Los personajes de Love Live no son de mi propiedad.
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– Debiste cortarte el cabello, es un desastre.
– Bueno, si me hubieras avisado con tiempo, en vez de sólo llegar a mi casa y…
– Nada, Ericchi, sabes que conmigo no hay aviso previo –se calló por un momento, mirando hacia la ventana que daba vista a la ciudad en su movimiento diurno–. Además, desde que te lastimaste la pierna, has estado todos los días en tu casa cual anacoreta. No es el fin del mundo ¿sabes? Ya puedes caminar.
– Hablas igual que mi madre –la miró severamente y le dedicó una cálida sonrisa.
La pelimorada iba sentada en un lugar que habían encontrado libre al entrar en el tren, miraba con interés a la persona que se encontraba de pie frente a ella. Le sorprendía aún lo rápido que había pasado el tiempo, el cariño tan inmenso que le tenía, después de todo, fue su única familia en un principio, el lugar al cual llegar.
– ¿Va a estar aquel chico raro, otra vez? –preguntó de la nada, mientras observaba por el vidrio de la puerta el paisaje atiborrado de edificios.
– No es un chico raro, es mi novio –se levantó, le tomó del brazo y salieron del vagón del tren en cuanto se abrieron las puertas–. Y llevará a alguien más, esta vez no tendrás que estar de mal tercio entre nosotros.
Iba unos pasos adelante, podía verla mover las caderas al compás de su caminar. Aquel cabello largo y morado que siempre lo llevaba en dos coletas, lo tenía peinado en una sola trenza que le ladeaba el cabello. Vestía con la misma elegancia que le caracterizaba desde la primera vez que tuvo la oportunidad de verla con ropa que no fuera el uniforme escolar: un saco azul cielo, doblado de las mangas, la falda azul marino con holanes, una blusa color crema y unas botas de gamuza color café. Desde que había conocido a aquel chico raro, sus ropas habían cambiado, pasando de lo extravagante a todo lo que le quedara perfectamente.
Por un momento, sus celestes ojos la perdieron de vista. Y se asustó, porque se encontraba entre un montón de gente que no conocía, que le miraban y juzgaban. Se detuvo al recordar su caída en el escenario, todo empezaba a nublarse. Un halo de luz le calentó ligeramente el rostro. Alguien tomaba su mano y le guiaba por entre la multitud.
– Ericchi –volteó el rostro–. Es momento de que salgas del caparazón y vuelvas a brillar.
– Nozomi…
– Y de que tengas novia, otra vez –le recriminó, mientras le miraba de soslayo y empezaba a reírse–. Eso de que andes con una y con otra, de a ratos, no es de ti.
– Bueno… sabes que lo de los compromisos no es lo mío –se pasó una mano por el cabello, desvió la mirada.
Salieron de las instalaciones de la estación de tren, pasaron por unas cuantas calles, se adentraron en otras, mientras platicaban de lo que pasaba en su día a día. Mientras con Nozomi era toda una odisea, entre tareas en el templo, su verdadero trabajo como maestra, ayudar a su novio con sus trabajos siendo su modelo y sus temporales consultas como psicóloga, con Eri era la vida agazapada en su mínima expresión: subsistencia.
– Desde que ocurrió aquello, Erena ni se ha molestado en visitarme, supongo que está ocupada con los ensayos –comentó encogiéndose de hombros.
– ¿Estás de acuerdo que eso ya tiene sus meses, no? –se detuvo en seco, y miró directamente al par de celestes.
– Sí… aparte Hoshizora se quedó con mi lugar.
– Pero no se supone que es…
– ¡Ya lo sé! Pero era la que se quedaba con el papel si no era yo –agregó, desviando ligeramente la mirada–. Y al parecer le ha ido bien.
– Sabes… –estaba por hacer un comentario elocuente hacia la obvia y malograda indiferencia que trataba de imponer en aquella plática, cuando su celular vibró y dio aviso a un nuevo mensaje, el cual leyó y con ojos brillantes, tomando de la mano a Eri, agregó:– ¡Ya llegaron, apresurémonos!
