Disclaemer: Los Juegos del hambre no me pertenecen esto es solo por mero entretenimiento y desestres.
Realmente espero no tardar tanto en subir capítulos y que esta historia no tarde mucho, quizá unos 10, pero si tardo es que pues tengo muchísimo trabajo. De una vez, disculpen las faltas ortográficas que puedan existir (usualmente es en la acentuación). Antes de pasar con el prologo pues esta historia va dedicada a cierta parte de mi pasado del cual estoy muy orgullosa.
Dedicatoria: A ti aunque no me leas ni nunca me vuelvas a pensar, a ti que me dejaste todo y me llevaste a mí.
Nuestra historia.
Te digo adiós si acaso te quiero todavía
Quizás no he de olvidarte... Pero te digo adiós.
No sé si me quisiste... No sé si te quería
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.
Este cariño triste y apasionado y loco
Me lo sembré en el alma para quererte a ti.
No sé si te amé mucho... No sé si te amé poco,
Pero si sé que nunca volveré a amar así.
Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo
Y el corazón me dice que no te olvidaré.
Pero al quedarme solo... sabiendo que te pierdo,
Tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.
Te digo adiós y acaso con esta despedida
Mi más hermoso sueño muere dentro de mí.
Pero te digo adiós para toda la vida,
Aunque toda la vida siga pensando en ti.
José Ángel Buesa
Prologo.
El aire de otoño despeinaba sus cabellos rubios y ella sonreía divertida. Odiaba su sonrisa tierna, su forma en que su nariz se arruga, la voz chillona y que hable tanto, odiaba la temperatura de su cuerpo, su infancia feliz y el día que la conocí. Odio el día que decidí. Aun así, luego de varios años aprendí a quererla, a querer esos pequeños gestos y ademanes, así como sus modos irritantes y pesados.
La tome de las mejillas y la jale hacía mí. Besé sus labios, ella sonrío con ternura. Quite una hoja seca de su cabello, ajuste la bufanda que llevaba sobre su cuello y el abrigo que cubría su gran vientre de 7 meses de embarazo. Entrelace nuestros dedos, seguimos nuestro camino, ella coloco su cabeza en mi hombro.
Siguió hablando sobre su trabajo, yo la miraba atento, repitiéndome que era correcto.
Mire hacia el frente.
Ella.
Ella venía directo hacia nosotros.
Podría reconocer su silueta aunque hubiese mil personas más.
Me miró, luego por unos segundos a mi esposa y su vientre.
Sus ojos brillaron, quizá por la culpa, quizá por arrepentimiento, quizá de burla, quizá, tal vez, las lágrimas.
Nuestras miradas volvieron a conectar y el mundo se detuvo. La oleada cálida que su presencia cercana producía en mi volvió y me sentí otra vez, desde hace mucho tiempo, vivo. Sentí ganas de soltar a mi esposa y correr para abrazarla a ella. Ella. Ella eterna. Ella siempre. Ella mía. Quería abrazarla y pedirle una oportunidad más, otra más…
La adicción por ella me hiperventilo. Abstinencia. Parecía un abstemio que sale del centro de rehabilitación y ponían frente a él la droga favorita. Un segundo después el dolor de estómago que regalan las ansias. El temblor de los nervios, el sudor frío y la palidez de muerto, el escozor de las lagrimas amenazando con salir, el acongojamiento del corazón.
Estaba muerto.
Sin esperanzas.
¿Era amor?
¿Era dependencia?
¿Debí seguir luchando?
¿Habría cambiado?
¿Tomé una buena decisión?
¿Estoy arrepentido?
¿Me amó alguna vez?
-¿Estas bien?- preguntó mi esposa mientras se paraba y tocaba mi frente –Te has puesto mal de pronto. Debemos volver rápido a casa y llamarle al doctor- Coloque mi mano sobre su pequeña mano y dije algo sobre no preocuparse.
Seguimos y estaba ya a un par de metros frente a nosotros. Paso. Paso. Paso. Paso. Paso.
Cruzo por mi lado, en el segundo exacto. Hombro a hombro, la respire. Y el cosquilleo que va desde la punta de los dedos, desde dentro de los huesos apretó una vez más a mi corazón. Los recuerdos cayeron de golpe y quise llorar, quise volver a destruir todo. La odiaba tanto, era una maldita. Estaba maldita y me había dejado su maldición.
Voltee por sobre mi hombro disimuladamente y ella estaba ahí de pie, mirándonos. Sonrió de lado, con su sonrisa vacía y los ojos rojos.
Llegamos a nuestro departamento. Justo en medio, no plata baja para que no hubiera ningún jardín, ni en el último piso para que nunca hubiera una pérgola con luces y estrellas que mirar. Ella entro hacia el pasillo de las habitaciones, tire mi chamarra al sillón y me acerque al refrigerador para sacar una cerveza.
Me acerque al ventanal concentrándome en el frío de la botella, cerré los ojos y respire con pausa. Abrí los ojos, mire la cerveza, la lleve a los labios, tire la cabeza hacia atrás, tomé todo el líquido amargo y disfrute el dolor que provoca beber frío.
Los brazos de mi esposa me abrazaron desde atrás y sentí cuando coloco su mejilla en mi espalda –Era ella, ¿verdad?- no dijo nada más, quizá esperando respuesta pero esta no llego. Ella era mía y no lo compartiría con nadie, menos con mi esposa. –Es bonita, aunque si te soy sincera la imagine más alta y quizá rubia, algo más extravagante y…-
-No era ella- interrumpí casi en un grito –Lo siento- dije, -no era ella- susurre.
-Discúlpame tú a mí, pero, ¿crees que es tonto que me ponga celosa por alguien que no conocí?- Sonreí.
-Sí, es tonto. Estoy casado con una mujer magnifica…- dije una mentira, -A quien aprendí a amar con todas mis fuerzas- otra mentira, -y me dará un hermoso hijo- esto era verdad y en verdad quería al niño, aunque me siento pésimo cuando imagino a mi hijo con los ojos grises o el cabello oscuro… como los de ella.
La tome en mis brazos y le hice el amor, pero la imaginaba a ella. Ella. Mi pasado.
Soy una basura, la peor basura de todo este mundo. Cuando mi esposa durmió, hice algo que jamás creí volvería a hacer, subí al techo como hacía tanto no lo hacía y, lloré.
Esta, obviamente, no es una historia de amor. Esta historia tiene muchas cosas pero no hay final feliz. Pocas veces hay un final feliz.
