Empecé a escribir esta historia en el foro como una especie de reto, quería unir dos cosas, una serie que me encanta y una trilogía que odio. La serie, por supuesto es Castle, la trilogía, es Cincuenta Sombras de Grey. Mi objetivo: enseñar una historia parecida a la de la trilogía, pero con un importante cambio, Beckett mantiene su carácter y es una mujer que se hace respetar. En cuanto a Castle, a veces es un amo, otras un controlador (que no es lo mismo) y otras, un amigo. En contra de lo que pensaba, la historia está teniendo éxito en el foro, así que después de darles muchas vueltas, he decidido publicarla aquí.
No sé si esto evolucionará a un romance o no, por ahora me limito a escribir los límites de ambos, lo que ella consiente y lo que Castle acepta y lo que Castle le hace sentir a Beckett.
Tras haberme leído un libro de ese tema pero para mi gusto mucho que mejor que Cincuenta Sombras, intento que Castle se parezca más al protagonista de dicho libro que a C. Grey, está siendo difícil porque los personajes no se parecen en nada.
El título de este Fic es el mismo que el de Cincuenta sombras de Grey antes de que la autora le cambiara el nombre y lo vendiera como un libro.
Aspectos a tener en cuenta:
-Empieza en el 1x01, pero ambientado en 2012.
-Alexis no existe.
-Habrá escenas de BDSM, muy parecidas a las del libro, salvo algunas que no me gustan nada, pero todas inventadas por mí. (Que todavía no he escrito).
-No hay sexo cada dos páginas. (Podría decirse que me lo estoy tomando con calma)
GRACIAS POR DARLE UNA OPORTUNIDAD
Capítulo 1
Mi vida ha cambiado mucho en las últimas semanas, todo se ha puesto patas arriba. Hace unos días yo era Kate Beckett, inspectora de la comisaria 12 de Nueva York. Tenía una vida sencilla, trabajaba, iba a casa, me daba un baño de espuma, leía y dormía. Así un día y otro y otro más. No puedo decir que fuera precisamente feliz, pero al menos era mi vida y me gustaba. Ahora ya no puedo decir que sea mía, ni siquiera sé quién soy yo, quien es la mujer que se refleja en el espejo de mi habitación. Ahora es cuando me pregunto si realmente esa era yo, la dura inspectora o la verdadera Kate Beckett es la que él asegura que soy, la dominada, la sumisa.
(Unas semanas antes)
-Beckett, tenemos un caso. –Torcí el gesto en cuanto recibí la llamada; estaba a punto de darme un baño relajante y para eso tenía a mi lado unos de mis libros de mi escritor favorito, Richard Castle. Ya tenía mi copa de vino preparada y las sales de baño en la mano, pero no, era evidente que no iba a disfrutar de ese pequeño capricho. Los malos nunca descansan, pensé con frustración. Tendría que cambiar mi maravilloso baño por una rápida ducha.
Media hora después estaba en el escenario del crimen, Lanie Parish, Javier Esposito y Kevin Ryan ya estaban allí. Saludé a estos últimos con un gesto y me acerqué a mi amiga y forense, observando el cadáver. Una chica joven colocada sobre una mesa, desnuda, cubierta de pétalos de rosa y con dos girasoles en los ojos. Esposito me dijo el nombre de la víctima, Lanie se acercó a mí.
-Le regaló flores y dicen que el romanticismo ha muerto.
-Lo digo yo, todos los sábados –respondí con cierto tono de queja.
-Píntate los labios.
Lanie Parish siempre me daba su opinión, se la pidiera o no. Era mi mejor amiga, nos conocíamos desde hacía ya varios años, cuando había empezado a trabajar en la 12 y era una de las pocas personas con las que todavía hacía vida social. Una vida social bastante deprimente, debo confesar, porque me limitaba a salir de vez en cuando a tomarme una cerveza con ella. Más de una vez Lanie se había ofrecido a presentarme a uno de sus amigos que me alegría la noche, como ella los llamaba, pero sus amables ofertas siempre eran respondidas con un cortante no, gracias. Hacía ya tiempo que la forense había desistido y yo lo agradecía. No quería iniciar ninguna relación y el sexo sin compromiso no me atraía. No es que fuese de esas que querían flores, cenas con velas y un futuro prometedor, pero de ahí a meterme en la cama al primer desconocido que se me pusiera por delante… Lanie incluso había sugerido regalarme un consolador para mi cumpleaños, pero le había dejado bien claro que la mataría como me viniera a casa con un pene de plástico. La verdad es que en el fondo me arrepentía de esto último, pero ella nunca lo sabría.
