¡Bueno, aquí os traigo una nueva aventura que no sé muy bien como acabará!

Había estado pensando en esta historia desde hace ya un tiempo, y me apetecía darla una oportunidad, para ver que opinabais y que os parecía.

Este capítulo es especialmente largo, los siguientes serán más cortos e irán acompañados por un breve listado con las definiciones de profesiones o ceremonias que ayuden a entender mejor la historia.

Agradecimientos: Bueno, quiero mencionar a LaFiDelMon que me ayudó a acabar de perfilar el argumento -era un caos en mi cabeza- y animarme a publicar una nueva historia. ¡Muchas gracias!

¡Así pues, sin más dilación, os dejo con este extraño proyecto!


Capítulo 1: La Desaventura de Sigyn

Desde que era muy pequeña, Sigyn miraba al cielo y se preguntaba si los dioses eran malvados por naturaleza. Si estaban obligados a hacerlos sufrir con cosechas que se arruinaban, con enfermedades que exterminaban familias, o si eran conscientes de las lágrimas que causaban en esas pequeñas criaturas que habitaban Midgard.

¿Cómo eran los dioses? Criaturas frías, enormes –padre decían que eran hijos de gigantes y titanes–. Todos ellos bendecidos con infinita sabiduría y belleza, que podrían ofuscar a lluvias de estrellas.

Todos se preguntaban como eran. Muchas historias se contaban sobre ellos. De Freyja –la única diosa original del panteón– se decía que tal era su belleza, que dejaba a los hombres ciegos y en un estado de sed constante, que ni las aguas puras del río podían saciar. De Odín se decía que se arrancó su propio ojo y lo ofreció por la sabiduría infinita. Aún y así, ese gran sacrificio le permitió ser Dios entre los dioses. El gran señor de Asgard, reino eterno, donde nada ni nadie muere.

Sigyn se preguntaba muchas cosas. Y si era lo bastante afortunada, encontraría sus respuestas muy pronto. Cuando llegaban las flores y el calor, llegaban las bodas. Si estaba en lo cierto, a este año les tocaba casarse a Baldr, Vidar y a Thor. Al acordarse de ese último sintió un escalofrío. Aún no lo entendía.

Todas las niñas, cuando sangraban por primera vez, eran seleccionadas y repartidas como candidatas para ser novias de los diversos dioses del panteón. En Asgard no había mujeres. De las entrañas de los gigantes tan sólo habían nacido hombres, a excepción de Freyja. La diosa dorada se negó a ser esposa de todos ellos, y para ser fiel a su palabra, los desafió a una lucha cuerpo a cuerpo. No perdió ni una sola vez.

Así pues, de alguna manera tendrían que buscar algo de compañía y placer en otros reinos. De los ocho restantes, tan sólo uno les ofrecía criaturas bellas y compatibles para procrear: Midgard.

Las humanas podían llevar a sus vástagos en sus vientres sin problemas. Pero sus vidas eran finitas. Es por eso que cuando estas alcanzaban una edad infértil, se las devolvía a su mundo y trabajan como alcahuetas. Su cometido era instruir hasta su muerte a las nuevas novias de aquel que había sido su marido.

Casi todos los dioses se casaban y tenían descendencia, y una vez la mujer era inservible, se la devolvía. En Midgard tendrían privilegios de reina, pero les sería imposible ver a sus hijos. Aunque había excepciones, como en todo. Odín, años atrás tomó como esposa a Frigga, y la mujer aún vivía junto al rey. Incluso, El Sabio la convirtió en la diosa del matrimonio, dotándola del nombre de La Madre. Y… Y luego estaba el caso de Loki. Pero eso no se podía comparar con nadie. Se decía que este mataba a sus mujeres. Que cuando se cansaba de ellas, les quitaba la vida. Según lo que le explicó su hermana Snotra, Odín le había prohibido contraer matrimonio después de tal salvajismo.

