Bueno Chicas, esta es una historia muy especial para mí. Es una adaptación de mi novela favorita, que opino que es una historia genial y que pocas conocen.

Primero quisiera agradecerle a dios por darme vida cada día. a mi familia y a mis padres. y a mis amigas: Eve, Esmeralda, Mell Worren, Erika Masberg, Rosie Rodriguez, Aryam, Gabriela y todas las que me siguen. son muchas personas especiales.

Pero, sobre todo, quiero agradecerle a Marta Salazar, por su ayuda, sus consejos y su orientación, sin ti, nada de esto hubiese sido posible. ¡Mil Gracias!

Disclamer: Los personajes son de S.M, la Historia le pertenece a Telemundo, yo solo la adapto.

Música: Oyeme-Marco Flores.

Capítulo beteado por Marta Salazar, Beta FFAD: www facebook com / groups / betasffaddiction

ADVERTENCIA: Esta historia contiene escenas gráficas de violencia, sexo y otros temas que pueden no ser aptos para personas sensibles y/o menores de edad. Por lo que leen bajo su responsabilidad.

FLOR SALVAJE

La historia está basada en la novela creada y producida por Telemundo*. Esta adaptación es mi versión para el FanfictionTwilight. Deseo agradecer de lo más profundo del corazón a mis queridas lectoras por el gran apoyo que me han brindado tanto a mí como persona como a los relatos que les he compartido.

¡GRACIAS!


fondo de mi alma, mucha gente al verme sonreír, lloraría conmigo.

kurt cobain.


Capítulo I.

La Obsesión de Edward.

Canción: Óyeme - Marco Flores.

En un olvidado lugar lejos de la mano de la ley y de las influencias modernas, encontramos Timotes, un pequeño pueblo del lado sur del río. Un pequeño territorio olvidado por Dios, pero que era sin duda un paraíso pesquero y próspero. Isabella Swan caminaba por el viejo puente de acero que se suspendía sobre las aguas y bordeaba las costas. Con determinación y mucho dolor, ella, una joven y virginal mujer de dieciocho años, con aspecto frágil como de niña, avanzaba paso a paso mientras la fuerte brisa marina hacía bambolear el humilde vestido rosado de flores que le había confeccionado su madre. ¿Por qué Isabella cruzaba ese puente endemoniado? Esta era una de esas preguntas que se contestan por sí mismas: Iba rumbo a la cárcel a visitar a su mejor amigo y hermano.

El hermano de Isabella había cometido un gran error, el más fatal de los errores que puede cometer un hombre en los alrededores: Enamorarse de la hermana del Jefe Civil. El todopoderoso y señor de Timotes, Aro Vulturi.

Su hermano estaba como poseído e irracionalmente enamorado como un loco de una mujer prohibida, prohibida especialmente para alguien como ellos, los hijos de la India Renée Swan y el borracho Charlie; eran quienes por su nulo linaje resultaban ser demasiada poca cosa para Aro Vulturi, y este jamás permitiría que su hermanita mantuviese vínculos de algún tipo con un indio, y mucho menos con Seth Swan o con cualquier hombre semejante.

Aro amaba a su hermana mucho más de lo debido, y para su desdicha ella era sangre de su sangre, alguien prohibida incluso para él.

Isabella llegó después de casi una eternidad a su destino. Cuando ingresó en las malolientes instalaciones de la cárcel fue dirigida a través de los mohosos y oscuros pasillos hasta que encontró a su hermano en una de las celdas más alejadas y descuidadas que pudo contemplar. Le llevó algunos momentos acostumbrar su vista al incómodo espacio y descubrió con temor la verdadera realidad de la condición de su hermano: Había sido fieramente golpeado; sus ropas, lo mismo que la abundante piel expuesta se hallaban ensangrentadas; los moretones y la inflamación le desfiguraban el rostro, pero le era posible ver cómo sus ojos agonizaban de tristeza y el dolor era casi palpable con la mirada torturada que le dedicaba.

Isabella nunca entendió el amor, eso no estaba hecho para ella.

Entró a la celda mientras él leía una carta que suponía era de su amada. Isabella se sintió morir.

—Seth, hermano —pronunció con la voz asustada mientras se lanzaba a los brazos de su hermano mayor, quien a pesar de los golpes y heridas le consolaba y secaba sus lágrimas.

—Te traje comida, la ha preparado mamá, no te la pudo traer ella misma porque tenía mucho trabajo, ya sabes —dijo inyectando un poco de ternura e intentando besar a su hermano, mas este la rechazó fervientemente y de manera brusca.

—Vete de aquí, Isabella, este no es lugar para una niña como tú —demandó toscamente.

