Disclaimer: Había que decir algo aquí... algo sobre Himaruya... en fin. Debía ser mentira.


AristoCRAZY

Suiza pide que el accidente no sea demasiado fuerte. Puede caerse esquiando con Suiza y darse un golpe en la cabeza. Aunque secretamente quisiera ahorrarme la parte del hospital y los diagnósticos.

Tal vez no le hayan dejado a nadie pasar hasta que no ha vuelto a estar consciente y le han explicado ya lo que ha sucedido porque pillaron a Prusia intentando cambiar el suero por medicamentos de quimioterapia de otro paciente.

Entonces, el doctor es el que les va a buscar a la sala de espera y les informa que ya hace un par de horas que ha recuperado la consciencia, pero que no parece recordar nada, le han hecho algunas pruebas y creen que lo mejores que empiece a ver, poco a poco, a sus familiares y amigos a ver si eso le ayuda en algo, así que debe decidir que dos personas van a ser los primeros en entrar, porque OBVIAMENTE no va a ser todos de golpe.

Alemania, Hungría, Romano, Liechtenstein y Suiza se ponen de pie a la vez, e Italia, Galia, Germania y Roma. Prusia les pone a TODOS los ojos en blanco, teniendo que sujetar a España para que no lo haga también. El español vuelve a sentarse riéndose.

Y Suiza se gira a mírales a todos con cara de "ustedes están dementes si creen que van a pasar antes que Liechtenstein y yo", sonrojándose un poco y levantando la mano izquierda con EL anillo.

—Es LEGALMENTE mi esposo. Voy a pasar yo —asegura mirando al doctor con cara de pocos amigos, tomando a Liechtenstein del brazo.

—Eso es tan circunstancial en su caso —responde Prusia carraspeando. Galia diría que ella lo saco de ahí dentro suyo después de varios días de agonía y de casi morirse, pero... es demasiado pacífica.

Suiza fulmina a Prusia, arreando un poco al doctor y arrastrando a Liechtenstein sin preguntarle si ella quiere pasar. No que no quiera.

Pálido y asustado se arregla un poco la ropa y pasa detrás del doctor temiendo encontrar cualquier cosa. Les dirigen hasta una sala blanca y vacía, esta tumbado en la cama, sin las gafas, porque se le rompieron en el accidente, lo que le provoca un terrible dolor de cabeza extra. Ya hace unos días, así que las heridas ya están curando, pero sigue envenado de todas partes, está pálido y sumamente delgado del estrés.

—Mein gott in himmel... Österreich —susurra Suiza soltando a Liechtenstein y acercándose a él.

Dirige la mirada hacia la voz en automático, notando que son tres personas esta vez. Le han dicho que entrarían sus familiares y amigos, así que se pregunta cuál de ellos debe ser intentando que el timbre de voz, que es lo que le parece más claro en este momento, se relacione con algo.

Suiza se detiene a su lado esforzándose mucho por no peinarle un poco y tomarle el pulso con lo pálido que está. Austria le mira y distingue un poco el pelo rubio y los ojos como dos manchas en la cara, sin saber muy bien el color ni nada, no es muy alto pero suena como un hombre.

—¿-Como te sientes? Yo... Soy Schweizerische Eidgenossenschaft. Soy tu e-esposo.

—Schweizerische... —repite y cierra los ojos, frunciendo el ceño en un gesto de dolor.

—Hallo Herr Österreich. Soy Liechtenstein. Te traje tus lentes de repuesto —susurra la siempre útil Lili sacándolos de su bolso.

—¿Te duele mucho? Ya les pediste... Espera —susurra Suiza bajando el tono de voz y dándole la vuelta a la cama para leer su ficha.

Austria aprieta los ojos y oye el segundo timbre de voz. Una chica pequeñita, casi se la imagina sin abrir los ojos.

—Liechtenstein —repite igual que antes, para relacionar la voz y el nombre.

Ella se acerca y le pone en la mano sus lentes, sin decir más.

—Tienes dosis altas aun, demasiado alta para ti —protesta Suiza—. Debes estar mareado.

No toma las gafas, solo escucha con los ojos cerrados, una voz seca, áspera. Un hombre fuerte y tosco. Preocupado. El tono es severo. Su esposo, médico. Suena como un doctor, pero no es su doctor. La voz de su doctor es otra.

—Voy a pedir que te bajen la dosis, y... Si no fuera por Preussen, verdammt. ¿Puedo revisarte?

También sus movimientos. Siente las texturas de la ropa rozándose y los pasos firmes cuando se mueve, también puede oírles el corazón si se concentra bastante. A pesar de las máquinas que hacen unos ruidos muy molestos, por lo menos está aprendiendo a volverlos sordos.

