Conociendo lo que nos depara el destino.
Introducción.
Como la última noche, las voces resonaban de nuevo, haciendo que aún abrazándose para cubrirse del frío, hasta aún cubriéndose sus alargadas orejas, evitando el viento que silbaba en su oreja molestamente, le impidiera oírlas. A su corta edad, no sabía que realmente dichas voces solo existían en su cabeza.
Y siempre, le recordaban lo que era, quisiera o no.
"No debes existir".
¿Por qué? pensaba, sollozando.
"Por que naciste del pecado, el horror, la catástrofe, eres una aberración".
¿Una aberración?...
"¡SÍ! UN MONSTRUO!".
¡No! ¡No lo soy! ¡No soy un monstruo! ¡No me siento como un monstruo!.
"¡Eres Horrendo!".
"No mereces vivir ¡Asquerosidad!".
"¡Das asco! ¡No nos mires!" .
"¡Apartate de nuestro camino basura!".
"No debiste nacer, solo traerás problemas".
"Ojala se muriera".
"¡Eso es! Muerete gusano".
"¡Muerete!".
"¡MUERE!".
Akura abrió los ojos gritando de pronto en medio de la noche. Se vio tumbado sobre las hojas secas que había encontrado alrededor, las que juntó como una cama. Hacía frió, el aire del momento mostraba que en poco tiempo, llegaría el invierno, al que ya temía por el frió helador y la nieve. Se abrazó de nuevo, temblando de frío y de los sollozos ya a punto de lágrimas. No lo entendía, cada día de su vida se le recordaba ya fuera por humanos o demonios que su existencia era errónea, que los dioses le habían condenado por que consideraban que su nacimiento fue el mensaje de la tragedia futura. Apretó los dientes y en sus ojos brilló la pura ira. Si los dioses eran tan bondadosos y que escuchaban a todo el mundo, ¿Por qué no le oían a él? O eso o le ignoraban, ¿Por qué ellos decían que era una abominación, un monstruo, lo era? ¿Esa era su justicia?
-Yo haré justicia. Os lo juro. Quedaos ahí, dónde esteis. Tras vuestros familiares y vuestros soldados. Un día llegaré a dónde estáis. Y acabaré con vosotros.
Y así, mirando directamente a la luna, el joven Rey se volvió a dormir. Sus sueños no fueron mejores a los anteriores, pero solo alimentaban el pozo del odio que fue formándose, tornando en más oscuridad la mente del niño, y su corazón. Sumiéndole en el veneno de las palabras, y el dolor de los actos, no importaba, ese dolor era el que le haría fuerte el día de mañana,
No importaba cuanto sufriese.
No importaba cuanto llorase.
Nadie estaría a salvo de su ira.
Continuara.