Isabella con el corazón roto acarició la cadenita de oro que tenía su hermano entre las manos, procurando ganar algo más de tiempo, aligerar el momento y esperando apaciguar a su hermano.

—¿Y esta cadena tan bonita? ¿Es de tu novia? —indagó con la voz temblorosa y aún más rota. Sumergiendo a su acompañante en un remolino que lo consumió y lo fundió en un mar de recuerdos.

Flashback.

—¿Y esto, es un regalo? —preguntó Jane sentada en las piernas de Seth a la orilla del río, mientras él le ponía la hermosa cadena.

—Es más que un regalo, Jane, es un símbolo de nuestro pacto —contestó él—. Un pacto del que nunca nos vamos a separar y mucho menos olvidar por el resto de nuestras vidas —dijo con tono solemne besando el cuello de la joven.

—Acepto el pacto —contestó sonrojada entre medias risitas, mientras se besaban con anhelo y pasión.

Fin del Flashback.

—¿Estás así por lo que dice en esa carta? —preguntó con la desesperación pintada en cada una de sus palabras.

—Todo lo que dice aquí es mentira, Isabella —argumentó dolido—. Es su letra, pero no sus palabras. No lo entiendes, ella jamás se expresaría de esta manera, jamás sería capaz de tan siquiera pensar algo como esto de su peor enemigo, y menos de mí. —Guardó silencio por unos momentos y luego continuó—: Yo también te amo, eso fue lo último que me dijo —susurró Seth con los ojos cerrados y la cabeza gacha, hablando en base a los recuerdos.

Flashback.

—¡Seth, cuidado! —gritó Jane cuando un puñado de los guardias de su hermano agarraron al joven inmovilizándolo. Aro lo miró asqueado.

—Se lo dije, Seth, guerra avisada no mata soldado —aseveró con voz agria, pero al parecer no teme el poder de mi mano, ahora le mostraré por qué debió escucharme y esta vez aprenderá de mí mismo la lección, una que jamás olvidará.

Luego lo golpeó hasta dejarlo inconsciente.

—¡Seth! ¡Seth! ¡Seth! —gritó la joven siendo arrastrada por ambos brazos como una cualquiera.

Fin del Flashback.

—Por eso sé que esta carta no la escribió ella —dijo mientras la arrugaba y se levantaba furioso.

—¡Sáqueme de aquí, Aro! ¡¿Dónde está Jane?!

—A ver, imbécil, lleva cinco días encerrado aquí, ¿y no es suficiente para que se olvide de mi hermana? —preguntó Aro que acababa de llegar del pueblo junto a algunos de sus hombres.

—¡¿Dónde está Jane?! —exigió saber Seth ignorando el desprecio y la soberbia del Jefe Civil.

—¡¿Qué le importa?! —escupió enfadado—. ¿Acaso no le devolvió la cadena? ¿No le escribió diciéndole que se largara al mismísimo infierno? ¿O es analfabeta como su padre? —preguntó Aro con burla.

—¡Usted la obligó a escribir esta carta! —gritó Seth.

—¿Usted cree? —repuso Aro riéndose a carcajadas.

—¡Malnacido! —le escupió Seth.

—¡Le voy a enseñar qué es bueno! Lo que ha experimentado estos días serán poca cosa en comparación, ya verá, le voy a enseñar que con Aro Vulturi y sus asuntos nadie se mete —sentenció Aro con expresión oscura, mientras agarraba el bate sin quitar por mucho la mirada siniestra del cuerpo magullado del joven y se apresuraba a gritar órdenes a sus hombres—. ¡Llévenlo al patio!

El eco de sus últimas palabras parecían incrustadas en las paredes y en lo profundo de su mente para cuando los hombres entraron en la celda y tomaron despiadadamente a Seth arrastrándolo sin mucho esfuerzo a pesar de los desesperados e infructuosos intentos del hombre por oponer resistencia. Isabella gritaba pidiendo compasión, pero era demasiado tarde.

—¡No, Seth! —jadeó mientras veía cómo se lo llevaban a rastras por el lúgubre pasillo.

.

.

.

En el patio, Seth fue empujado en una zanja de tierra mientras otro grupo de hombres se apresuraban y la llenaban.

—¿Qué va a hacer? ¿Me va a enterrar vivo, desgraciado?

Aro lo miraba sin misericordia.

—¡Por terco, imbécil! —dijo para después golpearlo en la cabeza, Seth se desmayó mientras cavaban su tumba.

