Los Pokémon pájaro volaban plácidamente por un cielo prácticamente despejado que permitía a los rayos del sol ofrecer la totalidad de su calor. Una bandada de Pidove disfrutaba de ese día dejándose llevar por las corrientes de aire cuando, súbitamente, unos rayos eléctricos golpearon a un par de ellos. La bandada se dispersó presa del pánico.

Abajo, en el campo que se extendía bajo las alas de los Pokémon pájaro, se estaba librando un combate Pokémon. Dos entrenadores aprovechaban el buen día para realizar sus batallas. Un chico de ojos azules y pelo negro daba órdenes a un Pokémon dragón y una zorrilla mientras otro de cabello castaño y ojos marrones hacía lo mismo con un lince y un topo. El campo de batalla ya mostraba indicios de un largo duelo, con hierba quemada y tierra levantada por casi todos lados excepto por la que había detrás de los entrenadores.

—¡Salamence, usa lanzallamas! ¡Eevee, intenta reforzar el movimiento otra vez!

—¡Luxray, no permitas que el Eevee use ese movimiento con un rayo! ¡Excadrill, distrae al Salamence con tu garra metal!

El Salamence rugió y preparó las llamas en el interior de la boca para dispararlas nada más recibiera el poder adicional del movimiento de la Eevee. El Pokémon zorrillo corrió hacia el dragón como si su vida dependiera de ello, situación bastante acertada debido al poder eléctrico del Luxray. El último movimiento por parte del Pokémon lince la había separado de su compañero de combate y alejado la distancia perfecta para convertirla en un blanco fácil. El Excadrill hizo brillar sus garras de acero y se lanzó hacia el Salamence como si no le importara el peligro de las llamas del dragón.

—¡Ahora, Salamence!

El Pokémon dragón obedeció y no esperó a que su compañera le otorgara el refuerzo que pretendía darle la Eevee por orden su entrenador. El lanzallamas salió de su boca con gran fuerza y dio de lleno en el gran topo, el cual intentó defenderse, sin mucho éxito.

—Maldición. ¡Luxray, detén al Salamence!

El Luxray cambió de objetivo y descargó su rayo en el dragón. El golpe fue muy poderoso y provocó que el Salamence aullara de dolor. Mientras tanto, la Eevee ya se había acercado y colocado junto a su compañero de combate. Se mantuvo apartada hasta que el cuerpo del dragón dejó de expulsar chispas.

—Salamence, ¿estás bien?

El Pokémon dragón se quedó temblando unos segundos, pero reaccionó a la pregunta de su entrenador con un rugido de guerra. Había sufrido daños graves, pero aún podía pelear. Sin embargo, no se podía decir lo mismo del Excadrill, el cual había caído debilitado por el torrente de fuego del Pokémon dragón.

—¡Eevee, refuerzo!

La zorrilla continuó con su movimiento y de unos pequeños saltos se posicionó entre las alas rojas del dragón. Luego presionó sus suaves y esponjosas patas y se envolvió en una fina aura que traspasó al Salamence y poco a poco este también acabó envuelto en el aura. El Pokémon dragón sintió la energía que estaba recibiendo por parte de su compañera y arañó la tierra con sus zarpas. Todo el poder que estaba absorbiendo, toda esa energía, quería liberarla. Lo necesitaba.

—Salamence, sentencia el combate con tu lanzallamas potenciado —ordenó el entrenador de ojos azules.

Salamence volvió a rugir mientras volvía a llenar su boca de fuego. Esta vez, ni el propio dragón podía contener las llamas en su boca, las cuales abandonaban su hocico y se extinguían creando finas columnas de humo. Cuando ya no lo aguantó más, el Salamence abrió la boca y lanzó un nuevo torrente de llamas mucho más grande y poderoso que el anterior.

—Luxray, esquívalo.

Fue imposible.

El Pokémon lince trató de evitar las llamas realizando uno de sus altos saltos, pero el lanzallamas del Salamence lo alcanzó a pesar de haberse elevado del suelo más de tres metros. Incluso el entrenador del Pokémon lince se tuvo que hacer a un lado para que el lanzallamas no terminara dándole a él. Cuando Eevee finalizó su refuerzo, el Salamence dejó de escupir fuego y se sintió exhausto y aliviado a la vez. Se había deshecho de la energía extra, pero también había gastado una gran parte de la suya, la cual, durante el combate, ya se había mermado bastante.

El combate finalizó con el Luxray y el Excadrill chamuscados por las llamas del Salamence.

—Buen trabajo, Salamence. Y tú también, Eevee. Volved, os merecéis un descanso.

