Where's my happy end?

¿Es todo? ¿Terminó?
Había una pizca de optimismo, pero al final nada sucedió.
La larga espera no resultó en la fantasía que un día floreció y hoy se marchitó.
Pues…
Era demasiado el dolor de perder al ser amado. Prometió volver, no lo pudo cumplir…
La soledad que produce voltear y no hallar a alguien al lado…
La angustia de tropezar y saber que nadie acercará su mano en ayuda…
La impotencia de tener la libertad tan cerca y a la vez tan lejos…
La envidia que produce observar la alegría ajena…
…y comprender con tristeza que jamás sentirá algo similar.
Entonces, si no es una simple palabra y en verdad existe…
¿Dónde está la felicidad?
¿Dónde se materializan los sueños?
¿Dónde la luz de la ilusión supera la oscura realidad?
Un cuento de hadas es aquel mágico lugar.
Hoja tras hoja, un libro que yacía enterrado por el tiempo.
Desempolvando el pasado, quitando las telarañas del olvido.
Un destello de esperanza que esperó hasta este momento.
Pues ahora será cuando se abrirá al fin el baúl de los recuerdos.
Hoy…
…verá la luz aquel relato que nadie hoyó.
...revelada estará la continuación de algo que se creía terminado.
…se conocerá la verdadera historia tras ese punto final.
De noche, una estrella fugaz pasó, juntó las manos y cerró los ojos…
Hoy…se cumplirá ese último deseo.

My Last Wish ~ Henrietta's True Route

Chapter 1
Érase una vez…

Japón, de alguna manera, se caracteriza por tener días dinámicos y noches entretenidas. Las luces de los anuncios y la música en las calles hacen de una simple ciudad, una experiencia increíble que solo pueden describir aquellos que desfilan por sus aceras.

Quizá la época de invierno no sea la favorita de muchos, pero si se coloca bien el gorro, los guantes y la bufanda, no hay problema alguno para disfrutar lo que la noche japonesa puede ofrecer. Si llueve, los paraguas se convierten de inmediato en los viandantes de las calles. Nada detiene los planes de quien desea aprovechar un gran fin de semana luego de haber soportado el trajín del día a día laboral y académico.

Pero, un sábado, siendo tan solo las cinco de la tarde, la noche cae de improvisto sobre todo Tokio. A la gente no parece preocuparle de más. Sin embargo, pasados algunos minutos, gotas de lluvia, una tras otra, precipitan sobre la multitud de transeúntes. Está claro que va a llover. ¿Y qué? A sacar el paraguas y asunto arreglado. No obstante, los vientos comienzan a enloquecer y su fuerza desmedida arrebata los paraguas de las personas haciéndolos volar a gran altura y velocidad. Y así, un fin de semana como tal, las calles de Tokio quedan desoladas.

Todos a la casa. Los ciudadanos no tienen otra opción más que quedarse en sus hogares en espera a que las calles se hagan más transitables. A la mayoría no le gusta, pero ni modo, a aguantar se ha dicho. Sin embargo, en una modesta casa en el sur de la ciudad, una potente voz comienza a resonar en todo el vecindario.

— ¡Pero no tengo sueño! ¡Quiero seguir jugando en la computadora!

Repite una y otra vez el chico de diez años. Sin embargo, la computadora parece no poder encenderse nuevamente.

— Hay, que aburrido. Le avisaré a mis amigas para largarme a cualquier otro sitio.

La joven de diecisiete, la mayor de sus hermanos, intenta contactar con sus amigas por teléfono. Sin embargo, parece que ninguna puede salir de casa.

— Mami, mami… el televisor no funciona.

El menor de la familia, jala delicadamente del vestido de mamá mientras intenta no sollozar sobándose los ojos con los puños. Era entendible su descontento dado que su programa de dibujos animados dejó de transmitirse para pasar a ser solo una pantalla oscura. El televisor no responde, simplemente está apagado.

— ¡Papá, no es justo! ¡Ya estaba por pasarme ese nivel! ¿Sabes lo difícil que fue llegar tan lejos?

Protesta el chico mientras le planta cara a papá. La tormenta de afuera habría causado problemas eléctricos en toda la zona. La computadora no va a encender.

— ¡AH! ¡No puedo creer que esto suceda justo en mi día libre! Esto no puede estar pasando… —La joven adolescente se lamenta en voz alta. Los fuertes vientos y la lluvia a cántaros hacen imposible salir de casa.

Los padres, luego de observar las ventanas completamente empapadas y escuchar los potentes tronidos de relámpagos, se miran el uno al otro y solo atinan a exhalar algo de aire con desánimo. Iba ser una noche muy larga para ambos. Después de todo, tener tres chicos en casa es difícil. ¡Peor si están aburridos! "(¿Qué podemos hacer?)" Se preguntan con la mirada.

Mamá intenta calmar al menor cantándole una canción de cuna. Sin embargo, el niño ya no es precisamente un bebé de algunos meses de edad, así que, inevitablemente, empieza a llorar del aburrimiento. Papá, por su parte, saca un juego de mesa y trata de jugarlo con el chico de diez. Pero, éste último no entiende las complicadas reglas del juego y se enfada aún más. La mayor de los hermanos simplemente reposa los brazos sobre el marco de la ventana para observar cómo su día libre se esfuma entre las gotas de lluvia.

La situación es insostenible, ni mamá ni papá saben cómo pasar el tiempo y mantener tranquilos a los chicos sin enloquecer en el intento. Los tres hermanos están del peor humor posible y no van a aceptar quedarse de brazos cruzados mientras la tormenta les quita la noche entera. De ser necesario, desquiciarán a sus padres para matar el aburrimiento si quiera. No televisor, no computadora, no luz eléctrica y, para empeorar las cosas, sin señal telefónica. La joven adolescente parece que va a perder la cabeza.

Sin embargo, en medio de todo el dilema, a mamá se le ocurre una idea que quizá pueda sacarla de apuros. En seguida, se dirige a la biblioteca raudamente en donde parece buscar algo. Un libro, sí, uno muy viejo. Vuelve a la sala con la misma velocidad con la que se retiró. Se sienta encima de la alfombra y en frente de la chimenea que ilumina la habitación. De inmediato, cita a su familia entera. Los hijos están inquietados por aquello que a mamá le emociona tanto. "(¿Qué es?)" Se preguntan los unos a los otros con la mirada. Ellos no tardaron en sentarse alrededor de mamá. El que se rasca la cabeza con incertidumbre es papá, pero finalmente acepta unirse a la velada.

— Mami, ese cuento ya me lo leíste. —Reclama el más joven al serle familiar la portada del libro. Pero está claro que no se trata de algo que aquel infante haya visto en su corta vida. En la portada principal, aparte del polvo y algunas telas de araña, hay símbolos muy extraños.

— ¡¿Qué?! ¿Es…Es eso? ¿Un cuento de niños? ¡Vaya fábrica de bostezos! — Exclama con disgusto la mayor de los hermanos.

— ¡No me gustan los cuentos! ¡Quiero la computadora de vuelta! —Sentencia el de diez.

Papá no entiende lo que mamá pretende hacer al ocultar por unos momentos aquel libro para luego levantarlo en alto.

"(No te he visto así en mucho tiempo ¿Qué sucede?)" Susurra el esposo.

Ella le coloca una cubierta nueva y nadie se da cuenta de ello, parece que se tratase de otro libro, de uno más moderno. El esposo vuelve a rascarse la cabeza pues algo, un extraño presentimiento, le advierte que algo está por ocurrir.

— ¡Un libro nuevo! ¡Viva! — Exclama el más joven.

— ¡Ajá! ¿Y? —A la adolescente parece no importarle.

— ¡No me gustan los cuentos! —Añade el hermano del medio.

Mamá reposa su largo cabello sobre sus hombros, se coloca y acomoda sus gafas para luego decir con narrativa voz:

— Les contaré la historia de una princesa y su joven y valiente caballero o debería decir, chevalier…— Por unos segundos, mira de reojo a su esposo quien no pudo evitar demostrar su sorpresa.

¡Cof…! ¡Cof…! —Tosió el papá— ¿N-No me digas que tú en serio vas a…?

— Vaya, no sabes cómo me fascinan esas historias— Reprocha la joven con notable sarcasmo.

— ¡Es un cuento para niñas! — Exclaman con disgusto los dos hermanos varones.

— Nada de eso. ¿Saben por qué es tan interesante esta historia? Lo que la hace increíble es que en verdad sucedió-

¡Cof…! — Volvió a toser el papá interrumpiendo así a mamá— ¡Espera! Espera… ¿E-Estás segura…?

Mamá ve a los ojos de su esposo quien parece estar algo nervioso e inquieto. Ella asiente con la cabeza, le echa una sonrisa y prosigue:

— Trata sobre un joven caballero que rescata a una temerosa princesa…

— ¿A sí? ¿Y de qué la rescata? ¿De un dragón o algo con colmillos? ¡Bah, esa historia ya es cosa conocida! —Refuta la adolescente a lo que mamá niega, delicadamente, con la cabeza.

— Él la rescató de ella misma…— Dijo mamá, a lo que, poco a poco, los chicos comienzan a tomar mayor interés hasta el punto de quedarse totalmente en silencio observando cómo el fuego vivo de la chimenea les transporta a un mundo completamente diferente.

Las paredes desaparecen por completo para dar forma a un escenario abierto repleto de flores, arbustos y gigantescos árboles con pajarillos en las copas. La alfombra, de un momento a otro, se convierte en un frondoso y verdoso césped. La lluvia se termina dejando atrás un inmenso arcoíris conformado por los colores más vivos jamás vistos. Las nubes palidecieron dibujando así un limpio y celeste cielo. El olor a jazmines y el aire puro les hacía sentir que ya no estaban en la ciudad.

El ruido de los autos dejó de oírse por un largo tiempo hasta que finalmente comenzaron a resonar los cascos de caballos y las ruedas de carruajes. Levantan la mirada y ven algo en el cielo que los deja boquiabiertos. A lo lejos parecen pájaros de enorme tamaño, sin embargo, tras observar con detenimiento, había personas montando aquellas aves. No eran simples avechuchos como pensaban, en verdad se trataba de dragones de diversos tamaños y colores, extendiendo sus enormes y señoriales alas de lado a lado como si desearan aterrizar.

"(¿Qué es eso?)" Los hermanos se preguntaban los unos a los otros al percatarse que reposaban dos lunas en el inmenso cielo celeste, una más grande que la otra. "(¿En dónde estamos…?)"

— Érase una vez, en una tierra muy lejana llamada Halkeginia, en la creciente nación de Tristain, durante un tranquilo y cotidiano amanecer en una academia de magia…

El joven Hiraga Saito, de apenas diecisiete años, yacía durmiendo en una enorme cama con una gigantesca burbuja que emergía desde su nariz y parecía que fuese a explotar en cualquier momento. La paz aparentaba rodearle a aquel chico de cabello oscuro, sin embargo, aprovechando que se encontraba solo, una joven de su misma edad abrió con cautela la puerta de aquel dormitorio, entró caminando de puntillas acercándose cada vez más al chico.

Cuando el joven destapó la vista, de lo primero que se percató fue que alguien estaba encima de él. Encerrado entre frágiles brazos y un aroma a lavanda, Saito quedó totalmente inmóvil. Ambas miradas conectaron entre sí, sus ojos celestes no paraban de observarle casi sin parpadear. El rostro de él se tornó de inmediato en diferentes tonos de rojo vivo dado que su instinto masculino se… "levantó" remarcando así algo en su pantalón.

Las delgadas y blancas cortinas bailaban al son del viento debelando así el cuadro que se formaba en aquella habitación de elegantes adornos. Su cabello corto y oscuro, el traje de doméstica y la fragancia de un amor prohibido acompañado del silencio y la quietud de una mañana destinada solo para ella y él.

— ¿S-Siesta? — Preguntó Saito con algo de vergüenza mientras trataba de cubrir sus partes nobles. Pero aquella sirvienta estaba decidida a todo y no se lo permitió.

Uhm… Saito-san…

Ella prácticamente suspiró el nombre de él. La joven criada no podía ocultar sus intenciones ni mucho menos aquella lasciva mirada suya mientras quitaba de encima las sábanas de la cama, casi arrojándolas al suelo sin importar el después.

¿Ara…? Saito-san… ¿No sientes calor también? —Con melodiosa voz, dijo Siesta, la sirvienta personal del joven, mientras acariciaba los botones de su increíble escote. Definitivamente ese traje no era de su talla ¡Ese enorme par estaba por salir y revelarse justo en frente de Saito!

La joven maid llevaba un atuendo muy especial aquel día. La basta de su falda estaba mucho más corta de lo habitual, incluso se podían apreciar las ligas que pasaban por lo largo de sus suaves piernas y llegaban a sus botas. Bajo aquel uniforme traía una lencería muy candente que no le pensaba ocultar a aquel joven quien no paraba de ver cómo los delicados dedos de ella acariciaban su mentón, pasando por su pecho y luego a su abdomen, lentamente deslizándose con suavidad hacia el objetivo deseado.

El chico estaba paralizado por completo, todos sus sentidos se enfocaban en los leves botes que daban los pechos de la sirvienta. Su rostro completamente rojo era lo de menos pues estaba a punto de perder la cabeza. Alzó los brazos al desdén y, moviendo sus dedos con ansiedad, abrió las manos dispuesto a tomar los pechos de Siesta.

— "Itadakimasu" —Murmuró el joven antes echarse semejante festín que había en frente suyo.

Sin embargo, el ruido que hizo la puerta al abrirse con violencia fue el final de aquel paraíso de Saito.

¡!

POM

Pronto la temperatura pasó de ser un sensual infierno a un mortal polo norte. Y era literal, el sudor frío le devolvió los pies a la tierra. En contra de la voluntad de sus ojos, dejó de mirar a Siesta por unos momentos para voltear la cabeza y, finalmente, percatarse de la sombra de una persona de baja estatura. Alguien que sin dudas le causaba escalofríos.

— S-Siesta…De-Detrás de ti… Advertía con temblorosa voz el joven chevalier ante una despreocupada maid.

— ¡Sa-Sa-SAITO!

— ¡Hi! ¡Lo-Louise! Respondió de inmediato el chico a la vez que apartaba a Siesta y se postraba encima de la cama en señal de que nada fuera de lo común estaba pasando. Pero ya era tarde y eso, muy a su pesar, él lo sabía bien.

Louise de La Vallière, era la virtual pareja del joven. Al ver cómo éste último se llevaba "demasiado bien" con la sirvienta, no pudo contener su enojo. Parecía que de pronto iba a salirle humo por las orejas como si de una tetera con agua hirviendo se tratase. La mirada asesina de Louise era muy evidente como para pasarla por alto.