Mientras tanto, Isabella lo miraba sollozando desde los matorrales, sus sollozos y jadeos eran amortiguados por su mano, la cual impedía que salieran los gritos de terror. Las lágrimas ya no bastaban, estaba observando cómo su hermano era enterrado vivo, miraba su muerte en silencio. El odio hacia Aro Vulturi crecía en su joven corazón, el dolor estaba latente en cada poro de su piel.

Se mordía la lengua para no gritar, para no ser vista.

Ese día, murió Seth Swan, murió por amor.

Murió por amar y entregarse con cuerpo y alma, murió por probar lo prohibido, murió por saborear la manzana.

Isabella poco después, desesperada corría como poseída por el pueblo buscando a su madre, buscando a alguien que la ayudara; pero era muy tarde, Seth se había ido.

Corrió por el mismo puente hacia su casa, corrió llena de lágrimas, el vestido se levantaba y parecía cobrar vida propia mientras corría desesperada, anhelando llegar a casa. Gritó, gritó varias veces llena de furia, llena de sueños rotos.

Cuando llegó al bar de su madre, no tenía valor de hablar, las palabras habían desaparecido, estaban atoradas en su garganta que se consumía en fuego vivo, las palabras se habían ido; como pudo, salieron atropelladas las unas con las otras. Finalmente logró decir entre sollozos:

—¡Mamá, lo enterraron! ¡Lo enterraron vivo! —gritaba desesperada, queriendo que su madre comprendiese la gravedad de la situación, buscando la mejor manera de expresarle pese al dolor y la agonía. Renée la miró sin entender, pero rápidamente las respuestas acribillaron nefastamente su cabeza, y su mirada se oscureció de odio, de dolor. Se había llenado de desesperación.

—¡Mataron a mi hijo! —gritó Renée, cerrando las manos en puños. Sin perder tiempo se quitó el delantal, las lágrimas empañaban su rostro.

—¡Está vivo, pero no creo que dure mucho tiempo! —respondió Bella sollozando. Ambas mujeres compartieron una mirada de agonía y de locura infinita.

—¡No voy a permitir que maten a mi hijo por una mujer! —le respondió su madre temblando.

—Es tu culpa, india, me pariste un hijo blanco, pero bruto como los de tu raza —gritó Charlie borracho, estaba demasiado ido para comprender lo que en realidad estaba pasando.

—¡¿Qué creen?! ¡¿Que por ser hijo de una india como yo pueden hacer lo que se les da la gana?! —gritó Renée corriendo hacia el cuartel, sin detenerse a pensar mejor las cosas, sin mirar atrás.

—¡Renée! ¡¿Para dónde vas?! —gritó Charlie desesperado intentando retener a su mujer, pero ya ella iba llegando al puente seguida por su hija.

Renée llevaba una Biblia y un jarrón de gasolina en las manos, Isabella no entendía lo que su madre quería hacer.

Cuando llegaron, Renée tomó un fósforo y encendió el fuego, creando una pequeña hoguera. La gente pronto comenzó a rodearla, y ella llena de valor, con la respiración agitada hizo notar su presencia.

—¡Aquí estoy, Jefe Civil! —gritó—. Cinco días lleva encerrado mi hijo sin haber hecho nada malo. Así me quede sin voz, quiero que este pueblo sepa quién es ese señor que se hace llamar el Jefe Civil. —Todas las personas que la rodeaban empezaron a inquietarse, nadie se metía con Aro Vulturi sin salir ileso; él era el dueño y señor de Timotes, y pronto, también el Alcalde.

Aro no se hizo esperar mucho para enfrentar a aquella pequeña muchedumbre. Salió acompañado de un considerable número de sus hombres llevando arrastrado el cuerpo inerte de Seth. Las personas lo miraron horrorizados, pero nadie se atrevería a decir algo, era sumamente peligroso, y Renée estaba jugando con fuego.

—¡Mi hijo! —gritó Renée apaciguada por los sollozos interminables de Isabella.

Dejaron caer abruptamente el cuerpo mutilado a sus pies, muerto y ensangrentado; sin vida. Renée observó desesperada e incrédula a su hijo, a ese ser sangre de su sangre que yacía desparramado y muerto a escasos centímetros de ella, muerto por una mujer.

Renée se volvió loca, dolida y rota en miles de pedazos.

—Ahí tiene a su hijo, india, lo que tanto quiere —contestó Aro sin compasión alguna.

—¡Malditos! ¡Mi hijo está muerto, me lo mataron! —gritó Renée tomando a su hijo en brazos.

—¿Qué va a hacer, india, denunciarme? —dijo Aro con sorna—. Haga lo que se le dé la regalada gana.

