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Este fic participó en el Harry/Draco Mpreg Fest 2011 de la Comunidad Harry/Draco Mpreg.


PRÓLOGO

Bosque de Białowieża, agosto de 1651

Białowieża es una pequeña aldea polaca en medio del bosque del mismo nombre. Una extenso e imperturbable terreno que forma parte del llamado Gran Bosque de Lituania, repleto de hayas, fresnos, tilos y carpes. La mayoría de sus habitantes trabajan como guardas forestales para el rey, en este momento Juan II Casimiro. El refugio de caza real está muy cerca de la aldea, ya que Białowieża, desde el siglo XV, es coto de caza de los reyes polacos.

Los aldeanos son gente sencilla y poco ilustrada. Solamente el jefe de la aldea sabe leer, y lo hace de una forma más bien rudimentaria. Su vida está profundamente ligada a la naturaleza que les rodea y gira entorno a la preservación de las especies que sólo el rey y sus nobles tienen derecho a cazar: ciervos, corsos, alces o jabalíes. Y cuando el invierno cubre con su espeso y glacial manto Białowieża, tienen que guardarse de lobos y linces en busca de presas que llevarse a las fauces. Durante estas largas y heladas noches, gentes temerosas y crédulas, sus vidas gravitan alrededor de una botella de vodka mientras los viejos del lugar desgranan creencias populares y leyendas.

Sin embargo, el vodka sigue corriendo de mesa en mesa también en primavera y verano. Como las leyendas. El viejo Aleksy, con su inseparable ladanky(1) colgado al cuello, bebe y habla con igual entusiasmo, apoltronado en su mesa de siempre en la pequeña taberna. Los dos forasteros que han pagado la botella le escuchan también con sus vasos en la mano, quemando de vez en cuando sus gargantas con la alta graduación del aguardiente fabricado de forma casera en el alambique de Józef, el tabernero.

Esta noche Aleksy no les habla de encrucijadas, lugares mágicos y sagrados donde pronunciar invocaciones o enterrar talismanes y amuletos; tampoco de las flores de fuego, que florecen en el bosque durante la medianoche y son defendidas por demonios a los que hay que engañar para conseguirlas. Esta noche les habla de las wilas.

—Guárdense de ellas, caballeros —les advierte—. Disfrutan extraviando a los viajeros que las siguen confundiéndolas con encantadoras y hermosas mujeres de largos cabellos, que los atraen con sus cantos.

—¿Cómo las sirenas? —pregunta uno de los forasteros en un tono claramente escéptico.

Han pasado ya dos noches en Białowieża y ésta será la tercera. Han tenido oportunidad de ver lo que da de sí la esponja que el viejo tiene en el estómago. Pero ni la botella ni el aire burlesco de los dos forasteros distraen a Alesky de su historia.

—Sus hermosas voces inducen a la víctima en un trance que le hace olvidarse de todo, incluyendo comer, beber o dormir. A veces durante días.

Los dos hombres sentados frente al anciano aldeano se miran con condescendencia. Ellos saben mucho más de encantamientos, de pronunciar invocaciones, de talismanes o seres mágicos de lo que ese pobre hombre analfabeto sabrá jamás. En sus tiempos de colegio estudiaron a las sirenas y saben lo que es un animago, aunque se sabe que hay muy pocos y ellos, personalmente, no conocen a ninguno. Nunca han oído hablar de estos espíritus femeninos que, según Alesky, habitan en bosques, lagos, montañas o nubes, como las ninfas o las hadas, y que tienen el poder de transformarse en otros seres como cisnes, caballos, lobos, halcones o serpientes. Demasiado tiempo libre y demasiado vodka, piensan.

—Son tan bellas… —murmura Alesky embutido en una repentina ensoñación de la que es muy difícil discernir si son culpables sus presentes pensamientos o el alcohol. Seguramente, ambos.

—¿Las ha visto alguna vez?

El aldeano niega lentamente con la cabeza, la mirada un poco nublada, mientras su mano temblorosa llena otra vez el vaso.

—Guárdense de las wilas —murmura—. Y de sus círculos de danza…

En el año del Señor de 1629, pocos viajeros se atreven a cruzar el Białowieża, espeso y compacto. Ni siquiera hay caminos en su interior. Las escasas rutas comerciales que lo atraviesan lo hacen siguiendo el curso de los ríos. Pero Arcturus Malfoy y Arsenius Jigger son dos jóvenes intrépidos, con su espíritu aventurero todavía intacto y lleno de arrojo. En Inglaterra, de donde proceden, les conocen como las dos A desde los tiempos del colegio, cuando entablaron amistad. Ambos han nacido en el seno de familias adineradas y son los unigénitos y herederos de cada una de ellas. Tienen la misma edad y los mismos intereses. Ambos son pocionistas y, a parte de su intención de recolectar en el bosque polaco helechos, musgos y hongos representados por una gran variedad de especies que en su país no existen, lo que secretamente les ha llevado a Białowieża es comprobar la existencia de la flor de fuego, de todo el extenso repertorio del viejo Alesky, tal vez lo único que podría ser real. La flor de fuego es una flor mística, y el que la posea adquirirá el poder de leer la mente (sin legeremancia), pronunciar presagios (sin necesidad de bolas de cristal o posos de té) y rehacerse de cualquier mal. Otro secreto que han guardado celosamente es que son magos. Y su arrogancia proviene de las varitas que esconden bajo sus ropajes y les lleva a despreciar cualquier supuesto peligro que aterrorice a estos desgraciados muggles, gente inculta y sin clase.

