Seifer inhaló profundamente tratando de calmar el ritmo de su respiración y aquietar el frenético latir de su corazón. Realizó tres inspiraciones y expiraciones profundas y lentas, pero aun así sus latidos continuaron desbocados. Demasiada adrenalina en su sistema. No cejó en su empeño y dedicó los siguientes segundos a diversas técnicas de relajación. No sabía de cuánto tiempo disponían antes de que la criatura decidiera que la cueva, su guarida, era el único sitio donde podían haberse ocultado o, simplemente, desistiera de su búsqueda y regresara a su hogar.

Con cualquiera de las dos opciones estaban muertos.

Un espasmo de tos llamó la atención de Seifer hacia su compañero de infortunio.

-¿Leonhart?

Su única respuesta fue un gruñido, una exhalación de dolor, y una retahíla de palabras musitadas en voz tan baja que Seifer no pudo distinguirlas, aunque su acento era inconfundible. El super-ultra-fantástico-comandante-SeeD-más-joven-de-la-historia estaba soltando maldiciones que harían enrojecer al dueño de un burdel. De cualquier otro SeeD, Seifer lo hubiera considerado como algo normal. Él mismo estaría lamentándose y soltando las palabras más gruesas que conocía si no estuviera en medio de su examen. Pero viniendo de Squall, que había hecho del estoicismo una forma de entender la vida, era, cuando menos, sorprendente… y preocupante.

-Esto está oscuro como la boca del lobo, Leonhart –Sabía que no necesitaba extenderse más para que Squall comprendiera que solicitaba una actualización sobre su estado.

El silencio se prolongó durante unos segundos eternos en el cargado ambiente de la cueva, roto únicamente por las pesadas respiraciones de ambos.

-Hay poco oxígeno aquí –añadió Seifer.

Continuar hablando era la única alternativa a darle un puntapié a su compañero. En otra ocasión lo hubiera hecho, líder del equipo o no, comandante o no, pero Squall era ahora su examinador. Maldita fuera su suerte. Seifer sabía que podía confiar en que su antiguo rival fuera dolorosamente imparcial, lo que significaba que sus viejos hábitos de molestarlo serían evaluados fría y objetivamente como insubordinación.

-¿Aún funciona tu pantalla? La mía recibió un golpe directo. –insistió Seifer en sus intentos de comunicación. Al fin y al cabo, conseguir una respuesta de uno de los usuarios más asiduos de la frase : "Vete a hablarle a una pared" requería siempre un esfuerzo adicional.

La pequeña pantalla que Squall llevaba en su muñeca izquierda se encendió. A la suave luz del dispositivo, Seifer notó con alarma la forma en que el brazo de Squall temblaba.

Después de un par de toques en la pantalla, el comandante se levantó del suelo con cierto esfuerzo.

-La concentración de carbono supera el 2% -informó. La pantalla se apagó, sumiéndoles de nuevo en la oscuridad- no podemos permanecer aquí.

-¿2%? –Seifer se limpió el sudor que resbalaba por su frente- Espera, ¿dónde vas? –gruñó al oír los pasos de su compañero alejándose.

Casi dio un bote en el sitio cuando sintió la mano de Squall en su antebrazo. El taciturno comandante, siempre un hombre de acción antes que de palabras, tiró de Seifer.

-No pierdas el contacto –ordenó- buscaremos otra salida.

-Si el aire está tan cargado aquí dentro, es probable que no exista otra salida.

-Entonces tendremos que luchar.

Seifer soltó un bufido. Volver y luchar contra la criatura que les había hecho poner pies en polvorosa… por una vez y sin que sirviera de precedente preferiría encontrar una alternativa al combate. La mano que sujetaba su brazo estaba empapada de sangre. Seifer podía sentir su cálida humedad atravesando el tejido de su manga. Squall seguramente no estaba en condiciones de blandir un arma con plena efectividad, aunque Seifer conocía de primera mano de lo que era capaz el comandante de los SeeDs cuando estaba cerca de su límite.

Quizás luchar no era tan mala opción después de todo.

-¿Por qué simplemente no salimos y tratamos de preparar el terreno a nuestra conveniencia? Una buena estrategia puede ser suficiente para derrotar a esa bestia.

-No.

Y punto final. Resultaba complicado debatir opciones con un compañero tan parco en palabras.

-¿No? –repitió, reprimiendo un suspiro de exasperación.

