maneras en las que evitaba el volverse loco por el aislamiento y la soledad, por lo mismo tenía algunos comederos para aves cerca de su refugio y recibía gustoso la visita de los pocos animales domésticos que se habían salvado al huir de los centros urbanos y que se las arreglaron para sobrevivir por su cuenta.

Aclaró su garganta, tosió un poco y se preparó para hablar.

"Debo revisar el recolector de agua lluvia", dijo para si mismo, sonando rasposo y aletargado.

Frunció el ceño al escuchar su propia voz, no la recordaba así aunque a decir verdad, era difícil el hacer una comparación entre el presente y la última vez que habló con más personas.

"Debo revisar las trampas", murmuró esta vez, ganando algo de confianza con cada palabra, "Debo visitar el templo y hacer una ofrenda, marcar otro día en el calendario"

Con sus labores ya descritas, se movió silencioso por las quietas calles, oculto de los remanentes de "ellos" que muy de vez en cuando aparecían en búsqueda de alimento. Al pasar por una galería comercial abandonada en la que solía buscar pertrechos cuando estos todavía existían, vio su reflejo en uno de los pocos aparadores que no fueron destruidos durante la primera oleada de no muertos, el cristal había sido enjuagado por la llovizna de la noche anterior, la misma que tendría que bastarle para soportar sus necesidades por al menos unas cuantas semanas antes de que se viese forzado a realizar un viaje a un río cercano a recolectar agua, hierbas y alimento.

El hombre que lo observaba de vuelta desde la vitrina era muy distinto al adolescente que eligió seguir viviendo en el infierno a salvar su pellejo junto con sus nuevos amigos, de rostro demacrado y cansado, enmarcado por cabello negro descuidado el cual colgaba en largos nudos confundiéndose con el bello facial, con un par de viejas gafas rectangulares apoyadas en el puente de su nariz, los brazos desnudos, salpicados de una multitud de pequeñas cicatrices que relataban sus largos años de soledad perfeccionando el arte de la trampería y el sigilo. Seguía siendo más bajo que el promedio y de hecho, su figura no había mejorado demasiado incluso con todo el ejercicio que hacía para mantenerse con vida, a su favor, su torso era amplio y firme, sus piernas robustas y fuertes, tal como recordaba a su padre a quien no había vuelto a ver. Kotha sonrió por esa peculiar revelación, pues cuando era pequeño se parecía más a su madre aunque con el pasar de los años, se hizo evidente que las facciones mucho más estéticas provenientes de su lado materno no le tocarían a él.

Escuchó su estomago rugir y buscó en su bandolera algo de pescado ahumado, lo comió despacio, degustando la carne hasta saciarse, le había ido bien en su última excursión, los peces picaban como nunca. El solitario sobreviviente se alegraba por eso pues facilitaba sus excursiones, con recursos escasos a su disposición cada actividad debía ser cuidadosamente planeada, de otro modo, se arriesgaba a la enfermedad y la inanición.

Tal era la vida para quien residía a la intemperie, cazando, recolectando y creando.

Dio un par de pasos a la galería triturando con ello los viejos cristales regados alrededor, raspó entonces el suelo con sus sandalias sin poder recordar en que momento prefirió ese tipo de calzado a otros mucho más prácticos, sería cuestión de volver a asaltar el trasfondo de una zapatería o cualquier otro lugar, pues para ser francos, poco le importaba en ese punto el que vestir, siempre y cuando fuese funcional y lo protegiese del frío cualquier prenda era buena.

Y hablando de eso...

"Debo conseguir ropa limpia, y jabón si es que queda", admitió después de un rato, prosiguiendo su cauteloso andar.

Siendo que las municiones no eran eternas acostumbró a racionalizarlas de forma obsesiva, por lo que su mejor prospecto de supervivencia se vio gravemente reducido a un último recurso.

Eso fue lo primero que aprendió a compensar, desde el momento en que el ferry abandonó la costa usó el resto de su entrenamiento para aprender a vivir por su cuenta, buscó libros y revistas, saqueó tienda tras tienda, de un momento al otro el conocimiento se había convertido en el mayor de los tesoros y él estaba más que dispuesto a recolectarlo para si mismo, a nutrirse de cada pieza de información que pudiese hallar y en cuanto lo tuvo a su disposición, en cuanto se vio a si mismo pasando días y noches absorbiendo ese conocimiento comenzó a ponerlo en práctica.

Se acostumbró a ser silencioso, a mantener los labios sellados sin importar lo que sucediese a su alrededor, a comer cosas en apariencia inmundas y dormir en medio de la podredumbre, a mantener un perfil bajo, siempre con un ojo abierto, siempre atento, siempre listo.

Y al final, cuando llegó a manejar cada una de estas cosas como si fuese su segunda naturaleza entrenó para soportar el hacerlas día tras día.

