Disclaimer: Fairy Tail no me pertenece, si así fuera tendríamos más Gruvia y menos Power up, y sacrificios de neko loli. Los personajes pertenecen a Hiro Mashima y este fanfic participa en el intercambio ¿¡Feliz San Valentín, mí amor!? Del foro 413 days!

Advertencias: ¿Exceso de palabras? ¿escenas de relleno por doquier? ¿muchos descuidos de edición porque tengo sueño y FF me trollea?

Notas de Autora: Definitivamente este fic no ha sido lo que deseara. Quizá lo digo a menudo, pero en este caso realmente no logro conformarme. Creo que la trama requería más tiempo, más capítulos y paciencia para su desarrollo, algo que razoné demasiado tarde. Debí dividirlo en dos o tres capítulos porque he escrito tanto, pero tanto, que se me hizo imposible presentarlo como OS, e incluso tras su división creo que podría seguir escribiendo, mejorando lo que tengo, pero he decidido que no. Es demasiado tarde para convertirlo en longfic y brindarle la atención que merecía; además su destinataria ya debe estar cuestionándose que diablos pasó xD
Agrego que las escenas más aburridas son las que se han acumulado en este primer capítulo, pero eran necesarias para la compresión de la historia e introducción a los siguientes hechos.

Lira: Como siempre, pensar en complacerte es agobiante. Eres alguien exigente y quisquillosa, además de una escritora grandiosa y una gruviashipper completa, quizá no es lo que quisieras pero espero sea de tu agrado pues al tratarse de ti, realmente me he esforzado.

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Intercambio: ¡¿Feliz San Valentín… mi amor?!

Destinatario: Liraaz.

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Valentine's Nightmare.

―Bleeding blue―

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―Gray-sama, Juvia lo ama.

Su corazón se detuvo en su pecho al momento en que su voz hizo eco en sus pensamientos. Su voz suave y siempre cargada de amor se clavaba en su pecho como estacas, y podía sentirse sangrar aunque allí no existieran heridas.

«Juvia»

Su dulce Juvia ya no llamaría su nombre jamás. Él ya no la escucharía jamás.

Con pasos temblorosos intentó acercarse, pero sus piernas fallaron y se sintió caer. Sus manos hechas puños, intentaban alcanzarla pero se detuvo abruptamente, temeroso de confirmar lo obvio.

Confirmar su partida, confirmar que su Juvia ya no sería suya jamás.

Las náuseas se acumularon en su garganta, y respirar se le volvió imposible. Sentía que se ahogaba, que el mundo a su alrededor comenzaba a desmoronarse y él no era nada más que un insignificante espectador.

«Juvia»

Deseaba desesperadamente hablar, pero las palabras no surgían. Un susurro inentendible, ―ronco y lastimero― fue todo lo que logró abandonar a frontera de sus labios y apretó sus ojos con fuerza en un intento desesperado por recobrar su compostura.

Dolía, dolía como jamás nada había dolido y a su vez nada sentía, porque sin ella sentir es algo que jamás siquiera concibió.

Reunió valor y avanzó un par de pasos más, llegando al cuerpo tendido de su amada o al menos al de quien alguna vez lo había sido; pues si alguien se lo preguntara en ese entonces, la persona que yacía sin vida junto a sus pies no se asemeja en absoluto a ella.

Su rostro siempre sonriente allí ya no estaba, y sus ojos soñadores no pasaban en ese entonces de mares azules carentes de toda vitalidad. Su cabello enmarañado adornaba el suelo, mientras la sangre brotaba aun del profundo corte sobre su garganta, bañando sus hebras de carmín.

Llevó su mano temblorosa a su cuello y ahogó un sollozo al confirmar lo que en realidad ya sabía, deslizó su mano por su pálida mejilla y acarició con delicadeza su helada y marcada piel.

Escuchó pasos detrás de sí, y se volteó furioso parándose protectoramente frente al cuerpo inerte de su amada, no le importó quien fuera, él la protegería.

Un hombre alto yacía de pie a pocos pasos de él, su cabello rubio caía sobre sus ojos ocultando su expresión, pero una sonrisa burlona se mantenía firmemente estampada en sus labios.

―¿A qué le temes, Gray? ―saboreó su nombre en sus labios, consciente del efecto de su cuestión.

El moreno observó instintivamente detrás de sí, y se sorprendió al percibir que no existía nada allí. Volteó con rapidez con mirada inquisidora y el rubio carcajeó satisfecho con su reacción, levantando su brazo y señalando un lugar apartado dentro de la oscura habitación.

―¿A qué le temes, Gray? ―repitió.

Su corazón retomó su latir de manera desenfrenada, golpeando con fuerza contra su pecho.

No podía ser cierto.

―Gray-sama, por favor ayude a Juvia…

Un grito de horror se ahogó en su pecho, y su cuerpo se levantó bruscamente de su cama haciéndola temblar. Tosió con fuerza, su garganta ardía dificultando severamente su respiración.

Llevó su mano a sus cabellos mojados con su propio sudor y luego recorrió su frente frotando con ímpetu sus ojos. Había estado llorando, podía notarlo a pesar del sudor en su rostro.

Por instinto volteó a su lado, recorriendo con mirada crítica el cuerpo femenino que descansaba junto a él.

Sin rasguños, sin golpes, viva.

El alivio se hizo paso por su cuerpo forzando un suspiro penoso. Su Juvia estaba bien.

Llevó su mano a sus cerúleos cabellos, acariciándolos con delicadeza mientras la chica dormía profundamente. Su pecho se elevaba y contraía en tranquilas respiraciones, mientras que en sus labios podía apreciarse una casi imperceptible sonrisa.

Permaneció observándola un instante, asesorándose de que la imagen frente a él era real, y que aquella desgarradora escena pasada no era nada más que una desafortunada pesadilla. Su mirada captó dos destellos azules, y fue testigo del momento exacto en el que la chica volvía a su conciencia, parpadeando continuas veces dado el resplandor que comenzaba a hacerse paso por la ventana.

―Bueno días ―le susurró, y ella le dedicó una débil pero sincera sonrisa. Él correspondió a la misma, o al menos eso creyó hasta que se vio enfrentado a la mirada inquisidora de la peliazul.

Ella entrecerró sus ojos, analizando sus facciones de un modo que solo ella era capaz de hacer.

―Gray-sama luce tenso ―sentenció con preocupación evidente en su tono.

―Estoy bien ―se esforzó por sonar casual, pero ella no lució convencida por eso agregó― Tan solo un mal sueño.

Su comentario inmediatamente captó el interés de la chica, quien se irguió con rapidez sobre la cama alcanzando su mejilla y acariciándola con recelo.

―Gray-sama ha tenido demasiados últimamente ―dejó caer la mano que tocaba su mejilla, y la depositó sobre su regazo aferrándose a las sábanas―. Esto comienza a preocupar a Juvia.

Tragó pesado al escucharla, odiaba ser el causante de esa preocupación.

Tomó la pequeña mano de la chica en la suya, y le dedicó un pequeño apretón a modo de reconforto.

―No tienes porque ―aseguró, forzando su cuerpo a aparentar la misma seguridad que deseaba transmitir―. Solo son sueños.