—Me duele, no quiero menos calmantes —establece y vuelve a hacer un gesto de dolor al tratar de reacomodarse. Se concentra de nuevo en los sonidos y en los ritmos cardiacos. Hay dos relojes también en el cuarto. Están acompasados y suenan tremendamente parecidos.

—El problema no es de cantidad —explica Suiza con suavidad acercándose a una de las máquinas y apagándole el sonido que si puede bajarle (en concreto el del pulso) porque le conoce perfectamente bien y sabe que debe estar histérico con eso. Vacila porque no sabe que más decirle—. Es el tipo y lo que sueles tu tomar. ¿Cómo te sientes?

Respira aliviadamente cuando ese sonido desaparece y responde "mal". Suiza suspira de pie a su lado. Alta capacidad pulmonar. Deportista casi seguro. ¿Deportista y médico? Frunce un poco el ceño. Tal vez durante su tiempo libre.

Sin saber bien que decirle con la certeza absoluta de que lo que quiere es que deje de dolerle y de molestarle todo antes de hacer muchas preguntas. Le mira atentamente notando un moretón en la mandíbula no muy oscuro, pero esta tenso.

—¿Que te molesta? —pregunta preocupado al notar el ceño fruncido.

No, no puede ser, el ritmo cardiaco es alto, demasiado para alguien acostumbrado al deporte, aunque eso podría indicar nervios, miedo tal vez, por él.

—Todo, me duele todo.

Si Suiza supiera sonreír lo haría un poquito ahora reconociendo al dramático Austria en este hombre que parece tan raro.

—¿Puedo... Tocarte?

—Nein, prefiero que no —responde porque le duele y está seguro de que si le toca le va a hacer daño, aunque es amable que le pregunte.

El corazón se le acelera un poco más y se sonroja con la negativa tan directa. Austria gira la cara hacia él al sentir como se le acelera el corazón, intrigado por ello.

Y claro, no lo toca, desviando la cara cuando le mira. Aun se le acelera más y se acerca a al menos mirarle las manos.

—¿A-Algo que quieras preguntarme? ¿O preguntarle a Liechtenstein? —susurra.

—¿Algo que no quiera? —pregunta de vuelta porque evidentemente no tiene idea de nada de quienes son ninguno de los dos más el asunto de sus nombres, lo que ha deducido y lo que le han dicho. Nota también que ella es ESPECIALMENTE silenciosa, cosa importante.

—No quiero contarte todas las cosas seguidas y abrumarte con información, por eso pensé que quizás podrías estar más cómodo haciendo preguntas concretas y simples —explica.

—¿Esposo? —pregunta entonces para que le cuente al respecto. A Suiza se le entrecorta la respiración porque esperaba no tener que explicarle eso tan pronto.

—Sí. Reciente. Nos casamos estas navidades. Soy... Tu tercer esposo. Estuviste antes casado con Ungarn y antes de ella con Spanien.

—Ungarn y Spanien —repite, aunque sin una voz que ligar a los nombres es como si fuera un dato histórico sobre un muerto.

—Ja. Tú y yo nos conocemos desde hace muchos años. Desde pequeños. Crecimos juntos hasta la adolescencia, cuando tuvimos problemas, nos separamos. Te casaste dos veces, te separaste dos veces y finalmente volvimos a estar juntos —explica cada vez bajando el tono de voz más y más. Mira a Lili de rojo.

Le escucha con atención cuando le habla, pero nada de todo eso le dice nada en lo absoluto, es realmente como si no hubiera sucedido, solo hechos unos tras otros que le parecen completamente ajenos a sí mismo.

Suiza se humedece los labios y le mira.

—Mira... —saca su teléfono y se pone más nervioso aun pero ha pensado en esto detalladamente en todos estos días y ha concluido que es el mismo el que mejor puede explicarse alunas cosas. Aunque a él le avergüence no poder explicárselas—. No sé si alguien te ha explicado ya realmente qué es lo que eres tú.

Entreabre un poco los ojos cuando le pide que mire.

—Me han explicado un asunto complejo sobre los países.

—Sí. Eso es cierto. Pero antes que eso, hay algo más que eres. Eres... Música —especifica—. Yo puedo contarte que rol tengo en tu vida pero tengo algo mejor.

Austria se humedece los labios. El rubio suspira un poco y se le acelera otra vez el corazón.

—Esto lo compusiste para nuestra boda y creo que es una... Aproximación a tu mejor descripción de lo que soy para ti —explica poniendo play a la pieza de la boda.

Cierra los ojos y tarda tres segundos en querer matarte, Suiza. Dos de los cuales son porque tiene que decidir si realmente vale la pena moverse y que le duela. Trata de tirar el teléfono al suelo.

