Hola gente! aquí estamos tres locas, Evix Black, Crisy Weasley y Pekenyita, (saludad chicas) Holaaaaaa!
Bueno pues hemos unido fuerzas para sacar este principio de locura que tiene muchos personajes de nuestros fics, pero como cualquier parecido con esa realidad es pura coincidencia, no hace falta que los leais para entender este
No hace falta decir que esto es un universo totalmente alterno al que conocemos, aqui ni los Potter murieron ni Sirius fue a Azkaban y Voldemort fue derrotado hace ya mucho tiempo
Pues...creemos que con esto esta todo aclarado, simplemente, a leer!
CAPITULO 1: Nuevas generaciones
En una solitaria calle de Godric Hollow, a los pies de una colina, se divisaban tres casas prácticamente idénticas. Eran de dos plantas, con un amplio jardín, garaje y piscina(en el caso de la familia Lupin) y con la fachada de un color rojo intenso.
Los primeros rayos de luz solar se filtraban con mayor intensidad en la del medio, iluminando prácticamente todas las estancias. Eran las siete de la mañana de un treinta de Julio y no había ningún sonido que pudiera irrumpir la calma del pueblo. Hacía un día caluroso y espléndido y los habitantes del lugar disfrutaban de sus merecidas vacaciones.
Remus Lupin se despertó en medio de aquella apacible tranquilidad. Cuidando de no despertar a la mujer que dormía a su lado, se recostó sobre la cama de dosel y estiró los brazos, desperezándose y contrayendo los músculos de su pecho desnudo. Volviéndose a tumbar, se dio la vuelta y observó a Christine, su esposa, con la barbilla apoyada en las manos y sonriendo dulcemente.
Hacía ya muchos años que tenía esa costumbre. Desde que eran niños y estudiaban en Hogwarts.
Se podía decir que Lupin y Christine se conocían de toda la vida. Habían ido al mismo colegio de magia desde los once años y en seguida habían conectado a la perfección. Su amistad llegó a formar unos lazos irrompibles, mucho más allá del amor que, años después, descubrirían que era. Ahora, observando como el pecho de la mujer subía y bajaba a un ritmo acompasado, se le hacía difícil asociar esa imagen con la que vio cuando era un niño. Christine nunca se había llevado excesivamente bien con su madre, a causa de la muerte de su padre y cuando la conoció era una chica callada, solitaria y triste, con el corazón demasiado frío, que él mismo se encargó de calentar. Había pasado muchos años desde aquello y sobretodo, desde que Lily y los merodeadores entraron a formar parte de su grupo de amigos, la felicidad y el carácter natural de la mujer, habían recobrado su cauce normal. Había una seriedad inusual en Christine, pero aquello formaba parte de su forma de ser.
De todas formas, su mujer, siempre había sido especial. No era una bruja corriente, sino que su otra mitad, herencia de su madre, era arcángel. Su misión en el mundo mágico había sido proteger a Harry Potter, el hijo de su mejor amiga y ahijado suyo. En aquel tiempo, Dani, el que por entonces era novio de Christine y muy amigo de James y Sirius, había sido asesinado.
Hecho que le sirvió para unirse más a Lupin y para darse cuenta de que siempre fue el hombre de su vida.
La vida de Dani había sido arrebatada por Lord Voldemort, un mago tenebroso que amenazaba con conquistar el mundo mágico y pugnarlo de los muggles y sus descendientes brujos, como él llamaba "sangre sucia". Una noche, Voldemort había ido a matar a Harry y a los Potter a su casa, pero Christine había acabado por derrotarle y librar a la comunidad de ese mal que los acechaba. Desde ese momento y sobretodo, desde que ella y Lupin se casaron, vivían puerta con puerta con la familia Potter y la familia Black, sus mejores amigos respectivamente. De su matrimonio, había nacido Alan, su hijo de quince años. Los hijos de Sirius y James: Ízar, Matt y Harry, eran íntimos de Alan y los cuatro solían cuidar de la pequeña Alya, la hija de tres años de Sirius y Patricia, hermana de Ízar.
Christine abrió los ojos, extrañada de encontrar a Remus en esa posición tan dulce. Sin embargo, esa imagen se le hizo tan tremendamente familiar, que sonrió.
Buenos días, dormilona.- le susurró Remus al oído, gesto que la hizo estremecerse y le dio un beso en la frente.
Hola, Remus.- Christine se recostó sobre el pecho de su marido y dejó que él jugara con su pelo. Hacía mucho tiempo que no tenían esa tranquilidad. La noche anterior habían llegado de sus vacaciones en París y durante su estancia en la ciudad del amor, habían dormido en la misma habitación de hotel que su hijo, sin poder aprovechar muchos momentos de intimidad. A ninguno de los dos les gustaba demostrar su cariño delante de Alan, lo cual él consideraba una sublime tontería ya que no reparaba en exhibirse por Hogwarts con alguna de sus conquistas, aun en presencia de sus padres, argumento que Sirius, su padrino, compartía.
