Este es un regalo para LizethMellark. Hoy es su cumpleaños y a falta de que pueda darle algo físicamente un fic nunca viene mal e_e. Muchas Felicidades! Aprovecha que ya eres legal 7u7, que te la pases muy bien y comas pastel.

Disclaimer: Nada de aquí me pertenece, todo es propiedad de Suzanne Collins.

Fergalicious

A lo largo de su vida, Peeta Mellark se consideró muchas cosas: amigo, hermano, compañero, hijo. Pero nunca, nunca un cobarde. Era de esas personas a las que se les consideraba de "tomar cartas en el asunto" en cualquier situación que fuese. Nunca había dado un paso atrás en su vida, y no lo haría ahora. Claro que, una cosa tan sencilla era decirlo. Y otra muy diferente a hacerlo.

La música retumbaba en sus oídos, demasiado fuerte considerando que su mesa se encontraba en el rincón, lejos de todos. Admitía que le daba un poco de vergüenza encontrarse en ese lugar. Sabia que muchos de sus amigos concurrían el club con frecuencia. Si alguna vez se los llegara a topar se mudaría de país. Era interesante como sus opiniones sobre el tema cambiaban dependiendo de la hora del día. Por las mañanas se trataba de convencer que aunque pudiera hablar con ella (cosa que sería imposible) nunca su boca diría las palabras adecuadas para poderla invitar a salir. Justo cuando el reloj marcaba las cinco de la tarde se llenaba de valor; cogía su chaqueta negra y salía al mismo lugar de las ultimas noches.

— ¡Caballeros, denle la bienvenida a las chicas que saben como volver a un hombre loco! — el presentador anunció con una voz excéntrica. Nueve mujeres salieron al escenario, ganando varios silbidos y comentarios subidos de tono que a Peeta le hacían sonrojar de solo escucharlos. Todas vestían igual: un top negro de cuero y mangas de color dorado y negro, un short que apenas podría considerar eso, también de cuero. Llevaban una coleta alta y antifaces, sin embargo él la reconocería donde fuera. La chica con la que había quedado encantado desde hace varias semanas. No hacían un baile para los que el club estaba acostumbrado, era muy sencillo. Peeta suponía que era porque muchas, a pesar de taparse los rostros, eran de cerca de su edad.

OoO

— No creo que sea buena idea — dijo Peeta, siendo arrastrado hasta el famoso Stripe Club de la ciudad.

— Vamos, solo por mi cumpleaños — Finnick respondió, tirando de su brazo. Sus amigos habían decidido festejar la mayoría de edad del ultimo miembro de su grupo en un club. Pero no cualquier club, si no uno donde las mujeres bailaban... y probablemente se desnudaban frente a todos. El simple pensamiento lo hacía temblar. No era un mojigato, había tenido un par de novias en esos años. Sabía que era estar con una mujer... o algo así. La verdad es que todas sus novias habían optado por abandonarlo cuando él no quiso llegar mas lejos que a unos castos besos. No era miedo al sexo... solo que quería estar seguro de estar con la persona correcta y no apresurarse nada. Ya habría tiempo.

— ¡Y con ustedes, las chicas que los ponen duros como rocas! — hizo falta de mucho valor para que Peeta no saliera corriendo del lugar en cuanto las mujeres comenzaron a bailar de forma provocativa. Sus amigos comenzaron a estallar en gritos mientras arrojaban dinero. Él prefería no ver, por si acaso comenzaban a quitarse un par de prendas. Su madre siempre había dicho que ver a una persona sin ropa sin su consentimiento era de mala educación. Finnick siempre afirmaba que si ellas no quisieran que las vieras no bailarían así. Peeta no estaba tan seguro que eso fuera un argumento real, pero no dijo nada.

— ¡Oh, vamos, Peeta! — Finnick volteó su cara hacia el escenario —. Solo ve la parte final — y lo hizo. Las chicas se acomodaron en forma de pirámide en dirección suya. Podía ver el descarado movimiento de caderas de la chica que estaba frente a él, solo un metro los separaba. Apreciaba que el lugar se encontrara a oscuras, nadie vería como su rostro se tornaba rojo. Y sin embargo, se encontró que no podía dejar de mirarla. Sus ojos grises se veían tan sorprendentes con el maquillaje negro. Su cabello en ondas y sí, su escultural cuerpo.

— ¿No que muy respetuoso? — se burló uno de sus amigos.

La chica en cuestión se acercó a él. Peeta tomó uno de los billetes que Finnick le había arrojado y se lo tendió a ella en la mano —. Toma. Me... me pareció que eres una gran bailarina — podía escuchar los abucheos de sus amigos por detrás, incluso él tenía ganas de burlarse de si mismo.

Ella parecía ligeramente, como si eso nunca le hubiera pasado. Lo más probable es que fuese verdad —. Gracias.

OoO

Desde esa noche había querido saber el nombre de la chica de ojos grises, pero no tuvo oportunidad. Ninguno de sus amigos notó su repentino interés en ella, la forma en la que la seguía y buscaba con la mirada, lo cual agradeció. Nunca le dejarían tranquilo con sus burlas, o pero, hasta que hablara con ella.

La única razón por la que se molestaba ver el baile fue porque le encantaba como lo hacía. Podría decirse que incluso se lo sabía de memoria. Prestó más atención a la ultima parte que se volvió su favorita. Una pisca de celos cuando ella meneó sus caderas hacia otro cliente como lo había hecho con él. La gran diferencia es que él le dio dinero con respeto (aunque se sentía como si la hubiera insultado haciendo eso) como se debía. El anciano la veía con ojos de lujuria y le gritaba todo tipo de insultos. Esa visión le enfermó. No podía imaginar como exactamente ella fue a parar a ese lugar. Tal vez no tuviera otra opción. Peeta quería ayudarle, aunque no sabía como.

