Disclaimer: The Lost Canvas no me pertenece.
Ilias de Leo estaba sentado, meditando tranquilamente sobre una gran roca, cuando un ruido llamó su atención y le hizo abrir los ojos en busca de la causa del alboroto. No tardó mucho en encontrarla. Su hijo Regulus venía corriendo en su dirección, visiblemente alterado.
—¡Papá!
El niño le llamó cuando llegó a donde estaba sentado. El caballero de Leo estudió atentamente el aspecto de su hijo. Tenía el pelo castaño alborotado y sus ojos azules estaban rojos, con rastros de lágrimas en su cara. Aun así, no parecía tener rasguños y su ropa estaba limpia, así que no se había caído ni se había hecho daño. Al menos, pensó aliviado, no estaba herido.
—¿Qué ocurre, pequeño? —le preguntó, curioso por su estado emocional.
—¡Diles que me dejen en paz! ¡Diles que se vayan! —el niño gritó, con lágrimas en los ojos, algo no muy habitual en él, preocupando de nuevo a su padre. Ilias había pasado la mañana meditando, así que tenía la certeza de que nadie se había acercado al pequeño león. La naturaleza se lo habría hecho saber al instante.
—¿De qué hablas? ¿Estás bien?
—¡No! Son malos. Me hacen daño—lloriqueó, frotándose los ojos con las manos para limpiarse las lágrimas.
El caballero de Leo vio enseguida que esa conversación no iría a ningún sitio si el pequeño no se calmaba antes. Suspirando, cogió a su hijo en brazos y le sentó sobre su regazo.
—Regulus, tranquilízate. ¿Quiénes te hacen daño?
—¡Los mosquitos! —respondió al fin, después de respirar hondo varias veces. Parecía que la cercanía de su padre le calmaba.
Ilias volvió a inspeccionar a su hijo y esta vez sí se dio cuenta de que su piel estaba ligeramente roja en las zonas donde los insectos le habían picado. Ya entendía dónde estaba el problema. Ahora solo quedaba solucionarlo.
—Pequeño, los mosquitos forman parte de la naturaleza. ¿Has intentado pedirles que no te molesten? —le preguntó con suavidad. El león siempre había intentado enseñar a su hijo a comunicarse con la naturaleza como él mismo hacía, pero suponía que el cachorro todavía era demasiado joven para entender lo que intentaba explicarle cada día.
—¡Sí! Se lo pedí y me ignoraron—dijo, haciendo un puchero—. Intenté espantarlos pero ni mis temibles rugidos ni mis puñetazos les hicieron huir. ¡Papá, ayúdame!
—Tranquilo, les diré que te dejen en paz—le aseguró con una sonrisa, limpiando los rastros de las lágrimas que quedaban todavía en el rostro del pequeño.
—¿De verdad? ¡Eres el mejor papá del mundo! —exclamó con una enorme sonrisa.
Regulus abrazó agradecido a su padre, se levantó y se fue por donde vino, dejando solo de nuevo a Ilias de Leo. Éste volvió a su meditación con una pequeña sonrisa al imaginarse al pequeño león rugiendo y lanzando puñetazos al aire para intentar espantar a los terribles mosquitos.