-¿Viste a qué velocidad se regenera?

-Fuego –sugirió entonces. Las heridas más difíciles de regenerar.

-No podemos alimentarlo el tiempo suficiente.

Squall podía tener razón. Los conjuros de fuego eran explosivos y la criatura no tenía un pelaje o una capa de plumas que pudiera mantener las llamas. Sus reflexiones se vieron interrumpidas cuando Squall tropezó. En otras circunstancias no hubiera sido algo a tener en cuenta, pero el comandante se fue al suelo a plomo, soltando el brazo de Seifer para no arrastrarlo en su caída. El aspirante a SeeD hizo un gesto de dolor en simpatía.

-¿Leonhart? –llamó después de esperar un tiempo prudencial.

La pantalla volvió a encenderse y Seifer vio que Squall se disponía a emitir una petición de evacuación.

-¡No! –Seifer cubrió el pequeño dispositivo con su mano- ¡No lo hagas! –una llamada de emergencia para que acudieran a rescatarlos significaba que su examen se cancelaba. Quién sabe si el Consejo decidiría que Seifer Almasy, el traidor, que había sido hallado culpable y que se había librado de una dura condena por un indulto que le ponía eternamente en deuda con Squall y su alegre banda de quijotes, era demasiado problemático como para garantizarle una segunda oportunidad.

-Almasy –la mano libre de Squall agarró el brazo de Seifer y tiró débilmente de él, pero Seifer mantuvo la mano bloqueando la pantalla- Necesitamos refuerzos.

-Si llamas la caballería, esto se ha acabado, Leonhart –su voz sonó más a súplica de lo que le hubiera gustado- Podemos derrotar a ese monstruo.

-Ni siquiera puedo levantarme.

La queda admisión heló la sangre en las venas de Seifer. Frenéticamente trató de recapitular el combate… el Dracguar había parecido poco afectado por sus ataques, los sables pistola apenas habían podido hacer mella en su gruesa coraza. Y entonces el monstruo había lanzado su aliento de hielo sobre Seifer. Lo único que recordaba después de eso era que había resultado cegado momentáneamente, había sentido el suelo retumbar bajo los paso de la bestia, cada vez más cerca, y entonces un súbito calor y una fuerte energía le habían derribado al suelo cuando Squall se había interpuesto entre ambos. Su sable pistola, el modelo básico para entrenamientos, se había resquebrajado en el momento en que hizo contacto con las placas protectoras que cubrían al Dracguar, tal era la fuerza que el comandante SeeD había puesto en el golpe. La bestia había dejado escapar un rugido de dolor y mientras sacudía la cabeza de un lado a otro, enloquecida, Squall le había guiado hacia el interior de la cueva y habían descendido por los oscuros túneles a la carrera, hasta que la oscuridad reinante les había forzado a aminorar la marcha.

Había debido darse cuenta de que las heridas de Squall eran más serias de lo que había anticipado en cuanto vio temblar su brazo. Hacía falta una herida grave para que el pulso de un luchador capaz de mantener firme un pesado sable pistola temblara sin soportar peso alguno. Él mismo estaba dolorido y sentía las quemaduras que el hielo le había infligido, pero, si bien dolorosas, no limitaban sus movimientos.

-Yo estaré al frente. Tú te quedas atrás apoyándome con magia. –sugirió a la desesperada.

-No está en tu mano tomar esa decisión, Almasy. Y, al igual que tú, no tengo conjuros a mi disposición.

A la tenue luz proveniente de la pantalla su rostro impasible transmitía una total indiferencia por las consecuencias que su decisión pudiera tener para Seifer, y el aspirante a SeeD no pudo contenerse. Su mano se cerró en la solapa de la cazadora de cuero que Squall llevaba puesta y con un tirón lo acercó a él violentamente. El muy cabrón ni siquiera parpadeó.

-Si tú tienes fe en que el Consejo decidirá q… -comenzó, pero se detuvo abruptamente cuando llegó a sus oídos el ruido de la pesada respiración de una bestia enorme y el chirrido de unas garras arañando la roca.

Estaba lejos de ellos, seguramente cerca de la entrada, pero la sintieron desplazarse al interior. Squall apagó la pantalla, sumiéndolos en la oscuridad, y utilizó el agarre de Seifer para terminar de incorporarse. Ambos permanecieron quietos, concentrados en su sentido del oído.