Debería de dejar referirse como "ella", tenía un nombre. Dyllan, aunque dudaba mucho de su veracidad era mejor que un pronombre personal.

Dyllan entró a una de las habitaciones en donde las personas tenían sus... asuntos. Supo que había perdido esa noche, de nuevo.

OoO

Apuntaba sus deberes en el cuaderno cuando un sobre golpeó su escritorio.

— Pero, ¿qué...? — Finnick le estaba sonriendo, como si lo hubiera atrapado en una situación comprometedora.

— ¿Nunca pensabas contármelo? Soy tu mejor amigo — se tocó el pecho, con falso dolor.

— ¿Decirte qué?

— Sobre tu obsesión por Dyllan — sus cejas se levantaron, imaginando lo peor.

Su cara palideció y de pronto cualquier palabra que pudiera decir no funcionaría.

— ¿Cómo...?

— ¿De verdad vas a preguntar? Bueno, en las últimas tres semanas no has podido salir con nosotros argumentando que tienes que estudiar. Pero para ser sinceros ayer llegaste con la ropa llena de brillantina morada.

Peeta suspiró —. ¿Qué es esto? — le mostró el sobre.

— Eso, mi querido amigo, es el pase para un privado con Dyllan.

El color volvió a desaparecer de su rostro, como si hubiera regresado de todas formas.

— Yo...

— No me agradezcas. Disfrútalo... — le guiñó el ojo —. Y no olvides contar los detalles.

OoO

No había podido dejar de jugar con sus manos. Estaba nervioso. No podía desperdiciar estar oportunidad que podría ser la última. Lo dudaba un poco, Finnick no creería en ninguna de sus historias inventadas y le compraría otra entrada. Incluso lo acompañaría para asegurarse de que no se echó para atrás de nuevo.

La habitación lo perturbaba un poco. Las sábanas eran de una tela extraña de la que no sabía su nombre. Era roja y las almohadas negras. No imaginaba a nadie durmiendo cómodo en ese lugar, con lo resbalosas que eran las sábanas se caería por lo menos tres veces en la noche. Se tuvo que recordar que las personas no alquilaban ese tipo de recamaras para dormir.

Afortunadamente Finnick compró la primera entrada de Dyllan por lo que no sería tan incómodo. El tipo entusiasta del escenario hizo la entrada del grupo de baile de Dyllan. Cinco minutos después ella se apareció en la puerta. Peeta se sorprendió de lo rápido que se cambió de ropa. Su vestuario de cuero fue sustituido por lencería roja. Aún llevaba puesto su antifaz.

— ¿Listo, cariño? — susurró ella. Peeta tragó saliva, de repente haberse sentado en la esquina de la cama pareció mala idea pues ella se sentó a horcajadas en sus piernas. Comenzó a besar su cuello, mordiendo cerca de su oreja.

Tembló un poco e intentó apartarlo pero ella no le dejó. No era experto pero podía asegurar que Dyllan quería acabar con todo cuanto antes. Se sintió culpable por haber disfrutado solo unos segundos de lo que estaba haciéndole —. Soy Peeta — dijo él.

Ella gimió. Sus manos comenzaron a desabrochar su camisa —. Hazme gritar, Peeta — dijo en su oído.

Él la apartó de inmediato —. Hum... yo no... yo no quiero hacerte gritar.

Dyllan le miraba sorprendida, haciendo más distancia entre ellos. Se veía un poco aliviada —. ¿Entonces que haces aquí?

— Quiero hablar contigo.

— ¿Sobre qué?

— No lo sé... — se rascó el cuello —. ¿Cuál es tu color favorito?

Ella no respondió enseguida, parecía que trataba de asimilar todo —. Veré si entiendo. Compraste un privado para preguntarme mi color favorito — todavía estaba entre sus piernas, como si no pudiera estar más nervioso.

— Y tu comida favorita — agregó —. Solo si quieres.

— Vaya...

Dyllan caminó por la habitación.

— El mío es el naranja — dijo, intentando terminar con el silencio incómodo —. Como el atardecer.

— Verde — se limitó a responder —. ¿De verdad pagaste solo para esto? — Peeta asintió —. ¿No se te ocurre que otras actividades podríamos estar haciendo en este momento? — se acercó lentamente, comenzando a rozar su mano con su pierna.

Tragó saliva —. No.

Dyllan sonrió, una sonrisa verdadera. No coqueta, ni buscando que las propinas fueran más grandes. Peeta no podía dejar de pensar que haría lo que sea necesario para hacerla sonreír así más seguido.

OoO

Al día siguiente Finnick ya había hecho publicidad de que Peeta finalmente se "estrenó". Palabras más finas no pudo haber utilizado. El resto del día fue perseguido por su grupo sobre los detalles. Posiciones, duración, tamaño. Peeta simplemente negó con la cabeza. No daría ningún tipo de información de su noche con Dyllan porque básicamente no hay nada que pudiera contar. Por una hora completa la tuvo para el solo.

Como él ya sospechaba Dyllan no era su nombre real. No llegó a comprender porque lo cambiaría Katniss Everdeen sonaba hermoso. Cuando se lo dijo pareció sonrojarse aunque por la iluminación pudo haberse confundido. Esperaba que no. Al principio Katniss se mostraba un poco distante y por temas de seguridad le era imposible decir mucho.

Fueron los sesenta minutos más rápidos de su vida, incluso Katniss parecía triste de que se acabaran. Él prometió volver a visitarla de nuevo. Katniss no opinó nada al respecto pero volvió a sonreírle de la misma manera que lo hacía volverse loco.