-Beckett, ¿en qué piensas? –Lanie me miró, extrañada; yo negué con la cabeza, centrándome de nuevo en el cadáver. La observé con atención, aquello me resultaba tremendamente familiar, como si ya lo hubiera visto antes o como si lo hubiera… leído.
-¿Así que un escritor? –Esposito me miraba con curiosidad desde el asiento del copiloto. –Deben de gustarte muchos sus novelas…
-Son buenas –me limité a decir.
-Ya, deben de ser muy buenas y tú debes de ser muy fanática para que veas un cadáver y te acuerdes enseguida del libro. Te va a ser complicado detenerle… admirándolo…
-Deja de decir tonterías. Es un sospechoso como otro cualquiera.
-¿Crees qué ha sido el escritor? –Lo miré, esperando a que siguiera hablando. –Quiero decir, por lo que me has contado es un escritor de éxito, acaba de sacar su última novela… ¿por qué iba a tirar todo eso por la borda? Además se gana la vida planeando asesinatos, ¿no?, cualquiera en su sano juicio habría hecho algo menos… vistoso, algo que no lo relacionara con él.
Esposito tenía mucha razón y eso me aliviaba. Richard Castle era un gran escritor, Esposito no mentía cuando decía que lo adoraba; sus novelas me atraían muchísimo, sus personajes, los casos tan rocambolescos y las escenas eróticas… estas últimas eran su especialidad y todas las mujeres de Nueva York lo sabían, incluida yo. Deseaba que fuera inocente, necesitaba que fuera inocente, la idea de pensar que mi escritor favorito, alguien a quien yo admiraba, fuera un asesino me ponía enferma. A pesar de todo, sentía en el estómago unas mariposas infantiles, no podía creer que por fin fuera a hablar con mi ídolo. Lo haría como inspectora, sí, pero menos daba una piedra. No sabía mucho de él, sólo que era muy celoso con su vida privada y que no se le conocía ninguna novia, amante o mujer. Se limitaba a aparecer en público en las firmas de sus libros, leía alguna página de su novela con una sonrisa conquistadora, atrayente, o eso parecía por la televisión, y se hacía algunas fotos con sus fans más entusiastas, nada más. Apenas tenía palabras para la prensa, a quien solía dedicarle una mirada fría e inexpresiva, nada que ver con la sonrisa para sus admiradoras.
Aún recuerdo esa sonrisa que me dedicó cuando fui a su primera firma de libros. Me había mirado fijamente, serio, sin decir nada, atravesándome con la mirada, intimidándome. Sentí miedo y llegué a creer que me echaría de allí y no me firmaría el libro. Pero unos segundos después se había relajado, me había tendido la mano y me había escrito una dedicatoria, bastante sensual, que me había dejado sorprendida y a la vez intrigada. De eso habían pasado ya varios años y no había vuelto a una de sus firmas, pero aún guardo el libro firmado como un tesoro, recordando una y otra vez las palabras escritas de su puño y letra.
"Para la bella Katherine, tiene usted una piel preciosa, me encantaría escribir en ella con mis manos"
Escribir con sus manos... entonces no entendí que quería decir, me hacía una idea, pero no se acercaba a lo que realmente Richard Castle había insinuado en esa dedicatoria.
-Bueno, vamos a conocer a tu héroe. –Esposito me sonrió alegremente, yo puse los ojos en blanco. Él era así, éramos buenos amigos, aunque no mantenía esa confianza que tenía con Lanie, entre otras cosas porque cuando nos conocimos se me había insinuado con descaro, sin la menor sutileza. Tras tres años trabajando juntos él había comprendido que lo único que yo podía darle era una buena amistad y se conformaba con eso, por suerte para mí. Además, aunque hubieran existidos sentimientos románticos por mi parte, se habrían quedado bien guardados dentro de mí; las relaciones entre compañeros estaban prohibidas y yo adoraba mi trabajo, no tenía intención de cambiarlo por nada, ni por nadie. -¿Quieres qué lo interrogue yo?