—¡No van a quitarme a mi hijo! ¡Lo quiero vivo, vivo! —gritó Renée, quien se negaba a aceptar la muerte de Seth.

—Ahí lo tiene. Lléveselo y entiérrelo.

—Seth, no —sollozaba Isabella tomando las manos de su hermano. Lo tocaba por todas partes intentando encontrar su pulso. Isabella estaba desesperada, completamente negada a la realidad.

Renée con determinación, convencida a sí misma que no podía vivir sin su hijo tomó el tarro de gasolina. Entre las sombras Jane miraba a su amado inerte en el suelo. Llorando en silencio, tomó la decisión de huir y escapar de las garras de su hermano.

—Seth, perdóname —susurró Renée para después bañarse en gasolina y prenderse fuego.

Isabella gritó desgarrada mientras veía a su madre siendo abrasada por las llamas para dejarse morir quemada. Ella intentó apagar el fuego, pero era demasiado tarde; la gente no se movió a ayudarla por miedo de Aro Vulturi. Isabella se convenció a sí misma que todo era una horrenda pesadilla.

—¡Mamá, no! ¡Mamá, ¿qué está haciendo?! ¡Noooo! ¡Mamá! —Isabella Swan gritó sin parar mientras intentaba sofocar el fuego.

Los gritos de Isabella se combinaban con los de Renée y el resto de las personas que se desvanecían en una fría noche de terror que nadie olvidaría.

.

.

.

Un Charlie Swan confundido y débil enterraba a su esposa y a su hijo debajo de un árbol en el patio de su propiedad. La borrachera le había pasado de sopetón cuando unos compañeros le dieron la terrible noticia. Su mujer, su mujer estaba loca, y no pensó en las consecuencias de sus decisiones. Charlie conversaba con su amigo de manera mecánica sin saber el contenido real de sus palabras.

—No me dejaron enterrarlos en el cementerio, dicen que es pecado quitarse la vida —susurró con voz lúgubre, mientras sus hijas estaban sollozando sobre las tumbas.

Tenía cuatro hijas a las que educar: Isabella, Jessica, Angela y Laurent.

Era demasiado peso para él solo. No podía hacerse cargo de cuatro niñas, ahora nada tenía sentido, nada importaba, ni siquiera su propia sangre, esas niñas eran el vivo recuerdo de su desgracia.

—Al menos te quedaron tus cuatro hijas —dijo su compadre.

—Cuatro cargas fue lo que me dejó Renée. Perdí a mi hijo que era el único que podía llegar lejos —contestó con el semblante ido en algún punto lejano a la escena a sus espaldas.

Charlie hizo ademán para marcharse de ese horrendo lugar.

—¿Papá? —preguntó Isabella confundida.

—A partir de este momento, ustedes son huérfanas —dijo Charlie antes de marcharse sin remordimientos, sin culpas, dispuesto a olvidar todo lo que había pasado esa noche, dispuesto a herir y a lastimar.

Las niñas perplejas lloraron más aún. Isabella había conocido a la muerte esa fría noche. Esa jovencita había madurado todo lo que se podía madurar, y ahora estaba sola.

Los días pasaron en Timotes y las cuatro hermanas pasaron hambre, frío y dolor sin que alguien en el pueblo les extendiera la mano, les abriera las puertas de un techo o les ofreciera una oportunidad para levantarse de todo aquello.

Días después, Isabella pasaba por aquel puente cargando a Laurent que tan solo tenía cinco años. Jessica y Angela la acompañaban sumisamente sin ser muy conscientes del porqué sus vidas se habían convertido en un infierno.

—Les juro que las voy a cuidar y que jamás las voy a abandonar —dijo Bella abrazándolas.

Las hermanas no dijeron nada, porque no había nada que decir.

Estaban a la deriva, dormían bajo un puente y en la mañana mendigaban la comida.

Los días siguieron pasando, y uno de esos, por las calurosas calles del pueblo caminaba La Calzones, una prostituta, la única del pueblo. Vestía una pequeña faldita negra que exponía sus piernas largas, una camisita apretada color morado y unos tacones enormes.

—Cariño, ¿por qué tan perdido, dulzura? —le preguntó al hombre que vendía los melones, mientras este se la comía con la mirada para posteriormente regalarle un melón enorme.

Luego caminaba lentamente observando unos collares. Isabella sutilmente chocó con la mujer y la miró detenidamente mientras le robaba un billete del sostén.

—¡Socorro! ¡Me robó! ¡Agárrenla! —le gritaba a los policías que la perseguían.

—Esa zarrapastrosa me robó. Devuélvemelo, sabandija asquerosa —le dijo a Isabella cuando la agarraron los policías. Bella maldijo en silencio, con eso podría comprar algo de pan para sus hermanas.