Cuando el ambiente de la habitación se estaba caldeando y el matrimonio estaba disfrutando de sus caricias, ocurrió lo que pasaba cada mañana. Un bulto enorme les cayó encima, más concretamente, sobre Remus y comenzó a ladrar y a mover la cola frenéticamente, lamiendo los mofletes del hombre. Christine se separó un poco de su esposo y se tapó la boca para no reírse. El rostro de Remus era un poema y maldijo por lo bajo no tener una cámara para fotografiarlo. Se imaginó a su amigo Sirius viendo aquella estampa y aquello hizo que estallara en carcajadas.
Muy graciosa.- masculló Remus, fingiendo estar ofendido. Era incapaz de enfadarse con Christine.- Me pregunto porqué este chucho me tiene tanta estima. Se supone que tendría que estar despertando a Alan y no a mí.
Cariño- Christine tanteó el terreno. Sabía que era un tema delicado.- Luna tiene hambre y eres tú quien le da de comer cada mañana...
Luna, Luna, Luna.- refunfuñó Lupin y se levantó de la cama de sopetón, colocándose una bonita bata que se había comprado durantes las vacaciones.- Sirius no sólo le regaló este...este...monstruo a mi hijo, sino que tuvo la desfachatez de ponerle Luna de nombre.
A mí me gusta.- Christine se encogió de hombros y también se levantó. Al ver que el rostro de su mujer era sincero y que realmente le gustaba el nombre que Sirius y su hijo habían escogido para la perra, el hombre salió de la habitación, cerrando de un portazo y con el animal detrás, meneando la cola frenéticamente.
Una vez Remus le llenó el comedero de pienso a Luna, se dispuso a preparar el desayuno, mientras Christine subía a la habitación de Alan. La música de su hijo resonaba por las dos plantas de la casa y estaba segura de que los vecinos podían oírla también y eso, a las siete y media de la mañana no podía significar nada bueno.
Maldiciendo la rebeldía de su hijo adolescente que, desgraciadamente, no había heredado nada de ellos, subió los peldaños como una furia, tapándose los oídos con las manos y refunfuñando. Detestaba que no hubiese orden en una casa y los altavoces de la mini cadena de su hijo, sobrepasaban el límite de lo "normal". Llegó hasta el rellano y tocó tres veces a la puerta cerrada. Siempre respectaba la intimidad de los demás, era algo que desde pequeña le habían enseñado.
¡Un momento mater(madre)!- Christine suspiró y entrecerró los ojos. Alan siempre la llamaba "mater", que en idioma arcángel significaba madre. Ella le había enseñado aquella lengua desde el principio, así que no era muy raro que el muchacho la utilizara, incluso, en algunas ocasiones, con sus amigos, que estaban acostumbrados a oírle hablar "chino", como ellos decían.
Se escuchó como si hubiesen pasado caballos por la habitación en dos minutos, un chico de quince años recién cumplidos, con el pelo algo revuelto y jadeando ligeramente, abrió la puerta. Christine miró a su hijo de arriba abajo. Alan era de estatura media, tenía el pelo de un color negro azabache como el de su madre, que le llegaba a la altura de los hombros y cuyos mechones, le caían desordenadamente por la frente. Sus ojos también eran idénticos a los de Christine, de un azul profundo y penetrante. Sin embargo, todo el mundo decía que se parecía en la cara a su padre, cosa de lo que él estaba muy orgulloso. En aquel momento, estaba sin camisa, llevaba puestos unos vaqueros bajos con la bragueta abierta y estaba descalzo.- ¿Sí?- preguntó fingiendo una voz terriblemente inocente. Pero Christine lo conocía suficiente como para saber que había gato encerrado. Lo apartó de la puerta, que obstaculizaba con el cuerpo y entró. ¡No, mater, espera!- Demasiado tarde. Christine había irrumpido en la habitación y casi le da un desmayo. El dormitorio de Alan era amplio y cuadrangular. La cama, cuyas sábanas estaban revueltas y medio tiradas por el suelo, estaba pegada a la ventana. Tenía dos grandes estanterías repletas de trastos, en donde se encontraba un televisor pequeño y una mini cadena, que en aquellos instantes, dejaba sonar a Bon Jovi, el grupo de rock muggle preferido de Alan. Y es que al chico le encantaban los muggles. Quizás era el hecho de que Christine había convivido muchos años con ellos y la casa parecía la de un no-mágico, mezclado con un brujo, o que su padre también era de procedencia muggle, pero Alan siempre había tenido el concepto de que había cosas de ellos que valía la pena disfrutar. Por eso, allá a donde iba se llevaba sus cds de música, su MP3 o su radio televisión. Era cierto que en Hogwarts aquellos aparatos no podían ser utilizados, pero de alguna manera, su madre los había hechizado para que funcionaran.