Lo miré fijamente, empezando a perder la paciencia. Él no dijo nada más, entendiendo perfectamente mi mirada de cállate o me harás el papeleo de una semana. No solía actuar como jefa para él ni tampoco para Ryan, su inseparable compañero, pero era su superiora y podía realizar pequeñas venganzas como esas cuando me ponían histérica, que era bastante a menudo.
-Tú quédate aquí, no vaya a ser que se nos escape. Yo iré a buscarlo. –Esposito asintió y se quedó fuera, junto a la entrada, esperando. Al acercarme a la puerta un hombre con cara de portero de discoteca me hizo un gesto con las manos.
-Fiesta privada –dijo de la forma más borde posible.
-Tengo invitación –repliqué, sacando mi placa. El gorila me miró de mal humor pero se hizo a un lado, evidentemente no quería problemas con la policía, no creo que le pagaran lo suficiente para eso.
En la fiesta vi a numerosas mujeres con llamativos vestidos y tacones de 300 dólares y a elegantes caballeros vestidos con los mejores trajes. Entre toda esa gente yo era la única que destacaba, con mi seria y formal ropa de trabajo. Al menos ya no tienes que llevar el uniforme, me dijo una voz. Una camarera se me acercó con una bandeja, ofreciéndome una copa de champán. La rechacé con un gesto y una sonrisa; suspiré, pensando que una botella de ese champán me costaría tres meses de suelo o incluso más. Este no es tu sitio Kate, encuentra al escritor de una vez y cuanto antes termines antes podrás volver a casa y darte ese baño, pensé.
Caminé distraída durante unos minutos, buscándolo con la mirada, pero no lo encontraba por ningún sitio. Al final decidí acercarme a la barra
y preguntar allí, no podía seguir perdiendo el tiempo y las miradas de superioridad de las señoritas bien vestidas me empezaban a poner de los nervios. La misma camarera que me había ofrecido una copa estaba ahora en la barra, sirviendo unos Martini a unas señoras. Me acerqué a ella.
-¿Le puedo servir algo? –preguntó.
-Inspectora Kate Beckett, de la policía de Nueva York. Busco al señor Richard Castle, ¿podría decirme dónde encontrarle?
-Estaba junto a la barra hace un rato, ¿quiere qué mande alguien a buscarle?
-No será necesario, gracias. –Aceptar la ayuda me hubiera sido más fácil y acabaría antes, pero Richard Castle era sospechoso y saber que la policía lo buscaba posibilitaría una fuga. Volví a pasearme por el local, empezando a desesperarme. Era el protagonista de la fiesta, maldita sea, en algún lado tenía que estar. Empecé a pensar que quizás se había ido antes de que nosotros llegáramos, pero la fiesta había empezado una hora antes, dudaba mucho que el escritor se hubiera marchado ya.
Tras dar una última vuelta decidí aceptar la ayuda de la camarera, tenía que encontrar al señor Castle e interrogarle y a ser posible encontrarlo rápido, ya había perdido bastante el tiempo. Me acerqué de nuevo a la barra, pero antes de decir nada oí a dos mujeres hablar en voz baja.
-¿Entonces no ha empezado a escribir nada? –Una mujer rubia cercana a los cuarenta años fruncía el ceño, evidentemente de mal humor.
-No querida, al menos eso creo. En los dos días que he estado con él mientras que me arreglaban la casa no le he visto tocar el ordenador… es raro en él, supongo que necesita algo de inspiración.
-Martha, tu hijo no necesita inspiración lo que necesita es un milagro y entregarme un manuscrito ya, o lo demandaré por incumplimiento del contrato.
-Gina vamos… acaba de publicar su última novela, dale un poco de tiempo. Sabes que siempre cumple, él es así, no deja nada sin cumplir.
-Disculpen. –Me acerqué a ellas enseñándoles la placa, sabiendo que podrían servirme de ayuda. –Busco a Richard Castle, ¿saben dónde puedo encontrarle?
-¿Alguien pregunta por mí? –Una voz sugerente y seductora habló detrás de mí. Me di la vuelta, aliviada porque por fin iba a poder interrogar a mi sospechoso, pero mi objetivo quedó olvidado cuando lo vi. Ahí estaba él, justo como lo recordaba, con la diferencia de que ahora despertaba algo dentro de mí, algo muy fuerte. –Creo que… la conozco… me resulta inquietantemente familiar –dijo. Y yo no pude contestar.