La muchacha abrió su boca dispuesta a hablar, pero él la interrumpió cambiando el tema sin previo aviso.

―¿Vamos a desayunar? Estoy hambriento ―le propició un último apretón a su mano, y se alejó en dirección al baño sin voltear a verla.

Juvia suspiró, y entrecerró sus ojos observando su espalda desnuda. Ella lo conocía, él estaba ocultando algo.

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El desayuno había transcurrido en casi completo silencio. Gray había evitado cruzar miradas con ella, y estaba segura de que lo hacía ante la incapacidad de responder a la conversación silenciosa que su mirada zafiro demandaba.

Él no solía actuar así, algo le preocupaba.

―¿Juvia me estás escuchando? ―aquella pregunta la devolvió abruptamente a la realidad.

―¿Eh? ―cuestionó sorprendida― J-Juvia lo siente Erza-san, ¿qué le estaba diciendo?

La pelirroja suspiró pesadamente, no le agradaba ser ignorada.

―Te preguntaba que harán tú y Gray para San Valentín ―declaró― Estábamos pensando reunirnos todos en el bar de Mira ese día, antes de que cada uno se marchase a concretar sus planes para la noche.

―Natsu y yo no iremos a cenar sino hasta tarde, y al parecer Jellal también llegará algo tarde del trabajo así que pensamos en pasar todos juntos hasta entonces. Hablamos con Levy y Gajeel y también estuvieron de acuerdo, pero si tú y Gray tienen planes…

―N-no ―interrumpió a la rubia― Gray-sama y Juvia aun no tienen planes ―confesó.

―¡Perfecto entonces! ―celebró Erza― Nos reuniremos todos.

―¿Estás de acuerdo con eso, Juvia? ―insistió Lucy, y la susodicha asintió.

―Estoy segura de que Gray-sama no tendrá inconvenientes.

La rubia asintió, pero luego negó de manera divertida.

―Gray siempre dejando todo para último minuto, ¿eh? Mira que no haber planeado nada aun.

―Es bastante típico en él ―estuvo de acuerdo la pelirroja.

―Gray-sama ha estado muy ocupado por su trabajo, a Juvia no le importa realmente ―sonrió con sinceridad, aunque por supuesto una parte de ella deseaba que él pronto recordara esa fecha.

―Ya surgirá algo ―animó la joven Hearfilia―. Gray de seguro no lo olvidará.

La muchacha de hebras cerúleas asintió, y continuó su andar junto a sus compañeras entre el tumulto de vendedores de la feria en la que se encontraban.

Caminaba distraída, apenas atenta a aquellos puestos que ganaban su atención, hasta que un frío inesperado escalofrío se coló por su espalda.

Sintió una mirada clavarse en ella fuera de su campo de visión, y volteó instintivamente encontrándose con la nada. Nadie la miraba, o eso parecía. La gente continuaba con sus actividades con completa normalidad.

―¿Qué sucede, Juvia? ―cuestionó Lucy con interés al notar que detenía su andar.

La muchacha no respondió. Continuó escaneando con inquietud y desconfianza la escena frente a sí.

―Juvia ―llamó Erza, y su tonalidad severa la condujo de nuevo a la realidad― ¿Ha pasado algo? Te noto extraña ―frunció su ceño al observarla.

―Juvia está bien ―mintió, aunque lo hizo más para sí misma que para engañar a la mujer frente a ella―. Solo creyó… ―dedicó una última mirada, notando por primera vez un pequeño puesto de chocolates a poca distancia. Sacudió su cabeza y dedicó a sus amigas una amplia sonrisa― nada realmente. Erza-san, Lucy-san, ¿compramos chocolates?

Las chicas se observaron, extrañadas por el momentáneo cambio de actitud pero asintieron, dirigiéndose al pequeño puesto junto a la acera. Sin embargo, aunque intentara simularlo, el sentimiento de inseguridad y la incómoda sensación de mantenerse bajo el velar atento de dos ojos anónimos, persistía.

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―Juvia, estoy en casa ―anunció el moreno al darse paso por la puerta del hogar que compartían.

Retiró su chaqueta como era costumbre, arrojándola sin demasiado cuidado sobre el sofá antes de hundirse en el con evidente cansancio.

―Bienvenido, Gray-sama ―saludó la chica uniéndose a él en la sala de estar, depositando un casto beso sobre su frente a medida que ayuda a retirar su corbata―. Gray-sama ha tardado más de lo habitual hoy, ¿ha sucedido algo?

Él suspiró.

―Nada de lo que debas preocuparte ―respondió acariciando su mejilla, y ella frunció su ceño negando levemente.

―Gray-sama luce cansado últimamente, Juvia teme por su salud.

Él la observó sentarse a su lado en el sofá, llevando sus delicadas manos a su regazo y apretando con fuerza el delantal que traía puesto. Podía notarla cada vez más preocupada.

―No tienes por qué ―insistió, y pasó su brazo por sus hombros atrayéndola hacia él. La chica apoyó su cabeza contra la curvatura de su hombro, y suspiró.

―Juvia no puede evitarlo.

El chico esbozó una sonrisa débil, y acarició su cabello con ternura en su intento por reconfortarla. Se lo debía, ella siempre estaba allí para él y lo mínimo que podía hacer era asegurarse de hacerla sentir segura.

―Lo siento ―se disculpó y la chica se apartó de él sorprendida, interrogándolo con sus oscuros ojos zafiro―. Siento él haberte estado preocupando estos días ―aclaró―. He estado algo tenso por el trabajo, pero no es nada.

La chica abrió su boca para hablar, pero él la calló con delicadeza.

―Pero a modo de disculpa, tengo una sorpresa ―finalizó.

―¿Sorpresa para Juvia?

―Así es ―llevó una mano al bolsillo de su pantalón y retiró de los papeles, colocándolos frente a los curiosos ojos de su novia.

―¿Boletos de avión? ―cuestionó con inocente sorpresa― ¿Gray-sama planea hacer un viaje?

―Y tú también ―agregó él―. Partimos en dos días.

Gray era un hombre de acciones, ella lo sabía. Sin embargo no pudo evitar sentirse intrigada ante su sorpresiva y apresurada decisión.

―¿En dos días? ―cuestionó, y el asintió.

―Si por mí fuera nos marcharíamos hoy, pero asumí que necesitarías tiempo para avisar en tu trabajo.

―Eso es cierto ―confirmó ella― ¿Y Gray-sama trabajará mañana? ―su tono se escuchó casi tímido y él no falló en identificar el porqué. No era una pregunta que hubiera realizado por mera curiosidad.

―Aún no lo sé, pero lo haga o no estaré a tiempo para la reunión con los demás. Y luego… ―observó sus ojos brillar con ilusión― estaba planeando llevarte a cenar. ¿Qué dices?

Sus ojos se abrieron de manera considerable ante su respuesta, la emoción estampada en sus enormes orbes oscuros.

―¡Juvia estará encantada!

La chica lo abrazó con fuerza, amoldando su mejilla sobre su pecho y se mantuvieron así un instante, únicamente gozando de la compañía mutua hasta que ella habló:

―Gray-sama debe estar hambriento, ¡Juvia irá a servir el almuerzo!