Le mira realmente desconsolado porque se lo había pensado muy bien. De hecho consigue tirarle el teléfono, que Lili se apresura a recoger.

—¿Q-Qué pasa?

—Suena mal.

—Es solo una aproximación para darte una idea general... —protesta.

—Al menos el oído está intacto —susurra Lili sonriendo un poquito.

No responde sintiendo el tono de enfado en su voz, pero el altavoz del teléfono es tan sucio y hace tan chirriantes las notas... no recordará la música, pero sí es sensible a la armonía.

—Ya, ya. Solo pensé que podría gustarle y explicarse el solo lo que yo no voy a poder explicarle nunca —replica angustiadillo, aunque cierra los ojos y suspira un poco—. No pasa nada. Vas a estar bien, quizás alguien más te pueda poner algo más de música. Por ahora lo importante es quitarte el malestar y sacarte de aquí.

—Lo lamento —se disculpa sintiendo en su voz de repente que está herido por ese acto.

Suiza parpadea porque Austria no suele lamentar las cosas así de... Simple. Estira una mano para tocarle la mejilla y recuerda que le ha dicho que prefiere que no le toque. Cuadrado y necio, no le toca, regresando la mano en su lugar.

—Está bien. Yo debí pensar que te sonaría mal como siempre te suena mal —susurra bajito.

Docil, piensa el moreno sin decir nada.

—¿Qué más es importante que sepas? Compones música. Tocas el piano y el violín... Y en general cualquier instrumento musical —estira un poco las cobijas sobre el austríaco más por hacer algo y mantenerse ocupado que en si por hacerlo—. Eres... Ehm... inteligente y hábil con la mente. No sé si quieres saber más de ti, o de mí o de los demás.

Suspira aun con los ojos cerrados sin estar seguro tampoco. Hábil con la mente, no se sentía para nada hábil con la mente, apenas si está muy seguro de saber cómo tocar un violín.

Tal vez si trataba de pensar en música... pero un sinfín de arpegios, notas aisladas y en general ruidos se agolpaban en su mente como una cacofonía.

Aprieta los ojos más fuerte, le pasaba lo mismo cuando trataba de pensar en países, al comentárselo a los médicos ya le habían dicho que era posible que las cosas más grandes de su vida hubieran sido las más profundamente afectadas por la pérdida de memoria.

Suiza no puede resistirlo más y con tantos ojos apretados le pone una mano excesivamente suave sobre ellos. Austria se paraliza al sentir el tacto, relajando el ceño por la sorpresa.

—Relájate —le pide levantando un poco la mano hasta solo rozarle.

Parpadea, seguro Suiza puede sentir sus pestañas en la palma de la mano. Ahora que la tiene sobre si puede notar que es bastante pequeñita y tiene el tacto áspero, eso no le cuadra demasiado con su suposición de una profesión médica, pero la forma de hablar sobre la medicación no le dejaba espacio a la duda.

Da un saltito al sentir las pestañas pero no quita la mano.

—Lo intento —susurra.

—Vamos más lento entonces, no hay ninguna prisa. Los recuerdos no se te van a escapar de la cabeza —le toca otra vez con suavidad la frente con el anular.

Vuelve a sentir el tacto áspero sin entender del todo como puede ser así, respira profundamente.

—Si piensas en algo bonito... ¿Que se te viene a la mente?

—Algo... bonito.

—Una flor.

Piensa en las montañas.

—Blanca... lanosa —describe.

—Edelweiss.

—¿E-edelweiss?

—¿Puedes imaginarte una?

—No estoy seguro...

—Son pequeñas, blancas y crecen cerca del suelo en mis montañas.

—En forma de estrella...

—Con pétalos suaves y aterciopelados, como tu piel—asiente relajándose un poco porque aunque parezca una tontería es un pequeño punto de conexión.

—Mi piel —repite. Suiza vuelve a hacerle un muy sutil cariñito en la frente.

—Solemos usar esa flor muchas veces. Cuando vienes a casa a veces me traes una que dejas secretamente en mi cajón, o... Te llevo yo una en un pañuelo —le cuenta sonrojándose otra vez.

—¿Te da vergüenza?—pregunta oyendo un matiz en el tono de voz, que la hace más susurrante.

—¡No! —Quita la mano y le mira más sonrojado e impresionado de que AUN pueda leerle la mente.

Levanta las cejas y entre abre los ojos para verle con esa respuesta. Seguro puede ver una mancha mucho más rosada que le mira con horror.