En la mesa del chico, también había un pequeño ordenador portátil con el que chateaba con sus amigos. Las paredes estaban repletas de pósteres de equipos de quidditch y fútbol respectivamente y de modelos muggles con cuerpos estupendos. Normalmente, cuando Christine subía a hacer revisión de habitación o a limpiar, Alan ocultaba aquellas "bellezas" como él las denominaba, pero ahora su madre lo había pillado in fraganti. Pero el desastre de las estanterías no era comparable al del suelo, por donde no se podía pasar. Envoltorios de chicles, botes de coca cola vacíos, pergaminos arrugados y un grupo considerable de cds se hallaban esparcidos por todas partes. Los marcos con fotos de sus mejores amigos o de los de sus padres, también habían volado de sus respectivos lugares.
Cielo santo...- susurró Christine horrorizada y mirando seriamente a su hijo que se daba golpes en la frente murmurando "idiota".- ¿Qué significa esto?
Nihil(nada).- respondió Alan encogiéndose de hombros y haciéndose el ofendido. Solía tener discusiones de aquellas, con su madre a diario.
¿Nihil?- se irritó Christine.- Esta habitación parece la leonera pública...- entonces se escucharon unos ruiditos muy extraños en el armario y Alan, instintivamente, se colocó en medio. Pero su madre era demasiado lista como para no darse cuenta. Moviendo la mano, como una ráfaga de aire, la puerta del armario se abrió de sopetón y una chica, cubierta sólo con una camiseta negra, claramente de Alan, salió disparada hacia fuera.- ¡Oh, no¡Lo has vuelto a hacer!
¡Bonjour¡Excusez-moi, mademoiselle! Quel que fait moi aci?- preguntó la chica confusamente, mientras se miraba perpleja la camiseta que llevaba puesta. Los ojos de Christine se encendieron de rabia y se conectaron con los de su hijo, que se había ruborizado un tanto.
Esto, por supuesto- canturreó Alan.- tiene una explicación coherente.
Me encantaría escucharla.- Las zapatillas de estar por casa de Christine, taconeaban en el suelo. Esperó durante unos segundos, mientras su hijo buscaba refugio en sus pies y se rascaba confusamente la sien.- Quid igitur?(¿Y bien?)
¿Le has comprado el regalo de cumpleaños a Harry?- Alan soltó una risita, pero al ver el rostro tan serio de su madre, se mordió el labio inferior. Christine dio un chasquido con los dedos y envió una especie de manto de energía hacia la confusa chica, la cual desapareció al instante.
Hablaremos de esto más tarde.- masculló con una terrible voz congelante.- Ahora vístete decentemente- señaló la bragueta de Alan que continuaba abierta.- y llama a Ízar. Su coche acaba de llegar. Pero en cuanto vuelvas de comprarle el regalo de cumpleaños a Harry hablaremos jovencito.
Sí, mater.- suspiró Alan y cerró la puerta una vez Christine hubo salido. Fue al armario para coger su camiseta de Bon Jovi, pero para su desgracia, la chica francesa se la había llevado puesta.
Christine bajó las escaleras hacia la cocina como un relámpago. Desde el segundo día de sus vacaciones en Francia no había estado tan enfadada. Allí, habían tenido algún que otro percance. Al parecer, a Alan no le había hecho mucho gracia que dejaran a Luna encerrada en el hotel mientras ellos iban a visitar el museo de Louvre, de París y se había apañado para armar un escándalo. Sus padres llevaban mucho tiempo queriendo ir, ambos eran amantes del arte y más desde que habían leído un libro muggle, titulado: "El Código Da Vinci". En él, se mencionaban bastantes de los cuadros que aparecían en el museo y parte de la acción ocurría allí. Pero aquello a Alan le parecía una sublime tontería. Había apostado con Ízar, que él conseguiría probar más número de francesitas que su amigo de españolas y en el Louvre, admirando con sus padres una serie de pinturas que no podían compararse con los graffitis que Ízar solía hacer, no era un buen lugar para ligar. Así que Alan había decidido hacer alguna de las suyas. Mientras sus padres contemplaban "El hombre de Vitrubio", él se había acercado a un cuadro llamado la "Mona Lisa" que representaba a una mujer con una misteriosa sonrisa. Alan había oído a muchos turistas divagar sobre esa expresión en su rostro y como nadie entendía lo que el cuadro deseaba representar, él había prestado su ayuda. Sacando del bolsillo de la túnica la varita mágica, que tenía totalmente prohibido llevar encima, conjuró unas palabras y la sonrisa de la "Gioconda" se amplió a grados fuera de lo común. Ahora la mujer parecía sonreír abiertamente, riéndose a carcajada limpia de algo muy gracioso. El escándalo, no tardó en producirse. A los tres minutos de aquello, una serie considerable de personas se encontraban arremolinadas frente al cuadro, donde unos guardias de seguridad y el conservador del Louvre, trataban de hallar una solución. Pero aquello no acabó allí. Seguidamente, una lechuza parda, salida de no se sabe donde, irrumpió en la Salle des États, portando una carta oficial, que curiosamente, iba dirigida al chico de quince años, que cinco minutos antes, había estado contemplando la obra.