Juvia se apartó de él corriendo en dirección a la cocina y él la observó pensativo a medida que su silueta se escurría fuera de su alcance de visión.

―¡Gray-sama por favor póngase cómodo mientras Juvia prepara la mesa!

El chico en cuestión se inclinó hacia delante, dejando los boletos sobre la pequeña mesa y retirando de su bolsillo un tercer papel arrugado. Lo abrió y solo eso bastó para que sus dientes se apretaran peligrosamente a medida que enterraba sus dedos sobre el magullado trozo de papel.

Sus ojos danzaron sobre las palabras allí escritas ―aunque ya las tenía memorizadas― y pasó su mano por su alborotado cabello con evidente frustración.

―¡Gray-sama está listo el almuerzo! ―escuchó a Juvia, y se apresuró por guardar aquel trozo de papel una vez más.

Se colocó en pie, y terminó de desabrochar la camisa de su uniforme antes de descartarla en algún lugar camino a la cocina. Se detuvo un instante en el umbral de la puerta de la misma, observando con genuina ternura la silueta de su novia mientras finalizaba el almuerzo, y esbozó una pequeña mueca antes de ingresar.

―Juvia preparó su comida favorita ―anunció orgullosa, colocando el platillo frente a él.

Él no tenía hambre, podía sentir su garganta apretada con disgusto ante las palabras que no lograba retirar de su cabeza, pero no podía preocuparla más. Dos días, tan solo dos días más y él se la llevaría lejos.

―Gray-sama.

Dio un respingo ante el llamado de su nombre, ajeno al hecho de que había estado perdido en sus pensamientos. La chica no lo notó sin embargo, estaba de espaldas a él para su alivio y fortuna, aunque no tardó en voltear y caminar hasta él con un pequeño paquete en sus manos y una amplia sonrisa en sus labios.

―Juvia iba a obsequiárselos hasta mañana, pero como Gray-sama se adelantó…

Depositó frente a él su presente, y con mirada ansiosa esperó a que este lo abriera.

―S-si Gray-sama prefiere los caseros, Juvia con gusto se los preparará ―se adelantó nerviosa― pero Juvia vio estos hoy, y sabiendo que eran los favoritos de Gray-sama no se pudo contener.

Él retiró la tapa de la pequeña caja dejando expuesto su contenido, y sonrió doblemente: por el gesto, y por ella. Porque ella siempre estaba buscando complacerlo.

―Gracias, Juvia ―agradeció―. No tenías que haberte molestado.

―Nunca es molestia para Juvia si se trata de Gray-sama ―admitió entusiasta―. Hasta la vendedora dijo que se notaba que Juvia los estaba comprando para alguien muy especial y le hizo un descuento.

Él chico alzó una ceja.

―Supongo que era una vendedora bastante amable ―comentó―. O es que tú despiertas lo mejor en la gente.

La chica se sonrojó ampliamente, desviando su mirada avergonzada pero él le sonrió con sinceridad.

―Vamos a almorzar.

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Observó con genuina ternura como su novia se escurría graciosamente fuera de la habitación que compartían, y le dedicaba una última mirada mientras se marchaba con el teléfono atrapado entre su hombro y oreja.

―¡Descanse Gray-sama! ―gritó una vez fuera, y él pudo escuchar cuando inició una animada conversación con la pelirroja anunciándole las buenas nuevas respecto a su viaje juntos.

Así quería verla siempre: feliz. Por eso había escogido esa fecha para tomarse un descanso, y actualmente agradecía que así fuera, pues la alejaría de cualquier mal que pudiera amenazar la permanencia de esa hermosa y cálida sonrisa sobre su rostro.

Adoptó una posición sentada sobre su cama, y su ceño se frunció automáticamente al observar la puerta cerrada de su closet. Caminó hasta el, estiró su brazo para alcanzar la estantería más alta y retirar de ella una pequeña caja.

Se notaba algo ajada, pero preservada. La abrió y entre viejos papeles y demás cantidad de objetos sin aparente conexión, no tardó en hallar lo que parecía ser un trozo de papel.

Lo retuvo entre sus manos un instante, oscureciendo su mirada a medida que revelaba el contenido de lo que resultó ser una difuminada fotografía. Un grupo de personas yacía allí, de pie ―juntos― como viejos compañeros.

Justo al frente se distinguía el mismo Gray, con mirada indiferente y sus brazos cruzados frente a su pecho. Pero su atención no se posó sobre él, sino sobre el hombre alto de cabellera rubia y despeinada que posaba a su lado.

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―¡Maldito, ¿cómo te atreviste?! ―gritó un anciano, su rostro desfigurado ante la evidente ira.

Intentó abalanzarse sobre el joven de oscuros cabellos, pero fue retenido con firmeza por dos oficiales que lo alejaron inmediatamente.

El pelinegro permaneció en pie indiferente ―casi desafiante― orgulloso del éxito de su misión. No había sido sencillo, trabajar como encubierto a tan poco tiempo de su ingreso como oficial había sido algo que jamás esperó, pero estaba iniciando una nueva vida junto a la mujer que amaba, y la oportunidad de dinero extra no era algo que estuviera dispuesto a dejar pasar.
Ella le había pedido que no lo hiciera, había dejado en claro su preocupación ante los riesgos que ese tipo de misión implicaban, pero su nuevo hogar no se costearía solo, y no había nada que deseara más que otorgarle a la chica que lo había salvado de los fantasmas de su trágica infancia, un verdadero hogar.

―Siempre lo supe Fullbuster, no pasas de un traidor ―el rubio escupió cada palabra. Sus ojos rubí impregnados con el odio hacia aquel que había llegado a considerar uno de los suyos y ahora era el causante de su humillación.

El chico en cuestión sonrió soberbio, aparentemente inmune ante el odio destilado por el hombre de dorados cabellos.

―Supongo que incluso tú puedes tener razón a veces. Jamás debieron confiar en mí.

Su actitud serena y ladina hizo la sangre de aquel hombre hervir, lanzándose sobre el para únicamente hacer sonar sus esposas en el proceso antes de ser arrastrado junto a los demás reos.

―Me las pagarás Fullbuster.

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Su corazón se apretó en su pecho ante el recuerdo. ¿A dónde lo había llevado su arrogancia? Debió suponerlo entonces, debió vérselo venir.

Aquel nombre había jurado venganza, quería verlo sufrir. Y él temía que descubriera cual el único modo de hacerlo.

Tomó su celular y se dirigió hasta la puerta de su habitación, confirmando que su novia no se encontrara en los alrededores. Se mantuvo allí un instante mientras marcaba un número en su pantalla, y no cerró la puerta sino hasta que escuchó a alguien hablar desde el otro lado de la línea.

―Stripper.

―¿Ya está fuera? ―la cuestión salió disparada de su boca, su tono sombrío.

―En un par de horas. ¿Aún crees que esas notas tienen algo que ver con él? Stripper seguramente no pasan de una broma de mal gusto.

Gray no respondió, y eso despertó la preocupación del otro hombre.

―¿Hay algo más que deba saber? Si algo está sucediendo…

―Todo está bien ―sentenció el moreno.

El otro hombre suspiró.