Bella forcejeaba mientras intentaba conservar el dinero.

—¡Suélteme, que yo no tengo nada suyo, y más sabandija será usted! —le gritó Isabella resistiendo todo lo posible por garantizarle algo de alimento a los suyos. En cuestión de días se había convertido en una pequeña e indomable salvaje.

—¡No! ¡Hermanita! ¡No se la lleven! —gritaban Jessica y las demás, mientras lloraban e intentaban sacarle el guardia de encima a Isabella. La Calzones al ver esto se compadeció.

—No, esperen. Perdón, oficial. Qué vergüenza con usted, mire, apareció el dinero —dijo sacándoselo del brasier, mientras coqueteaba con el guardia.

—Claro que sí, para servirle —dijo el oficial cuando miró los senos de La Calzones.

—Gracias —contestó ella.

—Y tú no te muevas de donde estás. —La señaló La Calzones molesta—. ¡Te salvé por tus hermanas, pero te juro que si te vuelvo a ver te abro la panza y te saco el billete!

Isabella y las demás salieron corriendo emocionadas por tener algo con que comer.

.

.

.

En la plaza La Calzones caminaba moviendo sus caderas de un lado para el otro, sin percatarse de que Isabella y las demás la seguían curiosa.

—No es rica, pero tiene techo —les susurró Isabella a sus hermanas al ver entrar a la mujer a su casa.

En las noches se ocultaban como mejor podían entre cartones, mirando cómo los hombres entraban y salían de la casa de la mujer y se preguntaban el porqué.

Isabella estaba deseando un techo cálido y una comida caliente. Harta de pasar trabajo y de aguantar las lluvias se dejó ver por la mujer que rápidamente las enfrentó.

—Así que eran ustedes, ¿ahora qué quieren? —preguntó La Calzones cuando las agarró infraganti ocultas mirando en dirección a su casa.

Isabella se levantó y le entregó el arrugado pedazo de papel moneda.

—Ahí está su billete —susurró Isabella sin más. Esta la miró asombrada.

—Pues bien, ahora ya se pueden ir —contestó.

Ella entró a su casa y les cerró la puerta en las caritas sucias y pálidas. Las niñas lloraron desconsoladas, hacía mucho frío, y era mejor que buscaran un cartón rápido para refugiarse e intentar dormir.

Mañana tras mañana las niñas seguían allí, viendo a la mujer y a los hombres entrar y salir de aquella casa sin haber logrado llegar a una conclusión sobre qué sucedía ahí dentro. Solo podían notar las ropas de muchos de esos hombres que se daban cita desde muy temprano en el día hasta muy tarde por la noche.

Una mañana la mujer se les aproximó y les regaló algunas frutas. Contempló cómo se las devoraban y se atrevió a preguntar:

—¿Se puede saber dónde está tu mamá?

Isabella respondió sin dudar: —Se murió —dijo atragantada de dolor.

—¿Y tu papá? —preguntó mientras les ofrecía más fruta.

—Nos abandonó —susurró reviviendo los dolorosos recuerdos, sin despegar la mirada de sus hermanas que con manitas mugrientas sostenían la fruta contra sus bocas.

—Pues eso está muy mal, vamos a tener que irlo a denunciar —dijo La Calzones.

—¡No! Por favor, eso pasó hace mucho tiempo, doña, yo lo que necesito es trabajo… Quizás en su casa —susurró Isabella atemorizada—. Por favor, es que me da miedo que les pase algo malo a mis hermanas —suplicó buscando un instante los ojos de la mujer para bajar la vista avergonzada a sus pies y luego contemplar nuevamente a las otras niñas.

—Pues yo no soy la más indicada para cuidar niñas, ¿por qué me escogiste a mí?

—Porque usted es la única persona que nos ha ayudado desde que mi mamá murió.

—¡Hay! ¡Definitivamente debo de estar loca para meter cuatro piojosas en mi casa! —decía la mujer mientras su noble corazón le dictaba qué era lo correcto.

—¡Adentro! Vamos, antes de que me arrepienta —contestó y las niñas no dudaron ni un segundo, corrieron a la casa.

Ya dentro, la mujer les explicaba las reglas, mientras les daba de comer en la mesa. Isabella dibujó una enorme sonrisa agradecida con Dios o con cualquiera que estuviese en el cielo, estaba infinitamente feliz por la ayuda de esa mujer que se había convertido en un ángel salvador justo a tiempo, gracias a algún milagro divino.