—No me da vergüenza, s-solo es... T-te estoy contando algo... ¡¿Cómo demonios sabes?! —protesta chillando más y haciendo en más susurritos para no gritar.

—Suenas avergonzado —sonríe un poco porque le hace gracia.

Parpadea porque ¡además sonríe!

—¡No sueno avergonzado!

Parpadea al notar que vuelve a negarlo, no muy seguro ahora.

—No puedo creer que aun sin memoria SIGAS sabiendo esas cosas —murmura en protestita jalándose una silla junto a la cama, bajando el barandas con mano experta y tomándole de la muñeca con la suavidad—. Voy a tocarte.

—Lo siento, solo me ha parecido —responde apretando los ojos.

El suizo aprieta los ojos también tomándole el dedo meñique con mucha suavidad para revisárselo con completa atención. No dice nada en un minuto entero, pensando que no debería quedarse con una impresión contraria a lo que es, porque acabará por confundirse.

—Sí me da vergüenza —confiesa en un susurrito casi inaudible.

Está concentrado en sentir sus manos y en que no le haga daño cuando le toca.

—Y me da vergüenza que me dé vergüenza —agrega doblándole el dedo con suavidad revisando todas las articulaciones de ese dedo antes de pasar al siguiente.

—¿Por qué?

—¿Te duele? Si te duele algo me dices...

—Esa mano no.

—¿Te duele la otra mano? —pregunta genuinamente preocupado.

—Sí—que además es la derecha.

—Mein gott. Déjame verla, ¿puedes girarte un poco? —se levanta como resorte.

—No —la esconde.

—No voy a hacerte daño, te lo prometo —susurra el suizo sonando DE VERDAD agobiado.

—Nein, nein —niega porque además de no confiar del todo en él, cree que es innecesario ya lo han visto los médicos—. Ella, la chica silenciosa —se vuelve hacia Liechtenstein habiendo olvidado de nuevo su nombre.

—Liechtenstein —aclara Suiza perturbado. Ella se levanta de la silla y se acerca—. Österreich, la mano. Al menos quiero verla.

—Liechtenstein. ¿Quién eres tú?

—Schweiz es mi Bruder —explica ella con su vocecita.

—Schweiz —nota el diminutivo.

—Yo soy Schweiz —aclara Suiza por si alguien tenía alguna duda.

—Cuando era pequeña vivía en tu casa así que eres como... Mi otro Bruder. Los dos son muy importantes para mí y a los dos les debo la vida.

—Hermanos... —la escucha pensando en ello. Si era hermana de los dos tenían que ser ellos hermanos también. Pero ha dicho que era su esposo. A no ser que no fueran hermanos de sangre.

—Ese es un tema complicado —asegura Suiza aun con la firme idea de quererle ver la mano que le duele.

—Estoy muy feliz de que hayas despertado y que nos hayan permitido verte, estamos todos muy preocupados —asegura Lili poniéndole una delicada mano en el hombro.

—Danke.

—Hay más personas afuera esperando a verte cuando estés listo.

—Sí, claro —asiente. Suiza suspira con eso mirándole.

—¿Quieres que esté aquí mientras les recibes o prefieres hacerlo tú solo? —pregunta.

—Nein, nein, ve. No tienes que preocuparte.

—Voy a hablar con tu médico y a ver lo de los medicamentos. Y a revisar las placas de tus manos. Si quieres algo o necesitas algo, pídele a quien sea que este contigo que venga por mí.

Asiente pensando que es bastante amable y SEGURO es médico.

Se revuelve un poco pensando que tiene que hacer algo más para despedirse... Se sonroja solo con el prospecto de besarle en los labios pensando además que sería completamente inadecuado. Se acerca un poco a él de igual manera con torpeza y se agacha hasta su cabeza le pone una mano sobre el pelo y le da un besito en la frente después de acercarse y alejarse veinte veces. A la quince el austriaco le pregunta qué está haciendo.

—Nada. E-Estoy... So-solo iba a darte un... —se sonroja máaaaaas.

—Oh... —entiende—. Qué incómodo.

El helvético le quita la mano del pelo y baja la cabeza apretando los ojos pensando que claro, era un desconocido para él y era obvio que tanta cercanía le sería incómoda.

—Lo-Lo siento —se disculpa consternado—, volveré luego.

—Está bien, gracias de todos modos.

Asiente y le hace un gesto a Liechtenstein con la cabeza para salir los dos a paso veloz.

—Adiós, me dio gusto verte... —se despide Lili en un susurrito antes de salir tras su hermano.

El austriaco se queda pensando en este asunto... su esposo.

