Nota: Los personajes de esta historia no me pertenecen, solo los uso con fines de entretenimiento y para volverlos más homosexuales de lo que ya son. La historia a continuación no está escrita con el fin de ser una trama seria, es un escrito fluido solo por diversión, capítulos cortos.

Advertencia: Victor Suke / Yuri fragmentado.

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Existen problemas de toda índole, algunos sencillos de resolver, otros no tanto. Pero es de suponerse que deben tener solución, claro, si es que realmente se quieren solucionar, aunque si no es tan grave tal vez ni siquiera es un problema. Hay personas que padecen problemas a los que hacen caso omiso y es hasta que el problema se agrava cuando buscan corregirlo.

Por su parte Víctor no era la clase de personas que ignoraban eso, comprendía su problema perfectamente, como el experto en la materia que era. Sin embargo, tenía ciertas dificultades para solucionarlo y una duda interna respecto a que si no daba solución, tal vez era porque en realidad no tenía interés en hacerlo. En su caso padecía satiriasis. Podría ser grave, podría no serlo. Manejaba ese debate constantemente a sabiendas de que no estaba bien y debía hacer algo para corregirlo, conocía métodos y factores que intervenían en ello, más en cada intento terminaba con una nueva recaída. Se sentía bastante hipócrita con sus pacientes al dar consejos y establecerles rutinas cuando ni siquiera el mismo podía con ellas. Si, Víctor Nikiforov era psicólogo.

Seamos realistas, un doctor no está libre de enfermedades. Para su desgracia, su misma profesión lo hacía sentirse culpable de padecer un problema de tipo psicológico. Más nadie tenía que saber de ello. No tenía pareja, familiares ni muchos conocidos, las personas que atravesaban por su vida solían ser pasajeras al igual que sus aventuras, y por desgracia eso favorecía su problema. Era atractivo, más de lo que debería. Sus cabellos eran finos y sedosos, sus ojos de un azul cielo que acaparaba la atención de todo el que los mirara, labios carnosos y brillantes, su rostro bien definido, pestañas largas, músculos bien trabajados, cualquier detalle que se observara de su persona era perfecto. Por tal, una sonrisa y una mirada seductora bastaban para llevar a cualquiera a la cama.

Había que admitir, su carisma lo hacía encantador y era muy bueno en lo que hacía. Pero eso no dejaba de hacerlo un enfermo. Su actividad sexual era descontrolada a tal extremo que decidió hacerla a un lado, pero no era fácil. Su cuerpo extrañaba el contacto físico, un pedazo de carne ajeno adentro, el sabor a piel. Por más Bisexual que se considerara, tenía favoritismo con hombres, ser activo o pasivo no era problema.

Bien, estaba seguro de que no tenía fuerza de voluntad. Solo resto optar por una medida estúpidamente discriminatoria. ¿Han escuchado que los japoneses tienen pene pequeño? Bueno, eso sonaba jodidamente desmotivador y que mejor que poner a un adicto al sexo en abstinencia en un país donde no podrá ser complacido sexualmente. Con eso en mente es como Víctor termino en el país del sol naciente. ¿Y de que sirvió si encontró extranjeros en aquel lugar? Sin poder evitarlo termino acostándose con el primer sujeto que le correspondió a una mirada picara en un bar. Al menos esto le redujo el campo de acción y aumentaba su culpabilidad. Se contuvo lo más que pudo, pero a la semana exploto como el adicto que era.

Peor aún, estaba estresado, ansioso, con dolor de cabeza y todo lo que la desesperación conlleva. Así que sin poder evitarlo termino en un bar buscando una presa, coqueteando a quien le resultara atractivo hasta que un par de ojos verdes lo hipnotizaron, un hombre bastante apetecible que acepto tomar unas copas con él. Al pasar la media noche ya estaban desnudándose en un motel.

Fatal, Nikiforov no se percató del anillo que aquel hombre portaba hasta que estaban en la cama, era un anillo de matrimonio. La necesidad de su cuerpo lo obligo a ignorarlo con tal de tener algo de sexo y por primera vez en su vida, Víctor se acostó con un hombre casado. Podía comprobarlo: Era un enfermo.
Pero un enfermo en tratamiento.

Tal vez la solución no era intentar dejar su manía de golpe y solo debía reducir la frecuencia con la que fornicaba, de esta manera podría adaptarse lentamente al cambio, hasta que sin darse cuenta se considere un poco más normal. Llegando al punto de hacerlo solo una vez por semana, tal vez dos en caso extremo. Era calentura, cuando el estrés volvía solo se dirigía de inmediato a una ducha de agua helada y tratar de variar su rutina. Salir al parque, al cine o a donde sea, solo tenía que entretenerse en algo, inclusive atender algún cliente podía ser de utilidad. Le gustaba analizar a estas personas, había escuchado que la presión sobre la población japonesa era grande, y si, efectivamente tenía bastante trabajo.

El único problema era decepcionarse de sí mismo, porque atendiera a quien atendiera, no encontraba a nadie con problemas más grandes que los de él. ¿Era mucho pedir encontrarse a un verdadero enfermo que lo haga sentirse un poco más optimista consigo mismo? Vamos, debía haber alguien peor. Cuando perdía las esperanzas de ello, finalmente lo encontró.