—No pueden estar todo el tiempo dentro de la casa. Como la comida no es mucha, hay que racionar el asunto. Cama no hay sino una y es donde yo trabajo —puntualizó a grandes rasgos la mujer mientras las niñas comían desesperadas la sopa calentita de sus cuencos.

—No se preocupe, doña, que en el patio estaremos bien —contestó Isabella agradecida.

—Pero es que…

—Es muchísimo mejor que vivir bajo un puente, créame —aseguró rápidamente la niña.

—Pero eso sí, cuando yo esté trabajando, no me pueden interrumpir, ¿está claro? —La voz femenina sonó autoritaria y exigente, y las niñas asintieron firmemente.

—Mmhm. Sé lo que hace usted para ganarse la vida, y eso no está bien —dijo Isabella sonriendo.

—Peor lo que hizo tu papá, que las abandonó. Soy una mujer honesta que por lo menos no le hace mal a nadie —debatió sin cambiar el tono y peinando a Laurent que seguía entretenida comiendo y balanceando de felicidad las piernitas debajo de la mesa.

—Porque tan inocente niña, se ve que todavía ningún hombre te ha tocado —le dijo a Isabella levantando su mentón.

—Por supuesto que no —contestó ella como si fuese lo más obvio.

—Así que todavía eres virgen. Esos remilgos se te irán pasando, te acordarás de mí —dijo carcajeándose.

—¿Por qué dice eso? —preguntó Bella confundida.

—Porque no le hago nada de mal al mundo, yo hago feliz a los hombres, ¿o me vas a decir que los hombres que vienen a ser consolados no se van felices? —preguntó acariciando el cabello de Bella e intentando peinarlo.

—¿Cómo hace uno para trabajar en eso de consolar a los hombres? —preguntó Bella.

—Mmhm. Ya veo que estás interesada —contestó La Calzones.

—¿Y eso le da para vivir?

—Sí, pero lo justo, si una mujer desea triunfar en este negocio, tiene que ir al otro lado del río, en Nueva Esperanza. Lo único que existía por esos lados eran siembras, hasta que un buen día… ¡Zaz! Encontraron petróleo, y llegaron los gringos con sus máquinas modernas, después miles de hombres comenzaron a llegar buscando trabajo; y donde hay un montón de hombres solos, ¿qué tiene que haber? Pues un montón de mujeres que los hagan felices y los mantengan contentos para seguir trabajando; además, el petróleo da billete y los billetes se hicieron para gastarlos. Mujeres mexicanas, brasileñas, argentinas, colombianas, venezolanas; todas llegaron buscando dinero —decía la mujer relatando una historia que era verdaderamente cierta.

—¿Y cualquier mujer puede llegar a ese pueblo y trabajar en eso? —preguntó Bella.

—No, cualquier mujer no, tiene que tener estilo y ser hermosa; es más, dicen que las mujeres más hermosas del mundo se van para allá.

Del otro lado del río, en Nueva Esperanza, un pueblo petrolero se mostraba la misma historia: ocho mujeres vestidas de rojo pasión con atuendos cortos de diseñador pegados al cuerpo y tacones de marca. Mujeres haciendo uso de las armas más letales: sus cuerpos; vistiendo con velos porque hoy el pueblo estaba de luto, mas ellas no conocían esa palabra. Su vida era una fiesta, su sonrisa era parte de su instrumental de trabajo, siempre alegres, siempre las damas, nunca las novias. La líder, era Esme, una mujer madura y hermosa con un cuerpo de Barbie.

—Están velando a Alirio el amante de Tanya, la mujer del señor —dijo Esme refiriéndose como al señor al gran y poderoso dueño de todas esas tierras, Edward Masen.

—Al pobre Alirio lo mató el diablo, y ese solo mata por celos o por placer —contestó Carmen refiriéndose a Edward, el dueño y señor de todo esto.

—Eso no se habla, Alirio nos acompañó muchas veces en vida, ahora hay que acompañarlo en muerte —contestó la mujer intentando no hablar de su antiguo amor, el único hombre que entró a su corazón y se lo arrancó después.

—¡Edward, por favor! —gritaba Tanya.

Edward Masen iba en su fuerte caballo, vestido de llano y con su fiel sombrero, arrastrando con el caballo por todo el pueblo a Tanya, su mujer, la misma que le fue infiel con Alirio. Ese era su castigo, la humillación.

—¡Por favor, te lo suplico, ten piedad! —imploraba la mujer despeinada, mal arreglada, con el vestido roto, sucia y quebrada.

—¡Cállate! —le gritó con una expresión dura. Edward no tenía piedad, y el perdón no existía en su vocabulario, todo en él era furia, pasión y fuego.