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Miraba con sus amielados ojos la manera en la que su compañera peliazul mantenía, inamovible, su rostro entre las hojas del libro que había traído –irónicamente– a la convivencia a la que la había invitado. No era de extrañar, incluso le parecía digno de toda la ternura posible, que aquella mujer siguiera siendo tan tímida como en sus tempranos años. Suspiró con la resignación en su exhalación, miró el lugar al que le habían pedido llevar a su amiga, era uno de los tantos cafés que su novia bien conocía. Era sencillo, sin mucha ostentación, con precios asequibles a su bolsillo.
– Umi-chan, es grosero que estés leyendo un libro mientras tienes compañía –intentaba molestarla, quizá hacer que brincara del susto o que empezara por sentirse más cómoda.
– Ni siquiera estoy leyendo –pero había olvidado que eso a veces era la sombra de lo que fue.
– ¿Por qué pretendes leer?
– Bueno… –cerró el libro, lo bajó suavemente y dejó sus manos sobre él. Tenía los ojos cerrados y estaba ligeramente sonrojada–. Sabes que no se me da socializar.
– Eso es mentira –le tomó una de las manos y la acarició suavemente. Cuando la chica abrió los ojos, miró directamente a ellos y le sonrió–. Tienes conocimiento para hablar de cualquier cosa. Aparte, Nozomi estará con nosotros.
– La presencia de tu novia no me calma –lo miró con un deje de súplica–. Si tu novia es así… ¿qué me espera de sus amigos?
– ¡Oye! Nozomi no es tan mala persona –la soltó y se cruzó de brazos, siguió mirándola mientras alzaba una ceja–. Además, creo que tengo una idea de a quién va a traer...
– ¿Eso es bueno? –ablandó la mirada.
– Tenlo por seguro –volvió a sonreírle, cerrando los ojos.
Se quedaron unos minutos hablando sobre trivialidades, porque se habían dado cuenta que conforme más años pasan, más difícil es hablar de lo que le aqueja a uno. Quizá porque ya no hay tiempo ni para hacerlo, como cuando uno es más joven, ni tampoco se tiene la valentía de los niños pequeños de decir las cosas sin rodeos, ante el miedo de parecer ridículos o débiles.
La mesera llegó hasta su mesa, donde ellos ordenaron sus respectivas bebidas favoritas. Mientras Kotori revisaba su celular y veía el mensaje de su novia, quien avisaba que estaba a unas calles del lugar. Ahora que su vieja amiga, Umi, estaba tranquila, no sabía si era correcto decirle que en unos minutos llegarían, o dejar que las cosas sucedieran unas a otras. Optó por la segunda. Hacía tiempo que no veía sonreír a su amiga sin aquella sombra que oscurecía el brillo de sus ojos.
Vislumbró en la entrada a la pelimorada, mientras permitía a Umi seguir contando la trama de un nuevo libro que quería escribir ahora que había dejado de dar clases en la Universidad donde él era el director. Amplió su sonrisa cuando vio que Nozomi le pedía guardar silencio mientras llegaba por la espalda de la peliazul.
– U-mi-chan –canturreó cerca de su oído.
Un sonoro grito salió de los labios de Umi, en compañía de un brinco que casi la hizo caer de su silla, de no ser por el peligris que la sostuvo de ambas manos mientras se reía. La peliazul volteó bruscamente para encarar a la chica que había osado hacerle una broma de esa índole y la vio de pie, con los brazos a sus espaldas y una bella sonrisa. Frunció el ceño, hasta que sus ojos viajaron un poco más arriba y vio un rostro que no le fue familiar, entonces hubo la esperada reacción, un ligero sonrojo por parte de ambos.
– Él es Ayase Eri –señaló al rubio que estaba detrás de ella.
– Ella es Sonoda Umi –comentó el peligris tomando por los hombros a la peliazul, quien en el acto giró el rostro para verlo.
– ¡Hey! –saludó tímidamente Eri con un movimiento de mano, mientras se sentaba a un lado de Kotori, quien lo miró con una ceja alzada, pues ese era el lugar de Nozomi.
– Oye, amigo, ahí va Nozomi –comentó por lo bajo.
