Chico loco + chico cascarrabias.
Ningún personaje me pertenece, esta historia es ficticia y no hace referencia a el manga y/o serie en emisión además del uso de sus personajes.
Haikyuu pertenece a Haruichi Furudate.
Entrar a preparatoria es uno más de los pasos de la juventud, sin embargo por alguna razón es como entrar a un mundo desconocido donde empieza el autodescubrimiento, aceptación y autoaceptación, todos luchan por tener un lugar dentro del caos.
Los de primero siempre llegan temerosos y expectantes, algunos desde que llegan saben a lo que tienen que atenerse, otros, lo saben a medida que pasa el año. Cuando estás en segundo, ya nada te importa.
—Si te fijas en los mangas, siempre los que están por debajo de nosotros los populares, terminan siendo los más exitosos o los más felices en sus relaciones amorosas, así como están los pendejos que matan a todos en alguna parte de la trama, yo creo que estos chicos rechazados son los que terminan más locos. — Solía decir Makki, mi compañero de clase y uno de mis amigos de toda la vida.
Ser mordaces y lengua suelta era el trabajo de Hanamaki y Matsukawa, ambos unidos como uña y mugre desde que éramos pequeños, feroces víboras con los que no debías meterte o no saldrías bien parado ni aunque tuvieses la razón.
Por otro lado estábamos Iwa-chan y yo, el dúo que no combina pero aún así hemos logrado sobrevivir todos estos años, a excepción de la vez que me le declaré; junté todo mi valor por una semana y le dije todos los sentimientos que estaba guardando por él.
En momentos así te haces una idea maravillosa y casi utópica de lo que podría pasar, mas cuando se trata de Hajime, poner la guardia en alto y buscar la cara que te haga ver menos patético es lo que debes hacer. En pocas palabras, Iwa-chan me rechazó, diciéndome que era asqueroso y que ni en un millón de años se iba a fijar en mí, siquiera pensar en tocarme o verme de esa forma se le hacia repugnante. Estuve una semana encerrado en mi habitación.
Para cuando volví a la escuela, Hajime hizo como que mis sentimientos jamás hubiesen salido de mi pecho, y yo preferí no mencionar nada de ello tampoco, así hemos seguido nuestra amistad hasta ahora.
Cuando tanteas terreno desconocido es mejor atenerse a todos los tropiezos y desventuras que esto trae, por suerte, la pizca de chispeza y la buena apariencia que traigo encima me han ayudado a salir del suelo mediocre de los rechazados, teniendo un porcentaje desmesurado de éxito con las mujeres.
Probé con un par, el sexo con chicas es extraño, son escandalosas al punto de no saber si están sufriendo o disfrutando, no es como que haya tenido experiencia con algún chico, pero lo que sí sé, es que no me gusta ser el que mira desde arriba.
—Es muy raro recibir compañeros nuevos en segundo año — Decía Matt, apoyando la barbilla sobre la palma de su mano manteniendo siempre esa mirada de aburrimiento. Es de esos chicos que parecen interesantes, pero la verdad es que nunca piensa nada, está en blanco, como un papel. Es un idiota.
El bullicio del salón se detenía ante cada golpetazo que se escuchaba, y todos los ojos dirigieron su atención al ruido continuo que no cesaba, e incluso yo no pude evitar entreabrir un poco mis labios ante la sorpresa, dando un codazo a Makki cuando le escuché reír por la nariz.
—Este es Bokuto Kōtarō, su nuevo compañero, trátenlo bien. — El chico cargaba un bastón largo, un tipo de fierro con mango, mientras que en su otra mano una gran máquina blanca, parecía de esas máquinas de escribir antiguas, pero con teclas diferentes.
El pelo bicolor del muchacho era un gran foco de atención, pero no era el color, era ese peinado hacia arriba en dos puntas, ¿Qué era esa cosa? Definitivamente alguien se estaba aprovechando de él. Pero más importante, Bokuto Kōtarō, era ciego, un inválido había llegado al salón y a juzgar por su insignia*, Bokuto además de ciego, era un becado e irremediablemente pobre.
—Te cagas de que este no se salva de nada.
Lo dije sin pensar, todo el salón me miró con espanto y supe que la había cagado.
Bokuto carraspeó y toda la atención sobre mí se fue en instantes, el chico era como un imán, bueno, no puedes evitar mirarle, ¡Vamos! Es ciego y su pelo tiene dos colores, además tiene un peinado de mierda, vaya a saber por qué se lo hace si no está viendo cómo lo hace.