—¡Ten piedad de mí! ¡Te lo suplico! —lloraba Tanya arrepentida de su error.

—Buenas tardes, señoritas —dijo saludando a las mujeres de la calle del consuelo con galantería. Todas ellas eran sus mujeres, mujeres que compartía y le cedían tiempo y atención a cambio de unos cuantos billetes—. Míralas bien, Tanya, porque estas mujeres de la calle son mucho más decentes que tú. ¡Porque no engañan a nadie, tú eres una cualquiera! —gritó furioso.

—¡Edward, te lo suplico, por favor. No lo vuelvo a hacer, por favor, pero perdóname! —gritó arrodillándose implorando su libertad.

—¡Vamos a la iglesia para que le pidas perdón a tu amante que por tu culpa está muerto, el desgraciado! —gritó.

Siguió cabalgando ignorando las súplicas mientras arrastraba a su mujer por todo el pueblo.

—Así que la amante de Alirio era Tanya —dijo Rosalie sorprendida—. La esposa de don Edward, perdón, del diablo —dijo incrédula.

—Híjole, el diablo yendo a la iglesia, ¿quién dará la misa? —preguntó Irina.

—Vamos, niñas —dijo Esme y todas la obedecieron, las mujeres caminaron detrás del caballo rumbo a la iglesia.

En la iglesia, Edward se detuvo tras los sollozos de su mujer.

—¡Aquí les traigo a la comidilla del pueblo para que no estén hablando nada a mis espaldas! ¡Sí, esta es mi mujer, y me engañó con el desgraciado que están velando allá adentro! —gritó señalando a la iglesia, lleno de rabia por aquella humillación.

—¡Así que mírenla, gócenla, véanla bien, pero con cuidado, porque por verla así está muerto ese sinvergüenza! —gritó furioso.

—Pocos hombres reconocen algo así —dijo Rosalie asombrada.

—Shhh. —La calló Esme.

El cura salió a ver qué escándalo sucedía. Junto a él estaba Jacob, un aprendiz de padre.

Este miró estupefacto el espectáculo de Edward y su mujer.

—¡Edward! ¡¿Estás loco?! —gritó el padre escandalizado—. ¡¿Qué le estás haciendo a tu mujer?! —Ya no es mi mujer, padre —contestó Edward—. Es la mujer de todos, porque así lo decidió ella —dijo dolido.

—¡Perdóname! —gritó ella arrodillada en el suelo.

Jacob se había empezado a quitar la camisa para cubrirla, pero el padre lo detuvo.

—Ni se te ocurra tocar a esa mujer —le dijo asustado.

—Don Edward, esta mujer es un ser humano, no merece ser tratada así —intervino caminando hacia ella y cubriéndola con la camisa.

Edward se bajó del caballo y le apuntó con su arma.

—¡Apártate!

—No, esta mujer necesita mi ayuda —contestó Jacob firme.

Con determinación y bajo la acusación del arma cubrió a Tanya con la camisa y ella solo pudo sollozar.

—¡Arg! Dios, Jacob, no te metas con lo que es de Edward —susurró Esme cerrando los ojos.

Edward lo seguía apuntando, en ese choque de miradas estaban Jacob y el diablo, jugando con el fuego.

Y alguien tenía que quemarse.

Edward lleno de impotencia y amargura, disparó contra la acera tres veces, dejando a todo el mundo sobresaltado y asustado.

—¡Ese muerto que están velando, es un miserable pecador, y no tiene derecho a un entierro cristiano, así que me lo llevo! —gritó, señalando el ataúd de Alirio.

—¡¿Pero qué pasa?! ¡Se están volviendo locos! —replicó el cura asombrado mientras los hombres de Edward cargaban el ataúd.

—¡Cállese, padre! —exclamó Edward enérgico—. ¡No lo quiero volver a ver por estas tierras, usted está despedido, por inepto! —gritó señalando al cura que estaba más asustado que enfadado—. Y tú, acuérdate que en este pueblo yo soy el dios, y el diablo también —dijo señalando a Jacob que mantenía la barbilla alta enfrentando a su oponente.

Tomó la cuerda que amarraba y arrastraba a Tanya, se subió al caballo y siguió su recorrido.

—¡Vamos! —ordenó silbándole al caballo que obedeció a su amo y comenzó a correr en dirección norte, Tanya trotaba siendo arrastrada por la fuerza de Edward. Los hombres detrás de ella cargaban el ataúd. Querían ayudarla, pero todos sabían que el que se metiera con Edward estaba literalmente muerto.

Las mujeres del consuelo y todo el pueblo los miró marcharse, todos compadeciéndose por el destino de esta condenada mujer.