– Déjalo, Kotocchi –se sentó entre Umi y Eri.
La peliazul seguía en silencio, mirando al chico que había llegado en compañía de Nozomi, la novia de su mejor amigo de toda la vida. Era rubio, con el cabello ligeramente largo, amarrado en una pequeña coleta, algunos mechones rebeldes, que se opusieron a entrar, se asomaban por su cuello; portaba una barba hirsuta, apenas creciente y mal rasurada y vestía de manera desaliñada. Vaya primera impresión, pensó.
Eri, como lo habían presentado, mantenía la mirada fija en la mesa, mientras sus manos estaban ocultas debajo de ésta. Cuando alzó levente la mirada, fue testigo de sus azulados ojos, tristes y agotados. La peliazul abrió los suyos con sorpresa.
Kotori y Nozomi platicaban amenamente sobre cosas que ella parecía no entender, que no comprendía, porque ellos, como pareja, tenían su propio idioma. Así como todas las parejas, así como ella llegó a experimentar con otra persona, a base de miradas esquivas y furtivas, sonrisas coquetas y expresiones delatoras.
A veces lo extrañaba.
Por su parte, el rubio se sabía observado y mantenía sus ojos fuera del alcance de la otra mirada que parecía querer leerle el alma. Sonrió con presteza ante algo que le dijo su amiga, aun siendo que no lo había escuchado. De un tiempo para acá, se había vuelto malo en eso de las convivencias, quizá porque todo lo que él conocía, ahora le era demasiado lejano.
En algún punto del día, porque habían salido a almorzar, sin siquiera notarlo, se habían quedado solos en la mesa. Kotori había salido a contestar una llamada por un incidente que había pasado en la escuela, mientras Nozomi se había parado para ir al sanitario. Para sorpresa del rubio, Umi sacó un libro de su bolsa y se dispuso a leerlo, ignorándolo descaradamente.
– ¿Está bueno? –preguntó sin verdadera curiosidad.
La peliazul alzó la vista para dar con los ojos celestes del rubio quien la miraba con una expresión de desgana, cerró su libro y suspiró pesadamente.
– Supongo –se encogió de hombros–. La verdad no estoy leyendo.
– Tramposa –le recriminó, mientras sonreía y empezaba a corregir su postura al sentarse.
– Así que eres amigo de Nozomi…
– Sí –contestó, mientras tomaba un pedazo del pastel que la pelimorada había pedido–. Desde la preparatoria, luego nos separamos por unos años, por cosa de vocaciones, pero seguimos en contacto. ¿Tú eres amiga de Kotori?
– Es mi amigo de la infancia –se sonrojó ligeramente.
– De camino aquí, Nozomi me platicó un poco sobre ti –le dio un sorbo a su café–. Me dijo que eras maestra de Literatura en la escuela que dirige Kotori.
– Era –asintió suavemente–. Dejé de dar clases por cuestiones personales hace algunos años, ahora me dedico a escribir. Kotori no me dijo nada de ti, lo siento.
– Yo no soy importante –se rascó la mejilla, sintió la aspereza de su barba y por primera vez en mucho tiempo fue consciente de la imagen que debía dar, se había descuidado, había subido un poco de peso, para después adelgazar hasta quedar un poco escuálido, quizá exageraba, pero seguramente le impedirían regresar a la danza si se presentaba así–. Si Kotori no te habló de mí es porque en realidad no me conoce, sólo sabe que soy amigo de Nozomi y quizá incluso me considera una amenaza para su relación.
– ¿Por qué?
– Bueno… –miró hacia la puerta de la entrada, donde vio al peligris acercándose, giró la cabeza al lugar donde se encontraban los baños, y vio salir a su amiga. Sintió un escalofrío por aquella sincronía. Se acercó a la peliazul, que parecía estar esperando la respuesta, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, le dijo en voz baja–. Estaba enamorada de mí en la preparatoria.