— ¿M-Mi-Miss Vallière? Tartamudeó la joven maid.

— ¿Ara, Saito? Veo que te diviertes mucho ¿Por qué no me invitas y así nos divertimos todos, eh? Dijo Louise con voz sarcástica.

— Uhm, eso sería muy sucio… Pero, me agrada… Respondió Saito mientras una delgada línea de baba le corría entre los labios.

— ¿Miss Vallière?

— ¿Q-Q-Qué? ¿Pe-Perro tonto, e-en qué estás pensando…?

— Ya sabes, en un tri-

— Muere. Sentenció Louise interrumpiendo al instante lo que pensaba decir Saito.

— S-Solo era una broma ¡Solo era una broma-!

— Si es una broma ¡¿Entonces qué demonios hace ella aquí?!

— Soy inocente ¡Lo juro! E-Eh… ¡Nada hice, es la verdad!… (…Porque justo llegaste…)

De inmediato Saito se tapó la boca con ambas manos. Tuvo suerte que Louise no haya oído aquello último que murmuró entre dientes.

— Yo te creo, Saito. ¿Cómo no iba a creerle a mi fiel familiar? Si te has estado portando bien todo este tiempo… Qué desconsiderada soy ¿Verdad?

Que su entrecortada voz ni su falsa sonrisa sea motivo de duda, ella estaba dispuesta a matar. Solo intentaba contenerse y no destruir el planeta entero por culpa de un pervertido. Pero no iba a soportar por mucho tiempo.

— ¡N-No es lo que piensas! ¡Siesta solo vino a traerme el desayuno, es todo! ¡Es todo, lo juro!

— Ya veo, Saito. ¿Fui una tonta por pensar otra cosa, verdad? Solo una pregunta… ¡¿Dónde está ese desayuno que vino a traer?!

— ¿S-Siesta…? — Murmuró el joven.

Tehe— La criada se golpeó levemente la cabeza haciéndose la tonta— Lo olvidé.

— ¡E-Eh, di-dice que se olvidó-!

— ¡Por supuesto que se olvidó porque ya va ser hora del almuerzo! ¡Dormiste todo el día, holgazán!

— E-Espera, puedo explicarlo… ¿D-Derf? —Susurró pidiendo ayuda.

(…Perdón, compañero, pero no se me ocurre nada ahora mismo. Estás solo, adiós.) — En lo que se desenfundaba y volvía a guardarse de vuelta al instante, respondió en voz baja la espada.

— ¡Ah, debí haberte cambiado por una revista playdude cuando tuve la oportun-!

¡!

— ¡Silencio! ¡No quiero oír tus excusas! ¡Siempre es lo mismo contigo! ¡Vaya perro indecente! ¡Atrevido y descarado!

— ¿Ara…? ¿Saito-san…? — Preguntaba Siesta pues Saito no podía evitar despegar la mirada de su sensual atuendo.

— T-Te queda muy bien… —Balbuceó el joven.

— ¿Oh…? ¡Sabía que te gustaría! —Exclamó con felicidad la sirvienta.

— ¡No, no! ¡¿Q-Q-Qué estoy diciendo?! ¡Louise, espera, espera-!

— ¡¿C-Co-Cómo es posible que sigas mirando a la criada con esos lascivos ojos…?! ¡Y-Y en mi presencia! —Gritaba Louise eufórica al mismo tiempo que comenzó a lanzar diversos objetos de forma contundente contra la puerta y las paredes— ¡Toma esto y esto! ¡También esto! ¡Detente ahí! ¡No huyas!

Saito estaba asustado y, en el apuro por salir de la habitación, solo atinó a tomar a Derf, ver una última vez a Siesta, y desaparecer cuanto antes del lugar o su vida podría correr peligro.

— ¡Perro idiota!

— ¡AAAAAAAAh!

"(¡Te-Tengo que salir de aquí! ¡Tengo que salir de aquí!)" Repetía una y otra vez el chevalier en su interior al mismo tiempo que llegaba al corredor de la academia con una gélida sensación recorriendo su cuerpo por completo.

— ¡Oye, oye, compañero! ¿Por qué siempre la haces enojar? ¿Despiertas a diario preguntándote cómo hacerla enfadar, es eso? ¿Acaso deseas romper un record? ¿Ganar la medalla al "pervertidiota" del mes? Un día de estos de verdad va a acabar con tu vida. ¡Verás lo que te digo, esa jovencita es peligrosa! —Regañó Derf, a lo que Saito no tardó en contestar sin detener su acelerado andar:

— ¡¿E-Eh?! ¿Hacerla enfadar? Ella nació enojada explotando cosas… ¡Un fallo de fábrica! ¡No lo sé! Lo que sí sé es que no es culpa mía. A-Apuesto que sus primeras palabras fueron: ¡Explosión! ¡P-Por otra parte…! Yo solo miré un poco los pechos de Siesta… ¡Soy un hombre como cualquier otro! ¿Dime, qué tiene eso de malo?

— ¿Esa es tu justificación? Vaya tonto…

— ¿Qué? Es completamente normal y saludable para un hombre ver mujeres, en especial un joven como yo. ¡El día que vea hombres con ojos extraños, ahí sí dime: Saito estás mal! Pero… ¿Una mujer? ¡¿Una mujer?! Ah…y una tan bella como Siesta…

— Anda al médico, no es normal ser tan idiota… —Dijo Derf al desdén dado que ya era de todos los días situaciones similares en las que su compañero se veía involucrado debido al lívido que le caracterizaba.

— ¡Apenas salga de esto haré que te fundan y con el material fabricarán monedas! ¡A ver si así eres más útil! — Refutó Saito.

— ¿Mo-Monedas…?

— ¡Con que ahí estas! ¡No huyas! — Gritó a lo lejos Louise.

— ¡Hablaremos cuando estés más calmada! ¡O, o, o cuando mi vida no corra peligro! ¿Q-Qué tal pasado mañana? ¡Será un bonito día ya verás!

— ¡Cobarde, cuando te atrape te dejaré sin tu "amiguito"!

— ¿Te llevarás a Derf?

— Compañero, no creo que esté hablando de mí…

— Si no habla de ti, entonces se refiere a que cortará mí…

¡!

— ¡Diablos, diablos, diablos! ¡Tengo que largarme ahora mismo! ¡Vamos, Derf, piensa en algo! ¡Sé, al menos por una vez, realmente útil!

— Quizá te esté haciendo un favor y tendrías que dejar que te castre.

— ¡¿En qué planeta, galaxia, universo eso se llama ayudar?!

— ¡Alto ahí, perro idiota!

En el vaivén del raudo escape del joven, algo desafortunado estaba por sucederle. La espada que habla trató de advertirle, pero ya era demasiado tarde.

— ¡Compañero! ¡Al piso! —Exclamó Derf con potencia.

— ¿E-Eh? ¡Este no es buen momento para tus juegos! —Replicó confundido el chevalier.

— ¡Solo hazme caso! ¡Abajo!

— ¡Detente ahí! —Gritó Louise, quien desde atrás, lanzó con fuerza una silla que, luego de volar por el aire a gran velocidad y precisión, terminó por impactar en la cabeza de Saito.

PLUM

— ¡Compañero! ¡De pie! ¡Huye! —Derf trataba de reanimar al joven, pero todo esfuerzo era en vano dado que el golpe que recibió fue tan contundente que le dejó inconsciente en el suelo.

— Eh… Siesta… Boing…Boing…E…he…—Divagaba un sonriente Saito mientras un hilo de saliva le corría entre los labios y sus ojos no paraban de dar vueltas una y otra vez como si se trataran de remolinos en miniatura. Incluso parecía que mini-Siestas bailaban alrededor de su cabeza, todas diciendo: Saito-san, Saito-san, Saito-san.

— ¡Hasta en tus sueños eres un perro descarado! No aguanto más tu insolencia… ¡Tu única ama soy yo y solo a mí me puedes ver así! ¿Por qué no haces esas cosas conmigo? — Exclamó con furia Louise para luego levantar delicadamente sus manos y tratar de tocarse a sí misma sus pechos.

Pick, Pick.

Su rostro se tornó azul cuando no halló lo que esperaba.

Fjuuuu…

Una desconcertante brisa pasó por el corredor de la academia a la par que una bola de desierto parecía estar de visita por ahí.

— Y pensar que me tomé toda esa botella de leche… ¡Para nada!

Ya enfurecida, apuntó con su varita al chico.

— ¿A-Así que te gustan grandes y re-redondas, verdad? ¿Prefieres a e-esas vacas lecheras, es eso, no-o?

— ¡No! —Refutó Derf pidiendo clemencia— ¡Por favor, mi compañero en verdad está arrepentido! ¡E-Él no lo hace porque sea malo, es solo que es un poco tonto! Bueno, en realidad es muy tonto, demasiado tonto diría yo… P-Pero… ¡Pero al menos deja que se despierte!

— ¡A callar, espada tonta! ¡Esto no tiene nada que ver contigo! —Replicó Louise— ¡Una palabra más y te derretiré y convertiré en retrete!

— ¡Adiós! —Respondió de inmediato, Derf, al mismo tiempo que se ocultó en su propia funda. ¡Definitivamente ella daba miedo!

— Bien, ahora que por fin te atrapé, te enseñaré a dejar de ver a otras mujeres… —Dijo Louise en voz baja a la vez que se montaba encima del abatido cuerpo de Saito. Sus manos apenas si se apoyaban en el pecho del chico y su mirada penetrante parecía estar más y más cerca del rostro de él.

Pronto, el ambiente cambió por completo. Los alumnos asomaban por las ventanas mirando atónitos cómo el hermoso día era opacado por la presencia de una enorme nube gris que posaba particularmente sobre la academia. Sacaban los brazos al exterior y sobre ellos caían pequeñas gotas de una inesperada garúa.

Al final del pasillo, una enorme ventana se abrió, develando así, entre las enormes y movedizas cortinas, una lúgubre escena donde los protagonistas eran Louise y Saito. Cualquiera que se acercara pensaría que un beso entre ambos sellaría el peculiar momento dadas las circunstancias. Incluso, el cabello de ella cubría por completo la cabeza del joven a la vez que una tenue brisa iba pasando entre ambos cuerpos encendiendo la pasión que ella sentía por él.

Sin embargo, por un breve momento, ella desvió su mirada hacia la mano izquierda de Saito. A medida que Louise se acercaba a él, la runa brillaba. Ella se alejaba, la runa se apagaba. Parecía un juego lúdico de extraño comportamiento que, de alguna manera, deprimía a la joven De la Vallière.

Pronto, la impotencia y el temor inundaron su corazón, y, una situación común que se resolvía con un simple jalón de orejas, se tornó en un paradigma que Louise no sabía cómo descifrar. ¡Ella en verdad amaba a Saito! ¡De eso no había duda alguna! Pero, una idea oscura rondo su mente en dicho instante. Una idea que durante ya hace algún tiempo le había quitado el sueño.

"(¿Y si…solo está a mi lado porque es gandálfr?)" Louise agitó la cabeza de un lado a otro con fuerza. Ella se negaba a creer que tal hipótesis pudiera tener algo de verdad y prefirió pensar que Saito podía también sentir lo mismo que ella.

Pero…

— ¿Por qué…? —Se preguntaba a sí misma la joven Louise al mismo tiempo que tocaba sus propias mejillas y con gran sorpresa podía sentir las manos empapadas de lágrimas. — ¿Yo…estoy llorando? ¿Por qué…? —Ella no terminaba de creer lo que estaba pasando. Simplemente, comenzó a sollozar sin razón aparente.

Para empeorar las cosas, la duda y el miedo fueron el epílogo de un pesado libro que aplastaría el corazón de Louise. Sin darse cuenta, la portadora del vacío, comenzó a murmurar palabras que salían de su boca de manera involuntaria. Ella estaba con la mente perdida en miles de pensamientos que centraba a Saito y la relación que tenía con él. Sus mismos sentimientos incitaron de manera inesperada el misterioso poder del vacío. ¡Pronto todo alrededor se encendió en un incandescente y abrazador destello blanco! ¡Louise, cegada por sus miedos, iba a dar rienda suelta a una incontrolable cantidad de poder y energía!

¡La academia entera estaba por experimentar una catástrofe atroz dada la inestabilidad del vacío! Pronto el suelo comenzó a temblar, la lluvia caía con más fuerza y uno que otro relámpago se oía en el lugar. Los fuertes vientos y la baja temperatura eran los causantes de que poca gente se hallara fuera de los muros de la academia.

Sin embargo, solo momentos antes, a relativa distancia, la tranquilidad del bosque que rodeaba al instituto mágico era increíble y de singular belleza. La paz que se respiraba por aquellos lares era suficiente para calmar hasta al más agitado ser. Los pajarillos cantaban, los riachuelos recorrían de extremo a extremo los caminos, los árboles comenzaban a soltar hoja tras hojas de un especial color naranja. El otoño era en verdad una hermosa estación.

Dentro de la majestuosidad del bosque, el sonido de unos cascos trotando en la tierra era símbolo inherente de que un carruaje atravesaba el largo sendero escoltado por grandes árboles plantados en las orillas. Pero, no era un transporte cualquiera. En ambas puertas y en el frente, se podía apreciar el escudo de Tristain. Era evidente que se trataba de un vehículo de la realeza.

Todo parecía indicar que debido a una serie de actividades programadas, la princesa debía hacer su arribo a la academia de magia. Parte de su tarea era conocer a los nuevos familiares de los alumnos y premiar al de mejor actitud y destreza. Cosa sin aparente importancia que bien podría cancelarse o aplazarse sin problema alguno. Después de todo, su majestad era una persona muy ocupada y ya había rechazado invitaciones de naturaleza similar en el pasado, todas provenientes de otras instituciones. Pero… ¿Qué tenía de especial ese lugar?

— Alteza, nos estamos acercando a la academia de magia. —Dijo Agnès al mismo tiempo que agitaba las riendas de los caballos con el fin de acelerar el paso.

Sin embargo, la princesa no dijo nada ante aquellas palabras de la capitana. Ella solo atinaba a mirar por la ventana del carruaje con la vista perdida en la belleza de la naturaleza que le rodeaba. ¿Su alteza estaba distraída? Cosa extraña, dado que siempre agradecía de inmediato ante cualquier favor sin importar de quién se tratase. La razón, aunque singular, era simple, su majestad traía la mente perdida en ideas que solo ella conocía. Henrietta divagaba sumergida en su propio mundo de fantasías.

— ¿Alteza? ¿Se encuentra bien? —Preguntó Agnès con algo de preocupación. — ¿Alteza?