Su primer objetivo fue ir de regreso al lugar en el que ella había fallecido, allí, encontró su placa abandonada debajo de un automóvil, algo de ropa, apenas jirones de lo que fue su uniforme policial desteñido por el sol y las constantes lluvias junto a unos cuantos huesos oscurecidos por los elementos, no soportando la idea de volver a dejarla cargó lo que quedaba de ella hasta alcanzar ese pueblo abandonado, le dio una breve ceremonia y se quedó a vivir cerca, completamente solo.

Había sido la primera mujer en mostrarle aprecio y de seguro, la única que en realidad lo había amado, tal vez por ello el espectro seductor de esa otra mujer volvía a atormentarlo de vez en cuando, pues era un funesto recordatorio de lo mucho que llegó a perder de si mismo en sus ansias por hallar algo de normalidad antes de que esta misma normalidad lo aplastase por completo.

Los días previos a su gran cisma se parecían a un sueño, supuso en ese entonces que Saeko debía de sentir lo mismo antes de la gran debacle, atrapada en el rol de estudiante perfecta hasta que ninguna otra persona quedó para juzgarla por su apetito por la violencia. Sonriendo con sorna trató de imaginar si acaso ella también se quebraría al verse nuevamente atrapada en esa pantomima de normalidad, viendo como lo que tanto ansiaba se escapaba de entre sus dedos y se volvía irrecuperable, o tal vez, solo tal vez su predicción se habría vuelto cierta y aquello que esperaba a su grupo, ese remanente de sociedad formado por sobrevivientes los dejaría en paz, viviendo en su pequeño trozo de paraíso.

La imaginación y el aislamiento ciertamente eran trampas poderosas para la mente humana, Kohta convivía a diario con los delirios de un mundo que de conocer a ciencia cierta estaba seguro que lo destrozaría antes de que pudiese adaptarse.

El terror inimaginable de volver a ser esa persona mientras que ellos...

"Debo visitar el templo y hacer una ofrenda"

Con su nombre entre los labios continuó su largo peregrinaje, siendo presa de los fantasmas de su pasado.

Fue por algo más que los celos, tal vez se sentía melancólica por no haber hallado a sus padres o quizás, solo quería sacarle celos a Takashi. En el peor de los casos fue por desesperación y solo desesperación que se encontraron una fría mañana juntos, desnudos sobre una cama sin hacer mientras que en las habitaciones contiguas el resto dormía apaciblemente. Sus ojos claros que la noche anterior parecían iluminarse con cada caricia se habían tornado opacos, le dijo en simples términos que tendría que quedarse callado y que jamas se repetiría, que solo era una distracción y que si abría la boca lo pagaría caro.

Lo que más sorprendió a Kohta fue que en vez de furia por el rechazo hubiese una inexplicable calma en su interior, se sorprendió porque en algún momento las palabras de Saya dejaron de dolerle.

Ya no importaba, nada de eso le importaba.

Luego, al venir una segunda noche su reacción fue la misma, era un vulgar acto de desesperación que ninguno de los dos deseaba, solo por ello pudo soportar aquella boca a la que alguna vez deseó recorriendo lugares que nadie había tocado, era enfermizo en realidad, incluso en la peor de las realidades vendía su dignidad por algo de afecto.

Ella solía decirle que era bueno, que al menos para algo servía, Kohta no entendía si con esa clase de cumplido planeaba alegrarlo, quizás convencerlo de poner más de su parte en la charada de su relación.

"Eres un cerdo Kohta-kun", susurraba por las noches, "Y te encanta esto, sé que te encanta"

Se mordía la lengua, cada respuesta se quedaba en su garganta, ella no las merecía.

"Apuesto a que te gustaría hacer esto con las otras, ¿no es así Kohta-kun?, apuesto a que te encantaría tenerlas también"

"Callate", solía ordenar, manteniendo en todo momento un semblante indiferente el cual solo era traicionado por la función carnal y los intermitentes despliegues de falso afecto.

"Callame si te atreves", reía ella, agobiando la espera entre una y otra descarga, obligando al joven a morderse los labios por miedo a despertar a alguien más, "sabes que no puedes, sabes que no quieres, eres tan patético dejando que te utilice"

"Si yo soy un cerdo tú eres algo mucho peor"

Muy de vez en cuando lograba herirla, y cuando esto sucedía dejaba de lado aquella ilusión de gentileza para follarla con más fuerza de la necesaria, buscando así trasmitir su enojo y su frustración.

Saya lo aguantaría en silencio, apenas dejando escapar uno que otro gemido de placer y en cuanto acabase volvería a tratar de destruirlo.

