Aquél día estaba siendo uno bastante movidito, diría el joven de cabellos rubios. No sólo había tenido que acompañar a Tom a cobrar a tres o cuatro pringados, sino que además… Bueno, ahora mismo estaba metido en una de esas peleas multitudinarias (a lo todos-contra-uno) que tanto le tocaban los cojones. Y estos eran bastante más persistentes que los gilipollas a los que les pateaba el culo normalmente; ni uno solo había salido despavorido, como estaba acostumbrando a que fuera, cuando arrancó la primera señal de tráfico con sus manos desnudas.

Aunque Shizuo Heiwajima era el hombre más fuerte de Ikebukuro, incluso el hombre más fuerte del mundo entero se hubiera cansado tras esa pelea tan agotadora que parecía no terminarse nunca, pues los hombres se volvían a despertar, aunque con dificultad, tras ser noqueados para volver a la carga. Algunos llevaban palancas, otros navajas y otros al igual que él luchaban a puñetazo limpio, pero no parecían tener intención de retirarse pronto.

-Me cago en la ostia… -susurró el joven de una forma prácticamente imperceptible, apenas moviendo los labios, mientras se limpiaba el sudor de la frente con el dorso de la mano. Hacía tiempo que no se cansaba así; no podía ni siquiera recordar la última vez que sudaba del puro esfuerzo (pues no era un día caluroso precisamente). Aquello estaba ya empezando a molestarle de una forma extrema, casi tanto como la presencia de su eterno enemigo Izaya. El sólo acordarse de él hizo que la rabia volviera a correr frenética por sus venas y una descarga de odio sacudiera sus neuronas. El próximo puñetazo que dedicó a uno de sus enemigos, directo a la boca del estómago y que lo hizo volar un par de metros, iba cargado con un plus de este nuevo sentimiento de aversión extrema.

Una frase ya mencionada anteriormente se cruzó por su cabeza como un rayo. Hasta ese momento no se había planteado por qué coño esos tíos se habían liado a atacarle sin un motivo previo. Entonces, la sonrisa de ese estúpido informante con abrigo de maricón irrumpió, irritante, sus pensamientos.

"El 99% de las veces que hay algo raro, Izaya está detrás de ello"

-Izaya… - masculló apretando el puño derecho casi al punto de clavarse los dedos en su propia carne. –Izaya… Izaya… Izaya… ¡IZAYAAAA! – el pequeño murmullo que fue en un principio fue aumentando en intensidad al igual que la fuerza con la que cerraba aquellas manos que repartían "amor" a otros dos hombres que se le iban acercando. Ya apenas podía más. No sólo no se retiraban, sino que cada vez eran más los que se sumaban a la pelea. ¿Pero dónde coño está la policía?

Su respiración, cada vez más pesada, no podía mantener el riego de oxígeno que necesitaban sus músculos. Le dolía todo el cuerpo. Sus brazos palpitaban a la vez que su corazón, que ya apenas daba abasto.

Y justo cuando pensó que se iba a desplomar en el suelo, que pronto sería su fin y que esos tíos iban a conseguir lo que buscaban, notó como unas manos rodeaban su boca y su nariz.

Pero no era solo eso. No eran solo unas manos lo que le estaban impidiendo dar sus desesperadas bocanadas de aire.

Un pañuelo húmedo estaba bloqueando su respiración. Él ya sabía lo que significaba eso: no lo había visto hacer pocas veces. Sus brazos buscaban frenéticos al hijo de puta que estaba intentando drogarle, pero la droga ya empezaba a hacer su efecto sedante y su cuerpo tampoco se encontraba en las mejores condiciones.

Lo último que pensó antes de que sus ojos se cerraran como pesadas puertas de hierro para caer presa de los brazos de Morfeo fue la risa burlona de un chico moreno al que odiaba tanto como se amaba a sí mismo…