La autora de esta historia es Shadowcatxx, yo simplemente la he traducido. La versión original está en inglés y se llama Fortune's Favour.
Personajes por orden de aparición:
AMÉRICA - Alfred
CANADÁ - Mathew
INGLATERRA - Arthur Kirkland
FRANCIA - Francis Bonnefoi
ESPAÑA - Antonio Fernández Carriedo
ROMANO - Lovino Vargas
PRÓLOGO
El niño de ojos azules parecía un angelito sacado de un cuadro, con sus suaves cabellos dorados y su sonrisa grande y brillante como el sol.
Pero Al no estaba sonriendo. Su corazón latía desbocado y sus manos estaban cerradas en pequeños puños mientras lágrimas perladas rodaban por sus regordetas y rosadas mejillas. El hombre llamado Serge había cogido a su hermano mellizo y lo estaba hiriendo. Al podía oír el llanto de Matt, arrancado desde el fondo de su garganta, y a Serge -embriagado hasta la incoherencia- aullándole que se callara. Al podía ver los feos moretones que Serge infligía a Matt mientras lo pegaba, que decoloraban aún más su pálida piel, como manchas de tinta. Al se retorció como un pez fuera del agua y suplicó:
—¡Para! ¡Le estás haciendo daño a Mattie! ¡Por favor, para!
Pero Serge sólo le respondió que se estuviera callado, que no alborotase. Al quería replicar, defenderse a sí y a Matt, pero estaba petrificado ante la ira de Serge. Se sentía así a menudo. De modo que se mordió el labio y, con sus grandes ojos azules inundados con lágrimas, apretó los puños y se sentó en la cama en la que Serge le había ordenado que se quedara, y observó la horrible escena. Sintiéndose solo, asustado e impotente, miró a Serge abusar de su hermano, a sabiendas de que él era el siguiente.
Mucho más tarde, los mellizos estaban acostados juntos en el cajón volteado que, relleno con una vieja almohada de paja, hacía las veces de cama. Fingían dormir; en realidad estaban abrazados, en busca de alivio y seguridad, aunque ninguno se sentía a salvo. No desde que Madre se había ido, dejándolos solos con Serge en aquel lugar.
—Ahora me pertenecéis —les decía cada noche—, a mí y a nadie más, y haré lo que quiera con vosotros porque soy vuestro padre.
Los mellizos asentían y obedecían; cuatro años de edad eran muy pocos como para reconocer a Serge por lo que era. Para ellos, era lo único que los separaba del desamparo: los alimentaba y los vestía, y los protegía de todo salvo de él mismo. Nadie más sabía que existían, tal y como nadie había sabido nada acerca de Madre.
—Sois mi secreto —les decía—, y los secretos deben ser guardados.
A la edad de cuatro años, Al y Matt eran ya hábiles guardando secretos. No le decían a nadie lo asustados que estaban ahora que Madre se había ido, o lo confusos que habían estado tras su súbita desaparición. Cuando yacían despiertos por la noche, oyendo los ruidosos ronquidos de Serge, se decían que ella volvería al día siguiente para recogerlos y llevárselos de allí. Ninguno entendía el concepto de abandono, pero comprendían bien el sentimiento. Durante semanas espiaron desde la ventana del desván, mirando a través de los campos hacia el reluciente mar.
Cuando un barco llegó por fin, sin embargo, no traía a Madre. Desembarcó un grupo de hombres uniformados, todos ellos armados con largas bayonetas. Los casacas rojas lucharon contra los hombres de Serge y luego prendieron fuego a la casa.