―Tampoco me alegra que sea liberado, pero no es algo que recaiga en nosotros.

Otro pequeño silencio se formó.

―¿Aún planeas ese viaje con la Ameonna?

―Nos vamos en dos días.

―Bien. No prometo nada, pero enviaré a alguien a controlarlo hasta entonces. Por ahora deja de comportarte como una niña asustada ―bromeó―. Ese tipo no sería tan estúpido como para buscarte.

El pelinegro meditó esas palabras un instante, mientras tomaba conciencia de un portarretratos sobre una mesa junto a la puerta. Apretó el teléfono con su hombro y tomó posesión de la fotografía encuadrada en un hermoso marco de madera oscura.

―Jamás he temido que venga por mí ―admitió.

―Stripper si algo está…

―Todo está bien. Ávatar ya no existe, y quizá tengas razón, no deben pasar de simples bromas de mal gusto ―aunque él no las creía así―.

―Bien ―el otro hombre no sonó del todo convencido―, pero no te atrevas de ocultarme información.

―No lo haré. Adiós Gajeel.

Volvió a acercarse a su cama, dejándose caer sobre ella con sus codos sobre sus rodillas y cabeza entre estos. Se mantuvo así un instante, hasta que irguió medianamente su espalda y apreció el retrato en su mano.

Juvia y él en la pasada navidad. No le gustaban las fotos, pero debía admitir que valía la pena preservar aquellos momentos si eso lograba hacerla así de feliz.

Apretó con fuerza la fotografía arrugada que aún mantenía firmemente atrapada en su otra mano, y en un arrebato de impotencia la arrojó con fuerza al suelo.

―¡Gray-sama, Juvia se irá a trabajar ahora! ―escuchó gritar a la peliazul.

―Yo te llevaré.

―No es necesario, Juvia tiene su auto ―recordó ingresando a la habitación, pero él se colocó en pie interceptándola en el camino y presionando sus labios levemente sobre los suyos.

―Y te iré a buscar.

―Pero…

―Insisto.

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La observó ingresar al edificio, y el alivio fue parcial. Se sentía paranoico, pero si de él dependiera ella no habría ido a trabajar ese día; la prefería cerca, pero el retenerla solo implicaría involucrarla en algo que no era conveniente.

Como profesora de seguro estaría segura dentro de la institución, era una primaria de gran prestigio y reconocida seguridad. Eso era lo que se repetía, aunque aún no se sentía capaz de arrancar el coche y largarse de allí.

Otro vehículo surgió detrás de él, y supo que debía avanzar. Aceleró renuente y dio una última mirada discreta a sus alrededores antes de iniciar su camino a la casa que compartían.

No tardó en llegar, era un recorrido de menos de un kilómetro y en su ansiedad lo recorrió en tiempo record.

Ingresó a la casa y cerró la puerta, algo que no acostumbraba hasta entonces. Encendió la estufa aunque no sentía frío, y esperó paciente hasta que las llamas crecieran consumiendo con temple los viejos trozos de madera.

Revisó sus bolsillos, y retiró la nota que había estado leyendo más temprano. Aunque no fue la única.

Una a una retiró un total de cuatro de lo que no parecían ser más que trozos rasgados de papel y los fue abriendo.

"¿A qué le temes, Gray?" era el mensaje que se repetía en cada uno de ellos.

Pasó la mano en su cabello con exasperante frustración. Había estado recibiendo esas notas durante dos semanas ya, las había estado ignorando, arrojándolas a la basura sin prestarles mayor atención pero ese día había sido distinto. Había recibido cuatro notas, una atrapada en el parabrisas de su auto, otra sobre su escritorio, incluso una con su almuerzo.

Una broma de mal gusto, tretas entre compañeros. Así hipotetizaron aquellos a quienes cuestionó al respecto, tal cual lo habían hecho en cada uno de sus interrogatorios durante los últimos catorce días; sin embargo, la última había despertado finalmente su desesperación.

La habían adherido a la puerta de su hogar, la había visto allí justo al momento de ingresar a su casa donde su novia había estado sola toda la mañana.

Se había sentido impotente, pues le había demostrado lo vulnerable que ella podría llegar a ser. Quizá estaba siendo paranoico, quizá Gajeel tenía razón.

Tomó las notas y las arrojó a las llamas sin pensarlo demasiado, sumando la foto que había rescatado del suelo de su habitación.

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Se encontraban ya de regreso a su departamento, la lluvia había comenzado a caer de manera tenue pero igualmente había vuelto las calles resbalosas. Gray conducía sin prisa, ―algo poco habitual en él como pudo apreciar Juvia― y mantenía gran concentración en el tráfico, algo que asumió se debía a las condiciones climáticas.

El viaje transcurría silencioso, apenas audibles la emisora desenfocada y el golpear de los limpiaparabrisas hasta que un celular sonó.

―Número privado ―comentó la chica observando la pantalla del celular de su novio, y este frunció el ceño.

―Ignóralo ―indicó, y ella obedeció.

El celular continuó a sonar y no se detuvo sino hasta perdida la llamada. La peliazul estuvo dispuesta a guardarlo en la guantera una vez más, cuando este volvió a sonar.

―Gray-sama…

―Solo ignóralo.

Una vez más lo escucharon sonar hasta cortarse la llamada, y no fue sorpresa para ninguno cuando con igual insistencia volvió a sonar.

El pelinegro extendió su mano para atender, pero fue detenido con delicadeza por la chica que negó levemente.

―Gray-sama está conduciendo, Juvia lo hará.

Intentó protestar, pero para entonces ella ya había respondido.

―Hola ―saludó, pero no hubo respuesta― ¿Hola, hay alguien ahí? ―insistió, pero la línea se mantuvo en silencio.

Colgó sin más, dedicándole una sonrisa al conductor.

―¿Ve, Gray-sama? De seguro era equivoca… ―su oración se vio interrumpida por una nueva llamada.

―Juvia deja…― intentó detenerla al notar que volvía a coger el celular, pero ella fue más rápida.

―Hola ―volvió a atender, y al encontrarse con el mismo silencio continuó― Si esto es una broma o el número es equivocado…

―El número está bien, Juvia… ―respondió una voz que no logró reconocer.

―¿Eh? ¿Quién habla?

En respuesta escuchó una risa, y acto seguido la llamada se cortó dejándola estupefacta.

―¿Qué sucedió? ―cuestionó el pelinegro preocupado, intermitiendo su mirada entre la carretera y la chica a su lado.

―Juvia no sabe, dijo conocer a Juvia pero…

El ceño del chico se frunció inmediatamente al escucharla, y no dudó en arrebatarle el teléfono cuando este volvió a sonar. La chica intentó protestar, pero la fuerte mirada propiciada por los estoicos ojos grises de su novio la hicieron callar.

―¿Quién eres y qué quieres? ―cuestionó con firmeza, pero silencio fue lo que obtuvo.

Chasqueó su lengua irritado, y acelero de manera inconsciente para preocupación de su acompañante.

―Mira, no tengo tiempo ni paciencia para tus bromas telefónicas, así que por qué… ―sus palabras se vieron inconclusas al momento en que sus ojos creyeron vislumbrar algo que llamó su atención a través del espejo retrovisor.