Aquella vez, ante la insistencia de la capitana, la princesa al fin volvió en sí y todo lo que atinó a decir fue:

— ¿Llega-Llegamos?

— Majestad, aún no, pero pronto estaremos allá. —Respondió la capitana.

— Ya veo…

— N-No quiero parecer entrometida ni tampoco deseo ser imprudente, pero…

— Dime, Agnès, ¿sucede algo?

— ¿Cree que es un buen momento para ir a ese lugar? Después de lo ocurrido en Romalia y la muerte del rey de Galia… ¿Lo mejor no sería enviar a otra persona que la pueda sustituir? E-Es decir…alguien que pueda realizar esta clase de actividades.

— …

— ¿Alteza?

— …

— ¿Alteza se siente bien?

Poco a poco, la princesa, sin darse cuenta, iba volviendo a ese mundo de ensueño que guardaba en un lugar muy especial de su corazón.

"(Alteza…Alteza…Majestad…Majestad…Hime-sama…)"

Hime-sama…

¡S-Saito-san!

¿Me estabas esperando? Preguntó el chico.

¡Sí, siempre he estado aquí! Respondió al instante Henrietta a la vez que se dejaba envolver entre los brazos de Saito.

La princesa, inspirada en el bello paisaje del bosque, se imaginó una hermosa escena llena de brillo y encendida por el romance puro que florecía entre ella y su chevalier. El color y la magia pronto darían pinceladas de excelsa pasión alrededor de la pareja de enamorados. Saito abrazando a Henrietta y detrás una cascada de agua cristalina, rodeados de pajarillos y animales silvestres, todo adornado con las más cautivantes flores e imponentes árboles de verdosas copas.

Hime-sama… Repetía una y otra vez Saito al mismo tiempo que acercaba sus labios a los de la princesa. Despacio, con delicadeza y suavidad, ella, al cerrar los ojos, solo atinó a repetir en voz baja:

Saito-san…

Hime-sama…

Saito-san…

Hime-sama… ¿Le puedo decir algo?

Dime…

— Alteza, hemos llegado a la academia de magia. —Dijo Agnès con total seriedad.

¡!

PLUM

— ¿Alteza? ¿Qué fue ese ruido?

Henrietta se había llevado el susto de su vida ante la inesperada intervención de la capitana. Producto de ello, cayó de su asiento. El ruido que hizo al golpear el suelo fue algo que no pudo ignorar Agnès.

— ¡Saito-san! —Exclamó la princesa a viva voz de manera involuntaria, como si hubiese despertado de un sueño.

— ¿Saito…san…?

— ¿E-Eh? Sa-Sa… ¿Sabías que hoy es un bello día, Agnès? —Trató de disimular su exabrupto con algún juego de palabras que se le ocurrió en ese momento mientras se levantaba y volvía a su asiento. Se le notaba un poco agitada y nerviosa.

Ella en verdad trataba de ocultar su mundo ideal y de ensueño. Que nadie se enterase era lo mejor para la princesa. Si en la vida real no podía disfrutar de él, al menos quería que en sus sueños todo fuese perfecto. No pedía más.

— Se-Seguro… Solo quería decirle que ya llegamos.

— O-Oh… Gracias. —Respondió a secas la princesa.

Se podría decir que Agnès era la protectora de la princesa. No solo porque fuese la capitana del escuadrón de mosqueteros, sino también porque sentía un increíble afecto hacia su majestad. Para ella, Henrietta representaba lo más importante en la vida y si debía sacrificarse por ella, lo haría sin dudar ni un solo instante.

La capitana no se lo mencionó a la princesa, pero habían noches en las que sirvió de escolta personal de Henrietta cuando viajaba y, mientras ella dormía, en sueños, mencionaba el mismo nombre una y otra vez: "Saito-san…Saito-san…" Se podría decir incluso que cuando Agnès no estuviese cerca, en la intimidad de su alcoba real, su majestad repetía lo mismo.

— Uhm… Mal clima ¿Eh? — Dijo la capitana mientras extendía el brazo y en la palma de su mano caían gotas de lluvia— Muy extraño por esta época del año y a esta hora del día. En fin, no debería ser problema ¿Verdad, alteza?

— …

— ¿Alteza?

"(Bah, no tiene caso. Ella ahora no escucha palabra alguna. No me gusta la lluvia, pero lo más probable es que su majestad se niegue a regresar al palacio)" Pensó Agnès luego de exhalar algo de aire con una pizca de desánimo.

Ese día en especial, la princesa tardó de más en vestirse y arreglarse lo mejor posible para una "insignificante" actividad en la academia de magia. Agnès solo se dignaba a observar de lejos sin interferir en las decisiones de su majestad. Sin embargo, si algo llegase a ocurrir, ella no dudaría en intervenir…

"(Tsk… Por tu bien, Saito, espero que no provoques que su majestad cometa una locura o algo tonto… Porque de ser así, yo misma te haré pagar caro ¡lo prometo!)" Exclamaba en su interior la capitana al mismo tiempo que acercaba el carruaje a la explanada del instituto de Tristain.

Ni la lluvia que comenzó a caer sobre la academia, ni las frías brisas hicieron que los ánimos bajaran ante la llegada de la princesa. Se podían ver, desde el vamos, a muchos alumnos y maestros postrándose ante el escudo de la nación. No era raro ver semejante despliegue de popularidad dado que la aclamada princesa era alguien a la que se le debía respeto y admiración.

¡Viva la princesa de Tristain!

Hermosa como siempre…

¡Larga vida a su majestad!

Henrietta solo atinaba a saludar con una sonrisa desde el interior del carruaje mientras este hacía su arribo en medio de la plaza académica.

— Saito-san… — Susurró.

¡!

Sin embargo, lo inesperado sucedió. La tierra comenzó a remecerse con furia a la vez que un destello encegueció a todos en el lugar. Los alumnos y maestros corrían despavoridos imaginando lo peor. Colbert-sensei y los demás trataban mantener el orden de la manera que fuese posible, pero todo intento era en vano. La energía que estalló desde una de las torres de la academia fue tal que generó ventiscas viento que cortaban hasta las hojas que caían de los árboles. ¡Y lo peor de todo era que ese brillo no permitía observar con exactitud lo que sucedía! ¡La gente corría y se chocaban unos con otros! El pánico pronto se apoderaría de todos en el lugar.

— ¡Es un ataque! ¡Todos, corran a un lugar seguro! —Dijo Agnès al mismo tiempo que agitaba con fuerza las riendas de los caballos en su vano intento por huir del lugar. Para su infortunio, los animales estaban demasiado agitados y asustados que se movían de manera errática y sin control. ¡El carruaje estaba a punto de volcarse! La capitana hacía un tremendo esfuerzo por evitar que aquello último ocurriese.

Toda la paz que hubo, tan solo minutos atrás, desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Solo se podían oír gritos por doquier y gente corriendo tanto como podía. Era un verdadero caos lo que se vivía en la explanada de la academia. Y, para empeorar las cosas, el carruaje real se encontraba expuesto en medio de toda la algarabía. ¡La persona más importante de todo el reino corría peligro! ¡Cualquier cosa podía suceder de un momento a otro!

La princesa, que aún se hallaba dentro del carruaje, solo atinó a cubrirse los ojos con sus brazos y a reclinarse sobre el asiento donde se encontraba. Ella realmente estaba asustada, no sabía qué hacer ante tal situación. ¡Si correr o esconderse! ¿Qué podía hacer? Henrietta estaba temblando de pies a cabeza. El momento de tensión no podía ser más intenso. Ella, en tal estado de pavor, solo atinó a cerró los ojos con fuerza mientras algunas lágrimas corrían por sus mejillas y exclamar a viva voz:

— ¡Saito-san!

En ello, la energía y poder sin control del vacío eclipsó en una estruendosa explosión que terminó por estallar una de las torres de la academia. Luego de ello, el silencio se apoderó del lugar. Todo parecía volver, progresivamente, a la normalidad. Muy pocos lo vieron, pero una peculiar estrella fugaz de color violeta pasó creando una línea púrpura en medio del gris paisaje, solo un segundo después, desapareció sin dejar rastro. El destello blanco que cegó a todos, comenzó a difuminarse dando paso al oscuro cielo poblado de nubes. Y allí, en medio de gotas de lluvia, entre el vaivén de fuertes corrientes de viento, un sujeto, de peculiar apariencia, volaba por los aires sin dirección aparente.

Sin embargo, pronto se descubriría dónde terminaría su trayectoria.

BOOM

Resonó en todo el lugar. Aquel joven, hasta ese momento desconocido, acabó cayendo en medio del carruaje real. Pronto, una gigantesca y densa polvareda se generó alrededor del transporte. El impacto fue tal que la lluvia de astillas y trozos de madera no se hizo esperar.

— ¡Alteza! — Exclamó Agnès mientras corría a toda velocidad en auxilio de la princesa.

Pero grande fue impresión al observar tal escena en medio del alboroto. Estaba Saito encima de la princesa, ambos parecían estar inconscientes luego del impacto. Pero…algo que no podía ignorar era que una de las manos del joven chevalier apretaba con energía uno de los pechos de su majestad.

— ¡Lo mataré! —Exclamó Agnès al mismo tiempo que desenvainó su espada con rabia. Incluso se podía ver una vena remarcada en su frente. Ella en verdad estaba furiosa.

— ¿U-Uh…? ¿Sa-Saito…san? —Se recomponía Henrietta mientras volvía en sí.

—…

— ¡Aléjese de él alteza, le cortaré la cabeza aquí y ahora a ese idiota!

— ¿E-Eh? —La princesa bajó la mirada y al fin se percató dónde estaba tocando Saito. Sin embargo, poco le importó y abrazó con todas sus fuerzas al chico.

— ¡¿Alteza?!

La princesa estaba a salvo, de eso no había duda, pero… ¿Qué le sucedió a Saito? Él parecía seguir inconsciente.

— ¿Sa-Saito-san?

— …

— ¡No va a responder, está inconsciente! —Dijo la espada que habla.

— ¿Qué le sucedió? —Preguntó la princesa.

— ¡Sufrió un duro golpe en la cabeza, podría estar en peligro! —Exclamó Derf— ¡Compañero, resiste! ¡Oye! ¡Vamos, tienes que resistir!

— ¡Saito-san! — Gritó Henrietta al percatarse de la delicada situación del joven chevalier. Casi de inmediato, ella desenfundó el cetro de Tristain y comenzó por recitar encantamientos curativos de agua. La lluvia caía sobre Henrietta empapándola por completo. Sin embargo, no le interesó y siguió en su empeño por curar al chico. La convicción en la mirada de la princesa era tal que había dejado inmóvil a Agnès.

Henrietta, impulsada por su desesperación, comenzó a utilizar grandes cantidades de energía de manera desmedida. Aquello se podía deducir fácilmente al ver su nivel de agotamiento y agitación. Su majestad luchaba por no desfallecer y seguir curando al joven. De no ser por la polvareda, la gente diría que su majestad se veía muy tensa y preocupada, en contraste con su habitual, pacífica y delicada apariencia.

— Saito-san, por favor… despierta… ¡Saito-san! — Exclamaba Henrietta con notable angustia a lo que la capitana del escuadrón de mosqueteros solo atinó a sonreír levemente con ironía y decir:

— Puede estar tranquila, majestad. Sé cuando alguien solo está inconsciente. Definitivamente él no está en peligro de muerte. Quizá, solo fue un golpe en la cabeza. Por otro lado…

¡!

ZAS

— ¿A-Agnès…? ¡E-Espera! ¿Q-Qué estás…?

La capitana, de un momento a otro, cogió a Saito y con gran facilidad lo sostuvo entre sus brazos en su afán por llevárselo lo más lejos posible antes que la polvareda se disemine por completo y todos en el lugar supieran lo que había pasado. Parte de su tarea era proteger el prestigio de la realeza, ella solo alejaba al chevalier de la princesa con el fin de que no se generen rumores de manera innecesaria. La realidad era que Henrietta se estaba comportando de manera muy inusual con Saito. Y eso podría ser malinterpretado por los demás.

"(Quizá solo se emocionó por ver a un amigo… O tal vez solo sean ideas mías. Después de todo, ¿quién soy yo para juzgar lo que hace su majestad? Eso sí, no permitiré que por culpa de este tonto, la princesa se meta en problemas. Si algo ocurre, estaré yo para protegerla.)" Pensaba Agnès mientras corría con Saito a cuestas.

Pero grande fue la sorpresa de la capitana al voltear la mirada y percatarse que había alguien corriendo detrás de ella. Era imposible ignorar el ruido de su apresurado andar sobre los charcos de agua formados en el suelo.

— ¡¿A-Alteza?! —Exclamó Agnès.

— ¡Salgamos de aquí! —Replicó Henrietta con total seriedad.

Aunque para la capitana era extraño ver cómo Henrietta, la aclamada princesa de todo Tristain, aceleraba el paso prácticamente tomada de la mano de un desfallecido Saito, no era momento de suposiciones sin sentido ni hipótesis complicadas. Sin embargo, lo que Agnès no pudo evitar, fue experimentar una leve sensación de que algo muy malo iba a ocurrir de seguir las cosas como estaban. Y eso le preocupaba en verdad.

— Saito-san… ¿Qué te ocurrió? —Fueron las palabras de la princesa que, en todo momento, se mantuvo junto al joven chevalier sin despegarse ni por un instante.

Nadie lo sabía, ni siquiera la princesa. Pero, el entorno de Saito cambió de manera radical. Quizá solo una alucinación. Quizá solo una pesadilla. Quizá solo un extraño sueño. Quizá no tenga sentido que Saito dijera que ya no sentía estar en Halkeginia. Pero la verdad, era que quizá él solo se dejó llevar por la nostalgia de levantar la mirada y ver solo una luna en el cielo.

En la total oscuridad, mientras el joven aún tenía los ojos cerrados, una voz le hacía despertar, poco a poco…

— Saito-san… Saito-san…

— …

Aunque no podía ver dónde estaba ni tampoco saber cómo había terminado allí, el joven, por extraño que parezca, se sentía seguro y en paz. El aura de tranquilidad le hacía sentir que todo estaba bien y que no existía peligro alguno que pudiese afectarle. Todo debido a aquella voz que calmaba su ajetreado corazón. Como si estuviese recostado en una nube, como si pajarillos blancos le sostuvieran y el calor del sol fuese solo una caricia en su rostro.

— Despierta, Saito-san.

— ¿Uh…?

— Me alegra que ya estés bien. ¿Sabes? Me tenías muy preocupada…

— Q-Que… ¿Q-Qué me pasó? —Se iba recomponiendo el joven.

— No lo sé, apenas me enteré que estabas aquí, vine lo más rápido que pude.