—Es un placer conocerles, soy el chico imagen benévola de la escuela, mi cara estará impresa en las camisetas de gimnasia y los folletos llevaran mi nombre. ¡Hey, hey, hey! Soy una especie rara en extinción, prendan velas a mi foto y dejen que limpie mis pies en sus uniformes, chicos ricos.
—Te cagas de que este no se salva de nada. — Esta vez, nadie me miró, y el salón estalló en risas porque el muy idiota que no se estuvo quieto en su jodida y aburrida presentación, estuvo todo el rato parloteando en dirección al pizarrón mientras sostenía en alto los que seguramente eran sus únicos amigos, el palo ruidoso y la máquina estúpida.
El profesor lo llevó hasta su asiento y la clase siguió con normalidad.
Si es que le puedes llamar 'normalidad' al maldito ruido que golpeteaba y perforaba nuestros oídos cada vez que el profesor hablaba, pues Bokuto escribía con empeño cada palabra en ese objeto endemoniado del que ya sabíamos su uso. El chico mantenía la faz apuntando hacia el frente, con los ojos cerrados pero lleno de orgullo por lo que se veía, pues la sonrisa no se le iba. Seguro ya sabía que nos había tocado en el culo a todos y que ya queríamos matarle. Habían pasado sólo veinte minutos de clase.
—Te juro que ya le quitaba esa mierda y la tiraba por la ventana.
Hajime apretaba su sien con los dedos con obvia molestia, así era el chico del que estuve/estaba enamorado, un ser apasionado por el odio y la tortura hacia todo lo que le molestaba.
—Tranquilo, Iwa-chan. Cuando roncas eres más molesto que esa máquina. — Así me ganaba los puñetazos en las costillas. Seguro ya tenía un par rotas. Los derechazos de Iwa-chan son fascinantes.
El receso era casi glorificado por los estudiantes, la mayoría de las personas creía que asistir a nuestra escuela era un beneficio y una ventaja de tener dinero, para alguno de nosotros sí lo era, pero cuando miras alrededor te das cuenta del montón de insignias amarillas que nos rodean, todos chicos y chicas de esfuerzo que han trabajado toda su vida para llegar a este lugar donde, aunque no lo crean, los estudios y ser inteligente es tu todo.
El color no era lo importante, pero los grandes empresarios al parecer se divierten marcando y separando las clases sociales, porque aquí o entras por tu dinero o entras por tus méritos, no hay otra opción, yo llegué aquí, por mi dinero. De inteligente apenas tengo unos cuantos pelos.
Bokuto era uno de los nuevos becados, uno especial y de los que nunca se habían visto, un inválido. Al parecer la imagen de la escuela estaba decayendo, él será el impulso que traerá devuelta el esplendor. Lo iban a usar. Bokuto obviamente lo sabía. El por qué aceptó, vaya alguien a saber.
Antes de salir eché un vistazo al único que no había salido, estuve apunto de preguntarle si necesitaba ayuda o algo, pero tres personas llegaron gritando el nombre del peliblanco, de primer año y uno de tercero, todos becados.
Bokuto estaba como desconectado, pero cuando estos chicos aparecieron, su semblante se transformo de forma asombrosa, vaya, una sonrisa preciosa. Y extraña, pero preciosa.
Me detuve y observé.
Uno de los chicos sacó un bote de gel y lo embetunó por las hebras de Bokuto, dándole una forma perfecta a ese estúpido peinado. Ya tenía al culpable.
Los otros dos permanecían al margen, alejados pero cerca, desinteresados pero con una mirada llena de cariño hacia el chico ciego. Seguramente lo protegían como un preciado hermano. Tuve envidia.
No repararon en mi presencia, ni en que los miraba con tal atención, me quedé prendado, maravillado y hasta torpe. Para mí, la bondad humana era algo que no ves muy seguido, debes apreciarla y disfrutarla, porque no sabes cuando volverá.
—Oikawa, joder, tengo hambre. Si sigues ahí mirando como idiota quién sabe qué, te dejaremos atrás.
Los chicos ajenos a nuestro salón se llevaron a Bokuto, el susodicho dejó todas sus pertenencias, incluso ese molesto palo que evitaba que chocara, seguramente no lo necesitaba con ese trío guardián. Bokuto salió con su brazo entrelazado con el del chico rubio y alto, que perezosa pero cuidadosamente lo guiaba por los pasillos. Mientras, ruidoso e hiperactivo, Bokuto gritaba que quería pan de melón y que un tal Oikawa era su nuevo compañero de habitación.
Espera… ¿Qué?