Y volvió al respaldo de la silla, mientras sonreía ampliamente para consternación de Umi. Kotori y Nozomi se sentaron. La pelimorada se quejó por el pedazo de pastel que le había sido robado, Eri empezó a reírse. Kotori veía la escena con aquella sonrisa que bien ocultaba la molestia para los demás, sin embargo, ella lo conocía. Posó sus ojos sobre Nozomi, luego los pasó a su amigo, luego a la chica y regresó a ver al rubio. Sus cejas se juntaron indiscretamente, arrugándole su bella y blanca frente.
– ¿Estás bien? –preguntó Umi, acercándose al peligris.
– Sí –contestó, mirándola a los ojos para demostrar que no estaba mintiendo.
Ambos se sonrieron y decidieron entrar en la plática que mantenían los otros dos, sobre cosas de adultos y trivialidades.
…
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Había dos vasos en uno de los mesones de la cocina, uno lo llenó con agua simple y el otro con jugo de fresa. Los puso sobre una charola de plástico que había comprado hace poco y ahí mismo colocó un plato lleno a reventar de frituras. Se llevó la charola en las manos hasta la pequeña mesa de centro que tenía cerca de su sala. En uno de los sillones se encontraba sentada Nozomi, quien traía una cobija azul cielo sobre sus piernas y sin pensárselo dos veces se abalanzó sobre las botanas y tomó su vaso con jugo.
– ¿Umi-chan te pidió tu número? –preguntó llevándose una papa a la boca.
– Sí.
– Por ahí dicen las malas lenguas, que si una chica pide el número, es porque no va a llamar –dijo sin importarle mucho que su amigo pareció encogerse–. Tienes suerte de que Umi-chan sea diferente, dale tiempo.
– En realidad, no me preocupa –se sentó a su lado, tapándose con un poco de cobija que quedaba libre. Tomó el control del DVD, dispuesto a empezar con la película–. Cada quien lleva su ritmo, ¿no?
– ¿Pero te agradó? –recargó su cabeza en el hombro del chico.
– Supongo que sí –se rascó un poco la mejilla–. No hablamos mucho, sino hasta que me obligaste a regresarla a su casa.
– ¿Y hubo algo en la casa de lo que te sorprendieras? No sé, algo que te hubiera llamado la atención –habló lentamente, como tentando el terreno por el que pisaba–, ya sabes, algo diferente, quizá algo que… te cause problemas.
Eri la miró por encima del hombro, sabía que cuando hablaba así era porque ocultaba algo. De esa manera había empezado aquella vez que le platicó sobre su relación con Kotori, dando rodeos, intentando llegar a un punto en el que pudo haber dado directamente.
– ¿Tienes algo que decir, Nozomi Toujou? –inquirió con severidad.
La chica lo miró a los ojos, negó energéticamente con la cabeza y se abrazó al brazo del rubio. Eri siguió viéndole la nuca por unos segundos, después regresó su vista a la televisión y apretó el botón que daría inicio a la película.
Para aquel entonces habían pasado casi dos semanas que había conocido a la enigmática amiga del novio de su amiga. Lo cual parecía, de alguna manera, gracioso. Después de haber pasado aproximadamente una hora y media dentro de las instalaciones del café, hablando de todo y de nada, habían decidido que era momento de regresar a casa. Y Nozomi, que no había podido pasar tiempo con Kotori, decidió por su cuenta que era buena idea que Eri llevara a Umi a su casa. Al principio, ambos parecieron reticentes a dicha opción, pero Kotori y sus hermosas y sinceras sonrisas terminaron por convencerlos.
No pudo ver más allá del aspecto superficial. Si bien, ese tiempo le había servido para dar detalle de las facciones de la chica, de su complexión y sus modos de caminar y expresarse, no pudo observar algo que fuera digno de retención. Quizá porque en el fondo aún estaba renuente a aceptar la posibilidad de estar atascado en un punto de su pasado que se negaba a soltar. Tal vez porque el hecho de volver a enamorarse, como en sus años de preparatoria lo había hecho, estrepitosamente y a destiempo, le causaba escalofrío. O a lo mejor, porque en realidad ella no se lo permitió, porque ni llegar a la calle que daba a su casa le concedió. Podía excusarse con cualquier parvedad emocional, incluso económica, pero el paso estaba dado. Por mucho que le hubiera gustado negarlo, se encontraba como chiquillo, esperando el mensaje, la señal, la luz que le recordara que alguien esperaba por él.