Suiza sale y decide ser el él que decide a quien ve a continuación optando por su padre y Galia para la inmensa protesta de todos los demás. Galia toma a Germania del brazo para que la lleve. Y ahí van los dos pomposos padres después de recibir instrucciones de Lili de cuál es la puerta correcta. Germania abre la puerta y se asoma.

—Hallo?

Austria escucha la voz con los ojos cerrados, es más profunda que la del otro hombre y en un timbre distinto, pero parecido en muchos aspectos. Es familia de él seguro. Nota de repente que su voz y la de su esposo se parecen también sin entender como eso es posible. Lo siguiente es unos tacones altos. Una mujer con pasos acompasados. Armónicos.

—Österreich? ¿Cómo te encuentras?

—¿Estás bien, mi vida? —pregunta Galia poniéndole las manos en la cara en automático, acariciándole y luego abrazándole contra su pecho, preocupada. Austria aprieta los ojos doliéndose notando su tacto suave, su olor y su corazón acelerado. Una mujer dulce, para nada silenciosa como la otra.

Germania le mira de arriba a abajo notando que está más delgado y pálido, y así se parece más a cuando era pequeño.

—¿Te sientes bien? ¿Te acuerdas de algo? ¿Sabes quién soy? —pregunta Germania poniéndole una mano en la cabeza.

—Nein, de pocas cosas, nein —responde él cuando Galia se le separa un poco a mirarle angustiada también.

—Somos tus padres —explica ella y el austriaco se vuelve a mirarla, entreabriendo los ojos porque suenan muy jóvenes.

Germania siempre tan orgulloso de ese asunto, hasta hincha un poquito el pecho. Y sí, debe verles borrosos y todo, pero muuuy jóvenes. Aunque en realidad, ¿quién le ha dicho que tenga que ser mortal para resultarle difícil entender la idea de la inmortalidad? De hecho le han explicado justo lo contrario, es lógico que ellos sean igual que él, jóvenes.

—¿Has comido bien? Te ves un poco desmejorado. Ahora que vuelvas a casa te sentirás mejor. ¿Nos reconoces? —sigue Germania acercándose un poco a verle más de cerca.

—Nein. No tengo hambre.

—Oh, eso no es bueno —Germania se sienta en la cama a los pies de Austria y le pone una mano en la pierna—. Poco a poco. ¿Qué te duele? ¿Ya te han dicho cuándo saldrás de aquí?

—Cuando sea un poco más autónomo —trata de apartarse de los dos.

Germania lo nota, frunce un poco el ceño y se levanta de la cama. Galia no, no le quita las manos de encima, lo que le pone un poco nervioso.

—Ehm... Y... ¿de qué te acuerdas? ¿Del accidente? ¿De Schweiz? ¿De... algo? —pregunta Germania sin saber qué decir pensando que no le dieron instrucciones claras de cómo comportarse con él.

—Nein, no recuerdo a Schweiz ni el accidente.

—Schweiz me explicó un poco sobre esto en estos días, dice que quizás tardes en recordar todo y que poco a poco hay que ir contándote cosas —explica Germania—. ¿Por dónde empezamos?

—No lo sé...

Germania saca de su bolsillo una hoja, la desdobla con cuidado y le mira por encima de ella.

—Hice unas notas breves de los puntos más importantes que debes saber de tu vida y de mí. ¿Quieres oírlas?

Galia aprieta un poco su brazo con cuidado y él la mira de reojo.

—¿Te hago daño? —pregunta ella al notarlo, Austria niega con la cabeza porque el costado que le duele es el otro y luego asiente a Germania.

—Naciste en otoño hijo de Galia, que es la mujer más hermosa que había visto jamás y mío. Germania, hijo de Odín. Eso quiere decir que eres nieto de un dios.

Austria le escucha, mirándole, notando que es alto y de espaldas anchas, de pelo rubio y largo... hasta que le duele la cabeza y tiene que cerrar los ojos. Galia se sube a la cama junto a él, sin dejar de tocarle.

—Tu madre... murió cuando eras pequeño y tuve que pelear con Rom para que te devolviera. No importa lo que escuches, eres hijo mío. Ah, luego revivió. Por eso está aquí.

El problema es que todo eso suena como... claro, por qué no. Si era inmortal, si tenía ciudadanos, porque no iba a tener algún sentido todo esto. Germania le mira.

—Puede que eso suene un poco raro. ¿Sigo?

Asiente.

—Tienes cuatro hermanos: Preussen, Schweiz, Deutschland y ahora England.

—Schweiz?

—Ja. Schweiz es hijo mío también, mío con Helvetia.

—Dijo que era mi esposo. ¿Qué hay de Liechtenstein? —pregunta.

—Y France, él es tu hermano también —intercede Galia.