.

.

.

En Timotes, Isabella, y sus hermanas estaban en su nueva casa, charlando con La Calzones.

—¿De verdad uno gana tanto dinero en ese lugar? —preguntó Isabella.

—A manos llenas, hija —sostuvo acomodando unas sillas en el patio—. Cualquier mujer hermosa puede hacerse rica antes de los treinta años —decía emocionada.

—Pero eso de consolar a los hombres debe ser difícil, ¿no? —indagó Isabella un tanto confundida.

—Hay, hija, por Dios —dijo carcajeándose la mujer ante la inocencia de la niña—. Las mujeres estamos hechas para hacerlo, pero antes de hablar de eso necesito que hagas dos cosas: la primera, que vayas a buscar trabajo ahora mismo, porque no quiero mujeres flojas en casa; y la segunda, es que… necesito que me hagan una fila, aquí —indicó señalando con su dedo al frente.

Las niñas hicieron lo que les ordenó, la mujer tomó una manguera y sonrió pícaramente.

—Vamos a sacar la mugre —dijo antes de presionar la salida del agua y empapar a las jóvenes que gritaron despavoridas.

Agua.

Entre risas y mucha mucha diversión se pasó la tarde. Las niñas estuvieron sacándose toda la suciedad del cuerpo.

.

.

.

Nueva Esperanza.

—Debimos haber hecho algo, padre —decía Jacob al cura, se notaba que estaba preocupado por Tanya, esa pobre mujer. El cura lo miró desde el sillón.

—¿Pero qué quieres que hagamos, Jacob? Ese hombre es el dueño del pueblo, ¿o es que quieres acabar con una bala en la frente? —cuestionó encendiendo las velas.

—Cuentan los trabajadores que Edward amarró a Alirio y lo metió de cabeza en un barril de petróleo —proseguía el padre asustado.

—No puede ser que una persona sea el dueño de todo. Sé que no soy nada, padre. Sé que soy el hijo de una mujer de la calle, pero usted me enseñó que todos tenemos derecho a una vida —se defendió Jacob.

—Una vida que vas a tener que labrarte solo —comentó el cura.

—¿Por qué te estás despidiendo?

—Porque me voy, Jacob, ya oíste a Edward, yo no me arriesgaré —agregó el cura terminando de empacar sus cosas.

.

.

.

En Timotes los meses pasaron rápido y húmedos. Isabella tenía dieciocho años recién cumplidos, trabajaba ayudando a La Calzones en la casa; ella y sus hermanas se encargaban de los quehaceres. La Calzones enseñó a las más pequeñas a leer y a escribir.

Cada tarde La Calzones le contaba a Isabella cuentos maravillosos sobre Nueva Esperanza, el petróleo y las mujeres.

Pero como lo bueno dura poco, una tarde…

—¡Niñas! —gritó desesperada La Calzones cuando entró a casa, Isabella fue a ver qué necesitaba. Sus hermanas estaban jugando en la cocina.

—¿Qué sucede? —preguntó Isabella llegando al patio mientras pelaba una mandarina.

—¡Tienen que irse de aquí! ¡La policía está requisando casa por casa buscándolas! ¡Isabella, el Jefe Civil te está buscando! —susurraba desconcertada La Calzones, la fruta que sostenía la niña se cayó de sus manos y la miró horrorizada.

—Tengo que salir de aquí —reiteró Isabella antes de correr a la casa a buscar a sus hermanas. La Calzones la detuvo.

—No sé qué hayas hecho, tampoco voy a juzgarte, solo te pido que no hagas nada apresurado o estúpido; tienes que velar por esas niñas, Isabella —le dijo tomándole firmemente el brazo para luego deslizar en sus manos una faja de dinero—. Cuídense, por favor —susurró, Bella asintió antes de darle un abrazo y correr adentro de la casa.

Esa tarde Isabella, Jessica, Angela y Laurent salieron huyendo de Timotes, huyendo como ratas hacia el puerto. Hacia el único lugar a donde podían ir.

Nueva Esperanza.


N /A: La novela Original se llama "La Novia Oscura" de la escritora colombiana Laura Restrepo. Fue escrita en 1999, más tarde Telemundo y R.T.I. la adaptaron para la pantalla chica bajo el título de "Flor salvaje", una novela estadounidense grabada en Colombia con la dirección de Agustín Restrepo y la producción de Hugo León Ferrer. Comenzó a transmitirse el 2 de agosto del 2011.

¿Que les ha parecido el Primer cap?, muchas gracias por leer, espero sus comentarios...


Atentamente, Valentina Shaday, desde Venezuela, 9:00 PM.