¡Ups!- exclamó Alan, encogiéndose de hombros graciosamente.- Olvidé la prohibición.- Pero tenía un problema mucho mayor que el sobre del Ministerio de Magia. Los guardias de seguridad se dirigían a él con las armas levantadas.
¡Arrêtez¡Couchez-vous!- gritó el conservador. Pero para entonces, Alan ya había desaparecido en una columna de luz blanquecina y reaparecido al lado de sus padres.
Christine y Lupin tuvieron verdaderos problemas para desmemorizar a todos aquellos muggles, sin que el Ministerio de Magia Francés, fuera conocedor de lo que había ocurrido y al llegar al hotel, la bronca que le echaron a Alan fue de las peores de su vida, tanto, que hasta Luna bajó las orejas y se encogió debajo del sillón de la habitación.
¡La Mona Lisa!- exclamó Lupin horrorizado.- ¡Has retocado un cuadro de años de antigüedad, cuyo autor era un verdadero genio¿Te das cuenta de lo que ha podido ocurrir?
Oui.- respondió Alan adoptando el idioma del país en el que se encontraban.- Lo siento, pater, pero a mí ese cuadro me parece una mierda.- Lupin palideció.- Nadie entendía su sonrisa, yo sólo quería ayudar...
¡Has retocado la Gioconda de Leonardo Da Vinci cabeza de alcornoque!- se irritó Christine.- ¿Tienes idea de lo peligroso que es encantar objetos muggles¡Y ahora tienes una reclamación del Ministerio de Magia¡Podrían expulsarte de Hogwarts!
¡Nah!- Alan le restó importancia con la mano y se fue a sacar a Luna de debajo de la silla, dejando a sus padres con la palabra en la boca. Desaparecer, siempre era la mejor opción. Además, no le importaba mucho lo que acababa de ocurrir, al menos, había conseguido cinco números de teléfono en el Louvre y le ganaría con seguridad, la apuesta a Ízar. Después de todo, la visita al museo no había estado tan mal.
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Esa mañana no hubo testigos de la repentina aparición de un Peugeot 407 color tinto aterrizando en la solitaria calle de Godric Hollow. En la puerta de una de las tres grandes casas de dos plantas de un tono rojizo y que daba acceso a un jardín cuidado podían leerse los nombres de sus propietarios colocados con hierro forjado a ambos lados de la verja: Black y Mackenzie.
Patricia Mackenzie condujo su coche hasta dejarlo perfectamente aparcado en el interior del garaje, donde tuvo que tener mucho cuidado con la preciada moto de su pareja. Sirius Black se había pasado los quince días que habían veraneado en el sur de España echando de menos a su pequeña, como él la llamaba. Podría decirse que Sirius y Patricia eran marido y mujer de no ser por el inconveniente de que no estaban casados. Llevaban viviendo juntos unos dieciséis años y nunca había sido capaces de plantearse la idea de subir a un altar para decirse que se querían, eso era algo demasiado convencional para su gusto. Patricia se bajó del coche estirándose después de diez horas conduciendo un coche volador. Era un año menor que Sirius, y como él, había sabido conservar el atractivo a lo largo de los años. Desde que la conocía, Patricia había tenido una ondulada melena negra que le solía llegar por la cintura y que ahora, escapando del calor estival llevaba recogida en una coleta.
Sirius bajó del coche y sin mediar ni el más mínimo comentario se abalanzó sobre su moto y la montó acariciando el cuero del asiento y el tacto del manillar como si fuese un viejo amigo al que hace años que no ve. Una vez pasado el primer contacto suave, se abrazó a ella sin miramientos y empezó a besar la fría carrocería, mientras que su familia lo miraba como si estuviera loco de atar.
¡Ay, mi pequeña!- murmuraba entre beso y beso-¡Cómo te he echado de menos! Tú sí que sabes volar y no el cacharro éste de cuatro ruedas.