El aliciente no llegó ese día, ni siquiera lo hizo la semana que le siguió. Y hubiera perdido la esperanza si su madre no le hubiera enseñado a soñar en grande, hasta lograr convertirse en aquello que siempre había querido. Y se hubiera dejado inundar por su estado asténico si no hubiera aprendido de Nozomi a esperar lo mejor de las personas. Por ello se hallaba tranquilo, pues era capaz de encontrar su paz en la tormenta.
Por ello se encontraba acostado en la cama, con un plato de fruta en sus manos, mientras miraba las caricaturas que salían en la televisión. Llevaba rato mensajeándose con Nozomi, por lo que su celular volvió a vibrar. Y divertido, miró a la pantalla para leer las notificaciones. Sus ojos se abrieron, terminó por sentarse y dejar de lado su plato para leer detenidamente el mensaje.
Buenas tardes, Eri-san, soy Sonoda Umi, amiga de Kotori. Perdona la demora, pero apenas he conseguido un poco de tiempo para mandar mensaje. Espero esté bien. Saludos cordiales.
Cuánta formalidad, fue lo que pensó en cuanto lo leyó. Y volvió a leerlo, una y otra vez. Como si fuera un mantra, lo repitió varias veces en sus labios, intentando descubrir algún mensaje oculto. Seguramente si Nozomi hubiera estado con él se hubiera reído de los dos, quizá más de él, pero después le hubiera dicho algún posible secreto místico en aquellas palabras por demás escuetas.
Estaba debatiéndose entre contestar o no, no quería verse desesperado, pero tampoco quería ser desconsiderado. Y por primera vez en toda su vida maldijo a su madre, muy quedo, despacito y con cariño –porque las madres saben–, por haberle enseñado que un hombre no debe dejar esperando a una dama. Aunque ella lo deje a la deriva por siglos. Y le parecía ridícula la idea, pero era su ridícula cosmovisión del mundo y sus valores.
Estaba emocionado por la posibilidad de conocer a alguien. Así que contestó:
Hola, Umi. No necesitas ser tan formal conmigo, trátame de tú, por favor. Y estoy muy bien, ¿qué tal tú?
Y antes de mandar el mensaje, lo leyó y volvió a releer, quizá quitó unas letras, agregó otras, pero al final terminó siendo el mismo mensaje, entre formal e informal, entre indiferente e interesado. Porque las medias tintas son de los adultos, porque las medias tintas son de aquellos que no pueden dar la totalidad ya que han dejado de poseerla. Y le dio enviar. Esperó pacientemente, casi sin parpadear, a que en su celular aparecieran otros mensajes que no fueran los de Nozomi.
Y apareció:
Está bien… si así gustas. Estoy un poco cansada y aburrida, a decir verdad. Intentaba leer, pero no ha salido muy bien, me estaba quedando dormida…
Y volvió a contestar:
Deberías ver caricaturas, eso es lo que yo hago cuando estoy aburrido. Perdón si te desperté.
La conversación fluyó libremente, por unos minutos.
¡Nooo! Veo caricaturas todos los días… Y no me despertaste, no te preocupes. Sinceramente, me alegra tener con quien charlar.
¿No te gustan las caricaturas? ¡Yo las adoro! Menos mal. Sinceramente, me halagas.
Sí me gustan, pero es algo complicado… ¿te estás burlando de mí?
Oh, ya veo. Conmigo aprenderás a amar las caricaturas. Y no, no me burlo de ti, sólo me parece curioso, porque sigues escribiendo con mucha formalidad.
Lo dudo… Son los gajes del oficio jajaja
No retes a un Ayase. No estás tratando con un cliente, Sonoda.
No te reto. No podrías ser mi cliente, serías mi lector.
Pues me gustaría saber qué escribes.
Eso es imposible, tendrías que venir a mi casa y leerlo directamente del portátil.
