En toda su vida se había caído muchas veces. De una silla, de la bicicleta al aprender a montar, varias veces montando a caballo y muchas, muchísimas veces en cacerías, luchando. La sensación de no estar segura de cuándo iba a tocar suelo por fin o cuánto le iba a doler el impacto ya era más que conocida. Ese vértigo no exento de libertad que define las caídas.

Pero nunca había tenido tanto esa sensación como cuando aquel extraño entrado en años, envuelto en un elegante abrigo, sentado en la barra de un bar en el que parecía totalmente fuera de lugar, le devolvió la mirada.

TRES AÑOS ANTES

Llevaba dos semanas rastreando a ese demonio en particular, y casi desde que tenia memoria odiandolos a todos en general. Se le había escapado a las afueras de Atlanta pero por muy poco. Sabía que era un renegado, por lo que era muy improbable que pidiese ayuda a sus amiguitos, y menos probable aún era que alguien lo ayudase. Entonces, ¿Cómo se las había arreglado para evadirla, una y otra vez, dejándola a ella exhausta y saliendo él ileso de cada encuentro?

Faith no lo sabía, pero mientras limpiaba su ya impoluta arma para relajarse, no estaba nerviosa. Sabía que el demonio acabaría al otro lado del mango de su cuchillo, tarde o temprano. Si algo tenía Faith era paciencia.

Esa misma noche, antes de salir de la habitación del hotel que había alquilado, se miró al espejo para recogerse el pelo para que no le molestara después, y para comprobar que ninguna parte de ninguna de las armas que llevaba escondidas en cada posible hueco de su ropa quedaban a la vista de aquellos que la quisiesen mirar de más.

Por fin lo tenia. Sabia que ese callejón no tenía salida, y que el demonio no se podía volatilizar gracias a los pentagramas que estaban tallados en cada uno de los proyectiles que Faith había conseguido encajar en el cuerpo de la criatura. Ya era suyo.

Pero llegó al final del callejón, y amontonadas entre los cubos de basura y los cartones no había una, sino tres siluetas. Aceleró el paso hasta correr, llegando al final justo a tiempo para ver como una de las dos personas que a ella le sobraban en escena sacaba del cuerpo de SU demonio un cuchillo muy parecido al de ella.

Faith se echó las manos a la cabeza.

-NO

Los dos desconocidos se dieron la vuelta, alerta. Uno era muy alto, con el pelo castaño largo por el cuello, el otro, de pelo claro y altura más moderada que la de su compañero. Al verla ambos se relajaron.

-Tranquila, ya no te hará daño- dijo el alto- vimos que te perseguia y…

-ERA MI DEMONIO. YO LO PERSEGUIA A ÉL, PEDAZO DE GILIPOLLAS.-estalló Faith, cabreada- Llevo varias semanas persiguiéndolo para que ahora dos matoncillos que van de cazadores se cobren MI PRESA.

-Oye, preciosa…- empezó el "menos alto".

-Ni preciosa ni hostias, retrasado. Y ahora apártate, que quiero coger mis balas, que no son gratis- dijo Faith acercándose al cadáver con decisión-¿O también me vais a quitar eso?

El alto retrocedió, alejándose unos pasos del cuerpo. La chica hizo unos cuantos cortes en el cuerpo del demonio para extraer sus balas personificadas.

-Bueno, al menos lo hemos matado, ¿No?- el bajito volvió a abrir su bocazas. A Faith cada vez le caía peor- que yo sepa esa es la meta de cazar demonios.

Ella se levantó y se limpió la sangre de las manos en los vaqueros negros. Metió las balas en una bolsita de cuero que llevaba al cuello y se dio la vuelta, empezando a caminar de nuevo hacia la calle principal.

-Entonces la conclusión es que no sabes tanto como fama de saber tienes, Dean Winchester. No os volváis a meter en mi camino.