Las campanas sonaron, y de la iglesia salió una pareja cuyas sonrisas brillaban tanto como el radiante sol de primavera. Los aplausos se hicieron oír entre los asistentes, así como los vítores. La mayoría de los viejos compañeros de preparatoria y de equipo se encontraban presentes ¿Cómo no asistir a la boda de ese pitcher escandaloso que había sido el protagonista de tantas hazañas en Seidou? Todos estaban -de alguna manera u otra- orgullosos de ver que ese niñato había, finalmente, crecido.
Pero entre los presentes se encontraba una figura que sabía que no debería estar ahí. Miyuki Kazuya, que aplaudía junto al resto, tenía los ojos ensombrecidos a pesar que sonreía ante la pareja de recién casados. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que habían hablado cara a cara? Sin contar con la invitación a su boda, Sawamura no le había dirigido la palabra por los últimos tres años.
«Hola, Miyuki-senpai. ¿Cómo estás? ¡Ha pasado tiempo desde la última vez que hemos hablado! Muy pronto me casaré, y me gustaría que vinieras. ¡Será un día memorable! Junto a esta carta adjunto la invitación para que puedas venir.»
Y él había ido. Qué idiota.
Sin embargo, quería ver esa sonrisa por última vez, porque ahora Sawamura ya no lo necesitaba, no necesitaban volver a verse jamás.
Si era tiempo todo lo que tenía, se aseguraría de gastarlo todo en él.
Si era tiempo todo lo que tenía, habría vuelto hacia atrás una y otra vez y arreglar las cosas que había hecho mal.
Pero no.
No existían las vueltas hacia atrás, y tampoco existían las segundas oportunidades.
«¿Qué sientes por mí, Miyuki-senpai?»
La voz desesperada de Sawamura ese último día en el que lo vio en persona acudió a sus recuerdos de golpe. El muchacho había sujetado con firmeza su ropa, y lo veía con ojos desesperados. Miyuki decidió que mentir era lo mejor que podía hacer.
«No siento nada por ti, eso ya deberías saberlo».
Las palabras habían brotado de su garganta con tono indiferente, pero demonios... dolían más de lo que esperó al principio.
El altavoz indicó que el tren que partiría hacia Nagano estaba a punto de salir. Miyuki lo apartó para que subiera y lo dejara atrás y, sorprendentemente, Sawamura obedeció aunque estaba bañado en lágrimas.
Ese fue el último día que lo vio, el último día que intercambiaron palabras. Miyuki no supo nada más de él durante tres años hasta que llegó esa repentina carta. Y como tenía algo de idiota dentro de sí mismo, acudió a la ceremonia.
Nunca se había arrepentido nada de algo con tanta intensidad.
Porque a diferencia de Eijun, él sabía que sus sentimientos no cambiarían por más que la vejez se llevara sus memorias.