Saito, de par en par, fue abriendo los ojos, y allí, ante él, estaba el rostro de una bella joven de preparatoria. Aquel chico yacía con la cabeza recostada en el regazo de ella. Ambos encima de una especie de cama con blancas sábanas.

— ¿D-Dónde estoy…? — Preguntó Saito mientras se tomaba la cabeza e intentaba levantarse.

— Cuidado, no te esfuerces de más. Si necesitas algo, solo dímelo. Para eso estoy aquí. —Dijo la joven con una sonrisa.

Saito observó alrededor y había paredes blancas por doquier, un estante repleto de medicamentos y cortinas que cubrían parcialmente la camilla donde se encontraba. Desde fuera, se podía oír los acelerados pasos de la multitud de viandantes, los autos ir y venir, uno que otro anuncio publicitario y al tren de las cinco de la tarde haciendo su habitual recorrido. No era de extrañarse puesto que así es Tokio por las tardes.

La luz naranja que traspasaba por las ventanas llegaba hasta las manos de aquel joven. Saito no recordaba cómo había llegado hasta allí.

— Dime, ¿ya te sientes mejor?

Aquella delicada voz provenía de una joven de corto cabello y ojos púrpura. Ella era una estudiante de preparatoria de tercer año. Uno más que Saito. Había una cinta colgando de su brazo izquierdo donde decía: Presidenta del consejo estudiantil.

— S-Sí eso creo… Aunque no lo sabré con certeza sino hasta mañana. —Respondió Saito en tono de broma mientras intentaba levantarse. Pero, ella se lo impidió acariciando la frente de él con delicadeza— Dime ¿Acaso no tienes trabajo que hacer en el consejo estudiantil?

Ella negó con la cabeza y dijo casi de inmediato:

— Para mí tú eres más importante.

— Te meterás en problemas.

— Si tan solo esto no pasara a cada momento…

— Perdón…

— Descuida, yo…

— Y-Yo estaré bien, solo dame unos minutos y me iré a casa... ¡Oh, es verdad, casi lo olvido!

— ¿Pasó algo?

Cof…Cof… ¿Acaso hoy no es el último día del parque de diversiones? ¿No se mudaban mañana?

— Ah, eso…

— ¿T-Tú querías ir, o no?

Henrietta volvió a negar con la cabeza, pero luego se quedó en silencio mirando hacia otro lado.

— Solo dame unos minutos y… ¡Ah, duele…!

— ¡Calma, no te muevas tan a prisa! Parece que caíste desde una gran altura… ¿Qué pasó en verdad?

— No lo sé, seguro los idiotas del escuadrón disciplinario me dieron una paliza. —Saito empezó a reírse para luego decir— A ellos les fue peor. Lo sé porque me duelen los puños.

— ¿Cuándo será el día que dejes de despertar inconsciente en la enfermería?

— Yo no busco las peleas. Pero si me retan no pienso quedarme de brazos cruzados.

La presidenta exhaló algo de aire con desánimo para luego decir:

— Me preocupa lo que te suceda…

— Descuida, soy demasiado duro para ellos. Por otra parte…— De un momento a otro, Saito levantó el torso y tomando las manos de la presidenta, continuó—…no quiero hablar de mí ahora. Entonces, esta noche te llevaré a al parque de diversiones porque para mañana ya estará cerrado.

— ¡P-Pero tu brazo…! ¡Mis padres…! Yo…no creo que…

— ¿No te echarás para atrás ahora, o sí? Siempre haces lo que los demás te dicen y nunca haces lo que realmente quieres. ¡Vamos, será divertido!

— S-Será mi primera vez…

— ¿Uh?

— ¡S-Será mi primera vez en un parque de diversiones! ¡Por favor, no pienses cosas que no son!

— Entonces ¿Estarás lista para cuando yo llegue?

— P-Pero con una condición…

— ¿Cuál?

— Quiero que me prometas que evitarás más peleas. ¿Me lo prometes?

— Pero…

— ¡Es importante para mí! ¡Eres importante para mí! ¡Promételo!

— Bueno, lo intentaré… —Respondió Saito mirando hacia otro lado.

— ¡Quiero que me lo prometas bien! Que…Que realmente sea verdad esta vez… —De repente, algunas lágrimas comenzaron a recorrer las mejillas de Henrietta. El joven la abrazó de inmediato pues no resistía verla llorar. Ella levantó levemente la mirada y fue allí cuando él le dijo:

— Está bien. Te lo prometo. No más peleas.

Ella sonrió al escucharle. Seguidamente, cerró los ojos y dejó sus labios a la deriva. Henrietta esperaba un beso para sellar tan bello momento. Saito no iba a negarse, después de todo, ella era la chica de sus sueños. Sin embargo, unos pasos comenzaron a oírse afuera de la enfermería. Parecía que alguien se aproximaba por el pasillo. Así que, sin esperar más, Saito tomó de los hombros a la presidenta, hizo que se recostara en la camilla y la cubrió con un par de sábanas para ocultarla. Finalmente, cerró la cortina con él fuera ya estando de pie en espera de quien estuviera llegando al lugar.

— ¡Yo! ¡Saito! No sé porque no me extraña verte aquí.

— Eh, Guiche. Ah, ah… Pues así soy— Terminó aquella frase con una pequeña risa.

— Abrieron una nueva tienda de comics ¿Qué dices, vamos a echarle un vistazo? — Sacó una rosa de su bolsillo y exclamó— ¡Pueden haber chicas hermosas allí!

— N-No sé si realmente vas por los comics, pero por mí no hay problema.

— Entonces ¿Qué esperamos?

— B-Bueno, andando. — Respondió Saito a la propuesta de su amigo, no sin antes susurrarle a la cortina:

"(Nos vemos esta noche)"

Y así, ambos chicos de segundo año salieron de la enfermería. A Saito parecía seguirle fastidiando el brazo, pero hizo todo su esfuerzo porque no lo notara Guiche. Risas tras risas se iban difuminando por todo el largo del pasillo al pasar los segundos. El ocaso iba apareciendo, el ruido de los autos y de las personas se iba incrementando. Henrietta abrazó una almohada, sonrió, pero luego una lágrima cayó en las blancas sábanas.

No me merezco esto. Perdón, Saito-san…

La luz del sol se apagó de repente, y allí, en medio de la noche, dos lunas emergieron en la oscuridad. Una más grande que la otra. Los aviones se transformaron en vistosos dragones voladores. El ruido de los autos se apagó dejando en el camino el trotar de los caballos y el andar de los carruajes.

Con la mirada de vuelta en Tristain, todo era conmoción y bullicio en la explanada de la academia. No era para menos, un contratiempo de tales características asustaría a quien sea.

Nadie sabía dónde estaba la princesa ni tampoco el porqué de la explosión sucedida. Algunos alumnos solo supusieron que ella había regresado a palacio por precaución. Otros en cambio, más alarmistas, comenzaron a hacerse preguntas los unos a los otros:

¿Qué estaba ocurriendo? ¿Acaso se trataba verdaderamente de un ataque? ¿Secuestraron a la princesa? ¿Dónde estaba?

Lo cierto era que, lejos de toda algarabía, en el interior de la derruida torre donde se originó aquel incidente, estaba Louise sentada al lado de una mesa, observando ensimismada un pequeño adorno de cristal. Era la mansión de sus sueños en miniatura. Dentro de lo sencillo y simple que podía parecer aquel objeto, Louise lo atesoraba como la cosa más preciada que tenía en la vida. No solo porque se lo haya dado Saito, sino que además, significaba la relación que tenía con él.

Louise, de alguna manera, mantenía las esperanzas de que el joven chevalier solo tuviese ojos para ella. Que, de alguna manera, él apareciese en frente suyo, la tomase de la cintura y, sin importar las consecuencias, ambos se dieran un apasionado beso. Uno real. Uno que verdaderamente saliera del corazón del chevalier y no de…una runa en su mano. Ella sabía que nada de eso podía pasar, pero prefería creer en él y dejar de lado todas esas ideas negativas que le arrebataban en sueño. ¡Él luchó por ella innumerables veces! ¡La rescató en un sinfín de ocasiones! Pero… ¿Lo hizo porqué en verdad quería?

— Tonto…Saito. —Replicó Louise en voz baja.

— ¿M-Miss Vallière? —Dijo Siesta mientras entraba a la habitación.

Louise al oír su voz, tiró el adorno de cristal a la cama y, de inmediato, ella se lanzó detrás de aquel objeto para luego cubrirse por completo entre sabanas y cobijas. Con la cara hundida en la almohada, exclamó:

— ¡¿Cómo entraste aquí?! ¿Quién te dio la llave?

— Soy la sirvienta de Saito y tengo la llave por eso, pero… no hay paredes ahora, todo está hecho escombros, así que no es difícil entrar ¿Sabe?

— ¡Vete!

— Es mi culpa… Yo, yo en verdad lo siento mucho. No pensé que todo esto terminaría así… Perdón, Miss Vallière…

— ¡Da igual! No importa si eres tú o Tiffa o Tabitha o Kirche o…su majestad. ¡Saito es igual! Ese tonto… ¿Acaso nunca piensa cambiar?

— S-Si desea podemos hablar-

— ¡No quiero! Solo déjame sola…

— Pero…

— ¡Quiero estar sola!

— Miss Vallière…

— Por favor… déjame sola…

Siesta podía escuchar cómo la temblorosa voz de Louise se apagaba poco a poco. Ella sabía que la chica en cuestión estaba llorando enterrada en almohadas y sábanas. Sin embargo, ante la insistencia de la joven Vallière, Siesta solo atinó a cerrar la puerta y marcharse. Aunque claro, sin paredes no importaba mucho ¿A que sí? Donde sí había paredes era en la enfermería, al otro lado de la academia de magia.

Lejos del lugar del incidente, en la oscuridad de la noche, iluminada solo por la luz de la velas, la princesa se había recogido las mangas y con un paño húmedo iba limpiando las heridas de su chevalier. Éste se hallaba recostado en una cama con el torso desnudo y con el pantalón algo raído. Pero fuera de todo malentendido, su majestad en verdad se preocupaba por Saito. Antes de todo, había mandado a cubrir las puertas de la enfermería y para ello no había mejor escolta que Agnès. La orden era clara: "Que nadie entre. Nadie." A lo cual la capitana solo atinó a bajar la cabeza y acatar tal mandato. Ella sabía que nada malo iba a ocurrir entre ellos dos, al menos no después de todo lo que pasó. Así que por ese lado y de momento, ella podía estar tranquila cuidando la puerta.

— Saito-san… Dime… ¿Cuál es tu sueño? —Susurraba la princesa ya sabiendo que el chevalier no iba a responder.

Sin embargo, dentro de la inocencia de tal pregunta, se encontraba la respuesta que seguramente ella hubiera deseado oír. Cosas del destino que nunca se develan en su debido momento pero que de alguna manera uno mismo puede intuir.

Aquella noche, un par de alumnos de preparatoria corrían con todas sus fuerzas tomados de la mano. El chico miraba al frente y dirigía el rumbo a tomar. Ella, por su parte, solo atinaba a observarle a él. Ambos corazones latían a mil por hora mientras sus piernas se movían como locomotoras sin control. Tras ellos había unos sujetos vestidos con saco y corbata que, con linternas en mano, trataban de seguirles el paso. Se oían ladridos caninos y neumáticos friccionando. Un despliegue total de búsqueda encabezando la persecución.

La familia de Henrietta era muy adinerada. Para su mala suerte, aquel día, de entre muchos otros en donde pudo salirse con la suya, sus padres le vieron huir de casa acompañada de un sujeto sin clase ni apellido. Un tipo tal cual, común y corriente. Lo más probable es que ella se haya metido en un embrollo tal que ni siquiera desearía pensar en ello. ¿Volver a casa? Era el último lugar al que quisiera ir después de verse descubierta. Aunque tarde o temprano tendría que volver.

Sin embargo, aun sabiendo que el peligro estaba esperando en cada esquina, aun sabiendo que sus padres jamás le perdonarían tal afrenta hacia ellos, aun sabiendo que estaba actuando mal y que nunca podría remendarlo; Henrietta seguía los pasos de Saito sin importar lo que sucediese después.

Puede parecer extraño, pero cuando a Saito le preocupaba más esconderse o huir de sus perseguidores, a Henrietta le importaba más estar al lado de él. Debajo de aquel cielo nocturno donde reinaba una enorme luna adornada con las más brillantes estrellas del firmamento, una joven de preparatoria que vivía enclaustrada entre su estricta familia y la responsabilidad de ser presidenta del consejo, se sentía como una princesa siendo rescatada por su apuesto y valiente chevalier. Al menos por una noche, solo una noche, ella podría soñar, volar y sentirse verdaderamente libre.

Ah…Ah…Ah… —A Saito le costaba respirar— Parece que…los perdimos… ¿No…? — Dijo luego de detenerse de repente.

—No puedo oírles ¿Y tú? — Añadió Henrietta.

— No. Definitivamente les perdimos. ¡Vaya! Estuvo muy cerca… Diría incluso que demasiado cerca…

—…

— ¿Henrietta?

La joven se había quedado sin palabras. Saito se preocupó por unos momentos, pero luego se percató que ella estaba mirando atónita lo grandioso y genial que podía verse el parque de diversiones estando de noche. Su sola expresión decía lo sorprendida y fascinada que estaba. Avanzó algunos pasos para poder acercarse y observar con mayor detenimiento.

— Increíble ¿Verdad?

— Nunca antes la había visto tan de cerca. Solo en fotos y algo más, pero nada de eso se parece a lo que ven mis ojos. Es todo tan bello y colorido…

— ¿Qué esperamos entonces? Entremos o de lo contrario no tendremos tiempo ni para una sola atracción — Saito tomó la mano de Henrietta y sin más espera, ambos entraron al parque de diversiones.

La música, los juegos, los niños corriendo de aquí a allá, padres cansados casi recostados en las banquetas, el olor a dulce caramelo y el grito de emoción de los valientes que osaron desafiar los rieles de la gigantesca montaña; todo estaba propicio para una diversión sin control. La presidenta miraba a todos lados, parecía que no sabía por dónde empezar o qué hacer si quiera. Estaba claro que era su primera vez en un lugar así.

— ¡Andando! —Exclamó Saito al mismo tiempo que tomaba la mano de ella.

— ¿E-Eh?

La primera atracción que visitaron fue el de "los autos chocones". Saito tomó el volante del auto púrpura, Henrietta apenas si pudo colocarse el cinturón de seguridad del pequeño vehículo azul. Uno a cada extremo de la pista rectangular.