-Se aproxima –la voz de Squall susurrando cerca de su oreja le provocó un escalofrío.

Durante unos tensos minutos se mantuvieron en silencio, escuchando los ecos de los movimientos de la bestia, hasta que finalmente sus resoplidos y el chirrido de su coraza contra la roca se aquietaron. Esperaron un rato más hasta que llegaron a la conclusión de que el Dracguar se había detenido a descansar, o lo que fuera que estuviera haciendo, y no continuaba recorriendo los túneles.

-Vamos.

Squall tiró de la manga de Seifer y comenzó a caminar despacio, adentrándose todavía más en las oscuras profundidades, con su otra mano apoyada en la pared del muro para guiarse. Seifer dudaba que la adrenalina pudiera mantener a su compañero en pie mucho tiempo. Estaba a punto de hacer un comentario al respecto cuando la voz del recalcitrante comandante llegó a sus oídos.

-Solo un poco más.

No sabía si se dirigía a él o si estaba hablando consigo mismo. Pero interpretando sus palabras, como siempre se veía obligado a hacer en sus intercambios con Squall, Seifer llegó a la conclusión de que el comandante, aunque no lo pareciera, sabía lo que estaba haciendo.

-Si compartes tu plan conmigo, quizás pueda serte de ayuda, ¿sabes? –comentó con sorna, no atreviéndose a alzar la voz.

-Un poco más lejos. Hasta que esté seguro de que la luz de la invocación no alcance a la bestia.

-¡Oh! Tienes un GF enlazado –Seifer sintió la esperanza resurgir en él.

Las condiciones de su examen habían sido duras. Sin Guardian Forces ni magia, libre en el páramo para aniquilar al mayor número posible de criaturas. Por supuesto, todos los estudios del terreno habían indicado que era el hogar de monstruos de bajo nivel. La ausencia de encuentros durante la primera media hora de examen debería haberles servido de advertencia de que otro cazador campaba a sus anchas por el lugar.

-Algo parecido –contestó el comandante y Seifer sintió la frustración bullir en su interior, tanto por la falta de confirmación de sus esperanzas, como por, de nuevo, la escasa información recibida.

-A la mierda, Leonhart –gruñó, cuidando de no levantar demasiado la voz- ¿no puedes ser más específico?

Squall se detuvo. Una suave luz bañó sus facciones mientras se limitaba a contestar:

-Tendrá que servir.

La luz azul subió en espiral hasta el techo de la caverna. Seifer aprovechó para lanzar un vistazo alrededor. La anchura del túnel era suficiente para permitir el paso del Dracguar. Seguían sin estar seguros, pero no oyó ningún sonido proveniente de los túneles que dejaban atrás que indicara que la bestia les seguía. Un vistazo a Squall le hizo comprender que si el monstruo era alertado por algún ruido, podría encontrar su rastro y seguirlo sin problemas. La sangre caía en un goteo continuo del brazo que Squall había levantado para la invocación. Si había estado sangrando a ese ritmo desde su encontronazo con la bestia, el comandante debía estar a punto de quedarse seco.

La aparición de Rubí, puso punto final a la invocación y el túnel retornó a la oscuridad, salvo por una tenue iluminación roja proveniente del GF.

-Ahora entiendo a qué te referías –suspiró Seifer contemplando con resignación a la pequeña criatura- ¿no tienes otro enlazado?

-No estaba autorizado a traer nada potencialmente ofensivo al examen –al fin una explicación completa. Squall se apoyó en la pared sin disimular la fatiga- Guíanos a la salida - indicó al pequeño Guardian Force.

La criatura se dio la vuelta al momento y comenzó a recorrer el túnel por el que habían venido.

-¡No! –exclamó Squall en un susurro cargado de énfasis. Rubí se volvió a mirarlo, agitando sus grandes orejas en confusión- Busca… otra salida… Esa... –Squall dejó de hablar un momento para frotarse los ojos con una mano y Seifer le vio oscilar un poco a la derecha- es impracticable.

Alzando los brazos al cielo en un gesto de exasperación, Seifer se acercó a Squall y comenzó a palpar los bolsillos en su cazadora y pantalones.

-¿Tienes alguna poción? –preguntó.

-Sólo… me dieron dos, una para cada uno –contestó el SeeD. Que no protestara con los toqueteos de Seifer era todavía más preocupante que la forma en que necesitaba el apoyo de la pared para no irse al suelo. Seifer tenía claro que Squall no llegaría así a ninguna salida- Ya utilicé la mía –añadió y ante la mirada de incredulidad de Seifer elaboró un poco más- Esa bestia… estuvo a punto de arrancarme el brazo.

