Y allí en la batalla que se encontraba, aunque tenia alrededor a sus hombres y enfrente a su enemigo, no podía dejar de pensar en ella. Sus ojos verdes inocentes, su labios finos que siempre marcaban una sonrisa cariñosa y alegre. Cerraba los ojos y era como verla. Era pequeña comparada con él pero habia demostrado ser una buena guerrera. Y ahora seguramente tendría que dejarla sola, porque esta era la tercera guerra que tenia con Roma y las otras dos las habia perdido…pero no podía perder…no podía ni quería perder…si él caía…el destino de ese malnacido de Roma seria su familia. Su dulce Similce y sus dos pequeños retoños, los tres le esperaban en su casa de Iberia.

Los pequeños esperarían que les contara una historia mientras Similce solo se conformaría con su presencia allí. Abrió sus ojos azules y frunció el ceño mirando a Roma, que se erguía sobre el caballo orgulloso, vanagloriándose de una victoria casi segura ante los cartagineses. Âkil soltó un gruñido sin poder evitarlo.

Y entonces comenzó la batalla, las espadas de ambas naciones chocaron, ninguno sonreía concentrados en la batalla. El sonido del metal chocándose era el fondo de todo, pero Cartago solo podía pensar en su familia y que pasaría si él desaparecía

Cartago no ganaría nada y perdería todo

Roma no perdería nada

Y como si el destino se hubiera puesto en su contra aquel fatídico dia, el arma de Roma cruzo su estomago. El africano intento aguantar la espada pero le empezaron a fallar las fuerzas

-No te preocupes, los cuidare bien

-N-No te atrevas a acercarte a ellos…ni los mires…-espetó mientras su vista empezaba a nublarse y la espada caía de su mano ya sin fuerzas-no eres mas que...un bastardo

-Un imperio, Cartago, como tu lo has sido…ya me pregunto como serán tus hijos

El romano se alejó cuando el mas moreno de los dos cayo al suelo. Y entonces lo supo. Les habia fallado. Le habia fallado a ella. A ese ángel que era Iberia, su dulce Similce. Nunca mas podría verla sonreír ni podría enseñar a sus hijos a luchar como les habia prometido.

-Lo siento…


Similce estaba en la casa preparando la comida de los niños mientras estos estaban fuera jugando con las espadas de madera que les habia regalado su padre hacia un tiempo. A saber donde andaba ahora el africano, la ibera le echaba mucho de menos. Llamaron a la puerta y ella fue a abrir extrañada por eso, no esperaba a nadie, ni siquiera a Galia.

Cuando abrió se encontró con un soldado cartaginés, un mal presagio se instalo en su corazón pero intento ignorarlo. Sonrio suavemente al hombre.

-Hola

-¿Usted es Iberia?-pregunto el soldado a lo que la mujer asintió con la cabeza-…siento decirle esto pero…Cartago a muerto en la batalla contra Roma…

El soldado siguió hablando peor ya Iberia no escuchaba, las lagrimas habían empezado a formarse en sus ojos ¿Âkil habia muerto? Eso no podía ser, él le prometió que volvería y nunca faltaba a su palabra. El soldado señalo una camilla que tenia el cuerpo de la antigua nación. Similce corrió hacia allí y se arrodillo a su lado abrazándolo mientras lloraba

-No…no…Âkil…no, tu no…-sollozo la ibera entre suaves susurros mientras no paraba de llorar.

El viento vibra como un corazón
que se perdió en el huracán
las nubes extractos
de voces de ayer
que no tuvieron futuro
la luna lanza su luz hacia aquí
como un espejo casi sin luz
y las estrellas lloran por mi
gotas perdidas en un mar

Después de todo lo que habían pasado no se podía creer que ahora él no fuera a estar nunca mas con ella. No vería a sus hijos mas, no jugaría con ellos. No se imaginaba la vida sin Âkil. Antes no sabia lo que sentía por él pero cuando descubrió que era amor, se volcó en la relación aunque al principio él no se creía que ella le amase de verdad ¿Por qué iba a hacerlo de un guerrero? Solía decir.

¿No seria mejor pasear junto a ti?
tu mano enlazar y nada mas
lo que quiero hacer es
seguir junto a ti
en un lugar para dos
este es el fin
tu piel junto a mi
mil noches sin fin
sueño de amor. . . .

Habían pasado tanto juntos, tantos paseos, tantas noches entre susurros para no despertar a los niños, tantos juegos y noches de pasión ¿todo habia acabado? Similce no lo podía asimilar

El viento vibra con mi emoción
creo escuchar su fuerte voz
las nubes trazos de un futuro cruel
resuenan muy lejos
aun puedo ver la luna desde aquí
las nubes cubren borra su luz
y las estrellas rotas al fin
lloran su pena sobre mi

Todavía parecía escucharle regañarla por hacer una tontería o por ser muy inocente pero lo que mas recordaba era su sonrisa. Si, esa sonrisa que solo hacia cuando Similce era la destinataria porque si no el rostro del hombre parecía tallado en piedra.

-Te quiero Âkil...no me dejes…-siguió llorando encima del cuerpo del que habia sido su esposo hasta que se quedo dormida y los soldados la llevaron a su hogar