BAM

Se dio inicio al juego. Saito sabía que Henrietta tendría suerte si logra por lo menos mover el auto en el que estaba, así que trató de protegerla de los demás coches que intentaban hacerle pasar por un gran susto. "(Quizá debí pensar mejor la atracción…)" Pensó Saito, pero ya era tarde. El niño del carrito amarillo perdió el control y pisó el acelerador en vez del freno. El joven de preparatoria no le vio venir e inevitablemente le chocó por detrás. Pero la cosa no quedaría allí, dado que el impulso hizo que Saito perdiera el control.

CRASH

Por la velocidad y por el "solo los niños usan cinturón de seguridad", Saito terminó cayendo encima de Henrietta. Ambos autos acabaron en una esquina de la pista con sus conductores totalmente mareados. Parecía que tuvieran remolinos diminutos en sus ojos. Definitivamente las cosas no terminaron como el chico hubiese esperado.

Pasaron algunos minutos en la noche de Tokio y tanto Saito como Henrietta estaban listos para entrar a la montaña rusa. "Las damas primero". Henrietta entró al vagón, sin saber que pasaría después. Solo mostraba una inocente sonrisa que demostraba lo emocionada que estaba. Saito llegó después y los barrotes de seguridad bajaron lo suficiente como para estar más tranquilos.

BAM

Pronto el vagón empezó a moverse por los raíles. Despacio al principio, todo bien hasta allí. Henrietta miraba impresionada el parque en todo su esplendor. ¿Cómo era eso posible? Ambos jóvenes ya estaban a varios metros del suelo. De hecho, se podría decir que sin que se diesen cuenta, por poco y tocan las estrellas. "(¡Es increíble lo alto que llega esta cosa!)" Pensó Saito mientras se alegraba de lo bien que se tomaba tal situación la presidenta. Parecía no tenerle miedo a las alturas. Eso era bueno.

Pero, todo cambió cuando el vagón se detuvo inesperadamente y, de un momento a otro…

BRUM

Se fue en picada al hondo abismo. La velocidad y los gritos de emoción, algunos de susto, daban sentido a la atracción. Para Saito era realmente sensacional, una experiencia intensa e inigualable en su tipo. Sin embargo, la algarabía y la adrenalina del momento no le dejaron percatarse de lo que ocurría a su costado. El joven bajó la mirada y al fin pudo sentir que los brazos de Henrietta le sujetaban con fuerza. Ella estaba totalmente asustada y no era para menos, siendo su primera vez quizá pasó por alto ciertos detalles como el hecho de que realmente sí le tenía miedo a las alturas.

"(Vaya, otra vez me equivoqué de atracción. ¿Qué me está pasando? ¿Qué estoy haciendo? Lo arruinaré todo como siga así…)" Pensó Saito mientras el vagón no paraba de moverse a la derecha, luego a la izquierda, después arriba, en seguida para abajo, metiéndose a toboganes y cayendo directo al abismo.

— Henrietta…eh…eh… —Saito intentó calmar a la joven, pero como ella estaba tan pegada a él, solo atinó a dejarla tal y como estaba. El rostro del chico estaba completamente rojo y no era para menos dado que en su brazo sentía los suaves pechos de la presidenta. Ambos jóvenes podían estar cayendo a cien por hora, pero Saito solo pensaba en pechos. Lo pervertido no lo podía cambiar, así era él después de todo.

Las manecillas del reloj no se detenían, Saito intentó remendar sus dos pasadas decisiones y eligió otras dos atracciones que aparentaban ser menos "problemáticas" teniendo en cuenta, claro, que era la primera vez de Henrietta. Sin embargo, las cosas no terminaron como él hubiese querido y al final solo pudo ganar un obsequio para ella en un juego de lanzar dardos. Había premios geniales como un oso gigante de peluche, pero solo pudo obtener un pequeño llavero con una diminuta espada pintada de bronce. A la presidenta parecía gustarle, pero el joven traía el rostro azulado. "(Esto no puede estar peor…)" Susurró Saito entre dientes.

Al final, el sonido de un enorme reloj en medio del parque anunciaba las diez de la noche. Henrietta daba pequeños bocados a su algodón de azúcar, mientras que Saito lamía con algo de desánimo su manzana acaramelada. Para él todo había sido un desastre. Una noche que se suponía debía ser la mejor, se había convertido en una pesadilla. De alguna manera, pensaba que lo había arruinado todo y lo único que quería era regresar a casa.

— Esta fue la mejor noche de todas. — Dijo una sonriente Henrietta.

— ¿E-Eh? No tienes que mentir. Fue un desastre, lo arruiné.

Ella negó con la cabeza y le dijo:

— Lo hiciste muy bien.

— Pero…

— Quizá todo esto sea muy nuevo para mí. Mis padres nunca me dejaron acercarme si quiera a un lugar como este. Todo lo que sé es gracias a libros y algo que vi en la televisión hace ya mucho tiempo.

— Lo puedo hacer mucho mejor ¡Ya lo verás! ¡La próxima vez será mil veces mejor! Te lo prometo.

— Sé que lo harás. Incluso si dijera que no.

— Me conoces muy bien y sabes de lo que estoy hablando. Además…

— ¿Uh?

— Después de todo el problema que te cause… Imaginé que debía valer la pena. Ya sabes, lo de tus padres.

— Saito.

— ¡Sí!

— Gracias.

— Yo…no sé qué hago…

— No te sientas mal, ya encontraré la manera de que mis padres me perdonen.

— ¿En verdad?

— Sí.

— Confío que con el tiempo las cosas mejoren y un día pueda estar a tu lado sin tener que meterte en problemas. Ni en la academia ni con tu familia. Trataré de mejorar. Se-Seré alguien digno de ti.

— Ya eres alguien increíble. Yo soy la que debería decir eso…

— Todo es posible. Verás que lo conseguiremos. Siempre que estemos juntos, los dos, de ahora en adelante.

— …

— ¿Uh? ¿Sucedió algo?

Ya era algo tarde y el parque estaba a solo unos cuantos minutos por cerrar. La mayoría de atracciones cerraron. Lo que antes era brillo, color y música, pronto pasaría a ser oscuridad, silencio y una gélida brisa que a más de uno hacía colocarse el saco y regresar a casa.

Pasaron al menos un par de minutos en los que Henrietta se había quedado en silencio. Su cabello violeta tapaba sus ojos por completo mientras que Saito intentaba reanimarla de la manera que fuese. Hasta que, finalmente, ella dijo:

— Voy a estudiar en una universidad del extranjero.

— ¿Q-Qué?

— Mis padres ya hicieron la inscripción. No puedo negarme a ellos.

— Pero…

— La decisión se tomó antes que llegara a la academia. Las reglas eran claras desde el inicio: La preparatoria la podía escoger yo, pero la universidad era algo que estaba afuera de mi alcance.

— ¿Y qué hay de mí? ¿Yo dónde cuadro en tu ecuación?

— No es mía la decisión. Sabes que si fuera por mí, me quedaría por siempre, pero…

— …

Saito bajó la mirada y por un breve momento vio en su mano aquel anillo de plástico que una vez él consiguió en un juego de árcade. No era un objeto cualquiera, pues se gastó como cien monedas para conseguir uno igual y regalárselo a Henrietta. ¿Por qué? En ambos había una inscrita una frase que él supuso sería importante para ambos.

— Lo lamento…

— Entiendo.

— ¿Saito-san?

El joven comprendía que un sujeto de su estatus social jamás podría seguirle los pasos a alguien de dinero. Mucho menos a la hija de la familia más acaudalada del país. Y que solo era cuestión de tiempo para que la burbuja explotara, él despertara y se diera cuenta que la realidad era muy diferente a sus fantasías de adolescente. Ella no tenía la culpa. Él tampoco. Era el destino que, indiferentemente, les hizo conocerse y un día hacerse novios. La inocencia y desdén de sus días de juventud les hacía ver el espejismo de una vida juntos. Lamentablemente, alguien debía dar el paso a la realidad. Aunque doliera, ese quería ser el mismo chico de preparatoria.

— ¡En fin! — Saito se levantó inesperadamente para luego comenzar a caminar hacia la salida del parque.

— ¿Saito-san? ¿A…? ¿A dónde vas?

— Nos vamos a casa, te acompaño. Andando.

— Pe-Pero todavía quedan algunos minutos y-

— ¿Qué importa ya?

El joven de preparatoria estaba devastado por tal noticia que le cayó como agua fría. En algún momento se ilusionó con la idea de estar siempre al lado de la chica de sus sueños. Henrietta, de alguna manera u otra, se había convertido en el eje principal del día a día del chico. Ya sabiendo que en algún momento ella se irá bajo la frase "Volveré" "(Mentira, ya no lo hará…Lo sé)"…el mundo en el que él confiaba sería un futuro feliz, se convirtió en una desdicha más.

Caminaba con las manos en los bolsillos, mirando al suelo y con el cabello totalmente despeinado. A Saito ya no le importaba nada más que no fuera regresar a casa y ahogar su tristeza en la almohada. Sin embargo, unos suaves y delicados dedos tomaron una de sus mangas. Él dudó por unos instantes, pero luego volvió la mirada hacia ella quien señalaba con la mirada la noria gigante, emblema del parque el cual aún tenía todas las luces encendidas. Estructura circular enorme en cuyos lados se hallan pequeñas cabinas de diversos colores. En ellas, viajan sus visitantes a lo largo de la longitud del círculo. Gira despacio dado que su principal objetivo es mostrar el bello paraje nocturno.

— ¿Quieres ir? — Preguntó Saito a secas a lo que Henrietta solo atinó a asentir con la cabeza.

El joven se quedó en silencio por unos momentos pero luego accedió a cumplir ese último favor de la noche. Solo transcurrieron algunos minutos hasta que al fin la noria gigante comenzó a girar. Saito y Henrietta ya se encontraban dentro de una de las cabinas. El tiempo pasaba y el chico solo se remitía a mirar por la ventana. La presidenta estaba a su lado mientras trataba de animarle como fuese posible. Pero él no le hacía caso.

— ¿Sabes? Me alegra haberme quedado este tiempo aquí, en Japón— dijo Henrietta— ¿Por qué? Porque aquí fue donde te conocí. Quizá las cosas se fueron de nuestro alcance, pero eso no quita el hecho de que eres muy importante para mí. Yo… si tan solo pudiera…

Saito volvió la mirada hacia ella, tomó sus manos y mirándole fijamente, dijo:

— Presidenta ¿Puedo seguir a su lado hasta el día que se tenga que ir?

— ¿Q-Qué dices?

— ¿Me permite seguir justo a usted? No me importa si tan solo es por un mes, una semana, un día o lo que queda de la noche. Solo quiero sentir su mano junto a la mía. Es solamente una mi petición. No quiero nada más.

— Pero…

Henrietta se quedó pensando algo brevemente, luego, le miró fijamente a los ojos, y susurrándole al oído le dijo:

— Puede estar todo el tiempo que quiera. Chevalier.

— ¿Uh?

En ello, cuando ambos estaban en el punto más alto de la noria, el joven señaló algo en el cielo.

— ¿Fuegos artificiales? No parece uno… ¿Acaso es eso una estrella fugaz? Nunca antes había visto una de ese color tan púrpura… De cualquier manera, vamos, pide un deseo.

Henrietta juntó las manos, cerró los ojos y por un mágico instante, algo sucedió. Saito no lo vio, ni la presidenta supo que era realmente, pero un breve destello violeta hizo que aquella estrella se hiciera más grande y, un segundo después, desapareciera en el marco nocturno.

— ¿Qué pediste-? — Preguntó Saito. Pero, Henrietta, levantando el dedo índice, le tapó delicadamente los labios.

Luego de ello, cerró los ojos nuevamente acercando cada vez más sus suaves y rosados labios de doncella. Saito hizo lo mismo y se fue acercando poco a poco esperando que un apasionado beso calmase la tristeza que llevaba dentro.

El gran reloj marcaba las once en punto. La noche era increíblemente larga, pero emocionante. El parque tuvo que cerrar, y allí, en medio de la calle que aún tenía un buen número de transeúntes, Saito iba tomado de la mano de una sonriente Henrietta. Aunque para el joven no había sido fácil todo lo que pasó tan solo una hora antes, él hizo todo su esfuerzo por mantener ese nudo en la garganta. No quería hablar de más. Tampoco quería comprometer a la presidenta a situaciones difíciles. Él solo quería que ella sea feliz. Y era obvio que si él estaba triste, ella también lo estaría.

— Vaya, eso fue increíble. ¿Sabes? Yo también me divertí mucho. —Exclamó Saito mientras mostraba una radiante sonrisa.

— Me alegra oírte decir eso. —Respondió Henrietta con entrecortada voz mientras ocultaba la mirada de lo que había alrededor.

— ¿Sucede algo?

El joven movió la cabeza de aquí a allá y por doquier se hallaba, en letreros enormes y letras luminosas, la palabra: Hotel.

— ¡Ah! ¡N-No-No es lo que piensas! — Saito inmediatamente tiró del brazo de la presidenta y en menos de lo que decía ¡Corre! Salió de aquel rincón candente de la, aún despierta, ciudad de Tokio.

Sin embargo, mientras huía casi a ciegas, tropezó con algo en el suelo e inevitablemente golpeó el piso. Henrietta cayó encima de él.

— ¿Saito-san, te encuentras bien? ¿Saito-san?

— …

El joven no despertaba, parecía que un golpe en la cabeza era el culpable de tal situación. Saito quedó inconsciente de manera inesperada. Henrietta intentaba reanimarlo pero no lo podía conseguir. El joven de preparatoria había quedado profundamente dormido.

Saito-san… ¡Saito-san!

Pasaron los minutos hasta que al fin el joven chevalier abrió lentamente los ojos y ante él una extraña luz llegaba hasta sus manos desde una enorme ventana. Levantó la mirada y en el cielo había dos lunas, una más grande que la otra. En un primer momento le pareció extraño, luego simplemente lo ignoró creyendo aún estaba soñando.

Se tocó la frente y en ella encontró un paño húmedo. Aún tenía fiebre, así que decidió dejarlo allí tal cual estaba.

Luego tocó su pecho y, al principio, se sorprendió al no sentir nada más que piel. Pero, después, simplemente pensó: "(Qué importa, de seguro mi sudadera está sucia)"

No pasó mucho tiempo hasta que se percató que se encontraba en una habitación que jamás en su vida había visto. Parecía una enfermería, pero con un diseño muy extraño. No estaba ni en la academia, ni en su casa, ni en casa de sus amigos. ¿Qué era ese lugar? "(Tonto sueño, me hace ver cosas raras…)" Divagó.

Tristain podía ser un lugar muy extraño, pero a Saito nada le sorprendía dado que creía que todo se trataba de un sueño.