—Es tu esposo también. Oh! Frankreich. Es verdad, claro, Frankreich es hijo de Galia. Y Liechtenstein es... más o menos como una hija tuya y de Schweiz.

—¿Hija? Dijo que era mi hermana.

—Bueno, es que no es tu hija hija como tu si eres nuestro hijo. Tú y Schweiz no tienen hijos, son hombres los dos. De hecho tampoco te llama bruder como le llama a él —Germania se rasca la cabeza—. Creería yo que eres más un hermano mayor, casi padre para ella. Schweiz es su hermano mayor casi padre también.

—La verdad, con todo lo que he oído no sé qué es lo que es inverosímil y lo que no.

—Inverosímil o no, es lo que es —se encoge de hombros—. Para mi Schweiz y tú siempre han sido una unidad. Él el que hace, tú el que le guía.

—Buena guía voy a ser si no sé por dónde ir yo mismo.

—Ahora no sabes porque estás enfermo, pero es importante que sepas cómo los vemos.

—Danke, lo tendré en cuenta.

Germania le mira sin estar seguro de que esto esté sirviendo de mucho.

—No creo que esto te esté ayudando a acordarte de nada.

Abre los ojos y los entrecierra un poco para enfocarle. Galia lo nota y toma las gafas de donde Liechtenstein las ha dejado, poniéndoselas.

—Te veo más cara de confusión que de alivio, sinceramente —confiesa dando un paso a la cama, se agacha hacia él—. Soy Germania, tu padre aunque parezca más joven que tú. Te quiero y espero que pronto estés mejor. Voy a ir por los demás para que les conozcas uno a uno.

Él parpadea y nota que las gafas funcionan. Se vuelve a su madre que le sonríe y le da un beso suave en los labios como hace ella a menudo con Francia.

—Yo también te quiero mucho, sé que pronto empezarás a confiar en nosotros y te sentirás más tranquilo.

Germania les sonríe un poco a ambos acercándose a Galia y poniéndole una mano en el hombro para salir. Austria se pasa la mano buena por el pelo y se recoloca las gafas habiéndose sonrojado un poquito con el beso porque aunque esa mujer diga ser su madre es muy, muy hermosa.

Germania le sonríe a Galia porque le encanta ser los dos padres de Austria y a pesar de que le preocupa que no se acuerde de las cosas está convencido de que la medicina actual va a ayudarle.

Suiza mete la cabeza por la puerta, sin entrar.

—¿Todo bien?

—No, no está nada bien —Galia le hace un cariño a Suiza al salir, él se sonroja un poco con el cariño de Galia, preocupado.

—Va a estar bien, va a estar bien. Solo es cuestión de tiempo y paciencia. Van a cambiarle el medicamento también, así que... —se encoge de hombros y se mete al cuarto a esperar a que vengan dos personas más, mirando a Austria en silencio pegado a la pared.

Austria abre los ojos al oír a alguien otra vez, aun sin haberse aprendido como suena su corazón, pasos y respiración para reconocerle.

—Hallo —saluda el helvético en un tono de voz semejante al de Liechtenstein—. ¿Cómo vas?

—Las cosas parecen tener menos sentido con cada nueva información.

—Supongo que es normal. Cada quien además te dará su punto de vista... ¿Vater te explicó que somos hermanos? —pregunta sin moverse.

—Eso mismo —le mira a través de las gafas, notando ahora si su cara y sus gestos.

—Suena peor de lo que es —puntualiza—. Todos somos parientes en un mundo con pocos inmortales. No nos llevamos como hermanos para nada. En realidad deberías ignorar ese detalle y dejarme ver tu mano.

—Por favor —pide para que no insista. Suiza suspira y se mira los pies asintiendo.

—Lo siento —responde escuetamente—. ¿Necesitas algo? ¿Agua, comida, ir al baño?

—Nein.

—Vale —asiente quedándose en silencio un poco aun mirando al suelo—. Van a cambiarte el medicamento.

—Danke... quisiera saber cuándo van a quitarme todas estas... —señala las máquinas.

—Si hoy pasas mejor la noche con el nuevo medicamento, mañana podríamos ir a casa.

Respira profundamente.

—¿Te parece muy lejos? ¿O muy pronto? Yo... Yo puedo cuidarte bien en casa —asegura rascándose la cabeza muy parecido a como hizo su padre unos minutos atrás. Tocan la puerta.

—No tengo ni idea —responde girándose a la puerta.

La puerta se entreabre y debe verse Italia, que ha pasado con Alemania.

—Bien estás, en realidad solo depende de ti y si te sientes bien como para irnos —explica Suiza yendo hacia la puerta a abrirla del todo, para salirse ahora que han entrado ellos dos.