Cuando esta noche se acuestan en la modesta habitación que han alquilado en la taberna, sus sentidos están un poco nublados por el vodka. Mientras se desvisten, tambaleantes, para meterse en sus camas, ahogan carcajadas de burla entorno a la historia de Alesky, que consideran una excentricidad más de todas las que les ha contado desde que han llegado a la aldea. Caen sobre los burdos colchones rendidos, sin tiempo a quejarse por la estrechez de sus camas.

Al día siguiente se levantan con la boca pastosa y la mente espesa. Nada que les impida disfrutar de una gran taza de café turco que acompaña al pan, los huevos, los embutidos, las kiełbasas(2), los tomates y el twaróg(3). Satisfechos, recogen utensilios y mochilas, junto a la comida que les han preparado, y se disponen a pasar el día fuera para recoger ingredientes y buscar la mítica flor de fuego.

A pesar de encontrarse en pleno agosto, después de comer la humedad reinante en toda la zona les obliga a ponerse de nuevo sus capas de viaje, aunque les molesten un poco a la hora de agacharse, buscar y remover entre la vegetación. A las cinco de la tarde deciden regresar a la aldea, con las mochilas llenas de raras especies de plantas, pero vacías de flores de fuego. Les queda un buen trecho de vuelta y no quieren que les atrape la oscuridad entre vegetación espesa, árboles caídos y animales salvajes.

Arsenius va delante, abriendo paso a través de hierbas y arbustos. Es más corpulento que su amigo, aunque no tan alto. A pesar de su juventud el ralo pelo castaño escasea más de lo que debería, amenazando con desaparecer antes de los treinta. Sin embargo, sus facciones son agraciadas y su sonrisa cautiva a las chicas. Arcturus, más alto y delgado, tiene una cabellera negra y lacia que le llega hasta los hombros, aunque ahora por cuestiones prácticas la lleva recogida en una cola. Es más serio y desconfiado que su amigo. Quien impone la razón siempre que las cosas empiezan a írseles de las manos. Caminan en silencio, cada cual sumido en sus propios pensamientos. A pesar de su expresión reservada, Arcturus está animado. Han recogido especies valiosas y todavía les queda una semana por delante para tratar de encontrar la flor mítica que buscan. Arsenius va rumiando si alguna de las especies que ha recolectado hoy resultará ser el ingrediente ansiado para fabricar una eficaz poción contra la caída del cabello.

Contrariados, descubren con el paso de las horas que se han alejado de la aldea mucho más de lo que pensaban. Ha oscurecido antes de lo que preveían. Ya se puede divisar la luna entre las copas de los árboles. Iluminan el inexistente camino con sus varitas y, de vez en cuando, ejecutan un hechizo de brújula para asegurarse que están caminando en la dirección correcta. Arsenius, de pronto, se detiene.

—¿Lo has oído?

Arcturus, que casi tropieza con él, presta atención. Y también lo oye. Ambos se miran con una divertida expresión de incredulidad.

—¡Por Merlín que le pago las botellas de vodka que quiera, si el viejo tiene razón! —asegura Arsenius, con la sonrisa bailándole en los ojos y en los labios.

Su amigo, más prudente, le detiene cuando Arsenius ya está a punto de echar a correr en dirección a las melodiosas voces que la suave brisa nocturna ha llevado hasta ellos. Sin embargo, la prudencia le dura el suspiro que tarda en correr detrás de Arsenius, ambos tan rápido como la oscuridad y lo accidentado del terreno les permiten.

Cuando llegan al hermoso claro del bosque que la luna ilumina como un paraje encantado, ambos amigos se aturden, olvidan sus nombres, que han corrido y que por esa razón sus pulsos laten tan acelerados y casi se han quedado sin respiración. Sienten sus músculos relajados y una sensación general de somnolencia, como si estuvieran por dormirse. Pero no tienen sueño. No obstante, sus cuerpos parecer querer dejarse ir, y los sientes livianos y cálidos. Les invade una sensación de libertad y despreocupación, mezclada con un confuso deseo de reír y llorar al mismo tiempo. El tiempo se distorsiona y ya no saben si llevan horas, días o meses en aquel plácido lugar o simplemente acaban de llegar.