Pues si me invitas con gusto voy…
Y se detuvo. Pasaron 5 minutos, 10, un cuarto de hora, y la respuesta seguía haciéndose esperar. Quizá había dado el paso muy pronto. Nozomi le había dicho que Umi era una persona diferente, pero nunca le había especificado de qué forma. Así que, intentando disimular, le preguntó a su amiga de qué manera podía tratarla si es que llegaban hablar. Y la chica no se hizo esperar, haciéndole saber que Kotori le había dicho que Umi ya había mandado el mensaje y que tenía que ser sutil con ella. ¿Por qué razones? Tampoco se las explicó. Y ahora se sentía como un estúpido, mirando la pantalla de su celular, leyendo su último mensaje, que empezaba a parecerle una maldición.
Entonces, después de casi media hora, la respuesta llegó.
Eres invitado a mi casa cuando gustes… pero por ahora no.
¿Qué clase de negativa era esa? ¿O acaso era una invitación mal formulada? ¿Un rechazo disfrazado de bienvenida? Decidió que no era buena idea rumiar las palaras ambiguas dadas por una mujer que apenas y conocía. Y sin meditarlo mucho, decidió regresar de su gran salto y empezar con los pequeños pasos establecidos.
En ese caso, podríamos salir a algún lado, algún día, cuando gustes.
Y después de muchos años, la sonrisa bobalicona típica del enamorado cliché, se apoderó de él.
¡Claro! Eso suena más apetecible.
...
…
Estaba frente al espejo, se observaba la barbilla recién rasurada que le ardía ligeramente por la loción que se había echado encima. Se miraba el cabello, se lo peinaba y acomodaba, pues se lo había cortado al día siguiente en que había acordado una cita con la peliazul, a petición de Nozomi, y a gusto de él. Se hallaba frente a una imagen extraña, aquella que había dejado de portar desde que se había lastimado la pierna, de que había cesado su carrera en el ballet. Seguramente Umi no lo reconocería después de haber dado aquella precaria primera impresión.
Suspiró resignado, no le quedaba de otra más que arreglar sus errores. Después de algunos días, en que se había dado cuenta que, de hecho, congeniaba de una manera peculiar con la chica –cosa irónica, porque era mayor que él–, las cosas habían fluido y dado fruto irremediablemente. Quizá no de manera romántica, pero ahí estaba el agrado, el respeto y el tenue cariño que empezaba a forjarse. Tenían de qué hablar, Umi era tan culta con respecto al arte, a tales niveles, que le había encantado tener con quien charlar de danza tradicional y de ballet. Ahí fue, en una de aquellas pláticas, que de mensajes pasaron a llamadas, cuando le confesó que en realidad era bailarín de ballet, pero que estaba en recesión por un accidente que tuvo. Y de nuevo las medias verdades, que eran más aceptables que las medias mentiras.
Volvió a concentrarse en su imagen en el espejo, vestía de manera casual, sin llegar a lo informal. Un jersey color crema con una línea vertical azul marino, unos pantalones chinos de algodón color gris oxford y unas zapatillas deportivas azul índigo. Se cercioró de haberse puesto desodorante, se dio el visto bueno y salió de su habitación. Tomó las llaves de su departamento, dispuesto a salir, cuando una llamada a su celular lo detuvo. Era Umi, sin pensarlo contestó, deseando que su cita no fuera cancelada.
– Hola –contestó tímidamente, como siempre que ella le marcaba.
– Eri-san, tengo un pequeño problema –escuchó una dulce voz del otro lado, que no pertenecía a la peliazul–. No cancelaré la salida, pero tendrás que esperarme un rato más.
– Oh, no hay problema, si soy útil en algo, no lo dudes –contestó tranquilamente.
– No te preocupes, tengo que… –se calló por un momento– esperar a alguien.
Escuchó cómo la chica tapaba ligeramente el micrófono de su celular y hablaba con alguien más: "Espérame tantito, Riko".
– Está bien, si necesitas que me acerque a algún lado o algo así, me avisas –comentó.
– Tranquilo, eso no va a ser necesario –de nuevo escuchó la tierna voz que no pertenecía a Umi–. Permíteme un momento, Eri-san.