Un auto los seguía de cerca, pero lo que ganó realmente su interés fue que su conductor pareciera estar haciendo uso de un teléfono celular. Intentó lograr mejor visión de él, ajustó el retrovisor sin importar lo paranoico que pudiera sonar su improvisada hipótesis de persecución, pero grande fue sorpresa cuando haciendo uso de sus luces en un parpadeo, el coche cegó completamente su visión por un instante.

―¡Gray-sama! ―gritó Juvia preocupada al notar la repentina pérdida de control de su novio a causa de la sorpresa.

Una carcajada ensordecedora pudo escucharse al otro lado de la línea, pero el celular se fue directo al suelo al momento en que Gray logró tomar nuevamente control del volante. Las luces del auto se apagaron, permitiendo la visión de un tercer auto que venía directamente hacia ellos desde el frente y hacía sonar la bocina con insistencia y casi desesperación.

―¡Gray-sama, el auto! ―gritó en pánico la chica al anticipar el impacto, pero en una maniobra desesperada fue capaz de esquivarlo arrojando su propio auto en dirección a la acera.

La respiración se atoró dolorosamente en la garganta de ambos jóvenes, aun conmocionados por lo que acaba de suceder. Bocinas e insultos fueron escuchados, provenientes de aquellos que habían sido testigos de lo que pudo haber llegado a ser una gran desgracia.

Débiles sollozos comenzaron a escapar de la chica de ojos zafiro, y buscó refugio en el pecho de su amado mientras él dirigía torpemente su mano a sus onduladas hebras a modo de reconforto.

Retiró finalmente su agarre sobre el volante, y creyó ver el tiempo detenerse al momento preciso en el que aquel viejo auto de coloración oscura y vidrios de igual característica hizo su pasaje junto a su ventana.

No pudo reconocer a la persona dentro aunque lo intentó, con irritante lentitud vio cerrarse la ventanilla del acompañante a medida que se cruzaba frente a él. Consideró seguirlos, acelerar y no detenerse hasta descubrir de quienes se trataba, pero el temblar descontrolado de la chica que buscaba desesperadamente el consuelo en sus brazos lo retuvo. Ella era más importante.

―Tranquila ―susurró junto a su cabello a medida que la rodeaba protectoramente con sus brazos―. Todo está bien, estamos bien.

La chica simplemente lo abrazó, y lloró con fuerza aferrándose a su camisa. Él por su parte permaneció allí ―a su lado― acariciando su cabello y repitiéndole que todo estaría bien, pues estaban juntos y así permanecerían. Él jamás permitiría que algo le hiciera daño.

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El camino se hizo eterno luego de aquel desafortunado percance, Juvia se mantenía intranquila y Gray lo sabía, como también podía asegurar que ella no era la única en sentirse así.

La tensión era palpable, su agarre se mantenía firme sobre el volante y su atención en la carretera, aunque le fuera imposible no dedicar miradas furtivas al retrovisor para asesorarse.

Ingresaron al estacionamiento, y no cruzaron palabra sino hasta que él se apresuró a abrir la puerta del pasajero y auxiliarla a salir. Él ofreció su brazo ―sabiendo que ella desearía tomarlo― y le indicó que estaban en casa, acción que ella apreció sonriendo con dulzura y aferrándose a él.

Ella pudo sentir la tensión en sus músculos a cada paso dado, así como sus respiraciones pesadas y miradas desconfiadas escaneando cada rincón del lugar. Se afianzó con más fuerza a su brazo, deseando recordarle sus propias palabras ―que estaban juntos― y el pareció relajarse, hasta que alcanzaron el elevador.

Él se dejó caer contra la pared trasera, y llevó sus manos a su rostro dejando escapar un suspiro profundo. Se sentía intranquilo, y no creyó jamás que los míseros cinco pisos que debían ascender para llegar hasta su departamento podrían llegar a sentirse así de eternos.

La puerta se abrió con su sonar característico, y sus ojos se abrieron de manera inmediata. Tomó a Juvia por su muñeca cuando esta se dispuso a abandonar el elevador, y sin expresar palabra se adelantó a la puerta escudriñando cada rincón del largo pasillo.

―¿G-Gray-sama? ―cuestionó con timidez, y él se sobresaltó ante la preocupación reflejada en su voz.

―Lo siento, ―se disculpó, forzándose a sí mismo a recobrar su compostura― solo estoy cansado.

―Juvia igual ―le respondió con una débil sonrisa, y ajusto su agarre para tomar su mano― vamos a casa, Gray-sama.

Caminaron hasta la puerta de su departamento y Juvia jamás lo sabría, pero al girar el pestillo y abrir la puerta, su novio ahogó un suspiro de alivio al confirmar que se mantenía cerrada, tal cual la había dejado.

Ingresaron y no tardó en reactivar la alarma bajo la mirada atenta de la peliazul, quien se mantuvo en silencio esperando a recobrar su atención. Sus miradas se cruzaron, pero la mirada antes cargada de afecto de Gray no pasaba ahora del reflejo de sus tensiones. Ella sabía que él se estaba conteniendo, que había un mundo detrás de esa mirada al que no le estaba permitiendo llegar.

―Juvia… ―inició, pero se detuvo.

Ella confiaba en él, lo respetaba por sobretodo. No anhelaba nada más que poder escucharlo y ser su soporte sin importar que tan duro fuera lo que pudiera estarse guardando, pero se contuvo. Quizá él no estaba listo para hablar, quizá lo mejor sería esperar.

―Juvia irá a darse un baño. Gray-sama debería irse a la cama ―sugirió.

―Te esperaré ―respondió él, y ella asintió dudosa.

―¿Desea Gray-sama cenar? Porque Juvia puede…

―¿Tú tienes hambre?

Ella negó.

―Entonces no te preocupes por mí ―acarició su mejilla― ve y yo esperaré por ti.

La chica se marchó en dirección al baño, dejándolo solo.

Él cogió su celular y verificó por primera vez sus registros, intentó marcarle a la última llamada entrante pero por supuesto no pudo. Quien había estado llamando, no deseaba poder ser encontrado.

Arrojó su celular con molestia sobre el sofá, y sus piernas por inercia lo llevaron a recorrer de manera superficial las habitaciones de su hogar. No creía que alguien hubiera podido ingresar allí, pero se sentía obligado a confirmarlo.

Cerró todas y cada una de las ventanas, cortinas y celosías por igual. A cada nueva ventana dedicaba un rápido escaneo de la calle bajo la misma, en busca de alguien, de una mísera señal de sanidad ―pues prefería confirmar lo peor y hacerse cargo de ello, ante de continuar viviendo en suspenso―.

Regresó a su sala de estar y rebuscó su celular, ansioso. No lo había notado antes, pero había un mensaje en su buzón.

Pedí a Droy que lo vigilara, el tipo no se ha movido de su departamento. El jefe no estará feliz, pero en cuando nada suceda ese panzón no se moverá de allí.

Verificó la hora, habían pasado más de dos horas desde que Gajeel le había escrito ese mensaje. Meditó un instante si responder, y estuvo a punto de abandonar su celular sobre la mesa cuando el mismo vibró.

Número privado.