-¿Dónde llevas la otra? –preguntó Seifer- Vamos, Leonhart. O detenemos la hemorragia o estarás inconsciente en cuestión de segundos.

Squall clavó la mirada en Seifer y sus labios se apretaron en una firme línea de obstinación.

-Vamos, Leonhart –insistió Seifer, sintiendo los engranajes moverse dentro de esa cabeza cuya terquedad tan bien conocía- Tenías razón; no vamos a luchar, a la mierda el examen. Vamos a salir de aquí. Si no la tomas no podrás caminar y entonces no me quedará más remedio que llevarte a cuestas.

-Bolsillo izquierdo. –cedió el comandante al fin, quizás espoleado al imaginar la merma en su dignidad si Seifer lo llevaba a rastras hasta la salida.

Sin ceremonias, Seifer metió la mano en el bolsillo izquierdo de los vaqueros de Squall y sacó la poción en forma de pequeña pastilla.

-Eureka –asintió satisfecho, tendiéndola hacia su compañero.

El comandante la tomó con reticencia. Al poco de ingerirla, exhaló un suspiro tembloroso y se apartó de la pared, aparentemente capaz de sostenerse por sí mismo. Asintiendo en dirección a Seifer en agradecimiento, se volvió hacia el GF, que aprovechaba esos momentos para acicalarse el pelaje.

-Vamos –ordenó, y Rubí se incorporó de un salto y se alejó siguiendo el túnel. A cierta distancia se detuvo para esperarles.

-Leonhart.

Squall se detuvo y se giró para mirarle. Con Rubí lejos, sus facciones eran apenas visibles.

-Te interpusiste. –soltó Seifer, no sabiendo muy bien qué era lo que quería expresar con ello. Se arrepintió de haber hablado en el mismo segundo en que las palabras dejaron sus labios. ¿Qué esperaba de Squall? Se preparó para escuchar alguna respuesta de manual, o algo acerca de su responsabilidad como examinador, mientras se flagelaba internamente por haber abierto la boca.

-Por supuesto –asintió el comandante- La bestia te había cegado temporalmente. No podías defenderte.

Squall se volvió y comenzó a seguir al pequeño Guardian Force que trotaba ágilmente entre las rocas.

-Además, somos algo más que meros compañeros de equipo. Prácticamente nos criamos juntos.

Por unos segundos, Seifer pensó que sus oídos le engañaban y que Squall no había hablado, que sus palabras eran fruto de su imaginación, o más probable, señal de que se había golpeado la cabeza y sufría una grave conmoción cerebral que le provocaba alucinaciones auditivas. Pero el comandante giró la cabeza y le lanzó una mirada por encima del hombro.

-Sé que tú hubieras hecho lo mismo por mí. –concluyó y continuó su camino como si sus palabras no tuvieran la menor trascendencia.

Como si no acabara de poner el mundo de Seifer al revés.

"Si me quitas nuestro antagonismo, ¿qué me dejas, Squall? ¿Cómo justifico entonces todo lo que he hecho contra ti y contra los demás?"

En silencio, siguió a Squall por los túneles, tan perdido en sus pensamientos que cuando un Bom surgió de detrás de unas estalagmitas y se lanzó contra Rubí, estuvo a punto de no reaccionar a tiempo. Por fortuna, sus reflejos y su velocidad estuvieron a la altura de las circunstancias. Adelantó a Squall, que todavía aprestaba su dañado sable pistola y se lanzó contra la criatura. Su primer golpe apartó al Bom y provocó que creciera de tamaño. Rubí se escabulló entre sus pies, desequilibrándole ligeramente y haciendo que su dedo vacilara sobre el gatillo de Hyperion. Con gran alivio, advirtió que el Guardian Force acababa de salvarle de cometer un grave error. Quién sabe cuánta distancia podría recorrer el sonido de un disparo en esos túneles.

Squall permanecía atrás, quizás evaluándole. A lo mejor podía salvarse algo en este día nefasto, pensó Seifer, ahorrándose florituras y utilizando su sable pistola de la forma que sabía que Squall apreciaba más: con precisión y fuerza. Un juego de luces rojas saltó del Bom hacia atrás, hacia el lugar que ocupaba Squall, y Seifer asintió con un gruñido al comprender que el comandante estaba extrayendo magia de la criatura. Seguramente, serían conjuros de fuego que les podrían resultar muy útiles en futuros encuentros.