¡Eh!- protestó Patricia- No te pases con mi coche nuevo
Inconscientemente le hizo una caricia al techo del coche como si quisiese consolarlo. Ízar había permanecido callado con su hermana pequeña en brazos mientras observaba a sus padres profesar un cariño un poco absurdo, a su entender, hacia sus medios de transporte. Ízar era el hijo mayor de Sirius y Patricia. En sus quince años casi cumplidos había demostrado que había sabido heredar todo lo bueno de sus padres obteniendo un equilibrio perfecto, del que Patricia solía presumir a pesar de que siempre bromeaba diciendo que había sido concebido con "un pequeño error de cálculo". Las largas y oscuras pestañas de su madre hacían una perfecta combinación con el gris de los ojos de herencia Black, dándole un toque más profundo. Unos preciosos ojos que estaban condenados a verse adornados con un flequillo azabache que se empeñaba en ser siempre más largo de lo que a su madre le gustaba.
En los brazos de Ízar que apuntaban a convertirse en brazos fibrosos, estaba durmiendo su pequeña hermana Alya. La niña de la casa tenía tres años y para desgracia de su madre y la correspondiente satisfacción de su padre había heredado todos los encantos de merodeador de Sirius. Era extremadamente parecida a Ízar, con los mismos ojos y el mismo color de pelo pero su cara era más redondeta y, al igual que su madre, lucía unos rizos que le caían graciosamente sobre los hombros.
Yo voy a subir a Alya a su cuarto, pero espero que no os paséis horas alabando las maravillas de estos cacharros muggles.
Mientras Patricia cerraba la puerta del jardín, Sirius colocó los baúles en los dormitorios de sus respectivos dueño y fue a preguntar a Ízar de quién era el único que le quedaba en la mano pero antes de que pudiera abrir la boca, Ízar preguntó por el miembro más odiado de toda la familia para Sirius.
¿Dónde está Alkes?
Sirius estaba apoyado en el marco de la puerta con Deneb subida en su hombro. Deneb era la pequeña ardilla de Alya que iba con ella a todas partes agarrada por una correa. Ante la pregunta de su hijo se le dibujó una maliciosa sonrisa en el rostro que intentó disimular con una respuesta inocente pero que no funcionó nada para Ízar, que sabía del odio que su padre le tenía a Alkes.
Vamos pap�¿dónde has dejado a Alkes?
¿Te refieres a ese enviado del demonio con cuatro patas y bigotes que tiene como hobby arañar todo mi cuerpo?
Sí papá-le respondió entornando los ojos ante la ironía de Sirius- me refiero a mi gato.
No lo sé. ¡Ése bicho me tiene manía!
¿Y qué esperabas¿Acaso no has oído nunca la expresión como perros y gatos?- Ízar no estaba enfadado, más bien estaba disfrutando de tener una nueva oportunidad para reírse un rato de su padre
¿Y si te dijera que está en el cielo de los gatos?
¿Y si te dijera que si le pasa algo a Alkes se lo diré a Remus?
¡No me hables de Remus!- recriminó Sirius con un enfado fingido- Todavía no le he perdonado que te regalase a ese... ese... ¡ese diablo con uñas!
Sabes muy bien, que si Remus me regaló a Alkes fue para vengarse de ti por haberle regalado el perro a Alan.
Los perros y los lobos se llevan bien, pero los gatos y los perros no.- le contestó como un niño enrabietado cruzándose de brazos.
Sí, eso es verdad, pero dudo mucho que a Remus le guste que el perro de su hijo se llame Luna por decisión tuya.
La sonrisa perversa que siempre había acompañado a una de sus travesuras le volvió a asomar cuando recordó la cara de su amigo al conocer el nombre del perro que le regalaba a Alan, pero esto sólo sirvió para que Ízar insistiese más en la recuperación de su mascota.
Dame a Alkes, papá.- Sirius negó con la cabeza- ¡Mam�¡Papá no me quiere dar a Alkes!
Patricia apareció detrás de Sirius portando en sus brazos un gato siamés gris oscuro que en cuanto estuvo a veinte centímetros de Sirius empezó a bufar y a erizar los pelos del lomo. Él por su parte, gruñó como si estuviese convertido en ese momento en su forma animaga teniendo que evitar los intentos de arañarle en los que el gato se esforzaba. Ízar lo cogió como si fuese el gato más manso y cariñoso del mundo y realmente no era muy arisco con nadie a excepción de con su padre. Una vez alejado de esa "mala bestia" Sirius volvió a concentrarse en su tarea originaria: averiguar a quién pertenecía el baúl.
¿Dónde pongo esto?
Ízar y Patricia intercambiaron miradas de complicidad con un toque de nerviosismo como si hubiesen hecho una travesura y Sirius estuviese a punto de descubrirles. Él los miró con los ojos entrecerrados intentando encontrar la culpabilidad en sus rostros y por fin supo qué era lo que se traían entre manos.
¡No me lo puedo creer! – exclamó sobresaltándoles- ¿Más libros?
Cariño, el saber no ocupa lugar- intentó suavizar Patricia.