—Signiore! —corre Italia a su lado nada más entrar.

Suiza sale antes de que Alemania entre con su cara de tremenda preocupación, que es idéntica a la de tremenda alegría.

Austria levanta las cejas al oír correr y gritar a este muchacho, ruidoso. Muy ruidoso, aunque se detiene junto a su cama con respeto. Se oye el carraspeo de Alemania al fondo. El austriaco desvía la mirada hacia el carraspeo notando que ha entrado de nuevo su padre.

—Hallo Österreich. ¿Cómo estás? Soy Deutschland.

—Io sonno Italia —añade el que considera ruidoso parpadea mirando a uno y otro.

—Dicen los doctores que estás mejorando.

—Eso dicen... —responde notando que su voz suena ligeramente distinta a la de su padre y la ropa también es de otro color—. ¿Quiénes sois vosotros, Italien y Deutschland?

—Yo soy Deutschland, tu bruder menor y tu mejor amigo —se presenta Alemania con formalidad haciéndole un gesto con la cabeza.

—Bruder —asiente pensando en que su padre dijo eso.

—Ja. Uno más. Creo que deberíamos hacerte un esquema. Italien es... —hace una pausa y vacila un poco—, ehm... dile, Itlaien.

—Es muy complicado y a la vez muy fácil —asegura Italia—. No tenemos lazos sanguíneos, pero eres como un padre para mí. También lo eres para mí fratello y para Germania en muchos aspectos —señala al alemán.

Alemania asiente.

—Eres como el padre de toda la familia.

—Padre —repite Austria.

—Cuando Vater murió, ehm... bueno, sé que eso debe ser confuso. Pero cuando el murió, tu tomaste un poco su... rol —explica Alemania mirando a Italia de reojo.

—Vater... murió —resurrecciones también, claro, ¿por qué no?

—Ja, después de matar a Rom.

—Eso no es importante ahora —gesticula Italia con las manos.

—¿Por qué no? —pregunta Alemania.

—Porque es muy complicado, ninguno acabamos de entenderlo del todo y no tienen nada que ver con il signiore directamente.

—Pues lo que es relativo a el seguro ya se le explicó. Que es músico, toca el piano, vive en la casa.

—Decidme algo —interrumpe.

—Mmmm?

—No estoy seguro que esta pregunta tenga mucho sentido pero... ¿Alguno es mi hijo biológico? ¿O todos sois hijos políticos conmigo y Shcweiz?

—Pues que yo sepa, no.

Italia se ríe con la pregunta.

—No, no, solo Liechtenstein es hija tuya con Svizzera, nuestra madre sería más bien Ungheria... o tal vez Spagna, al menos en mi caso. Para Germania sería algo como... ¿Prusia?—le mira de reojo.

—Preussen... —repite Alemania levantando una ceja.

—¿No? Bueno, tal vez no —Italia se encoge de hombros sin darle mucha importancia.

Austria piensa en ello, ¿ya le habían nombrado a España y Hungría? ¿O no? Prusia sí que no le sonaba de nada.

—¿Qué otra cosa necesitamos decirte?

Es decir, la verdad, se había quedado más con los nombres que había dicho Suiza que su padre, que había empezado a recitar una lista que hasta el momento solo le sonaban como nombres de países pero no tenía ninguna referencia con la que ligarlos, pero que hubiera criado a uno de esos muchachos junto con alguien más, le hacía tener curiosidad por esos nombres.

—No creo que sea bueno que me digáis mucho más, no estoy seguro de estar reteniendo toda la información que me está llegando —responde Austria.

—Hmmm —reflexiona Alemania—. Comprensible. Bien, estaremos afuera entonces.

—¿Seguro no podemos quedarnos? No entiendo porque no podemos entrar todos —sigue Italia.

—Son las reglas —le explica Alemania.

Italia pone los ojos en blanco y se va con él.

Suiza vueeeeelve a entrar al cuarto en cuanto han salido los otros dos. Ahora sí le reconoce.

—Schweiz.

—Hallo —saluda otra vez de pie junto a la puerta y se le acelera un poco el corazón cuando le nombra—. Ja. Soy yo. ¿Cómo ha ido con Italien y Deutschland?

—Pues como con todo, raro y confuso.

—Ellos dos son muy cercanos a ti. Hace años que vives en Berlín, en casa de Deutschland, donde vive mucha gente. Te entiendes bien con Deutschland e Italien es tu protegido.

—Algo así me han dicho ellos también —asiente. Suiza asiente también quedándose en silencio de nuevo un poco.

—Pensé en tomarle una foto a cada uno y que escribiéramos en ellas quien es quien. ¿Crees que te serviría?

