Sentado en aquella hermosa colina al atardecer, se debatía sobre qué hacer con su vida: ¿seguir a la razón o al corazón?
Encendió un cigarrillo... sabía muy bien que a ella no le gustaba que fumara, pero ella no estaba allí en ese momento así que ¿por qué no?
Cerró los ojos y dejó que el humo inundara sus sentidos, quizás así encontraría la respuesta que buscaba. Pero a su mente sólo llegaba la dulce sonrisa de ella y lo feliz que él se sentía a su lado. Entendió que era su corazón quien le hablaba y que no había nada más en que pensar.
Tomó aquel arrugado papel que guardaba en el bolsillo de su pantalón, era una carta de su padre que había recibido el día anterior donde le exigía que regresara a casa, que tenía un deber que cumplir.
Pensar que tenía que regresar a aquel lúgubre castillo le provocaba náuseas, pero le enfermaba más el hecho de que su padre le exigía el regreso, no porque lo extrañara, sino para obligarlo a ocupar un puesto que por deber le correspondía, pero que él no quería.
Exhalando el humo que había retenido en sus pulmones, acercó el cigarrillo a una de las esquinas de la misiva que ya había aprendido de memoria y dejó que el fuego la consumiera.
Se puso de pie y observó como el viento esparcía las cenizas del papel consumido. Y sonrió.
Su decisión estaba tomada. No regresaría a Inglaterra. Se quedaría al lado de su amada.
Tomó otro pequeño papel que guardaba en el bolsillo de su camisa, al lado de su corazón. Era una pequeña nota que ella había pasado dejando a su hotel hacia unas cuantas horas:
"El resultado del asunto tratado es positivo. Como siempre te espero después de la función. E. B."
-Me has hecho el hombre más feliz del mundo Eleanor. Lucharé por ti y por nuestro bebé que viene en camino. Nadie jamás nos separará -se dijo Richard Grandchester.
Y así con el corazón lleno de amor y alegría dejó aquella colina donde ya la noche caía y fue en busca de la mujer que amaba.