No me vengas con monsergas de Ravenclaw –le recriminó él moviendo el dedo índice cerca de su cara- y ¿qué es eso de no ocupa lugar¿acaso no has visto el pedazo de biblioteca que tenemos?
Pues eso que la mitad de los libros están reducidos.- murmuró Ízar al borde de la carcajada.
Al ver la desesperación de su padre, le quitó el pequeño baúl de las manos y se coló rápidamente por el hueco que dejaba en la puerta. Abrazó a su madre por la cintura con la mano libre y la llevó a la biblioteca mientras Sirius les miraba irritado al ver que habían vuelto a abandonarle por un montón de páginas escritas y ésta vez, para colmo, estaba a menos de un metro de Alkes.
Efectivamente Patricia, con la estrecha alianza de Ízar, había conseguido tener en su casa una fructífera biblioteca en la que junto a libros de Aritmancia y defensa contra las artes oscuras, que eran las asignaturas que impartían Patricia y Sirius respectivamente en Hogwarts, podían encontrarse libros de todas las materias y cientos de novelas no sólo de autores magos sino también de los más destacados autores muggles, que Ízar había calificado como ciencia ficción, porque para él todo lo que tenía que funcionaba sin magia podía considerarse como "ése gran desconocido".
¿Y este libro?
Patricia tenía un enorme libro con las pastas muy bien cuidadas. El título le hacía pensar que Ízar no lo había adquirido para él: "Leyendas andaluzas de los arcángeles".
Se lo he comprado a Chris ¿crees que le gustar�?
Sí, claro que sí. ¿no le has comprado nada a tu padrino?
La misma sonrisa que Sirius solía usar cuando tramaba alguna broma o cuando había hecho algo perverso se colocó en los labios de Ízar, haciendo que su madre se riera por la similitud entre sus dos chicos.
Digamos que a partir de ahora el rojo será el color de James.
Mejor no me lo cuentes. Ve si quieres a colocar tus cosas y ya pongo yo estos libros en su sitio. Seguro que luego quieres ver a los chicos.
Sí, tengo que ir con Matt y Alan a comprarle el regalo a Harry. Además ayer me mandó una carta con Ares diciéndome que caeré bajo su espada de arcángel si no le cuento cómo son las chicas españolas
Este Alan siempre pensando en lo mismo. ¡Un momento¿y tú cómo sabes cómo son las chicas españolas?- le preguntó alzando una ceja.
No tendré que hacerte un dibujo a estas alturas¿verdad, mam�?
La habitación de Ízar estaba pintada en azul claro, pero casi no se veía el color de las paredes porque las tenía forradas de posters de jugadores de quidditch, pergaminos con lemas sobre la igualdad entre las criaturas mágicas y la justicia y muchas muchas fotos de su familia, sobretodo de Alya, a la que adoraba, y de sus amigos y los padres de éstos; en Hogwarts, durante las vacaciones, antes de ir al colegio cuando a penas eran unos bebés. Harry y Matt Potter y Alan Lupin habían sido desde que nacieron sus mejores amigos, claro que había influido mucho el hecho de que fueran vecinos y sus padres fueran amigos desde el colegio. Eran una gran familia y no era raro verles pasearse por la casa de los otros como si fueran por la suya propia.
Empezó a sacar cosas del baúl y colocarlas en su sitio. Lo único que a Ízar le gustaba del mundo muggle era la ropa, seguramente por el hecho de que su madre les había vestido siempre como muggles modernos, pero ahora en plena adolescencia, no se cansaba de renovar su vestuario con las últimas tendencias.
¿Qué es esto?
Sirius había entrado en la habitación y había sacado del baúl con la punta de los dedos, como si tuviera miedo de contagiarse una enfermedad, un delantal con volantes, rojo y muchos lunares blancos. Lo miraba temiéndose que su hijo se hubiese vuelto completamente loco, pero cuando Ízar se dio la vuelta y vio a su padre en aquella pose, casi se cae de la cama donde estaba de pie por la risa. Estuvo revolcándose por la cama unos minutos mientras su padre no variaba la posición.
Es el regalo para James.
Ízar se había agarrado los costados intentando recuperarse pero cuando su padre se enteró de para quién era el modelito le imitó y se tiró en el suelo riéndose a carcajadas así que así estuvieron los dos sin parar de reír imaginándose el tipo de James cuando se colocara el souvenir. Mientras tanto Alya apareció en la puerta con Deneb en los brazos y todavía con cara de sueño. No se sorprendió de ver a su padre y a su hermano riéndose a carcajadas porque eso era algo normal en ellos así que se concentró en su problema.