Se apartó cuando el Bom tembloroso engordó hasta más allá del punto de no retorno, y se encogió al oír el estallido subsiguiente. Bueno, había sido algo inevitable.

-Alejémonos de este lugar lo antes posible –indicó Squall, bajando a Rubí de sus hombros, donde el Guardian Force se había refugiado.

-¿Seel'phie? –preguntó Rubí esperanzado.

-No volverás a verla si no salimos a la superficie –acotó Seifer, antes de añadir con una sonrisa retorcida- Seguirás enlazado con alguno de nosotros por toda la eternidad si no nos sacas de aquí.

Rubí alzó las orejas con los ojos muy abiertos en una cómica expresión de espanto y se apresuró a continuar con su tarea. Después de olisquear en varias direcciones optó por dirigirse hacia el lugar del que había surgido el Bom. Seifer respiró aliviado al notar que los túneles se estrechaban lo bastante como para impedir el paso del Dracguar, en caso de que la bestia les siguiera.

-Podemos tomarnos un respiro, si lo necesitas –propuso al comandante que le seguía sin una palabra de queja, pero con obvias dificultades.

-Continua –fue la átona respuesta.

Seifer soltó un exagerado suspiro.

-Como quieras.

Al llegar a una bifurcación, Rubí subió de un salto a un camino cuya entrada se encontraba a dos metros del suelo y tenía apenas un metro de altura. El Guardian Force se adentró, pero regresó a los pocos segundos y asomó la cabeza, esperándoles con impaciencia.

-Ahí dentro no podremos utilizar los sables pistola si somos atacados –Seifer vio que Squall sujetaba el suyo a uno de los cintos que colgaban de su cadera y frunció el ceño- ¿vamos a continuar por ahí?

-Rubí –Squall se dirigió al Guardian Force en lugar de contestarle y Seifer tuvo que controlarse para no dedicarle una peineta- ¿podemos seguir ese camino hasta el final o se estrecha demasiado?

El Guardian Force señaló al interior del túnel en el que estaba y asintió repetidas veces con la cabeza. Con un asentimiento en dirección a Seifer, Squall se acercó y de un salto se agarró a la boca del nuevo túnel y se aupó dentro. Seifer frunció el ceño. Eso había tenido que dolerle, y mucho.

Dentro del túnel no había espacio para ponerse de pie, ni siquiera para caminar a cuatro patas, y los dos se veían forzados a seguir al Guardian Force arrastrándose. Squall era una forma oscura delante de él y Rubí se convirtió en su única referencia mientras avanzaban a un paso necesariamente lento. El único consuelo de Seifer era que cualquier monstruo que les emboscara allí dentro tenía que ser necesariamente pequeño, y Squall llevaba consigo una pistola semiautomática que sería más que suficiente si se daba el caso.

¿Cuánta distancia habían recorrido? Su sentido del tiempo estaba trastocado y comenzaba a sentir pequeños accesos de vértigo, quizás por la alta concentración de carbono. Cuando Squall se detuvo delante de él, Seifer pensó que al final el comandante se había desmayado, y continuó avanzando, pasando sobre el cuerpo de Squall sin tocarlo, hasta que Squall giró el rostro y la mirada fulminante de sus azules ojos le detuvo en seco.

-Mantén la posición, Almasy –gruñó el león con un inconfundible acento amenazador. Uh-oh.

Sin darse prisa por obedecer la orden, Seifer miró al frente, percatándose por vez primera de la luz que daba nitidez a las estrechas y claustrofóbicas paredes. Su origen era un punto brillante justo delante de ellos.

-¿Es la salida? –preguntó ansioso, pasando por encima de Squall hasta que una inhalación de dolor del comandante le hizo detenerse- Ups, perdón, es que estás por todas partes, Leonhart.

-Mantén tu jodida posición, Almasy –siseó Squall en un tono de voz definitivamente peligroso.

Nuevamente Seifer ignoró la orden y se mantuvo dónde estaba. La perspectiva de salir a la superficie le estaba provocando sudores de pura ansiedad.

-¿Dónde está Rubí?

-Ya ha salido.

-¿Y a qué esperamos?