"¿Algo mucho peor he?, pues no hay nada peor que una mujer desesperada, pero descuida, esto no se repetirá en cuanto tenga a Takashi"

"Ve a decirle eso a él", farfulló Kohta separándose de ella para volver a vestirse, " y de paso convence a Sakeo y Rei de lo mismo, no vaya a ser que se pongan celosas cuando te vean llegar"

"¿Y tú no sientes celos?"

Era una pregunta engañosa, cualquier otro hubiese dudado, o al menos sentido rabia pero para él, ninguna emoción aplicaba salvo un tenue remordimiento.

"Ni por ti, ni por nadie"

"Eres un mal mentiroso"

Era el borde del abismo, la invitación a algo peor que lo tragaría por completo y lo escupiría al amanecer, sus dedos se cerraron alrededor de las muñecas de la pelirosa con inusitada crueldad.

"Vete Saya, es la última advertencia"

Ella acercó esos traicioneros labios, trazando delicados besos desde su cuello hasta si mandíbula, quebrando de a poco su resistencia hasta que dejó de luchar.

"Sabes que no puedes decirme que no, ¿qué sería de ti sin mi?, sin mi, no tendrías nada"

Esta vez, no solo fue por sus muñecas, sino que la sujetó de los brazos y la forzó de vuelta sobre el colchón, pequeñas gotas impregnadas en vergüenza surgieron de sus ojos y en sus labios y sus palabras, una silenciosa acusación se transformó en un beso crudo que selló la boca del demonio entre sus brazos.

"La tengo a ella, ella es mucho mejor que tú"

De allí en adelante se apegó a la rutina, cumplió con sus expectativas a cabalidad, le dio lo que deseaba y luego volvió quedarse solo.

Esa era su realidad.

Conjuró en su mente aquel corto tiempo en que se conocieron y fueron felices, su sonrisa amplia y honesta resplandeciendo bajo el sol, su temple al enfrentar lo inevitable, rogando por una última piedad que lo llevase directo a la cuna del horror para así salvarla de un destino peor que la muerte, un descenso seguro en sus peores miedos tomando forma y poseyendo cada aspecto de su vida, el quiebre de la realidad tan lento y paulatino que para el momento en que descubrió lo acabado que estaba solo pensó en cómo escapar.

Y allí seguía, atrapado.

"¿Podrías perdonarme?"

Cada noche la traicionaba, la decepcionaba constantemente con su debilidad, con su pobre voluntad de seguir viviendo.

Cada noche era un recordatorio de sus fracasos en los besos de una mujer que no lo amaba, mientras que la persona que le correspondía ni siquiera tenía un lugar apropiado de descanso.

Fue entonces que comenzó a planear.

Celos, lujuria e irá, su resolución invariable.

Dejaría todo atrás, no podía odiarlos, no a ellos.

Pero tampoco podía seguir por la misma senda, por ello, ataría cabos sueltos, terminaría con todo a la primera oportunidad.

"Hay un gato que siempre llega por las tardes a buscar las sobras de pescado, tiene un hermoso pelaje marrón claro con motas blancas y negras, me recuerda mucho a ti"

De rodillas frente a su placa le dedicó una oración, dentro de poco tendría que volver al refugio para capear la noche a una distancia segura del suelo. Al día siguiente, descendería de su escondite y seguiría su rutina al pie de la letra.

En el camino de regresó pasó cerca de algunas de las alarmas silenciosas que tenía instaladas alrededor para que le alertasen de cualquier posible intruso, una de ellas era un cráneo humano empalado en una estaca. El lúgubre artefacto no estaba allí como una de las alarmas, ni como parte de una trampa, era más que nada un recordatorio del momento en que su cordura lo dejó.

Kohta pateó la estaca y siguió su camino, la parte trasera del cráneo presentaba una profunda fractura producto de un golpe solido con un objeto contundente, ese día, hacia ya tanto tiempo, no tenía ninguna de las armas con las que siempre cargaba, ese día estaba solo, cansado y hambriento, humillado y derrotado, ese día volvió a observar lo peor de la humanidad de manos de alguien a quien odiaba con todo su ser.

Ese día lo abandonó todo con tal de castigar a ese depravado desperdicio de ser humano, imprimió en su persona todo el odio que su corazón pudo conjurar y al finalizar quedó expuesto ante sus amigos como un monstruo.

En el momento en que Alice lo vio a los ojos, y se ocultó detrás de la maestra Shizuka supo que no había vuelta atrás. Aquel detestable maestro no volvería a herir a ninguna otra persona, pero para Kohta, ya era demasiado tarde.

"Un día, mataré todo lo que camina sobre la faz de la tierra", susurró en calma, odiando el sonido de su propia voz.

Se convenció a si mismo de seguir adelante, no tenía sentido el mirar atrás, nadie vendría, nadie osaría a poner un pie en aquel lugar.

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