De un codazo, Sigyn salió de sus pensamientos. Miró a su alrededor para ver que las puertas del mausoleo aún no se habían abierto. Las hilanderas estarían aún cosiendo los mantos. Se acarició las costillas del lado izquierdo, adolorida después del duro golpe. Quiso rechistar, pero cuando vio a la alcahueta Sif, sintió como se le hacía un nudo en la lengua.

Cada dios tenía sus preferencias. Por ejemplo, las novias de Baldr eran todas rubias y con caras dulces. Les echó un vistazo rápido y supo que esa mata de cabello espeso y negro nunca le hubiera permitido postularse como candidata para el dios de la Luz. Y… por algún motivo ella acabo siendo novia de Thor. Todas las novias de Thor eran guerreras, mujeres duras que luchaban incluso mejor que los hombres… Las novias de Thor eran guerreras, y luego estaba ella dando la nota. Lo más peligroso que había hecho en su vida fue bañarse en el rio cuando el frío calaba la ropa.

–Estate atenta– le ordenó Sif mientras le tocaba la barbilla con un dedo. Recordó que quería que todas las novias que ayudaba tuvieran un aire de poder e independencia–. Queda muy poco.

Sigyn dudaba a horrores que ella fuera escogida como su mujer. Pero aún y así, acató ordenes rauda y fijó sus ojos en las puertas de madera del santuario. Podía oler los nervios y la excitación –también el miedo– en el aire.

–¡Qué entren las novias de Baldr!– exclamó una voz de mujer desde el interior.

Ella ojeó a las muchachas rubias y como algunas les temblaban las rodillas debajo de los vestidos claros. Las puertas con grabados de un árbol majestuoso –Yggdrasil– se abrieron. Sigyn no pudo distinguir apenas ninguna forma. Las luces de las velas no eran suficientes para alumbrar aquel templo que parecía una caverna.

La oscuridad engulló a las niñas y las puertas se cerraron de nuevo. El silencio tomó presencia y las muchachas se miraron entre ellas. Sigyn se cruzó de brazos y esperó. En el estomago sentía un ardor, un nerviosismo que le quemaba las entrañas. No había considerado aún la posibilidad de ser seleccionada. Una cosa estaba clara: tendría que dejar a su familia. Le daba pena el hecho de tener que dejar a su padre y sus hermanas. Quería ver al hijo de Var, que estaba a punto de nacer. No quería tener que ir a Asgard. Pero ella se auto-convenció de que tal cosa no pasaría.

Las puertas se abrieron de nuevo y las novias de Thor y de Vidar se pelearon para ver cual de las novias de la Luz llevaría el manto de Baldr. Las muchachas empezaron a murmullar cuando vieron que ninguna de ellas lo llevaba. Baldr las había rechazado a todas y ahora tendría que esperar.

Sif notó como las chicas empezaban a dudar y a ponerse nerviosas. Dio un par de palmadas y todas se irguieron. Cuando una de las hilanderas pidió que la novias de Thor entraran, la mujer las condujo hacia dentro del templo.

Era muy pequeño y las tres viejas estaban aún sentadas en sus tronos de madera carcomida. Una de ellas –todas igual de viejas y jorobadas– se levantó y las condujo hasta el altar del Tronador. Las hilanderas –también conocidas como Nornas– eran la máxima autoridad en el pueblo. Las mujeres fueron enviadas por los dioses para guiar a los mortales, enseñarles sobre la vida y su destino.

Skuld, que era la que se siempre se encargaba de las selecciones, llevaba el manto arrastrando. Era de un color azul, oscuro y elegante, con un gran bordado de un martillo, formado por nudos de oro. Era precioso.

A la señal de Sif, todas se arrodillaron frente a la estatua. Sigyn no estaba muy segura de si las hilanderas eran diosas o no. No podía ser, al menos no serían hijas de los gigantes. Las tres eran mujeres, y desde que ella tenía uso de razón ya eran viejas. No habían envejecido ni un poco –aunque eso era, cuanto mínimo, imposible–. Quizás, por su gran sabiduría les habían otorgado el poder de la inmortalidad. No estaba segura. Nadie lo sabía al cien por cien.