Sin embargo, no fue sino hasta que, a la luz de la velas, vio que alguien estaba durmiendo al filo de la cama, con la cabeza encima de sus propios brazos. Fue allí cuando abrió los ojos por completo y, sin más vacilaciones, levantó el pecho y dijo:

— ¿Presidenta?

De a pocos, la princesa despertaba, incluso se podía ver cómo un hilo de saliva corría por sus mejillas. Habían pasado horas desde que Saito llegó a la enfermería de la academia de magia.

— ¡¿Sa-Saito-san?! ¿C-Cómo estás? ¿Te sientes bien? —Reaccionó como pudo su majestad.

— Me duele la cabeza… Vaya jaqueca… ¿Qué me pasó?

— No lo sé, solo caíste y ya… A mí también me gustaría saber qué fue lo que ocurrió.

— Lo único que recuerdo es el parque de diversiones y… poco más, no lo sé…

— ¿Parque de diversiones? ¿Qué es eso?

— Vaya bromista ¿Eh? ¡Sabía que no te había gustado cómo maneje las cosas! Pero ¿Sabes? La próxima vez estaré mejor preparado. ¡Ya lo verás!

— No sé de qué estás hablando.

La princesa se veía muy confundida. Saito simplemente estaba hablando incoherencias, murmurando palabras que nunca antes había oído y llegando a conversaciones demasiado extrañas.

— Bueno, no importa. Olvídalo si lo prefieres, pero te lo prometí y cumpliré.

— Saito-san, ¿te sientes bien? Estás comenzando a preocuparme…

— ¿Uh? No entiendo.

— Acabas de despertar. Entiendo que estés un poco confundido, pero-

¡!

De un momento a otro, Saito se levantó por completo, e inmediatamente después, se postro en frente de Henrietta y con voz suplicante, dijo:

— ¡Perdóname! ¡Por favor!

— ¿E-Eh?

— De seguro lo volví a hacer… ¡Maldición! ¿Por qué siempre estaré metido en problemas? S-Sé que te fallé, pero te prometo que no volveré a involucrarme en más peleas.

— ¿Peleas?

En aquel punto, Henrietta entendió que Saito no estaba actuando normalmente. Puede que se tratase del golpe en la cabeza o de un mal sueño, pero la princesa estaba dispuesta a ayudarle sin importar lo extraño que pueda estar diciendo o haciendo su chevalier. De tal manera que ella decidió actuar con "normalidad" sin contradecir ni una sola palabra que dijera el joven.

— Sí. No sé realmente lo que pasó, p-pero lo más probable es que me haya dejado llevar por el enojo. ¡Rayos, esos idiotas del disciplinario!

— Y ¿Cómo te sientes?

— Por ahora bien. Supongo que a ellos les fue peor. —Terminó aquella frase con una leve sonrisa. — Por cierto, ¿has visto mi ropa?

— Está allí, encima de aquel mueble.

— Gracias. — Saito se levantó con dificultad y, con gran asombro, vio el buen estado en el que estaba su sudadera azul favorita, todo a diferencia de sus pantalones que parecen haberse atorado en la turbina de un avión.

— Remendé esa prenda tuya, parece que te gusta mucho ¿No?

— ¡Me da suerte! — Exclamó mientras se la colocaba.

— Me alegra oír eso…

De pronto, el joven dejó atrás aquella sonrisa que traía en el rostro. Observó el suelo y luego de apretar sus puños, exclamó a viva voz:

— ¡Estudiaré mucho! ¡Te juro que estudiaré hasta que me quede sin pestañas y no pueda mover las manos! ¡Sé que la capital de Asia no es China! ¡También sé que dos más dos no es cinco! ¡Joder, soy un tonto lo sé! ¡Pero no importa lo que tenga que hacer, conseguiré la beca que sea necesaria!— La voz del joven parecía entrecortada. Una lágrima pasó entre sus mejillas.

— ¿Saito-san?

— ¡No me importa que tan lejos ni que tan costoso sea! ¡No me alejaré de ti! ¡No quiero, me resisto a la idea de aceptar las cosas como son! No me gusta cómo es todo, yo quiero seguirte. Solo eso sé.

Henrietta solo atinó a mirarle fijamente a los ojos mientras él se acercaba y tomaba sus temblorosas manos con pasión.

— Si te vas al extranjero, yo también iré.

En ese momento, cuando la situación no podía parecer más extraña, la puerta se abrió de repente y tras ella dos personas caían al suelo. Se trataba de Agnès y Louise quienes peleaban aun estando en el piso. La joven de Vallière se empecinaba en querer entrar mientras que la capitana trataba de impedírselo. Al final, la puerta no resistió y terminó cediendo, rompiendo así el mágico momento que comenzaba a sentir la princesa.

— ¡Tú! ¡Aléjate de su majestad! — Dijo Agnès mientras sostenía los brazos de Louise.

— ¡Saito! — Exclamó la joven de la Vallière luego de picarle los ojos con la punta de los dedos a la capitana. Se puso en pie y de inmediato se acercó a Saito sin importarle que éste estuviese tomando de la mano de la princesa— ¡Lo pensé bien y no quiero pelear más! Solo quiero que estés a mi lado… No quiero volver a estar sola. ¡Te necesito junto a mí!

— Ah, maldita enana… no veo ni mis pies— Refunfuñaba Agnès mientras intentaba pararse. — Es mi culpa alteza, no pude contenerla a ella por mucho tiempo.

— ¿Alteza? — Saito inclinó la cabeza con notable perplejidad.

De hecho, luego de observar con detenimiento a su alrededor, soltó las manos de Henrietta y se echó para atrás. Tropezó con algo y al suelo cayó, pero él siguió arrastrándose hacia atrás mientras trataba de negarse a sí mismo que todo cuanto veía era cierto.

("De seguro es una broma o tal vez estén ensayando para una obra. Eso explicaría los singulares trajes que llevan. Pero, no recuerdo que fuesen tan buenos actuando. ¿Henrietta? ¿Una princesa? ¿Quién lo imaginaría?") Pensó Saito en su vano intento por no enloquecer y tratar de encontrar lógica alguna para tal extraña situación.

— ¡Hey, compañero! ¿No estás exagerando un poco? Sé que la pequeña de cabello rosa da miedo pero tampoco es para que te lances al suelo de esa manera. —A un lado de la habitación, Derf se desenfundaba para regañar a Saito.

— ¡A eso llamo yo utilería de la buena! — Bromeó el joven mientras señalaba a la espada que habla.

— ¿Utilería? Esto no es un teatro ¿Lo sabes, verdad? —Refutó Agnès.

— Oh, vamos. ¿Acaso creen que me comeré el cuento de la espada que puede hablar? No soy tan tonto.

— Espera, ¿realmente te sientes bien, compañero? — Preguntó Derf.

— ¡Miren, lo volvió a hacer! ¡Volvió a hablar!

— Ah, sí, lo hizo… ¡Increíble! ¡Es lo último en utilería! — Exclamó la princesa en un vano intento por calmar a Saito.

Sin embargo, Louise se dio cuenta de inmediato que algo malo le estaba pasando a Saito pues no era normal verle tan agitado y asustado. Henrietta trató de impedir que la joven de la Vallière se acercara a él pues no estaba segura de lo que podía suceder. Pero, Louise no dudo en quitarse de encima a la princesa, acercarse a él y decir:

— Dime lo que sientes. ¡Saito, por favor! Dime qué es lo que está pasando.

— No lo sé, todos actúan muy extraño. Yo…acabo de despertar y…

— Compañero ¿La reconoces? —Añadió Derf a lo que Saito solo atinó a asentir con la cabeza. — ¿Sabes quién es en verdad ella? ¿Sabes que es tu ama y tú su familiar?

— ¿Familiar? ¿Qué es un familiar? — Saito parecía realmente confundido.

— Sí, no hay duda. El golpe en la cabeza afecto a mi compañero. Él perdió la memoria, por eso actúa tan extraño.

Todos se sorprendieron ante las palabras de la espada. En especial Louise quien no terminaba de creer, o mejor dicho, no quería aceptar la idea de que Saito ya no sabía quién era ella.

— ¡Dime una cosa! Si nada recuerdas, entonces ¿Qué diablos hacías tomado de la mano de su alteza? —Preguntó la capitana.

— ¿Alteza? ¡Oh, claro! —Saito guiñó el ojo— Eh, bueno, ella y yo estábamos practicando para la obra… ¿No es así, presidenta?

— ¿Presidenta? — Louise frunció el ceño.

— ¡E-Eh s-sí! ¡Solo estábamos practicando para una obra de teatro!

Henrietta solo le seguía el juego al joven chevalier pues ella creía firmemente que en tal situación era peligroso tratar de contarle la verdad a Saito sin antes prepararle adecuadamente para ello. En especial si se trataba de un golpe en la cabeza y de una posible amnesia. No sabía mucho del caso, pero de todas maneras era inútil intentar convencerle de hechos que él considera extraños y fuera de toda lógica.

Todo en contraste de Louise a quien le dolía en el fondo del alma que aquel joven que alguna vez juró amor eterno, de un día para otro, ya no supiera ni quién era realmente ella.

— Louise… Ahora no es el momento… — Trataba de tranquilizar la princesa colocando delicadamente su mano en el hombro de su mejor amiga. Sin embargo, ella se la quitó de encima y, sosteniendo con ambas manos los hombros de su familiar, dijo— Saito… dime que me recuerdas. Solo pido eso.

— Sí sé quién eres. Pero ya me parece algo fastidioso que todos sigan con este juego. En serio, ya no es gracioso.

— ¡No es un juego! — Replicó la capitana.

— ¡Agnès! —Regañó la princesa.

— ¡Ella es la princesa y gobernante de todo Tristain! ¡Y por culpa tuya por poco se crea un tremendo malentendido! ¡Sin contar que por poco acabas con su vida! ¿Sabes qué debería hacer ahora? Debería ejecutarte por tal acto terrorista.

— ¡Agnès, ya basta! ¡Él no es ningún terrorista! — Volvió a regañar Henrietta.

Saito se quedó en silencio por un momento. Desvió la vista de los ojos de Louise y observó por breves momentos la enorme ventana y, por fuera, a ambas lunas posadas en el velo nocturno.

En un primer momento intentó encontrar la lógica a los dragones que veía volando, al extraño atuendo de todos los que le rodeaban y…a la tiara que yacía en la cabeza de Henrietta. Él no era un experto en gemas, pero evidentemente las joyas que tenía encima la princesa eran genuinas.

Quizá el temor y la angustia por no saber absolutamente nada de lo que estuviese pasando fuese lo de menos, pues, él entendía que todo aquello no se trataba de una alucinación o de un simple sueño. Era real, la habitación, las lunas, las miradas de todos enfocándolo a él con clara preocupación. No era momento para comportarse como un forastero. Eso le podría traer problemas y, en un futuro no muy lejano, podría incluso impedirle regresar a su hogar, Japón.

Ante todo ello, una idea pasó de manera fugaz por su mente. Si se mantenía tranquilo y no despertaba sospecha alguna, nadie le impediría regresar a casa. Nadie, ni siquiera la joven de cabello rosa que no despegaba la mirada de él. Así pues, exhaló algo de aire y comenzó a pronunciar sus primeras palabras como habitante de la desconocida tierra de Tristain.

— Solo jugaba. Sé quién eres, Louise. — Exclamó con una sonrisa el joven chevalier.

— ¡Saito! — Gritó con alegría la joven de la Vallière para luego abrazarlo con fuerza.

— Perdón, Hime-sama. Debo haberme comportado inapropiadamente. Le ruego que me disculpe, no me sentía del todo bien. Pero, tengo la memoria intacta. — Dijo Saito a lo que Henrietta no pronunció ni una sola palabra.

Muy en el fondo, algo le decía a la princesa que su chevalier no decía la verdad. Sin embargo, prefirió callar pues quizá él tendría sus propias razones para actuar de tal manera.

— Parece que todo se solucionó. Es hora de volver a su alcoba, alteza. — Añadió la capitana.

— ¡Saito! — Louise de inmediato le dio un beso en los labios al desprevenido joven.

Agnès al ver tal escena intentó tirar del brazo de la princesa. Pero ella no se movía. Pronto la capitana comenzaba a preocuparse y tiró con más fuerza, pero Henrietta se resistía. A la vista de su majestad, Louise le daba un apasionado beso a Saito quien había cerrado los ojos. A lo lejos, la princesa les veía felices a ambos. Pero lejos de sentir satisfacción, ella solo seguía mirando mientras movía lentamente los labios como si a alguien estuviese besando. En silencio, en la oscuridad de su mente, Henrietta quería sentirse de vuelta en ese mundo de fantasía que había creado solo para ella. Pero la realidad era diferente, Louise tenía a Saito y nada cambiaría. Agnès sintió que la princesa se estaba haciendo daño a sí misma, así que decidió usar la fuerza de ambos brazos para sacarla lo más pronto posible de la habitación.

Louise escuchó los pasos de Henrietta saliendo de la alcoba, pero no le importó pues tenía la mente concentrada en Saito mientras le besaba apasionadamente a ciegas. En cambio él, entreabrió los ojos y vio cómo la princesa era llevada casi a la fuerza por Agnès. Henrietta volvió la vista por solo un segundo, en ello hubo una fugaz conexión entre sus miradas. Luego, se oyó a la puerta cerrase.

Al pasar los segundos, Saito tomó de ambos brazos a Louise y la alejó de él con delicadeza par luego decir:

— Estoy algo cansado. ¿Qué te parece si continuamos después?

— ¿Ara? ¿Quieres jugar, eh? Te prepararé algo especial. Cuando regreses a la habitación, ya lo verás. — Con aquella frase, se despidió una sonriente Louise.

Luego de que la joven de la Vallière abandonase la habitación, Saito se levantó del suelo para luego sentarse al filo de la cama, tomarse la cabeza y susurrar:

— Maldición… No sé qué rayos pasa en este lugar.

— Compañero ¿En verdad tu memoria está intacta?

— Sé quiénes son. Louise es la estudiante de intercambio que vive en mi casa. Paga todos los gastos del hogar, así que mis padres no demoraron mucho en acostumbrarse a ella. Incluso parece que le tienen más afecto que a mí. — Sonrió con ironía para luego continuar— Agnès-sensei solo enseña a los de tercer año, así que no sé mucho de ella. Pero parece alguien muy seria que no aceptaría broma alguna de nadie. — Llegado a este punto, Saito se quedó en silencio para luego exhalar algo de aire con nostalgia— Y…Henrietta, la presidenta del consejo estudiantil. Un sueño, tan cerca y tan lejos… ¿Sabes? Quiero volver a casa, donde todo tiene más sentido.

