N/A: Muchas gracias por entrar a leer mi historia! Es mi primera vez escribiendo sobre la maravillosa, genial, preciosa, inigualable (etc...) saga de Harry Potter y, ¿qué mejor forma de empezar que con una de mis parejas preferidas? Sí, Dramione. Habrá de todos los géneros posibles, pero aviso que mi "especialidad" en FanFiction son los dramas pero escribiré viñetas de todos los géneros y raitings posibles (excepto M, eso en otra ocasión).

Cada vez que las musas vengan a mí, escribiré una viñeta (menos de 1000 palabras) titulada en el orden del alfabeto. Para comenzar, traigo una de mis frases preferidas de toda la saga y que probablemente sea también la de todos.

Os agradecería muchísimo que, al terminar de leer, dejarais un review en el recuadro de abajo, para saber si os gusta lo que escribo y vuestras críticas para mejorarlo.

Sin más dilación, comenzamos!

Disclaimer: Todos los personajes y escenarios pertenecen a J.K. Rowling. Solo las situaciones y la laptop son de mi propiedad.


Always

La sentía aun sin haberla visto. A pesar de encontrase en una estación repleta de personas, podía indicar su posición exacta sin necesidad de caminar entre la gente hasta encontrarla. Él, por desgracia, siempre sentiría su presencia allá donde estuviera, sin importar si ella se encontrara en el lugar en cuestión o no.

La había encontrado unas cuantas veces en el Ministerio, sin intercambiar más que un par de saludos. Habían ocurrido demasiadas cosas entre ellos para detenerse a charlar sobre temas banales: "¿qué tal te va la vida?" "¿cómo está tu familia?". También la había visto por el callejón Diagon junto a Ron y sus hijos, sintiendo, por primera vez en su vida, envidia de la comadreja. Celos de que pudiera tenerla a su lado mientras él tenía que contentarse con fantasías sobre lo que habría pasado si las cosas hubieran sido diferentes.

Sentía la mirada de su esposa, Astoria, clavada en su rostro. Draco sabía muy bien que ella era conocedora de las emociones que estaba sintiendo en aquel momento. ¿Para qué fingir? Ella sabía toda la verdad. No porque él se lo hubiera confesado jamás, sino porque, en la mayoría de ocasiones que se la había encontrado, su esposa le acompañaba y era lo suficientemente inteligente como para interpretar de manera correcta su mirada y sus silencios luego de tropezarse con la única mujer a la que amaría en toda su vida.

Astoria jamás se lo había echado en cara. Desde el primer día, habían establecido que cada quien podía hacer su vida, dado su matrimonio de conveniencia, por lo que, más que su esposa, era su mejor amiga, la persona que le había obsequiado con el regalo más grande que nadie pudiera hacerle: su hijo. Solo fue una vez y siempre con el objetivo de engendrar un heredero que prolongara la estirpe de los Malfoy.

Resistió la tentación de voltear la mirada hacia el lugar donde se encontraba Hermione. Parecía mentira que en algún momento de su vida la hubiera odiado. Durante largo tiempo, la detestó por ser una sangre sucia, todo a causa de los estúpidos prejuicios que sus padres le habían inculcado desde la cuna, jugándole las peores pasadas. Luego, ese odio empezó a ser una excusa para evitar enfrentarse a los sentimientos que habían despertado en él. No fue su intención amarla, pero, una vez que lo encaró, ya nada pudo hacer para evitarlo.

¿Pero cómo iba a confesárselo? Para ella, siempre sería un mortífago, una copia de su padre, alguien demasiado ruin como para merecer una pizca de su amor. Si hubiera mostrado su verdadero ser…tal vez ahora sería él, y no el estúpido pelirrojo, quien despidiera a los hijos de ambos, quien la tomaría de la mano una vez el tren partiera y regresaran juntos a casa. Había permitido que el temor al rechazo se antepusiera al optimismo de que ocurriera lo que deseaba. Ojalá hubiera mostrado el valor que caracterizaba a la casa Gryffindor.

Acompañó a su hijo hasta la puerta del vagón y le dio un abrazo antes de entrar en el tren. Entonces, pudo percibirlo con toda claridad. Ese olor que quemaba cada entraña de su cuerpo cuando estaba cerca. Ese olor que percibía cada vez que encontraba una poción de Amortentia. Volteó la mirada y ahí estaba, observándolo fijamente.

Era como si el tiempo hubiera retrocedido. En ese momento, él ya no era un hombre de treinta y muchos con una familia. Solo era un muchacho de diecisiete años frente a la chica que amaba, con todas las emociones que eso conlleva. Deseó tomar su mano y recuperar el tiempo perdido a causa del temor y los prejuicios.

Ella se quedó mirándole con intensidad y, en ese instante, todas las dudas se esfumaron: no solo él había retrocedido en el tiempo. ¡Maldita sea, ¿por qué no pudo armarse de valor, tirar por tierra todo lo que le había sido inculcado, y permitirse por una maldita vez ser feliz?!

-Granger…-susurró él, sin saber muy bien qué decir.

Hermione abrió la boca, pero, tan pronto como lo hizo, volteó hacia el lugar donde se encontraban Ron, Harry y Ginny charlando, ajenos a ese encuentro entre dos almas que jamás debieron separarse. Hermione regresó su mirada a Draco, vislumbrándose el arrepentimiento en ellos: no quería destrozar la familia que tanto le había costado construir, aunque eso significara destrozarse a sí misma.

Se prometió a sí mismo no volverla a ver nunca más. Las heridas ya escocían demasiado sin su presencia. Se dio la vuelta para regresar junto a su esposa, cuando escuchó con toda claridad, a pesar del griterío en el andén, esa voz que cada noche se adueñaba de sus sueños y pesadillas:

-Draco…¿después de todo este tiempo?

¿Cómo podía preguntarle eso? ¿Se le ocurría a alguien preguntar por qué el sol brillaba después de tanto tiempo? Sus almas estaban unidas de tal manera que dolía, una unión que los condenaría a ambos, pero era algo natural después de todo. Y necesario.

Cuando se dio la vuelta, ella ya no estaba. No la buscó, sabía que no estaba en el andén. Sonrió. No era necesario que le diera una respuesta, Hermione era lo bastante inteligente como para deducirla por sí misma.

-Siempre -susurró él.