La vieja se paseaba tras ellas, con el manto entre sus brazos, para hacer la voluntad del dios del Trueno. Sigyn seguía pensando. Esta vez en aquel que podría ser su marido. Estaba segura de que poco se parecía al engendro de piedra que presidía el nicho en la pared. Con una mano más parecida a muñón sujeta Mjolnir, el arma más temida en los Nueve Reinos. Se decía que…

Sintió algo pesado sobre sus hombros, un tanto frío. El hilo de sus pensamientos se rompió y se giró un poco. Skuld había colocado el manto sobre sus espaldas. Sigyn abrió la boca, para hacerle saber de que se había equivocado, pero la vieja dijo, severa:

–Sigyn, hija de Iwaldi, el Tronador te acoge bajo su protección como su esposa. Podéis iros.

Nadie se movió durante unos segundos. Nadie se esperaba… eso. Entonces Sif intervino, ordenándoles que se levantaran y salieran del santuario. Al ver que Sigyn aún no se movía, la cogió del brazo y la hizo levantarse. En ningún momento permitió que se le cayera el manto.

Escuchaba las habladurías del pueblo cuando la vieron caminar con el manto del dios del Trueno. Su padre y hermanas la esperan en la puerta de la choza en la que vivía. Sus hermanas saltaron y gritaron de alegría cuando la vieron. Pero… La sonrisa de su padre era triste y muy pequeña. Él era consciente del futuro de su hija y de lo duro que podría ser.

Sus hermanas la abrazaron y la besaron, pero ella estaba aún sin habla. El hombre les pidió a sus hijas un momento a solas con Sigyn.

Lo primero que hizo fue darle un beso en la frente. Sintió como su barba le hacía cosquillas en la nariz. Ella aún parecía perdida y preocupada. Iwaldi cogió sus manos, acariciándolas con las suyas, duras y callosas después de años trabajando como artesano.

–En momentos como este, mi niña… Tan sólo podemos apoyarnos en la fuerza que creemos tener– hablaba con un tono muy suave–. No podemos eludir nuestro destino. Hay plantarle cara y seguir adelante…– acarició su cabello, con dulzura. Le apenaba que su hija tuviera que dejar su lado, pero también sabía que mientras ella estuviera en Asgard, nada malo podría pasarle. Ninguna enfermedad podría arrebatarle ni un minuto de una vida larga y prospera. Era mucho más de lo que él podía prometer– Aunque tengas miedo, piensa que… Que es una batalla personal que tienes que ganar. Con lo cabezona que eres te será fácil– intentó bromear.

–…– después de un largo silencio, dijo– ¿Y si no nos volvemos a ver?– su voz ni siquiera llegaba a un susurro.

Iwaldi suspiró. Era lo más probable. Tomó la cara de su hija entre sus manos. Sigyn alzó sus ojos claros, ya vidriosos de lágrimas: –Entonces recuerda lo mucho que te quiere tu padre y lo orgulloso que siempre estará de ti.

Ella rompió a llorar y le abrazó, como si fuera la última esperanza a la que aferrarse. La niña dijo una y otra vez cuanto le quería. Él se mantuvo fuerte ya que sintió que le estaban arrancando una parte vital de su ser. La echaría en falta cada día hasta que volviera, si es que podría presenciar tal momento.

–Tú lo que tienes que hacer es estar tranquila– le dijo Var, ayudándola a peinarse. Sigyn hacía muecas de dolor mientras su hermana mayor le deshacía los enredos del cabello–. Si te ha escogido seguramente pasarás la prueba. Todas lo hacen.

La más joven se acarició las sienes, como si eso pudiera calmar el dolor. Se cruzó de piernas dentro de la tinaja llena de agua. Había que estar bien limpia. Quizás, dentro de poco, tendría que… invitar a su marido a hacerla completamente suya. Rechazó pensar en eso. No quería más presión.