— Dime tu nombre— Dijo con seriedad la espada.

— Hiraga Saito, estudiante de segundo año de la preparatoria Tristain. Espera… ¿Por qué demonios hablo con un juguete?

— No soy un juguete, soy una espada. Y puedo hablar, así que acostúmbrate a ello pues lo haré muy seguido. Y no, no soy una cosa parlante y nada más. Somos compañeros. Tú eres un Gandálfr.

— Sí… soy un jodido ganda no sé qué…—Saito respondió al desdén.

— Escucha, no sé por qué le mentiste a esa chica de cabello rosa, pero si en verdad deseas volver a la normalidad, tienes que confiar en mí.

— ¡No, tú escúchame a mí! No sé qué seas realmente, pero si de verdad quieres ayudarme, dime cómo rayos hago para volver a Japón.

— ¿Japón? ¡Oh! Tu tierra natal…

— Sí, quiero regresar. ¿Cómo llegué aquí? No lo sé. Pero si al menos eres la mitad de real de lo que dices ser, sabrás cómo irse de aquí.

— ¿Y Louise-san?

— Parece sentir algo importante por mí. ¿Qué hice para que ella pensara así de mí? ¡Espera! No, no quiero saber.

— Eres su familiar. Ella te invocó y, simplemente, llegaste. Es todo. Pasaron muchas aventuras los dos juntos e hiciste muchos amigos aquí. Compañero, ¿quieres un consejo? Descansa y verás cómo regresan esos recuerdos a ti.

De pronto, el joven chevalier se acercó a la espada y se quedó mirándola fijamente sin decir ni una sola palabra.

— ¿Compañero?

— Dime si me equivoco, ¿yo te usaba como lo que eres, una espada?

— Obviamente.

— Entonces soy una especie de espadachín o guerrero que usa una espada… ¿Qué? ¿Pero qué estoy diciendo? ¡Ah! ¡Esto es absurdo! Apenas si podía abrir el paraguas sin golpearme en la cara ¿Y pienso en verdad que uso una espada? ¿Para pelear? Vaya asunto…

— Sé que es difícil, pero si no te relajas, nunca recuperarás tus recuerdos.

— Solo quiero largarme de aquí. Y tú me ayudarás.

— No me gusta cómo terminará todo esto…

Saito tomó a Derf consigo y, sin esperar que la espada dijera una palabra más, salió de la enfermería. Más pronto que tarde, se dio cuenta que todos los jóvenes de su edad traían consigo atuendos extraños como sacados de un libro de fantasía donde los poderes mágicos y bestias mitológicas eran normales de ver. Tragó saliva y decidió fundirse en medio de los alumnos de la academia.

"(Trata de parecer normal. No hagas nada raro. No los mires, solo camina)" Pensaba el joven chevalier mientras andaba por los pasillos. Algunos se detenían a saludarle, otros le preguntaban si estaba bien dado que transpiraba mucho y las manos le temblaban. Saito solo respondía que sí y seguía caminando de frente.

Su tétrica aventura estaba por culminar pues, luego de bajar numerosas escaleras y atravesar elegantes salones de gran tamaño, al fin podía ver el exterior de cerca. Estaba claro que le sentaba bien al joven, al fin, ver la salida. Sin embargo, cuando menos se lo esperaba, alguien colocó su mano sobre el hombro del chevalier.

— ¡Yo! ¡Saito! ¿A dónde vas a esta hora? — Preguntó Guiche.

— E-Eh… B-Bueno yo… So-Solo salí a tomar algo de aire. Sí, eso es.

— ¿Con este frío? ¿No temes resfriarte? — Luego de acomodar sus gafas, añadió Reynald, otro de los miembros de los caballeros de Ondine.

— Tengo hambre, ¿no podemos irnos ya? — Se quejaba Malicorne mientras se tomaba la barriga.

— Saito ¿Sabes lo que ocurrió esta tarde? ¿Qué fue esa explosión? — Dijo Guiche.

— Pues… ah… eso, u-una explosión ¿no? — Vacilaba Saito.

— No es broma, como caballeros de Ondine, nuestra tarea es atrapar a los malhechores que dañaron nuestra querida academia. ¡Es un deber muy serio! —Reprochó el capitán Guiche.

— ¿Saben algo de su majestad, la princesa? — Preguntó Reynald.

— Yo escuché que está a salvo, pero que aún estaba aquí, en la academia— Dijo Malicorne.

— ¿Pero qué estás diciendo? ¡Es muy peligroso para ella quedarse aquí! — Exclamó Guiche mientras sostenía con fuerza al joven de Grandpré.

— ¡Oye, oye, yo no soy quien decide esas cosas! No tengo la culpa que su majestad haya querido seguir aquí. Yo solo te dije lo que oí, puede que incluso sea falso. ¡No lo sé! ¡Suéltame! Yo solo quería comer... lo escuché en la cocina del sótano.

— Y… ¿Dónde está? — Saito sorprendió a los chicos con aquella pregunta luego de haber permanecido callado.

— ¿Eh…?

— D-Digo pues…para ir en su ayuda en caso lo necesite ¿No? ¿A-Acaso no es nuestro deber? — Añadió el chevalier.

Guiche soltó a Malicorne y éste, luego de recuperar el aliento, dijo:

— Escuché que estaba en la torre oeste, en lo más alto— golpeó levemente con el codo a Reynald y continuó— ¿Qué dices, vamos a ver?

— ¡¿E-Eh?! No, no, no. T-Tengo miedo de solo imaginar la seguridad que debe haber allí. La princesa es hermosa, pero no vale la pena pasar mi vida encerrado en un calabozo sin contar la paliza que me darían. —Respondió mientras acomodaba sus gafas con sus temblorosas manos.

— Gallina… —Reprochó Malicorne— ¿Qué dices tú, Saito? Según sé, ella te tiene mucha estima ¿O no?

— ¿Por qué no mejor esperamos hasta mañana? — Dijo el chevalier.

— Estoy de acuerdo. Sería peligroso para su majestad recibir visitas a esta hora y después de todo lo que pasó. Mañana nos reportaremos y haremos las investigaciones del caso. Por ahora, solo queda descansar. ¿Ha sido un día muy agitado, no? ¿Saito? — Añadió Guiche.

— S-Sí, estoy exhausto…

— ¿Ara? ¿No vienes con nosotros?

— Vayan adelantándose, yo iré luego.

Los tres caballeros de Ondine se vieron los unos a los otros y, al final, decidieron dejar a Saito pues tal vez tenía cosas en qué pensar. Así pues, la luz que iluminaba la entrada se apagó por completo al cerrarse de par en par las enormes puertas de la academia de magia.

La salida estaba al frente suyo, casi podía respirar la libertad y al fin emprender su camino de regreso a "casa". Pero solo atinó a recostarse en el césped con los brazos como almohadas y observar ensimismado el cielo nocturno. Aquellas dos lunas que a partir de ese día se convertirían en sus acompañantes. El firmamento de estrellas era lo único que le hacía recordar a Japón. Levantó la mano, con los dedos tapó a las lunas y solo se concentró en los miles de millones de astros en el velo de la noche. Cerraba los ojos y trataba de engañarse a sí mismo alegando que estaba recostado en medio del parque, cerca de su casa. Pero luego abría los ojos y veía a esas dos lunas posadas en medio de todo el cielo. El sentimiento de nostalgia le hacía querer regresar a su mundo lo más pronto posible. Ese no era su hogar, esos no eran sus amigos ni tampoco era su vida. Se sentía perdido en un mundo desconocido.

— Compañero, ¿pensaste en lo que te dije? Solo relájate y piensa que todo lo extraño que crees que existe pronto se convertirá en algo común y corriente.

— ¿Cuando llegué aquí?

— ¿Uh? Pues hace mucho tiempo.

— En ese momento ¿Recordaba algo de mi mundo?

— Pues que sepa yo, no mucho. La verdad, parecías temerle a todo igual que ahora, pero nunca te sentí con tantas ganas de querer volver.

— ¿Sabes lo que significa?

— ¿Qué?

— Que cuando llegué a este lugar, perdí los recuerdos verdaderamente importantes de mi mundo. Mi familia, mis amigos, mi…presidenta…

— Pero sabes cómo usar un arma de tu mundo. Sabes cómo construirla, incluso me contabas cosas de ese lugar que llamas "Japón".

— No lo entiendes. Esas son cosas inútiles para mí. De qué me sirve saber usar un arma si no puedo estar al lado de quienes aprecio.

— Entonces… ¿Quiere decir que ahora si recuerdas todo de tu mundo y nada de éste?

— Tú lo dijiste.

— Oh cielos. Esto no puede ponerse más feo… Dime ¿Qué harás?

— No lo sé. Regresar, sí. Pero no sé cómo. Ya salí de esta academia o lo que sea que fuese. La pregunta es, ¿Ahora a dónde?

— Te conozco muy bien. Demasiado bien diría yo… Y esa no es la pregunta que tienes en tu cabeza.

— Si sabes tanto de mí, dime qué es entonces.

— La pregunta es… ¿Qué te detiene?

Saito se quedó en silencio por unos momentos. Levantó el brazo y observó con detalle aquel símbolo que yacía en su mano izquierda. Luego de tomarse la cabeza como si le doliese, abrir la boca como si deseara gritar y agitar su cabello con fuerza, se detuvo, cayó al suelo de rodillas y mirando al césped dijo:

— No puedo irme sin hacer algo primero.

— La pequeña de cabello rosa puede que quiera hablar contigo antes de que hagas algo tan precipitado como escapar.

Las manecillas del reloj se seguían moviendo en una noche que parecía eterna. Para cuando dieron las doce y todo mundo estaba durmiendo, un descuidado joven se encontraba trepando por las paredes de una inmensa torre, la más grande de toda la academia.

— Compañero, no es buena idea si me lo preguntas. — Dijo en voz baja Derf.

Shh… — Saito no quería llamar la atención. Si todos estaban durmiendo, pues mejor.

— Pero, ella es la princesa y tú-

¡Shh! —Parecía estar algo irritado, pero Saito trataba de no desconcentrarse o un error le haría caer al abismo.

— No te entiendo ¿Por qué su majestad…? —Replicó Derf.

¡Shh-!

¡!

— ¡Diablos!

— ¡Compañero!

— ¡No, no, no! ¡NO!

Un momento, solo una milésima de segundo, en lo que dura medio parpadeo, antes que si quiera pudiese tener tiempo a reaccionar, Saito había colocado la mano en una piedra pegada al muro, piedra que terminó por desprenderse. Aquel instante de distracción le hizo perder el equilibrio y terminó cayendo inevitablemente.

El joven sentía que su cuerpo volaba mientras el viento le golpeaba en la espalda. Por unos breves segundos, vio su vida resumida en tan solo unas cuantas imágenes. Intentaba sujetarse de lo que sea, pero nada pudo hacer para evitar la caída.

BOOM

Impactó contra el suelo, específicamente, en un pequeño balcón situado en el segundo nivel. Algunas macetas cayeron y se hicieron trizas en el piso. Las ventanas, aunque pequeñas, se movieron de forma tal que parecía que fuesen a caer.

— No puedo creer que siga vivo.

— No puedo creer que tu trasero haya servido de algo útil.

— Ahora entiendo porque no te creía cuando me llamabas compañero. Solo eres una molesta espada parlante.

— No me culpes. En principio ¿Qué tratas de hacer yendo hasta allá?

— Bah, no lo entenderías.

El joven se tomó la cabeza, miró hacia arriba y se lamentó por todo el trabajo echado a perder. La espalda le dolía, pero si debía volver a escalar, lo haría de todas formas. Saito era muy obstinado e impaciente, nada le haría cambiar de opinión, ni siquiera las palabras de una espada que habla.

Sin embargo, entre las cortinas que se abrieron, emergió una voz desde la oscuridad:

¿Saito-san?

El chevalier volvió la mirada justo antes de comenzar a trepar y con gran sorpresa solo atinó a exclamar:

— ¡¿Presidenta?!

Shh… Vamos, entra. —Dijo la princesa mientras le abría la puerta con sumo cuidado. Por alguna razón, no quería hacer ruido alguno ni mucho menos llamar la atención.

Ya estando en la oscura habitación, ella tomó en sus manos una pequeña vela y, luego de encenderla y colocarla en la mesa de noche, dijo:

— Es extraño, ¿verdad?

— ¿Extraño? — Saito parecía confundido.

— Debes pensar que no soy más que una niña engreída…

— No, de ninguna manera.

— Eres realmente amable, pero hasta yo sé que las cosas que hago no están bien. Tal vez, solo pienso en mí… Soy demasiado egoísta.

— ¡Eso no es cierto!

— Dime ¿Cómo te sientes?

— Me duele un poco la cabeza, pero nada más-

Henrietta colocó suavemente su mano sobre la de él y continuó:

— Hablo de tu corazón.

— Sabes bien lo que siento, yo-

¡!

Él no se lo esperaba, pero antes de poder terminar de hablar, la princesa acercó sus labios a los de él. Un pequeño beso sucedió a la luz de la luna.

— No lo digas.

— Entonces, ¿vienes conmigo?

— ¿A-A qué te refieres?

— No sé qué demonios esté pasando aquí ni en dónde me encuentro. Todo lo que sé es que quiero volver a casa. Este no es mi hogar.

— ¿Sigues con eso? Pero pensé que habías vuelto a la normalidad…

— ¿Normal? ¿Te parece algo de aquí normal?

— Solo estás algo confundido. Acabas de sufrir un accidente y probablemente tú-

— Solo quiero que me digas algo. ¿Cuál es tu nombre?

— ¿A qué viene eso?

— Solo responde.

— Henrietta de Tristain.

— ¿Cómo me llamo yo?

— Saito. Hiraga Saito.

— Algo me dice que nada de esto es casualidad. Conozco a todos a quienes veo, pero parece que nadie concuerda con lo que digo o sé. Me siento tan…tan…

— Calma, verás que todo se solucionará. No importa lo que los demás piensen de ti o si ellos te conocen. Lo importante es que tú mismo te conozcas. Si sabes quién eres, entonces eso debe bastar.

— Siempre tienes las palabras adecuadas, presidenta.

— ¿Presidenta?

— Haré lo que dices. Con saber quién soy debe bastar. Ahora todo lo que debo de hacer es buscar la manera de volver a casa. Salir de esta pesadilla y volver a donde todo tiene sentido. Sí, eso haré.

— ¿Volverás? Pero, aquí es tu hogar. Creí que te quedarías por siempre. Tú-

— Todo lo que recuerdo sucedió hace unas horas, antes de ello todo está en blanco. Para bien o para mal, es el destino que me dio otra oportunidad. Yo volveré a Tokio. No sé qué tan lejos esté, pero de todas maneras pienso regresar.