Nunca admitiría que acababa de sonar como un crío pequeño al que le niegan un capricho, pero exactamente así había sonado en sus propios oídos. Hizo una mueca de disgusto y decidió reparar su lapsus cometiendo una infracción que borrara su desliz de la mente de Squall. Continuó avanzando, pasando por encima del comandante, hasta que se colocó en primer lugar y advirtió que el agujero de salida estaba más cerca de lo que pensaba y que era demasiado pequeño para ellos. Mientras observaba a través de él, la cara de Rubí apareció desde el otro lado.

-¿Seel'phie? –preguntó el Guardian Force con renovadas esperanzas.

-Has cumplido tu cometido, Rubí, puedes irte –le despidió Squall.

Seifer no prestó atención a la disolución del Guardian Force. Volviéndose hacia Squall, comentó:

-Rubí ha tenido que retorcerse para pasar por aquí, ¿cómo lo haremos nosotros? Esto es piedra sólida.

Squall se mantuvo en silencio unos segundos, y cuando Seifer ya pensaba que no haría ninguna sugerencia, el comandante habló:

-¿Recuerdas cuando hiciste estallar el fichero dónde guardaban tu expediente disciplinario, durante tu último año?

-Oh –una amplia sonrisa de satisfacción distendió los rasgos de Seifer. Si había un evento en su agitada carrera como cadete del que se sentía especialmente orgulloso, era ése- Bien pensado, Leonhart. Pásame alguno de tus cartuchos y retrocede por el túnel mientras preparo mi magia.

En lugar de pasarle los cartuchos, Squall los abrió él mismo y se los alcanzó. Después observó mientras Seifer preparaba la mecha de su pequeña bomba casera con uno de los cordones de repuesto de sus botas. Cubrió el cordón con un poco del aceite que utilizaba para pulir su sable pistola, y después se acercó al agujero, y dio unos toquecitos en la piedra aquí y allá, tratando de determinar su grosor por el ruido que devolvía.

-¿Qué te parece? ¿Aquí a la derecha, o abajo? –consultó al comandante.

-A la derecha.

Seifer asintió y colocó la carga abajo. El resoplido de Squall le hizo sonreír.

-Retrocede. No tiene sentido que nos la juguemos los dos. Y reza para que no ceda la estructura del túnel y se nos venga encima.

Disponiendo la mecha, Seifer se aseguró de que Squall estaba en posición antes de coger su sable pistola y sacar el tambor ligeramente de sitio. Forzándolo a girar en esa posición provocó que varias chispas cayeran cerca de la mecha. Le dolía maltratar a su fiel Hyperion de esa manera, pero con tal de salir de allí era capaz de renunciar incluso a su dignidad. Después de varios intentos consiguió prender la mecha y retrocedió con tranquilidad. Una mecha casera como esa tardaría bastante en consumirse, sobre todo con la escasez de oxígeno del lugar.

Acababa de llegar junto a Squall cuando la pólvora estalló. OK. Quizás se le había ido la mano al aplicar el aceite. El túnel se estremeció y una lluvia de rocas y grava cayó sobre ellos.

Instintivamente Seifer cubrió con su cuerpo aquella parte del cuerpo de su compañero que estaba a su alcance, la cabeza y el tren superior, y se sintió agradecido cuando notó que Squall le devolvía el favor utilizando su brazo para proteger su cabeza. Una piedra particularmente grande le golpeó en la espalda entre los omóplatos, con fuerza suficiente para sacudir sus huesos. Otra piedra golpeó el brazo con el que Squall le protegía y Seifer pudo sentir el impacto a través de su cráneo, dibujando puntitos de luz tras sus párpados cerrados. El crujido de los huesos al romperse y la exclamación de dolor que Squall no pudo contener sonaron claramente por encima del repicar de las pequeñas piedras que acompañaban al grueso del derrumbe al chocar contra el suelo.

-Por un momento pensé que habíamos conseguido colapsar el jodido túnel –gruñó Seifer entre toses cuando los desprendimientos cesaron.

Dejando a Squall doliéndose donde estaba, se abrió camino entre las piedras caídas y se acercó a la salida. Empujando las piedras más grandes para que cayeran hacia fuera, constató con satisfacción que el hueco que había despejado era suficiente para permitirles el paso.