–Me puse a llorar, Var– susurró ella–. Y Sif siempre decía que le gustaban las mujeres fuerte y decididas. A lo mejor ya no le gusto…– no quería morir en la ceremonia de ofrenda. Eso tan sólo había pasado un par de veces, en que las muchachas había llegado a la orilla días después como muñecas sin vida y amoratadas.

–El Tronador es un guerrero, y los guerreros se distinguen por su palabra noble. Deberías estar preocupada si tu marido fuera Loki. Entonces tendrías un buen motivo para ello– otro jalón de pelo. Sigyn jadeó, adolorida–. Tienes el pelo de padre. Ya casi estoy, no te muevas más.

–¿Crees que todo saldrá bien, entonces?

–Estoy segura– afirmó. Ella confiaba en su hermana. Var era sabia a su manera. Mucho más que Sigyn. Al cabo de un par de minutos, añadió:– Fuera. Vamos a vestirte.

No dudó ni un segundo y se levantó. Var cubrió su cuerpo desnudo con una fina tela de lino para que se secara.

–Aún estoy confundida, no me lo esperaba– murmuró al sentarse en el camastro. Var se sentó con dificultad detrás de ella y empezó a trenzarle el pelo–. Bueno, no se lo esperaba nadie.

–¿Quién sabe? Puede que le gusten las mujeres afables también.

–Entonces ha hecho mal en escogerme.

Var se rió y asintió: –Podrías ser más dulce, eso es cierto. El que me da pena es…

Sigyn sabía lo que venía a continuación.

–…Teórico. Me han dicho que se llevó una gran desilusión.

–Entre nosotros no ha habido nunca nada. Nada en absoluto.

–¿No te gusta ni un pelo?

–Lo mismo que me puede gustar cualquier otro hombre. No hay… –no sabía explicarlo– No sé, lo que debería sentir, no lo siento. No me pongo nerviosa, ni me muero de ganas de verlo. Tampoco tiemblo cuando me toca ni le busco cuando no está cerca.

–¿Piensas que con el Tronador la cosa cambiará?– preguntó Var, sorprendida por la ingenuidad de su hermana.

Sigyn frunció los labios y se encogió de hombros. Algo parecido a un 'quizás' se escapó de su boca.

Var se compadeció de ella. Tendría que aprender a base de golpes.

El hombre religioso ya estaba cantando los votos del matrimonio cuando ella se quiso dar cuenta. Nada podía parar esa locura.

La ceremonia era muy íntima, no era un espectáculo, era una comunión con su dios, que podía, o no, salir bien.

Se despidió de todos y cada uno de ellos. Su hermanas le pusieron flores en el pelo. Nanna, la más pequeña de todas le dio un beso en la mejilla entre lágrimas. Padre le había hecho entender que no se verían en una larga temporada, y bien sabían los dioses que para Nanna, su hermana era como una madre.

En cuanto tuvo que abrazar a Var, le acarició el vientre hinchado y le deseó buena suerte y salud para su hijo, que nacería en breves. Sus otras tres hermanas –Snotra, Syn y Lofyn– parecían aún en shock. Sigyn les dedicó palabras amables y caricias, apenada por dejarlas. Sería duro. Muy duro. Les lanzó un beso y siguió a su padre hasta la barcaza, decorada con más flores y estandartes de su familia y de su pueblo.

La ayudo a subir. La muchacha se arrodilló con cuidado de que el manto no se mojara. Iwaldi se apoyó en la barcaza, el agua le cubría hasta las rodillas. Se acarició una de las mejillas tiernas y pálidas. Más sabía él de lo que se tendría que enfrentar en Asgard de lo que ella pensaba. Rezaría por ella cada día al dios del Trueno para que cuidara de ella.

–Algo bueno sacarás de todo esto. Encontrarás almas cándidas que cuidarán de ti. Cuando estés triste, piensa en nosotros y envíanos una señal– pareció querer añadir algo, pero las palabras murieron en su garganta. Carraspeó, intentando no perder la compostura–. Fuerza, mi niña, demuéstrales que no eres menos que nadie– la besó por última vez–. Te quiero, Sigyn, nos vemos pronto.