Abrió el mensaje sin pensarlo dos veces, y sus dientes rechinaron peligrosamente al leer su contenido.

"Buenos reflejos, Gray."

Un nuevo mensaje sonó en cuestión de segundos, y su contenido se desplegó en continuidad al primero.

"¿Asustado?"

Su respiración se atoró en su pecho y sintió la sangre hervir con furia, no solo se estaban burlando de él. Esas ya habían pasado de posibles bromas entre compañeros de trabajo, había dejado de tratarse de una inocente treta de mal gusto, se estaban metiendo con su seguridad, con la suya y la de Juvia, pues no solo había estado también involucrada en ese presunto accidente, sino que la habían llamado por su nombre.

La conocían. Y estaban al tanto de su presencia dentro del coche.

No tenía pruebas para un arresto, tampoco sospechosos cuya culpabilidad o relación con los hechos pudiera acreditar, pero él ya no tenía dudas. Y definitivamente no se quedaría con los brazos cruzados.

Meditó un instante su próxima acción, pedirle ayuda a Gajeel parecía lo más sensato, pero él no deseaba involucrar a nadie en eso. De seguro querría respuestas, y por el momento él no era más que un cúmulo de preguntas y teorías a medias.

Observó su celular, y buscó tentativo el número de su compañero.

―Gray-sama, ¿qué hace? ―cuestionó la peliazul mientras abandonaba su baño y hacía su camino hasta él.

Lo tomó por sorpresa, y supo que ella lo había notado por lo que forzó una sonrisa. Se colocó en pie interceptándola en el camino, y la rodeó sorpresivamente con sus brazos.

―Tan solo te esperaba ―respondió apoyando su mentón en su hombro― ¿Vamos a dormir? ―sabía que marcarle a Gajeel en ese momento, ya no era una posibilidad―.

La chica asintió con vehemencia causándole cosquillas, y él se apartó para besar para su frente con cariño. Él la protegería sin importar que; pero por el momento, el mejor modo de hacerlo quizá fuera llenarla de confianza y transmitirle que todo estaba bien, pues el se encargaría de todo, ella no tenía nada que temer.

.

.

―¡Juvia! ―su grito arañó su garganta arrastrando consigo un gemido de dolor. Sus ojos nublados a causa de las lágrimas no lograban evitar la visión de la silueta sin vida que yacía entre sus brazos.

Observó sus manos ensangrentadas, pero la sangre ya no estaba allí y frente a él ya no había un cuerpo, sino la extensión del suyo propio sobre las sábanas.

Había sido una pesadilla, una más.

Volteó en busca de su figura dormida, la que lo calma con su mera presencia cada mañana, pero grande su fue sorpresa al no encontrarla allí. Juvia no estaba allí.

―¿Juvia? ―cuestionó, y finalmente el peso de sus temores lo golpeó con firmeza―. ¡Juvia! ―llamó con más fuerza y corrió hasta el baño con la esperanza de hallarla allí, pero estaba vacío―. ¡Juvia! ―volvió a gritar y se apresuró a buscarla también en la cocina.

No estaba allí. Tampoco en la sala, en el balcón o en la lavandería.

Sintió su corazón detenerse en su pecho un instante, y buscó su celular con desespero entre los cojines donde recordaba haberlo aventado la noche anterior. Con mano temblorosa marcó su número, y escuchó la inconfundible melodía de su celular sonar frente a la puerta, cuando esta se abrió dejando ver la figura de la chica que ingresaba en ese preciso momento.

―¡¿Dónde estabas?! ―cuestionó con prisa, tomándola por sorpresa y haciéndola recular.

―¿Eh? ―cuestionó abrumada, no había esperado una recepción tan ¿atípica?

El no falló en notar su desconcierto, la había asustado.

―¿Dónde estabas? ―cuestionó esta vez con menor brusquedad y aclaró su garganta intentando borrar los rastros de la anterior desesperación en su tono.

Ella pestañeó confusa ―insegura aun― pero luego sonrió.

―Gray-sama dormía tan profundamente que Juvia no lo quiso despertar. Juvia fue a comprar chocolates para Gajeel-kun, Natsu-san y Jellal-san para esta noche. Y por supuesto…― tomó entre sus manos una bolsa con particular orgullo― también compró más para Gray-sama.

Quería enojarse, en verdad deseaba reprocharle el haber sido descuidada, por marcharse sola y aterrarlo como nunca antes al propiciarle una mañana con su ausencia no anunciada en un momento como el que estaban enfrentando. Pero ella no sabía eso. Era injusto reprocharle su ignorancia respecto a algo que él mismo egoístamente se estaba forzando a ocultar.

Juvia estaba bien. Despreocupada y sonriente frente a él, y no podía disgustarse cuando alivio era todo lo que inundaba su pecho en ese preciso instante.

―¿Gray-sama extrañó a Juvia? ―bromeó, y el alzó una ceja cuando ella se acercó con una sonrisa burlona en sus labios y se colocó frente a él. Apoyó sus manos sobre su pecho y se irguió colocándose en puntillas para alcanzar sus labios.

El contacto fue suave y delicado, cargado del amor que ella siempre estaba dispuesta a brindarle y que sin importar la situación, él jamás se rehusaría a recibir. La acercó a su cuerpo rodeándola con sus brazos, y se perdió en su esencia mientras procesaba en su mente su cercanía, convenciendo a sus temores de que ella estaba allí, y que teniéndola así de cerca se aseguraría de que nada jamás pudiera alcanzarla.

Su mano se paseó por su cintura, y por un momento sus preocupaciones se vieron olvidadas. Solo eran ellos dos.

Aventuró su mano bajo su blusa, mientras con la otra inició su rombo hasta su pierna pero ella lo detuvo. El contacto de sus bocas se fue perdiendo, y un sonido quejoso abandonó sus labios en protesta.

―Gray-sama deberá esperar hasta esta noche ―comentó sugerente, y se apartó de él para coger nuevamente la bolsa que había descartado junto a la mesa―. Por favor acepte este obsequio por el momento.

Por supuesto no era lo mismo, su cuerpo se sentía demandante y no precisamente de chocolates, pero podía esperar.

Tomo el paquete de entre sus manos, y ella sonrió complacida antes de marcharse rumbo a la cocina con sus demás compras.

Abrió su paquete mientras la seguía con la mirada, y al devolver su vista a la caja sobre sus manos pudo notar lo que pareciera ser una pequeña postal escrita a mano. No era la letra de Juvia.

―Juvia, ¿qué es esto? ―cuestionó sin prestarle mayor atención, y ella apreció detrás de él para verificar de que hablaba.

―Oh, la vendedora estaba obsequiando de estos con los chocolates hoy. Dijo que escribiría uno especialmente para que Juvia se lo obsequiara a Gray-sama.

―¿Para mí? ―cuestionó frunciendo involuntariamente su ceño, y ella se alejó despreocupada retomando sus quehaceres.

―Sí, ella dijo que Juvia es su clienta favorita.

Su mirada se volvió a la tarjeta en sus manos, decorada con tonos de rosa y pastel.

"Besos para el alma, chocolates para el cuerpo y amor para el corazón.

Todo debe disfrutarse, pues nunca se sabe lo que sucederá.