— No quiero que te vayas…

— Ven conmigo. Ambos emprenderemos el viaje. Solo basta con tomar mi mano y seguirme.

— …

— ¿Es cierto lo que dicen, verdad?

— ¿A-A qué te refieres?

— Debo estar loco por creer tal cosa o por tan solo decir esto pero… ¿Eres una princesa de verdad? ¿De verdad, de verdad?

— Sí, pero eso ya lo sabías…

— Supongo que te va mejor quedarte en este mundo. De todas formas en Tokio tenías cosas muy buenas como dinero y fama, pero… Supongo que ser princesa siempre es mejor.

— ¿Tokio? ¿Dinero? A mí no me interesa la fama o los lujos. Si pudiera lo dejaría todo y te seguiría, pero…

— ¿Pero?

— Tú tienes a Louise, yo…yo siempre seré princesa sin importar lo que pase o lo que diga. Muchas personas dependen de mí. Ya he cometido muchos errores por dejar que mis sentimientos se sobrepongan a la responsabilidad que tengo. No lo quise así, pero no puedo dar marcha atrás. Es lo que soy y así será siempre.

Saito abrazó con fuerza a la princesa y casi susurrándole al oído le dijo:

— Te prometo que antes de irme, te volveré a preguntar si quieres regresar conmigo. No me iré sin que me des una respuesta. No ahora, en su momento será mejor.

— ¿S-Saito-san?

— Es hora de que me vaya.

Saito dio media vuelta y se dirigió al balcón. Sin embargo, la princesa no lo pensó dos veces y abrazó por la espalda a su chevalier. Casi susurrándole al oído, le dijo:

— ¿Y si dijera que sí? ¿Si decidiera ir contigo?

Saito sonrió por un momento y luego respondió:

— Esa es la Henrietta de la que me enamoré. No sé si lo recuerdas o si quiera lo sabes, pero ambos somos novios. Te amo, te amo tanto que no sabes cuánto… ¿Sabes cómo sé eso? Porque eres la única persona por la cual daría la vida.

— ¿Q-Q-Q-Qué…? Pe-Pero…

— Te diré lo mismo que me dijiste aquel día de otoño bajo los árboles. Habrán problemas y muchas dificultades, no en vano lo que uno más desea es siempre difícil de conseguir. Por eso los sueños están tan distantes, pero eso los hace especiales y tan deseables de alcanzar.

— …

— Habrán muchos peligros por donde yo vaya. No puedo exponerte a tal riesgo por un capricho mío. ¿Si hubieras dicho que sí? Yo te habría dicho no.

— ¿Eh?

— Solo cuando llegue el momento, será cuando espere una respuesta de verdad. Sé que puede ser difícil ahora, así que se lo dejo al tiempo.

— Entonces ¿Por qué estás aquí ahora?

— Para esto.

La princesa no lo esperaba de él, pero Saito la tomó de la cintura y de inmediato le dio un beso. El joven sabía que delante le depararía un camino lleno de grandes desafíos que quizá no logre comprender del todo bien, pero que igual debía afrontarlos pues no había otra manera de conseguir lo que más deseaba: volver a su hogar.

Para ello debía armarse de valor y como cualquier caballero de cualquier cuento de hadas, él solo quería ese ímpetu, esa fuerza, esa energía necesaria para abofetear al peligro y lograr lo imposible. Así pues, todo lo que necesitaba era un beso de la mujer que ama.

Apenas terminado aquel mágico momento, Saito no demoró en darle un leve golpe en el cuello a su novia. No para sorprenderla ni mucho menos para agredir, solo quería que ella quedara profundamente dormida antes de que dijera una palabra más y complicara lo que ya es difícil para él.

La levantó entre sus brazos y la colocó suavemente sobre su cama. La cubrió con delicadeza entre sábanas, le dio un último beso en la frente y, sin esperar a que el reloj marcara las doce, desapareció de la habitación.

De inmediato tomó un caballo que yacía especialmente solo y apartado de los demás equinos en el establo. Se montó rápidamente y, sin preguntarse antes si siquiera sabía cómo manejar un animal así, cabalgó a toda velocidad con rumbo desconocido. Se fundió en medio del velo nocturno y árboles del bosque. Saito solo quería huir del lugar lo más pronto posible, no mirar atrás y seguir adelante pues cada segundo bien aprovechado era una oportunidad más de volver a casa. La espada le habló de un tal Germania. "¡Qué importa! Solo quiero irme" Respondió y eso fue todo lo que dijo a lo largo de la noche. Tras él, lo último que dejó de su anterior vida de gandálfr fueron unas huellas de cascos en el camino, unos pantalones rotos en la enfermería, una chica ilusionada preparando una deliciosa cena para dos, ayudada por Siesta quien quería disculparse, y a una princesa a quien prometió un día volver por ella.

Doncella en cuyos labios encontró las fuerzas necesarias para emprender tal viaje de semejante dificultad. Henrietta dormía, inocente ella de lo que ocurría fuera de los muros de la academia. Sumergida en sueños llenos de fantasía donde puede hallar una felicidad de mentira, pero que le bastaba para levantar la mirada y observar al sol cada día. Sin embargo, aquella noche de otoño, no sucedería aquella ilusión a la que estaba acostumbrada. Habían autos alrededor, gente yendo y viniendo, luces de semáforos y un gran reloj, en medio de una concurrida avenida, que marcaba las once y cinco.

— ¿Q-Qué me pasó? —Preguntó Saito mientras se tomaba la cabeza y trataba de observar de un lado a otro como si buscara a alguien en especial.

— ¡Saito-san!

¡!

Henrietta apareció frente a él y no tardó en darle un fuerte abrazo pues al fin desaparecía la angustia que tanto afligía su joven corazón. Su novio despertaba luego de caer repentinamente al suelo. La preocupación no se hizo esperar y, luego de cargarlo con todas sus fuerzas y recostarlo en la banqueta de un parque cercano, le iba animando a abrir los ojos, pero éste no respondía. Sin embargo, allí, cuando Saito sintió el cálido abrazo de su novia, pudo entender todo lo que había provocado tal descuido.

— Perdón, no quería preocuparte ni mucho menos arruinar la noche.

Henrietta negó con la cabeza y dijo:

— Para nada, fue la mejor noche de todas, pero… Para mí tú eres lo más importante que hay en mi vida. Si te sucediera algo por mi culpa jamás me lo perdonaría.

— ¿Y me trajiste hasta acá? ¿Tú? ¿Con todo lo que peso yo?

La presidenta solo atinó a asentir con la cabeza a lo que Saito exclamó con una sonrisa:

— ¡Esa es mi chica!

Luego de ello, él le dio un beso en una mejilla.

— S-Saito-san, so-sobre el futuro, yo…

Shh…

— ¿Uh?

— No me importa el futuro. — Saito tomó la mano de Henrietta sin que ella lo esperase— Si esta mano sigue tomada de la mía, eso me basta para disfrutar mi presente. Lo demás, ya encontraré la manera de resolverlo. Por ahora, solo deseo que seas feliz. Si hablas de esas cosas, ahí sí estarías arruinando el momento.

— ¿Entonces…?

— ¿Entonces qué?

— ¡Hiraga Saito!

— ¡Sí!

— ¿Me permitirías estar a tu lado siempre?

— ¿Uh?

— No quiero prometer nada, pero lo único que pienso decir es…es…

— No es el momento-

— ¡No quiero perderte! Yo…

— Tranquila. No espero que sacrifiques tu futuro por alguien como yo.

— Pero…

Saito sonrió, se levantó de aquella banqueta, extendió su mano mostrándole aquel anillo de plástico que jamás se quitó desde que se lo puso y dijo:

— Mi presente eres tú. Eso me basta por ahora.

— …

Ella hizo lo mismo y bajando la mirada, observó por breves momentos ese bello obsequio que meses atrás le dio. Abrazó con fervor dicho anillo en cuyo reverso había algo inscrito. Luego de ello, tomó la mano del joven.

— Ven, ya es hora de que regreses a casa.

— Saito-san…

— ¿Uh?

— Te amo. Y quiero que sepas que quiero estar siempre a tu lado.

El joven solo atinó a sonreír y decir:

— Andando. Ya es tarde.

De a pocos las calles se iban quedando sin viandantes, menos automóviles se hallaban en sus pistas y ya solo uno que otro sujeto iba en bicicleta. Estaba claro que hasta una ciudad increíble como Tokio tenía que descansar, pues un día nuevo le esperaba a la vuelta de la esquina.

En determinado punto, luego de caminar por al menos diez minutos. La presidenta decidió detenerse a lo que Saito preguntó:

— ¿Sucedió algo?

— Te ves muy cansado. De seguro has tenido un día muy agotador.

— No es problema, puedo caminar más.

— Pero ¿Tienes sed, verdad?

— Un poco… —Murmuró.

— Espera aquí, conozco una máquina expendedora por aquí muy cerca, no tardo.

En ello, Henrietta suelta la mano de Saito. La sonrisa en su rostro demostraba lo feliz que estaba al tener consigo a aquel chico que un día conoció por accidente y que hasta la fecha no ha podido quitarse de la cabeza. El amor jovial es siempre maravilloso y colma de esperanzas a quienes une como novios. Para la presidenta no había mejor momento que aquel en donde puede estar junto a él. Sentir su mano, poder abrazarle y darle un beso. Todo en un profundo y puro sentimiento que ella desea que perdure por siempre.

Tan solo momentos después de que Henrietta dejara atrás a Saito y fuese por algunas bebidas, el joven no tuvo mejor idea que simplemente quedarse quieto en medio de la acera. Las personas le veían pero no hacían ni le decían palabra alguna, ellos simplemente pasaban y seguían sus caminos. Sin embargo, algo sucedió justo en frente de aquel chico de preparatoria. Un suceso que le dejó completamente estupefacto. A solo medio metro de distancia, en sus narices, un diminuto círculo brillante y casi cegador emergió desde la nada misma.

— ¡Presidenta! ¡Kaichou! ¡T-Tienes que ver esto! — Exclamaba Saito, pero nadie le hacía caso y Henrietta estaba un tanto más lejos de lo que él esperaba.

Levantó el brazo y con su dedo índice tocó levemente aquel círculo. Pero, fuera de toda expectativa para el joven, aquella figura pronto comenzaría a expandirse más y más, y aún más, tanto fue así que tomó el tamaño ideal para que una persona de la estatura del chico pudiese ingresar sin dificultad. Estaba claro que Saito no entraría ni loco. Para el joven, solo era una anomalía curiosa que al parecer solo él podía ver dado que las personas que pasaban a su lado caminaban sin tomarle mayor atención.

Saito se alejó, dio unos cuantos pasos hacia atrás pues en un primer momento intuyó que podía ser peligroso seguir estando tan cerca de aquel círculo brillante que, poco a poco, comenzaba a mostrar un despejado cielo con dos lunas en medio, un bosque enorme y poco más que era opacado por el intenso brillo color rosa. ¿Era un portal? Saito definitivamente no quería descubrirlo por su cuenta. La gente le veía asustado y solo atinaba a tildarle de chiflado.

Sin embargo, el chico comenzó a gritar con fuerza pues veía con pavor cómo sus piernas eran succionadas por aquel extraño portal. Cayó al suelo y comenzó a arañar el piso mientras era arrastrado más y más dentro de aquel mundo de singular apariencia que aterraba tanto a Saito.

Cuando todos ignoraban por completo la desdicha de aquel chico de preparatoria, en solo un abrir y cerrar de ojos, un tenue destello púrpura apareció justo en frente de Saito. Allí, en medio de la desesperación, una joven de largo cabello color violeta le tomó de ambas manos y comenzó a tirar con fuerza tratando a toda costa que no fuese absorbido por el extraño portal.

— No te… No te escaparás… ¡No te escaparás de mí! — Exclamó la anónima samaritana.

— ¡Ayuda! — Repetía una y otra vez un desesperado Saito quien no podía huir del portal.

Era una total desconocida para él, pero nadie más podía ver lo que pasaba, ni a ella ni al portal. Así que si alguien podía ayudar en ese momento, era aquella silueta de una hermosa mujer que parecía tener colmillos. ¿Y eso qué? ¡Saito estaba siendo absorbido! ¡Cualquier ayuda era vital! Sin embargo, a pesar de todo el esfuerzo, el portal se hizo más grande y termino desapareciendo de la escena al chico de segundo año y a aquella desconocida joven. Así, sin más, la tierra los devoró por completo.

— Traje el que te gusta, de té verde.

— ¿Ara? ¿Saito-san…? ¿Dónde estás? Vamos, no es gracioso. ¡Saito-san!

Una joven de tercer año comenzaba a exclamar aquello mientras sostenía dos latas de refresco. Sin embargo, poco le importó, lanzó ambas latas al piso y se abrió paso entre las personas buscando con desesperación a su novio quien no respondía a su llamado. Nadie daba razón de él, nadie le había visto pasar, nadie le había oído gritar, nadie… Tan solo un resplandor extraño en medio de la calle se difuminó como si jamás hubiese ocurrido.

— ¡Saito-san!

Gritaba hasta quedarse sin voz, pero ni una sola persona sabía cómo brindarle ayuda. Su novio, aquel joven del que un día se enamoró, simple y llanamente, desapareció. Desde aquella vez pasaron los días, las semanas y los meses. Nadie volvió a ver a Saito.

Una noche de otoño, en medio de las gélidas brisas y las hojas desprendidas de los árboles, Henrietta cayó de rodillas al suelo y todo lo que encontró fue un anillo de plástico cuya inscripción decía: Juntos por siempre.

De pronto, la gente desenfundó el paraguas pues la noche sorprendía con una lluvia a cántaros. Nadie se detuvo para ayudar a la presidenta, ella solamente atinó a quedarse en medio de la acera esperando que sus lágrimas se confundan entre las gotas de lluvia. Esperando que todo fuese solo un mal sueño, esperando que Saito apareciese y dijera que se trataba todo de una broma, esperando que no sea verdad lo que su mente le dice, prefiriendo así creerle al corazón.

Las páginas del calendario se fueron junto a las hojas de los árboles, entre las corrientes de viento y las frías lluvias de invierno. Henrietta pasó por aquel lugar de nuevo recordando aquella época cuando podía sonreír, cuando podía soñar, cuando podía creer… cuando podía ser feliz. De pronto, sentimientos encontrados golpearon su ya lastimado corazón, cayendo de rodillas, arañó el suelo con furor mientras una lágrima tocaba la fría acera. "(Él no me abandonó… solo está perdido.)"

Saito-san, dime… ¿dónde estás?