–Te quiero, papá– dijo con una voz aniñada. El hombre empujó la barca hasta que la corriente empezó a arrastrarla mar adentro.

Sus esperanzas se quedaron en la orilla, entre el corazón de su padre y las lágrimas de sus hermanas.

Ya no podía verlos. La neblina que cubría el cielo era espesa y grisácea. El cántico nupcial había muerto y ya no podía ser escuchado. Había roto cualquier conexión con aquella que fue su vida.

Llovería. Pero lloverían rayos. Lo sabían bien. Cada dios les ponía a prueba a su manera. Por ejemplo, cuando Loki, embustero profesional, escogía a sus esposas, las hacía andar hacia las llamas. Los dioses quería ver como sus novias confiaban ciegamente en ellos. A Thor le gustaba recogerlas en el mar, a través de una cortina de rayos. Cualquier posibilidad de escapar suponía la muerte inmediata.

Las piernas se le entumecieron hace ya un buen rato, pero su posición de obvia sumisión hacia su dios no cambió ni un poco. El manto no podía caer de sus hombros, no quería que el Tronador pensara que rechazaba su, oh, generosa oferta. No pensaba que por el hecho de ser dioses tenían en derecho de hacer lo que quisieran, pero como todas, calló. No habría oportunidad para equivocarse, ni para vivir estúpidas aventuras. Viviría lo que ellos querrían. Sería una muñeca en su escenario.

Sigyn jugueteó con la tela de su vestido blanco. Tenía que mostrar de alguna manera que nadie la había tocado aún, eso era muy importante. Las mujeres que no resistían las tentaciones de la carne se quedaría en Midgard, a expensas de lo que ellos, los dioses, quisieran enviarles. Las falanges de sus dedos se movían demasiado rápido. Temblaba como una hoja que viajaba a través del viento.

De golpe, rompiendo el cielo, un rayo poderoso cayó en el mar. Las chispas saltaron, sin llegar a tocarla. Parecían ramas raquíticas y brillantes. Dio un pequeño salto y la barquita casi volcó por completo. Entendió entonces que tendría que tranquilizarse.

Otro rayo cayó a su espalda, con más fuerza, sacudiendo la barca. Sigyn se aferró a los lados de madera de ésta, y rezó con todas sus fuerzas por un poco de misericordia. De ese mismo rallo nacieron dos más. De esos dos nuevo, cuatro. Y así sucesivamente hasta que cerraron el círculo, atrapándola dentro. No había manera de escapar, pues el agua estaba cubierta aún de chispas que al mínimo contacto con su piel la matarían en cuestión de segundos.

Casi se cayó de espaldas cuando la barca se vio arrastrada hacia el núcleo del circulo, donde había caído en primer rayo. Casi parecía como si alguien la estuviera empujando, incluso se giró para asegurarse de que estaba equivocada. Tragó algo de saliva pastosa y recordó las palabras de su padre. No podemos eludir nuestro destino. Hay plantarle cara y seguir adelante.

Alzó la barbilla y presionó los labios, para que ningún grito ni llanto pudiera ser emitido. Se dejó llevar por la corriente. Los rayos chisporroteaban, pero ni se movía ni empequeñecían el círculo.

La barca se varó por arte de magia, sin nada que la anclara o que la sujetara. Tan sólo escuchaba su propia respiración y miró hacia el cielo. De este provino una voz grave y poderosa: Thor.

–¡Abrid el Bifrost!

Tembló de pies a cabeza y lo último que vio fue como una luz se abría entre las nubes. Cuando el rayo de luz multicolor la alcanzó, sintió como si alguien le estuviera lavando la cara con agua tibia.

Después de eso, un destello de luz, oscuridad y luego…

Silencio.


Continuará en el siguiente capítulo.

Me encantaría que dejarais vuestros comentarios para ver que pensais de esta nueva historia.

¡De todas maneras, muchas gracias por entrar y leerme!