Goza de sus sonrisas, pues efímero y precioso es el tiempo; largo para quien espera, y tan corto para aquellos que aman.

Infinito para quienes parten a la eternidad".

Leyó las palabras con creciente pavor. Ese mensaje, esa letra. Conocía esa letra, no tenía dudas de ello.

Se levantó con prisa y se dirigió en dirección a su cuarto, cogió una camisa y un pantalón, y se dispuso a marchar sin siquiera haber finalizado de vestirse con propiedad.

―¿Gray-sama que decía la tarje… ―se detuvo intrigada al observarlo en tan lamentable apariencia―. ¿Gray-sama saldrá?

Él pareció apenas notar su presencia.

―Me llamaron del trabajo ―mintió― al parecer me necesitan hoy.

―¿Y se marchará así? ―se acercó a él para prender su camisa, y ajustar el nudo de su corbata. Al observarlo más detenidamente continuó― ¿Gray-sama siquiera ha peinado su cabello hoy?

Ciertamente no tenía tiempo para ocuparse de eso, pero no podía levantar las sospechas de Juvia, no cuando ella finalmente parecía sentirse tranquila.

―Tienes razón ―respondió corriendo en dirección al baño para higienizar su rostro y peinar con sus manos su cabello―. Por cierto Juvia, esos chocolates, ¿dónde dijiste que los comprabas? ―intentó sonar casual, sin mantener contacto visual mientras guardaba su arma.

―Oh, ¿los chocolates? Los vende una chica muy amable en la feria que está cerca de la casa de Lucy-san. ¿A Gray-sama le gustan? Porque Juvia puede comprar más.

―No ―respondió con ímpetu, pero aclaró su garganta al percibir su reacción―. Es decir, sí, me gustan. Pero por favor prométeme que no irás a comprar nada más, y te quedarás aquí a esperar que yo regrese.

Ella lo observó confusa y buscó en sus ojos una explicación, pero no pudo encontrarla allí. Podía asegurar que él se lo estaba pidiendo en serio, pero no era un orden, era un pedido sincero.

―¿Gray-sama acaso ha…?

―Por favor ―pidió, y su corazón se hizo pequeño en su pecho ante ello. Gray no acostumbraba pedir favores, y así era como sonaba su petición en ese momento―. Nada ha pasado, solo quiero que esperes por mí. ¿Harías eso?

Ella haría lo que fuera por él, pero algo en ella no podía creer sus palabras.

―Juvia, ¿confías en mí?

―¡Claro que Juvia confía en Gray-sama!

―¿Entonces confiarás en mi cuando digo que nada ha pasado?

Él estaba jugando sucio, ambos lo sabían. Ella lo observó en silencioso, suplicante de una explicación más concreta y creíble, pero él no cedió.

―Sí, Gray-sama.

―Bien. Yo estaré aquí en cuanto pueda, no olvides cerrar la puerta.

Su comentario nada hizo por calmar la creciente preocupación en su pecho, pero asintió. Él besó su frente, y se encaminó hasta la puerta con ella siguiéndolo detrás.

―Gray-sama tenga cuidado.

Él sonrió.

―Empaca para el viaje.

.

.

Apresuró su andar una vez estuvo lejos de su alcance de visión, no deseaba dejarla atrás pero el siniestro mensaje en aquella maldita tarjeta había sido bastante claro.

Llegó al estacionamiento, y verificó con prudencia el estado de su auto. Llantas, motor, el suelo bajo el mismo en busca de alguna pérdida, parecía estar bien y eso fue suficiente para él.

Ingresó al vehículo y se dispuso a abandonar aquel estacionamiento, rebuscó en su andar un papel en particular de entre los muchos que llevaba en su guantera ―tenía que estar allí, él se había asegurado de no deshacerse de todos― y al encontrarlo marcó un número en su celular.

―¿Stripper? Ya te estabas tardando.

―¿Qué sabes de él?

Un gruñido molesto se escuchó al otro lado de la línea.

―El tipo no se ha movido de su departamento ―respondió, y por un instante ninguno habló―. Sabes que no puedo mantenerlo vigilado sin ninguna razón, ¿verdad? He enviado a Droy pero no puedo alejarlo de su puesto por demasiado tiempo.

El silencio se hizo presente otra vez, y el hombre se impacientó.

―Stripper, ¡¿qué demonios está pasando?!

―Gajeel ―su voz sonó firme y segura― necesito que pidas a Levy que vaya con Juvia a la casa.

―¿Qué es…

―Ayer tuvimos un accidente, nada de lo que debas preocuparte ―se apresuró aclarar― pero Juvia ha estado algo inquieta, no quiero que esté sola.

―Me estás hablando de la seguridad de Juvia y Levy. ¿Estás seguro de que no existe algo de lo que deba saber?

Otro silencio se hizo presente, a medida que su destino comenzaba a hacerse visible a corta distancia. Bajó su mirada a su regazo, donde yacían dos papeles con caligrafías exactamente iguales. Uno relleno con poesía, y él otro con la frase que había atormentado sus noches durante semanas ―¿A qué le temes, Gray?

―Por el momento no es algo en lo que pueda involucrar a nadie más.

―Stripper…

―Yo me encargaré y te avisaré cuando sea oportuno. Por el momento necesito que cuides a Juvia. Nos vemos a la noche.

Colgó sin esperar a obtener una respuesta, y bajó del auto en dirección a la pequeña feria. Se apresuró entre los pequeños comercios y los compradores que por allí pasaban, y escaneó con detenimiento cada espacio.

No tenía idea de cómo lucía esa vendedora, pero tampoco tenía tiempo de descubrirlo por su cuenta. Se acercó a un comercio al azar, cuestionando a su propietario respecto a la misteriosa mujer, pero el mismo no supo brindarle información al respecto.

"Es nueva por aquí"; "No conozco su nombre" fueron algunas de las respuestas a las que tuvo acceso junto a una vaga descripción.

―Acaba de marcharse ―fue la única respuesta a la que realmente atendió.

―¿Hacia dónde? ―cuestionó impaciente, y aunque asustó a aquella inocente vendedora, obtuvo lo que buscaba.

―H-hacia allá ―señaló calle abajo― acaba de marcharse, siquiera ha desmantelado su puesto― agregó indicándole su localización.

El moreno apenas notó la pequeña mesa de dulces variados, pues finalmente tenía lo más cercano a una localización. Propició un sencillo "Gracias", y se lanzó a correr en la dirección indicada.

Debía alcanzarla, no podía encontrarse tan lejos. No existían demasiadas rutas de escape dentro de una calle cerrada para comercio como lo era esa y aunque eso le jugara parcialmente a su favor, la cantidad de personas aglomeradas a su paso no estaban facilitando en absoluto el uso de su visión.

Puestos y más puestos, personas y mercancía por doquier. Mujeres casi en todas partes y de diferente complexión.

Ninguna encajaba, ninguna era a quien buscaba. Hasta que la vio.

La avistó escabullirse entre la multitud, su piel morena y cabello largo y albino la hacían destacar. Aunque a decir verdad, tampoco pareciera desear esconderse.

Ella volteó a verlo, con una sonrisa autosuficiente sobre sus labios apresurando su andar pero no lo suficiente para crear una verdadera distancia entre los dos.