—Nein, no lo creo... me es más fácil recordar la voz que las caras, todos sois muy rubios y parecidos.

Se lo piensa un poco.

—¿Quieres que grabe el nombre de cada uno para que lo puedas escuchar? Con su voz, claro.

—Tal vez eso sería más fácil, aunque he notado que algunos hablan otros idiomas, eso lo facilita.

Suiza sonríe un poquito con eso y asiente.

—Quizás pueda poner la foto ligada a su voz con su nombre y algo más. Aunque todos te parezcan iguales poco a poco podrás irlos distinguiendo si además coincide con sonido —propone—. Así aunque no estés podrás clasificarlos de alguna manera. Le pediré a Lili que me ayude.

—Danke —asiente.

—¿Te has visto ya en un espejo? —pregunta acercándose un poco a la cama.

—Nein, no veo muy bien. Y no tenía gafas hasta ahora.

Suiza saca de su bolsillo un espejito.

—Me lo ha prestado Galia, ¿quieres verte? —pregunta acercándose hasta el borde de la cama y extendiéndoselo. Levanta la mano buena para tomarlo y se lo acerca hacia sí, mirándose sin sonreír y su cara no le dice nada.

Suiza se sienta en la cama a su lado y mira el espejito.

—Tienes ojos de un color que casi nadie tiene, son violeta. Y tu peca aquí —se la señala.

—¿Eso es lo que más te llama la atención de mí? —le mira de reojo.

—¿F-Físicamente? —se sonroja mucho y le mira pensando que nunca ha tenido que explicarle a nadie que es lo que TANTO le gusta de Austria—. Creo que...

—Bueno, son los detalles que has considerado remarcables...

Tenía que hacer un esfuerzo por ser sincero y abierto y explicarle las cosas que el austríaco ignoraba. Se sonroja con eso.

—M-Me gusta m-más tu sonrisa —confiesa—. Y... El pelo.

Le mira de reojo y se pasa la mano por el pelo con eso. El rubio se sonroja como un foco de serie navideña con su confesión, aunque la reacción del austriaco claramente no es la habitual.

—¿Y a mí? ¿Qué era lo que me gustaba de ti?

Suiza suspira desviando un poco la mirada porque no cree que le gustara tantísimo su cara, por ejemplo. Era mucho más guapo España, o Roma o Francia o Italia. Los ojos verdes son promedio, las facciones normales. No recordaba haberle oído decir "como me gustan tus pómulos". Solo con la idea de aventurarse a decir algo se incomoda y revuelve un poco. Pero TENÍA que ser sincero.

—No creo que te pareciera especialmente guapo —valora y va bajando el tono—, pero sí creo que... Te gustaban mis músculos y mi abdomen.

Austria inclina un poco la cabeza. Suizo baja la cabeza y se mira las manos con las orejas rojas.

—Y los sonrojos —agrega esforzándose por evitar el pensamiento de qué pasaría si no volvieran a gustarle.

—Supongo que esto es complicado para ti también, disculpa, no puedo ser cómplice contigo nada más así, la intimidad es costosa, aunque he notado que practicas deporte. Creo que debes verte bien a pesar de la baja estatura.

Asiéndose a la idea de que VA A recuperarse y mortificándose un poco también con lo que sabe que va a pasar cuando se recupere. Tarde o temprano. "Así que CREES a que me gustan tus músculos, ¿eh?". Lo que daría ahora mismo por escucharle decir eso. Se toca su anillo de matrimonio en el dedo y escuchándole hablar, le mira de reojo.

—La intimidad es difícil —coincide con el sabiendo que es imposible que sean cómplices o íntimos ahora, porque además él no sabe cómo construir esa intimidad con nadie más. De hecho es perfectamente consciente de que si Austria no recupera la memoria es posible que nunca puedan volver a construirla—. Lo único que puedo ofrecerte ahora mismo... Es sinceridad. Quizás no seamos íntimos, pero yo seré sincero en todo lo que te diga.

—Supongo que será suficiente. Danke.

Suiza le mira de reojo sintiéndose un poco solo repentinamente, aun en su presencia, pensando que él debe sentirse aún más solo, aunque este rodeado de personas que le quieren mucho.

—Te quiero, aunque no puedas quererme de vuelta —murmura. Austria le sonríe un poco incómodo, porque es difícil que te diga eso un desconocido.

—Danke—agradece pensando que no puede decirle que le quiere de vuelta pero es agradable como es que es dulce con él.

Asiente y suspira tratando de pensar racionalmente cuando tocan la puerta.


¡Suiza es el hombre más dulce del universo y nadie puede negarlo! ¡No olvides agradecer a Kaarla su beteo y edición!