Pap�, tengo hambre.- Sirius siguió riéndose sin parar, la miró y le extendió los brazos para que se uniera a ellos, pero Alya tenía las ideas muy claras de lo que quería- Vamos pap�, quiero comer
Como vio que ninguno de los dos le hacía mucho caso se sentó en la silla que tenía preparada en la barandilla de la escalera y exclamó "abajo" de manera que automáticamente la silla se deslizó hasta dejarla en la primera planta, donde estaba la cocina. Patricia se unió en las risas a su hijo y a Sirius cuando le enseñaron el regalito de James, pero fue menos expresiva que ellos y se mantuvo sin necesidad de tirarse al suelo. Cuando se les hubo pasado, Sirius recordó que su hija tenía hambre y se dirigieron a la cocina para preparar algo de comer.
La visión que tuvieron cuando entraron en la cocina fue poco menos que catastrófica. Alya estaba subida a una silla cubierta al igual que el resto de la cocina de polvo de cacao. Parecía muy feliz por haber conseguido prepararse ella sola un vaso de leche con cacao, pero en el intento había abierto cajones, había derramado una botella de leche encima de la mesa y había roto un tarro con galletas haciendo que rodaran por toda la cocina. Como siempre que la niña hacía una de sus travesuras, Sirius tuvo que contenerse para no abrazarla y gritarle que era la niña más lista del mundo, sobretodo con Patricia cerca, así que se limitó a pedirle a su hijo que la llevara a darle una ducha mientras ellos recogían la cocina.
Ízar tuvo que enfrentarse al genio de su hermana a la que le parecía muy buena idea estar cubierta de chocolate, pero tal y como vio él cuando volvió de ducharla, a su hermana no era la única a la que eso le parecía bien. Patricia y Sirius estaban abrazados en medio de la cocina (todavía completamente sucia) jugando a mancharse de chocolate con sus caricias para luego besarse.
¿No podéis parar de... de besuquearos todo el día?
Como respuesta sus padres volvieron a besarse, pero ahora riéndose porque sabían que a Ízar esas demostraciones de su amor y su pasión no las llevaba muy bien, aunque en el fondo le gustaba que se quisieran tanto.
¡Me voy! Voy a ver a los chicos, aquí os dejo a Alya y dadle de comer.
Sirius palpó por la encimera sin separarse de Patricia hasta dar con un montón de galletas y se las ofreció a su hijo que lo miró extrañado.
Dale esto a tu hermana y llévatela contigo.
Por unos segundo dudó en protestar o no, pero al final desistió y sentó a su hermana sobre los hombros para ir en busca de sus amigos, dejando a Sirius y Patricia muy concentrados en su tarea, que no incluía precisamente recoger la cocina.
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Si el Valle de Godric ya era de por si un lugar tranquilo, un 30 de julio a las 12 del mediodía y bajo un sol de justicia, aun lo era más. Todo el mundo se refugiaba en sus casa, refrescándose como podían. Algunos se abanicaban, otros, se ponían en el punto estratégico donde dos corrientes de aire se encontraban y otros, simplemente se tumbaban en el sofá deseando que soplara una pizca de aire.
Pero la tranquilidad que se respiraba por las calles del valle no se asemejaba para nada al ambiente que había en el número catorce, una casa de dos plantas, pintada con un llamativo color rojo, con un jardín más o menos bien cuidado y un pequeño garaje. En una de sus habitaciones, se podía escuchar como dos chicos discutían acaloradamente:
¡Ni se te ocurra, enano! – decía el más alto. Un niño con el pelo azabache desordenado, unos impresionantes ojos verdes esmerarla y gafas.
¡La necesito! – contraatacaba el que por unos centímetros era más bajo. Se parecía mucho al primero, eran hermanos, aunque su pelo, igual de desordenado tenía un tono más rojizo, los ojos no tenían ese verde intenso, sino un tono más castaño y por su suerte, no llevaba gafas.
¡Yo también y la lechuza es mía! – sentenció el moreno, de nombre Harry.
¡Mi carta es mas importante, además no es necesario que le envíes una carta todos los días a Yael, total para el rollo sex...sentimental que lleváis – dijo Matt, esto último en un suspiro.
No te metas en mi vida enano, que ya tengo suficiente con que estés en mi grupo de amigos – le dijo Harry enfadado. El tema Yael era un tema complicado.
Yael era el...rollito, palabras textuales de Harry. Él sólo quería diversión con una chica, no era como su amigo Alan, hijo de Remus y Chris, su madrina, que si podía cada día estaba con una, no, él, aunque sin comprometerse demasiado llevada casi un año haciendo el tonto con la chica. Pero según Harry, él sólo quería sexo, aunque la verdad es que en el fondo sabía que quería a la chica, pero antes muerto que reconocerlo. Y Matt, que conocía a las mil maravillas a su hermano sabía que el tema de la chica de Ravenclaw era su talón de Aquiles.