– Claro…
A pesar de haber tapado el micrófono con su mano, fue capaz de escuchar la conversación que se llevaba a cabo del otro lado.
"¿Qué pasa, Riko?"
"Kanan se ha despertado."
"Ahorita voy para allá, cariño."
"Está bien, mamá."
– Lo siento, tengo que colgar, pero te marco en un rato.
– Está bien.
Fue lo último que alcanzó a decir, antes de que la chica le colgara.
Su cabeza empezó a dar vueltas y se sentía ligeramente aturdido por la nueva información que le fue dada. No tuvo tiempo ni de pensarlo con detenimiento, muy poco le importó si su amiga estaba dando clases o se encontraba a mitad de una terapia, le marcó. Lo mandó a buzón. Volvió a marcar, y de nuevo la fastidiosa voz de la operadora lo recibió. Y de nuevo llamó, la tercera tenía que ser la vencida.
– ¡Ericchi, estoy a mitad de clase!
– Nozomi… –la voz del chico hizo que del otro lado permaneciera en silencio–. Dime que he enloquecido y que lo he entendido es erróneo.
– ¿Qué pasa?
– Creo que Umi tiene hijos…
– Ah… –se escuchó una risa nerviosa y ahora entendía todas aquellas advertencias y preguntas raras que de repente le soltaba cuando hablaban de la peliazul– Bien, si ella no te ha dicho nada, ni lo comentes. Tiene dos hijos. Ahora me tengo que ir.
Y de nuevo, una mujer volvió a colgarle.
…
…
N/A: Seguramente están fastidiados de que haya empezado una nueva historia si ni siquiera he terminado las otras. Sí, también me lo recrimino sola jajajaja No lo puedo evitar :c mi cabeza anda como loca.
A decir verdad, no estoy aún muuuy convencida de esta historia. Es como una realidad demasiado alternativa por muchas razones y estoy segura de que tendrán muchas dudas en la cabeza. Así que contestaré algunas que creo podrían tener.
¿En esta historia Eli es hombre? Sí :v y Kotori también (me dio cosa cambiarle el nombre a Kotori, y pues Eli=Eri, es lo mismo).
¿Por qué? Simple, me gusta también trabajar con personajes masculinos, y sí, el "todas somos lesbianas" en Love Live es bonito, pero a veces me daba un algo no poder trabajar personajes masculinos. Pero esta es una de las razones por las que aún no estoy muy segura, nunca he trabajado genderbend (si es que se escribe así, creo) entonces siento que les quito algo a estas mujeres (o quizá les pongo algo de más :v).
¿Umi es mayor que Eli? Sí, Umi tiene 28 años y Eli 25 (Lo mismo pasa con Nozomi y Kotori).
¿Por qué NozoKoto? ¿Por qué no? xD Sinceramente, no veo a Nozomi con nadie, o sea, sí, es lindo el NozoEli, incluso el NozoNico, o hasta el NozoMaki, pero para mí Nozomi es como la súper mujer independiente. Y algo similar me pasa con Kotori, sólo que a ella la veo más como ajena a la parte amorosa (no me pregunten por qué, he enloquecido).
¿Por qué Kotori es hombre? Porque vi una imagen de su versión masculina y me enamoré 7u7 jajajaja
¿Habrá más chicas con personajes masculinos? Sí. Con la única que tengo cierta confusión con respecto a lo que debo hacer, es con Honoka.
¡¿Umi tiene hijos?! Madre del amor hermoso, sí xD Y bueno… respecto al padre, considerando que sus hijos son Riko y Kanan de Sunshine… es fácil llegar a una conclusión.
Haciendo alusión a lo anterior, no estoy segura si poner esa historia dentro de esta en capítulos diferidos o a modo de recuerdos, o simplemente centrarme en la actual. No quiero hacer spin-off :c soy floja.
Y pues creo que por el momento eso sería todo, díganme si esta cochinada que escribí vale la pena D: o la borro y hacemos como que nunca pasó nada y seguimos nuestras vidas tranquilamente. Dejen sus comentarios, sugerencias, críticas, opiniones o dudas, si las tienen.
Y sin más, ¡hasta la próxima!