Las seis mujeres han detenido su seductora danza y ahora los observan. Son las más hermosas que Arsenius y Arcturus han contemplado jamás. Visten nebulosas túnicas que revelan la belleza de sus espléndidos cuerpos y resplandeciente piel. Sus largas melenas platinadas fluyen a su alrededor, moviéndose suavemente, agitadas por esa brisa que parece haberse transformando en viento en el centro del claro. Sin embargo, ninguno de los dos amigos nota corriente de aire alguna.

Guárdense de las wilas y su círculo de danza.

Arsenius y Arcturus ya no son dueños de su razón. Embelesados, obedecen el cadencioso gesto de una de las mujeres, que les invita a unirse a ellas.

Cualquiera tan desafortunado como para ver un baile de wilas, tendrá que unirse a ellas y bailar, bailar, hasta morir de agotamiento.

Los dos magos acompañan a las sublimes ninfas en su danza. Y bailan, ansían, se mueven como marionetas tras sus armoniosas voces. Las wilas juegan con ellos, maliciosas, y ellos creen estar en el paraíso.

Las primeras luces del alba empiezan a iluminar el claro. Arsenius y Arcturus siguen sintiendo sus cuerpos tan ligeros como si acabaran de disfrutar de un largo descanso, cuando en realidad están exhaustos. Pero tienen el ánimo tan enfebrecido, tan deseoso e inflamado que ya rozan la locura. Arsenius está de rodillas, sollozando de pura frustración mientras tres wilas bailan a su alrededor, sin dejarse alcanzar por las ávidas manos del mago. Arcturus no entiende por qué le tiemblan las piernas y amenazan con derrumbarle como a su amigo. Pero sus ojos no pueden apartarse de Katarina, la wila que ha estado atormentando su pasión durante toda la noche, desplegando preferentemente en él todas sus armas de seducción. Y cuando por fin sus piernas ceden, Arcturus busca instintivamente un punto de apoyo que le sostenga. Pero lo único que su mano alcanza es un mechón de platinado cabello que arranca bruscamente en su caída.

El grito de Katarina desgarra el bosque, casi tan mortal como el de una banshee. El de su madre, Jerisavlja, la supera. La que hasta ese momento ha sido una hermosa mujer, se transforma en un ser de aspecto salvaje y peligroso.

—¡Tú, humano! ¡Cómo osas! —trona.

Con las manos todavía en la húmeda yerba, Arcturus levanta la cabeza hacia la terrible voz, conmocionado. Es como despertar de un dulce sueño sobresaltado por la inclemencia de una terrorífica tormenta. La wila ha caído junto a él. Cubre el rostro con sus pálidas y resplandecientes manos y se lamenta. Sus delicados cabellos han quedado enredados entre los dedos del mago y con ellos, la voluntad de Katarina.

Hay tanto que Arcturus todavía desconoce, que cuando Jerisavlja avanza iracunda hacia él, teme por su vida. Pero Katarina le cubre con su propio cuerpo y le protege. No puede hacer otra cosa ahora que las tornas han cambiado y su albedrío está en manos del mago. Jerisavlja se detiene, todavía rebosante de furia. Sabe que su hija ya había elegido al humano como esposo para procrear las hijas que heredarían su belleza, ojos claros y rubios cabellos, y también la capacidad mágica de su padre. Después, como ha hecho ella, su madre antes que ella y todas su antepasadas, abandonaría a su esposo, quien se sumiría en una profunda depresión hasta morir de melancolía. Pero el mago la ha ofendido enormemente al arrancar los rubios cabellos de Katarina y someterla. Y las wilas tienen un temperamento terrible cuando se las ofende o creen que se las miente o se las engaña, y pueden infligir aterradores castigos. Y como la poderosa bruja que también es, Jerisavlja lanza su maldición al desventurado Arcturus:

"Por tu osadía, humano, condeno a tu raza a mantenerse unida a la mía. Mientras corra un octavo de sangre wila por las venas de tus descendientes tu linaje estará asegurado. Más vuestras compañeras solamente parirán varones y éstos, llegados a la edad en el que el cuerpo de una niña madura, madurarán también, siéndoles concedido el don de la procreación. Sólo cuando uno de tus descendientes encuentre el valor de gestar a su propio descendiente, nacerá la primera hembra y la maldición que hoy impongo, se romperá".

Arcturus Malfoy volvió a Inglaterra sorprendiendo a su familia al hacerlo acompañado de su bella esposa Katarina.

Arsenius Jigger jamás regresó del bosque de Białowieża.


(1) En mitología polaca el ladanki era la bolsa en la que se guardaban hierbas medicinales, amuletos o talismanes, que se colgaba del cinto o del cuello de la persona que la portaba

(2) Típicas salchichas polacas

(3) Queso polaco