Sacando su sable pistola en primer lugar se introdujo por la abertura y aunque tuvo algún problema para pasar los hombros, se retorció y liberó un brazo y el resto de su cuerpo salió sin problema. Inspirando profundamente el limpio aire del exterior, comenzó a sacudir el polvo que cubría sus ropas y ni siquiera se volvió cuando Squall dejó caer fuera su sable pistola y los cintos que llevaba normalmente. Recordando de pronto las heridas de su compañero, se acercó a ofrecerle ayuda y, para su sorpresa, Squall aceptó el brazo que le tendió. Al igual que él, el comandante cogió aire en una profunda inspiración en cuanto estuvo fuera, pero casi al momento se dobló por la cintura y vomitó lo más lejos de Seifer que le permitía su proximidad.

A la tenue luz del atardecer, todavía sujetando la mano que Squall le había tendido para salir, Seifer se dio cuenta de varias cosas a la vez, todas ellas preocupantes. En primer lugar, la misma luz del atardecer. Su examen debía extenderse hasta la madrugada para darle ocasión de desenvolverse ante criaturas nocturnas, así que, todavía faltaban al menos seis horas para que acudieran a recogerlos. En segundo lugar, no sólo el brazo izquierdo de Squall se había roto durante los desprendimientos, también el dispositivo de información, detección y localización que llevaba, lo que significaba que estaban efectivamente incomunicados. Sin el aparato, además, no podrían localizarlos, así que por mucho que vinieran a buscarlos, sin el geolocalizador las probabilidades de que les encontraran eran muy bajas. Tercero: a pesar de la distancia que habían recorrido en los túneles, estaban relativamente cerca de la entrada de la gruta, y del Dracguar que la habitaba. Y, en último lugar, había sangre en el vómito a los pies de Squall. El comandante tosió, escupió, y, al retroceder un paso, sus rodillas cedieron y cayó con un seco golpe sobre ellas. Abatió la cabeza y se quedó quieto, respirando entrecortadamente.

Seifer no dudaba de que si Squall moría le culparían a él. Incluso si conseguían sobrevivir y eran rescatados, el tiempo que Squall pasara en un hospital recuperándose de sus heridas sin poder dar información de lo que había pasado, sería el tiempo que Seifer pasaría entre rejas como sospechoso número uno.

La peregrina idea de abandonar allí a Squall, darse la vuelta y desaparecer para siempre del radar de los SeeDs cobró fuerza entre las opciones que barajaba su mente, sobre todo cuando vio que el Dracguar salía de su cueva y venteaba el aire. Pero si algo había aprendido a base de derrotas y decepciones durante la llamada Guerra de la Bruja era a apreciar a aquellos que estaban a su lado. Sin Viento y Trueno, nunca hubiera podido recuperarse, ni hubiera siquiera intentado el camino a la redención que actualmente recorría.

Y Squall, su rival, al que despreciaba profundamente cuando eran cadetes, quien le había infligido dolorosas derrotas en todos sus enfrentamientos durante la guerra, a quien había torturado cuando lo tuvo a su merced en la Prisión del Desierto de Galbadia, había jugado un papel crucial, abriéndole las puertas a esta nueva oportunidad.

El Dracguar dejó escapar un rugido que recorrió una larga distancia a través del páramo. Seifer enganchó su mano bajo el brazo de Squall y tiró de él hasta ponerle en pie. Dejándole un rato manteniéndose por sí mismo, recogió del suelo el sable pistola de Squall y se lo alcanzó. No pudo reprimir un sentimiento de orgullo cuando Squall lo cogió y, sin ayuda, abrochó los cintos a su cintura y caderas. Su mano izquierda temblaba, pero todavía podía utilizarla. En cuanto se alejaran Seifer echaría un vistazo a la fractura y al resto de heridas del comandante.

-Tenemos que poner tierra de por medio –susurró, temeroso de alzar la voz como si el Dracguar estuviera respirándole sobre el cogote- ¿Puedes hacerlo, Squall?

El comandante asintió. Por una vez Seifer no se sintió enervado por su silencio. Prefería que Squall conservara sus fuerzas.

Según el plano que le habían enseñado antes de comenzar el examen, estaban en el corazón del Páramo así que, escogiera la dirección que escogiera, estaría igual de lejos de la civilización. Estudiando el cielo, se giró en la dirección en la que esperaba que se encontrara la ciudad de Deling, su punto de partida, y comenzó a caminar.


NdA: Rubí en la versión española se llama en realidad Carbúnculo ^^;;;