A pesar de lo que podría parecer los dos hermanos se querían con locura. Harry, el mayor aunque solo por un año, era capaz de todo para ayudar a su hermano, y Matt, veía en Harry como una figura a la cual seguir. Pero cuando se ponían a discutir demostraban ese carácter cabezón Potter.
Porque sí, Harry James y Mathew William eran Potter de pies a cabeza. Sus padres, James y Lily llevaban juntos desde su séptimo curso en Hogwarts y poco después de salir del colegio se casaron y un año después tuvieron a su primer hijo Harry, un niño precioso idéntico a su padre y un año después, y poca antes de que Voldemort muriera nació Matt, claramente con la fisonomía Potter pero con un toque más Lily.
James que había estudiado para auror dejó su trabajo como empleado del ministerio y tras una oferta del director de Hogwarts empezó a trabajar junto a Lily y sus amigos del alma como profesores.
Bueno ¿qué? – dijo Matt de nuevo rompiendo el silencio – ¿me dejas a Hedwig o que?
Hedwig era la lechuza de Harry,una preciosa lechuza mensajera blanca que se la había regalado su madrina cuando entró en Hogwarts, pero que también compartía, para su desgracia con su hermano. Según Lily para que aprendieran a compartir. Matt estaba en proceso de convencer a su padre a base de mimos y cariños para que le comprara una para el.
¿Qué vas a hacer con ella?
¿Tu qué crees¿Ir al cine? – ironizó Matt que tuvo que agacharse ya que Harry le había tirado una deportiva a la cabeza.
�¡Niños! – se escuchó la voz de James desde abajo el salón – dejad de pelearos y bajad ya.
Mandándose miradas envenenadas los dos bajaron rápidamente al salón donde James, los estaba esperando sentado en el sofa. Por lo visto tenía la intención de salir porque iba con vaqueros y una camisa azul.
¿A dónde vas? – le preguntó Harry con curiosidad mientras miraba con algo de recelo como Matt daba un pequeño abrazo a James. Matt era el mimoso de la familia y si te despistabas se te echaba encima. James, siempre decía que eso lo había sacado de su madre y de la mala influencia de Sirius, su mejor amigo y padrino de Harry.
He quedado con Remus para que me cuente su maravilloso viaje a París – le dijo a su hijo menor mientras hacía una cara de suplicio. Los niños rieron sabedores que James tenía muchas ganas de ver a su amigo. antes de que los Lupin que marcharan a Paris ellos habían viajado a New York para deleite de Harry y Matt, que alucinaron con esos enormes rascacielos y la enorme diversidad de gente de la ciudad americana. Y cuando ellos regresaron hacía una semana ni los Lupin ni los Black habían regresado de sus vacaciones de Paris y España respectivamente – y hablando de quedar – retomó James pasando un brazo por los hombros de sus hijos – Alan quiere veros – anunció – pero lo siento cariño, mamá te esta esperando – le dijo a Harry.
Yo no he hecho nada - dijo Harry esperando que no lo llamara por como había dejado la ultima vez el garaje mientras experimentaba con unas piezas antiguas de una moto. Ya que sus padres no querían comprarle una y ni que Sirius se la regalara "con la de tu padrino ya tienes suficiente" le decían, había empezado a interesarse en la mecánica y con la esperanza de poder construirse alguna algún día, había empezado a "traficar" con piezas de motos antiguas. Que Alan tuviera el poder de transportarse a veces era de una muy gran utilidad.
No te llamaba por nada en especial – dijo James entrecerrando los ojos mientras Matt intentaba aguantarse la risa – pero ahora ya se que debo encontrar lo que has hecho. En fin, luego hablamos – James no estaba enfadado para nada pero le encantaba lo inocente que podía ser su hijo algunas veces. – quiere que la acompañes a comprar para la fiesta de mañana.
La fiesta de mañana era la celebración del décimo quinto cumpleaños de Harry y también seria una especie de reencuentro de las tres familias.
¿Y por qué no va el mocoso? – dijo Harry.
¿Quieres una fiesta mañana? – le preguntó James
Si.
¿Quieres comer mañana en la fiesta? – volvió a preguntar.
Sí.
Pues no te quejes y ve a ayudar a tu madre, anda – sentenció dándole unos amistosos golpecillos en la cabeza a Harry que murmurando se fue en busca de su madre.
Cuando James estuvo muy seguro que Harry ya no les podría escuchar, se giró hacia su hijo.
Alan te está esperado para ir a comprar el regalo de Harry – anunció y Matt sonrió, tenia ganas de ver a sus amigos y de conocer las anécdotas que le contaría el hijo de los Lupin.
Volveré a la hora de comer – se despidió Matt, levantándose rápidamente.
Y mientras Matt se reencontraba con Alan y James iba en busca de Remus, madre e hijo salían por la puerta trasera, dispuesto a arrasar las tiendas del barrio, con la intención de preparar la gran fiesta.
