En el campamento Yunkio de Yezzan zo Qaggaz nunca reinaba la calma. Siempre había algo que hacer, siempre había gente ajetreada. A parte, el miedo se extendía rápido por la colerina, y los esclavos miraban de vez en cuando en la lejanía las murallas de Mereen, como si conseguir tocarlas fueran su salvación, para su esclavitud y su enfermedad.
Maerie, una joven esclava, estaba fuera, le habían ordenado lavar y se dirigía a tirar el agua sucia cuando algo le llamó la atención. A lo lejos, en la oscuridad, se escuchaban unos extraños golpes. Parecían azotes. Se dirigió hacia allí, curiosa, pensando quien se abría llevado el castigo y por qué a aquellas horas. Le resultaba muy extraño.
Entonces, a la luz de luna, pudo divisar como un soldado azotaba a un gran hombre. Maerie se escondió tras unos barriles vacios. Pudo ver como el soldado, el cual había recordado ver otra veces, siempre muy cerca de Yezzan, se ensañaba con el hombre, que estaba atado a un poste, y apenas se quejaba. La sangre llenaba su espalda y goteaba al suelo. Una, otra, y otra vez. La joven estaba impactada. Le entró ganas de gritar "¡Basta!". Nunca había visto dar a ningún esclavo semejante paliza. Los mas graves recibían directamente la muerte, ¿Qué había hecho ese? Los ojos de Maerie ya estaban llenos de lágrimas cuando, rato después, el soldado paró y metió de malos modos al hombre dentro de una jaula que había cerca. Ninguno de los dos mediaron alguna palabra, y el guerrero se fue sin mas a su campamento.
La joven se secó las lagrimas. Lo que sentía era extraño. Una mezcla entre pena y miedo. Recordó que ella también había tenido azotes, al principio de ser esclava, pero fueron benevolentes con ella.
Cuando reaccionó volvió rápidamente a su tienda.
Al anochecer del dia siguiente, Maerie volvió a hacer su tarea y se encontró con la misma escena que la noche anterior. Esta vez se trataba de otro soldado que maldecía mientras golpeaba con fuerzas al gran hombre. Maerie no pudo esta vez ver la escena completa, tuvo que irse. Se le había revuelto es estómago. Al entrar en su tienda se cruzó con dos enanos. Parecían las dos nuevas adquisiciones del Amo. Había oído hablar de ellos. No pudo evitar fijarse en la cara del hombre. Era un monstruo. Le entró un escalofrío y recordó sus buenos tiempos en Dorne. Su niñez. Jamás hubiera pensado que su vida acabaría de aquella manera. Jamás hubiera creído que existían tales cosas como las que había visto en los últimos años. Llevaba dos de esclava con Yezzan. La libertad la recordaba como algo de lo que había disfrutado poco y, desde luego, jamás volvería a conseguir. Cuando vivía en Dorne tampoco importaban mucho las enfermedades. Al menos no tanto como la yegua clara. Ella casi había asumido que moriría de aquello.
Preguntó si tenia alguna tarea mas y le dijeron que no, asi que se fue a dormir, aunque le costó mucho conciliar el sueño.
Al dia siguiente le habían mandado por agua pero un soldado Aya la interceptó.
-Pequeña, ven conmigo…-dijo sin mas y Maerie obedeció sin decir nada y le siguió. Para sorpresa de ella, se detuvieron junto a la jaula donde estaba aquel hombre maltratado, que le daba la espalda a ambos, agazapado.- Dentro de tres días esa bestia tiene un combate muy importante. Límpiale las heridas y luego imprégnalas con esto…-le tendió un cuenco con una pasta.- Abridle la puerta- ordenó a un soldado. Luego, Aya hizo un gesto para que la chica entrara en el pequeño cubículo, con su cuenco, un trapo y un cubo de agua. Entró con miedo y luego el soldado cerró la puerta y Aya se fue.
El gran hombre no se movió. Ahora podía fijarse mejor en el, con la luz del sol, y a escasos centímetros. Era enorme y fuerte, cubierto de bello negro aunque la espalda la tenia prácticamente en carne viva. Apenas llevaba unos andrajosos harapos alrededor de su cintura. Además, olia bastante mal. Poco a poco el hombre se volvió hacia ella y la joven no pudo evitar asustarse a ver su rostro, deformado por la hinchazón de golpes y marcado por el hierro. Cuando los ojos de el se cruzaron con los suyos ella agachó la cabeza disimulando el miedo que tenia.
-Me… Me han ordenado limpiarle las heridas- repitió. El hombre no dijo ni hizo nada. Maerie no sabia que hacer. Estaba temblando de miedo. Una mano suya era mas grande que su cara, de un solo golpe podrá aplastarla fácilmente contra los barrotes. Estaba pensando en lo peor cuando el hombre se puso de rodillas dándole la espalda. Ella lo entendió como una señal de aceptación asi que metió el trapo en el agua y se acercó a su espalda. Con cuidado, empezó a pasar el trapo por sus heridas frescas. De vez en cuando sentía como el hombre se estremecía por el dolor, pero aun asi disimulaba muy bien. Algunas heridas eran bastante profundas, otras infectadas. Cuando acabó con el agua le echó con suavidad el ungüento.
La chica quedó parada, con miedo a hablarle. Pero como no se movió, no tuvo más remedio.
-¿Puede darse la vuelta, por favor?-pidió. El hombre obedeció. Dentro de lo que cabia tenia el pecho intacto salvo por algunas heridas ya secas y cicatrizando, pero el pómulo derecho lo tenia abierto. Volvió a coger el paño y pasárselo con cuidado, pero al parecer le dolió mas de lo esperado y se apartó con el ceño fruncido.- Lo siento…- Maerie se disculpó rápidamente pero el hombre volvió a acercarse a ella, asi que esta volvió a intentarlo. Esta vez el lo soportó mejor y sintió el alivio del ungüento.
Cuando terminó, estaba sudando. El calor que hacia en ese lugar era increíble y tenia mucha sed. Mandó al soldado que le abriera y salió. Luego se fijó que el hombre apenas tenia agua asi que después de beber ella, le llevó agua para el. Este le miró de reojo y musitó un leve "gracias" con voz ronca. Maerie no pudo evitar sonreir, sintiéndose bien sin saber muy bien por qué, y se dirigió hacia su tienda, la interceptó el enano horroroso.
-Hola jovencita, ¿Hablas mi idioma?-le preguntó, divertido. Ella asintió.- Parece que te has hecho cargo de nuestro amigo el Oso…-sonrió y miró hacia la jaula del gran hombre.
-Me ordenaron limpiarle las heridas- explicó.- ¿Sabes como se llama? ¿Por qué le azotan todas las noches?-preguntó curiosa. Puede que el enano supiera algo.
-¿Realmente te interesa?-inquirió sorprendido el gnomo.- ¿Por qué no se lo has preguntado a el?
-Me da miedo. Es muy grande y tiene la marca. Es peligroso y no parece que quiera hacer amigos precisamente… Pensaba que ni siquiera sabría mi idioma.-aclaró.
-Sólo es un Oso… Pregúntale la próxima vez…- En ese momento llamaron al enano y sin decir nada mas se fue. Maerie quedó intrigada, pero solo pensó que el enano querría jugar con ella.
