Regalo para Momo *la abraza*
Espero que te guste este loco fic.
Nada me pertenece, salvo la idea, y en este caso tampoco porque es de Momo.
El resto ya se lo saben.
Sherlock se encuentra en medio de un importantísimo experimento - según él -, otra locura de tantas - según tú - . Corre de aquí para allá, sacando cosas que dudas - y mucho - el día anterior estuvieran ahí.
- Necesito... necesito... - dice todo el rato en voz alta. Y para tu sorpresa - sí, aún sigues sorprendiéndote - saca un sobrecito plastificado del bolsillo del pantalón, rasgándolo y cogiendo la evidencia con dos dedos.
- ¿Eso es un condón? – te acercas para verlo mejor. Su mirada contesta por sí sola.
- ¿De dónde lo has sacado? - lo coges de su mano, pringándote.
- No lo recuerdo, de algún cajón - levanta los hombros indiferente.
- Sherlock Holmes - elevas la voz - este condón es mío y no voy a dejar que lo uses para tus experimentos después de haberme gastado yo el dinero.
- Tú eres el que los usa, así que es lógico... - cambia la línea de su pensamiento - ... ¿qué vas a hacer con él? Tu última novia te dejó hace un mes.
- Gracias por recordármelo - bufas. Lo usaré yo solo.
- No, yo lo encontré, ahora es mío, yo lo usaré - y te lo quita de las manos con un solo toque.
- ¿Y cómo lo harás, exactamente? - te acomodas en el sillón. - Cuéntame, esto me interesa - .
- Haces bien en estar interesado, John, tú tomarás parte en la prueba. En media hora en mi dormitorio - . Y sale de la sala en esa dirección. Tu cara es un poema.
Media hora después…
Qué demonios hago aquí. En serio, John, en qué estás pensando - la indecisión da vueltas en tu cabeza. Vas a llamar cuando una voz grave surge del interior. - Está abierta - y simplemente empujas.
Sobre la cama, con el pijama y la bata, como suele vestir por casa. No se vuelve hacia la puerta, parecía meditar.
Avanzas sin saber cuál es el plan. Sólo Sherlock lo sabe - como siempre - . Pero la costumbre hace al experto, y te estás especializando en ser de los pocos privilegiados en comprender la mente del menor de los Holmes.
Te sientas en la cama, mirándolo desde tu posición.
- Guíame - dice el detective incorporándose, y sientes cómo vuestra relación da un paso más hacia algún sitio. No sabes hacia donde, pero apuestas a que es bueno. Aún así te mantienes en tu posición - yo no soy gay - una vez más.
- No pienso hacer nada de eso contigo - gritas ruborizado, levantándote hasta la puerta para salir. Cuando ya se encuentra medio abierta una mano la cierra de golpe. No te sobresaltas, sólo suspiras.
- Vamos, John - dice en tu oreja, y te derrites sin que lo note.
No dices nada, sólo te escabulles de su 'prisión' y vuelves a la cama.
- ¿Tienes un plátano? - preguntas sin segundas, y puedes ver cómo tu - tan inteligente - amigo sigue siendo un crío con una risita, una de esas contagiosa que quita hierro al asunto, haciéndolo todo más fácil.
- ¿Por qué yo? ¿Por qué no otro? - tu pregunta ya tiene respuesta y lo sabes, pero quieres oírlo de su boca, de esos labios que con sólo mirarlos te hacen replantearte toda una vida.
- ¿Piedra, papel o tijera? - y no alcanzas a comprender cuando ya se está bajando el pantalón. Intentas no mirar, no parecer deseoso, pero no puedes disimular por más tiempo. Meses... ¿cuántos exactamente? No lo sabes, y no importa. Cada día has intentado quitar esa idea de tu mente, esa perfecta imagen hecha en tu cabeza que llama a los colores y a la erección. Y con ese simple pensamiento los pantalones empiezan a apretarte, y él se ha dado cuenta, porque no deja de mirar la zona, descarado como siempre, desnudo de cintura para abajo.
No puede ser, piensas al ver su miembro erecto. Nunca pensaste que el detective pudiera estar así en algún momento, y menos poder verlo. El saber - porque es evidente - que tú lo has provocado eleva tu autoestima y lo que no lo es, obligándote a desabrocharte el pantalón. Y de nuevo esa risita de satisfacción, que tantas veces te ha dado ganas de callar con un cojín, y ahora agradeces que no desaparezca.
Todo fluye, su mano dentro de tu pantalón apretando suave, tus gemidos en su cuello porque el roce te hace inclinarte sin remedio...
No hay tiempo para enseñarle cómo ponerse un condón, atacas su cuello y el gime alto, sin importarle el mundo. Lames su nuez y la muerdes, y te tumba bajo él, directo a tu boca, haciéndote daño, lamiendo la herida, volviendo a intentarlo, ahora un poco más suave, paso a paso. No es una lucha, es una danza al compás de dos almas. No, no son dos almas, es una sola en dos cuerpos.
Tu pantalón y esos calzoncillos rojos que tanto te gustan ya no están, sientes una fría mano en tu entrepierna y te estremeces de placer. Miras a Sherlock, concentrado, sus ojos miran más allá, a tu interior. Bajas la mirada, el preservativo perfectamente colocado en su pene. Todo era una treta, maldito... un dedo se introduce en ti y lo olvidas todo. El placer llega a las cuatro paredes, no duele o no eres consciente, tus manos están ocupadas en su cabello, tu boca en la suya, y tu mente en el sube y baja de su mano hasta tu glande.
Ahora tienes tres dedos dentro y ya no los tienes. Una embestida sin aviso, dos alaridos en uno, y el tiempo se para con él dentro de ti. Te mantiene la mirada, no es un reto como muchas veces, es una pregunta, es un ¿estás bien? es un ¿quieres que siga? Y tardas un poco en contestar, porque sabes que - aunque nunca lo admitirá - él también necesita un poco de tiempo para poder seguir, para acostumbrarse a estar dentro de ti.
Ya no duele, al menos no tanto, y comienzas a mover las caderas a su alrededor, subiendo y bajando, demostrando que todo está bien. Y él sigue el ritmo, sin acelerar, sin ralentizar, simplemente lo sigue. No se ha movido hasta ese instante, hasta que tú lo has decidido. Lo acercas por el cuello hasta tus labios. Necesitas beber de ellos, le necesitas. Todo este tiempo has estado tan ciego...