Él no la conocía, pero esa mujer ciertamente lo conocía a él.

La morena se escurrió hasta el final de la calle, dedicándole una última mirada antes de adentrarse en un callejón. Él corrió, forzó sus piernas hasta llegar al lugar donde ella inesperadamente aguardaba despreocupada por él.

―¿Vienes por los chocolates? ―inquirió ella con evidente sarcasmo al verlo llegar.

―¿Quién demonios eres? ―cuestionó él, avanzando largos y decididos pasos en su dirección.

―O quizá no vienes por los chocolates ―lo ignoró ella― Oh, ya sé. Vienes por más versos, ¿alguno para tu novia, quizá?

Su cuestión destiló veneno, pero él ya no deseaba jugar. La cogió por sus brazos con fuerza, empujándola hacia una pared cercana y obligándola a observarlo.

―¿Qué planeas? ¿Para quién trabajas? ―exigió, y grande fue su frustración cuando la albina comenzó a reír. Incrementó su agarre sobre ella inconscientemente, pero la morena jamás borró de su rostro su sonrisa desafiante.

―Estás lastimando a una mujer ―señaló―. ¿Crees que eso es correcto por parte de un oficial de la ley?

―No me importa si eres una mujer, un hombre o un niño ―admitió sin vacilo―. Si se meten con alguien importante para mí, los trataré a todos por igual.

―¿Meterme? ―fingió inocencia― Yo creo que me malentiendes. Deberías agradecerme, pues yo te otorgué de manera gratuita un excelente consejo el día de hoy. No es mi culpa que tú decidieras ignorarlo…

La comprensión de sus palabras no tardó en llegar, el verdadero significado de aquella despreciable nota evidenciado en la sonrisa ladina que se extendía de oreja a oreja en el rostro de aquella despreciable mujer.

―Puedes quedarte aquí y amenazarme todo lo que quieras, pero lo que le suceda a ella ahora es total y únicamente tu culpa.

La soltó con fuerza haciéndola caer, pero aun en el suelo ella no perdía su sonrisa. Se notaba triunfante, complacida, pero aunque nada más quisiera que borrar aquella mueca de sus labios, no tenía más tiempo que perder.

La tomó por su muñeca causando su desconcierto, y la esposó a una cañería sobresaliente del edificio contiguo.

―¡¿Qué crees que haces?! ―cuestionó la albina, pero él la ignoró y se marchó corriendo del lugar. Ya enviaría a alguien por ella.

.

.

Presionó su pie en el acelerador sin intenciones de retirarlo hasta llegar a su casa. Nada importaba ahora sino llegar junto a ella.

¿Cómo había sido tan estúpido? Tan descuidado. Había hecho lo que había prometido a sí mismo ―a ambos― no hacer: dejarla sola. Ella estaba a la merced de esos psicópatas, y él era el culpable de ello.

Marcó a Gajeel y gruñó frustrado, cuando más lo necesitaba este pareciera no tener intenciones de responder. Sabía que podía contar con él, pero necesitaba alertarlo de lo que estaba pasando, debía indicarle que todas sus sospechas eran ciertas y que ella corría peligro.

Golpeó su celular con fuerza contra el volante, segunda llamada y Gajeel aún no atendía.

No deseaba hacerlo, se había jurado a sí mismo no preocuparla pero no tenía opción. Marcó nuevamente en su celular, pero esta vez llamó a Juvia.

«Contesta, contesta, contesta» se repetía con insistencia, pero no había respuesta. Colgó y volvió a marcar, su paciencia en su más peligroso límite y su buen juicio al borde de la extinción.

Distraído en su intento desesperado por contactar a su novia, no divisó el momento exacto en el que un vehículo salió de la nada y se atravesó en su camino impidiéndole el paso. Frenó de manera inmediata, evitando así la inminente colisión y maldijo en lo alto en genuina indignación.

Pestañó un par de veces y aunque no tenía tiempo, la adrenalina le exigía que bajara de su auto y pusiera en su lugar al idiota que había realizado tan imprudente maniobra hasta que pudo reconocer el vehículo. Era oscuro y con ventanas de igual coloración. Era el auto de la noche anterior.

Llevó su mano instintivamente al soporte de su pistola, y se preparó a sí mismo para una confrontación aunque no tuviera idea de quien pudiera encontrarse detrás de aquellos vidrios oscuros.

La ventanilla inició su descenso, y él comenzó a hacer retiro de su arma cuando un sonido ensordecedor se apoderó de sus oídos y su cuerpo fue sacudido con violencia impulsándolo contra el volante sin oportunidad de reacción.

Un segundo coche lo invistió con fuerza desde atrás en un golpe traicionero e intencional.

El uso de su cinturón evitó que saliera disparado por el parabrisas, pero no fue capaz de contener la inclinación involuntaria de su cuerpo cuando este impactó fuertemente con su cabeza el volante.

Todo sucedió demasiado rápido, no podría haber reaccionado aún si lo hubiera intentado. Un sonido fuerte y la presión momentánea contra su frente fue lo único de lo que tuvo conciencia antes de dejarse perder en la completa oscuridad.

Lo siento Gray-sama, Juvia estaba en la ducha.

Pasos lentos pero seguros resonaban sobre el pavimento, acercándose al golpeado y humeante auto, deteniéndose precisamente fuera de la ventanilla del inconsciente conductor.

―¿Gray-sama?

La figura de un hombre se detuvo frente al moreno, y abrió la puerta de inmediato, complacido con la imagen que encontró en el interior.

Gray-sama por favor responda…

La voz aguda proveniente del teléfono celular del conductor llamó su atención. Lo tomó del suelo donde se encontraba caído, y lo llevó a su oído para confirmar que la chica aún permanecía al otro lado de la línea.

Gray-sama, ¿escucha a Juvia?

Una sonrisa ladina se formó en sus labios, y alejó el celular de su oreja para colgar la llamada y guardarlo en su bolsillo. Observó una vez más al chico inconsciente, y notó el hilo carmín que se escurría por su frente y bajaba por el puente de su nariz hasta formar pesadas gotas que se escurrían hasta su ropa.

Aquella imagen lo deleitó.

Desabrochó su cinturón y lo tomó por su camisa, el cuerpo del moreno era pesado por lo que le fue imposible arrancarlo del asiento sin perder el equilibrio y terminar arrojándolo a la calle. No le importó que su cuerpo impactara con fuerza contra el pavimento, tampoco las magulladuras que se formarían en su cuerpo al arrastrarlo sin piedad alguna por un par de metros.

El celular del chico volvió a sonar, y el rubio lo retiró de su bolsillo confirmando su procedencia con una complacida sonrisa.

―Llévenselo al auto.

.

.

―8.740―

―Gracias por leer―

.

¿Tomatazos? xD

*Quiero dejar constancia de mi profundo agradecimiento a mi bella Scarlett Ackerman por su infinita paciencia y apoyo. Así como a Chachos y lightkey27 por sus consejos y sugerencias. Si ustedes tres no hubieran estado allí para escuchar y leer mis desbordes de ideas, y ayudarme a organizarme, probablemente esto hubiera llegado a las 30.000 palabras de vómito verbal.