El entrenador apuntó con dos Pokéball a los Pokémon y unos rayos rojos convirtieron a ambos Pokémon en energía roja que los metió dentro de las esferas. El otro entrenador hizo lo mismo con sus Pokémon y luego ambos entrenadores se acercaron y se dieron la mano.

—Ha sido un buen combate —dijo el entrenador de ojos azules.

—Desde luego. Es la primera vez que me enfrento a unos Pokémon con tan poderosas habilidades. Tienes bien entrenado a ese Salamence —felicitó el chico de pelo castaño—. Y el Eevee no se queda atrás. Olvídate de que está en el combate y te la juega.

—Gracias. Me costó mucho conseguir que Salamence llegase a ser lo que es ahora. Y el Eevee es una adquisición reciente en mi equipo, aún estoy intentando averiguar de lo que es capaz.

—Pues vaya Pokémon saldrá cuando descubras todas sus habilidades. Ese refuerzo suyo es de lo más útil. Menudos lanzallamas se obtienen con ese movimiento.

Los dos entrenadores conversaron un poco más antes de tomar sus respectivos caminos en su viaje. El chico de ojos azules se dirigía a pueblo Arenisca.

Aquella noche, el chico de ojos azules decidió finalizar el día en el interior de un bosque. Antes de montar el campamento, fue a buscar un poco de leña y la amontonó para encender una hoguera. Luego, sacó de su mochila tres cuencos y los llenó con diferentes alimentos. Gran parte de estos era comida para Pokémon, mientras que uno de los cuencos lo llenó con algunas bayas. Finalmente, el chico sacó algo de comida para él y se la dejó lista para empezar a cenar. Cuando todo estuvo listo, el chico cogió cuatro Pokéball y las lanzó cerca de él.

—¡Hora de cenar, chicos!

Cuatro rayos blancos salieron de las Pokéball y de estos empezaron a aparecer los Pokémon que había dentro. El primero fue el Salamence, el cual se estiró y se tumbó cerca de la hoguera. El segundo fue un Kirlia que se limpió la piel blanca y gruesa que formaba una pequeña falda y se quedó mirando a su alrededor. Los dos últimos en dejar de ser rayos blancos fueron la Eevee y un Linoone que se sentaron mirando a su entrenador.

—Salamence, ¿te importaría? —pidió el chico señalando la pila de leña amontonada.

El dragón no necesitó otra pista para saber qué deseaba su entrenador y escupió un fino torrente de llamas hasta que el fuego se quedara encendido. Acto seguido, el chico de ojos azules clavó su comida en un palo y lo puso junto al fuego para que se fuera cocinando. Luego se sentó y esperó hasta que estuviera bien hecho. Mientras tanto, los Pokémon se acercaron a sus cuencos y cada uno de ellos ya sabía cuál tenía su comida. El Linoone era el único especial que comía bayas.

La Eevee se quedó quieta sin hacer absolutamente nada. El Kirlia ya estaba saboreando su comida y el Salamence se había acercado su cuenco. A simple vista, no había comida para el Pokémon zorrillo.

—Oh, espera, Salamence —alertó el chico al dragón—. Como no tengo todavía un cuenco para el nuevo miembro, he puesto su ración en el tuyo. No me seas glotón y te comas su parte también.

El Salamence se quedó con la boca abierta y miró enfadado a su entrenador. Le gruñó en señal de insatisfacción. Sin embargo, le hizo un gesto a la Eevee y esta se reunió con él como si fuera el único en el que podía confiar. El Salamence dejó que la zorrilla fuera la primera en alimentarse antes de hincar él sus colmillos en su parte.

Después de cenar, el chico de ojos azules retiró un saco de dormir y lo estiró en la hierba del bosque. Luego colocó las Pokéball de sus Pokémon en línea en la única área del campamento que no estaba ocupada.

—Bueno, chicos, yo me voy a dormir. Vosotros elegid cuándo descansar. Y no hagáis mucho ruido, ¿de acuerdo?

Todos los Pokémon hicieron sus característicos gritos en señal de haber entendido a su entrenador y esperaron a que el chico se hubiera quedado profundamente dormido antes de ponerse a hablar entre ellos.

—Ya se ha dormido —avisó el Salamence cinco minutos después.

El Kirlia dio un par de saltos sobre el Salamence y se tumbó boca arriba en su espalda.

—Y así cumplimos un día más —comentó—. ¿Qué vamos a hacer esta noche? ¿Alguna idea?

—Tú dirás —respondió el Linoone—. Siempre eres el encargado de animar las noches, aunque yo no sé si me quedaré despierto mucho tiempo. Aún no he descansado lo suficiente.

El Kirlia giró la cabeza y miró al Pokémon de pelaje color crema y marrón, fijándose sobre todo en la mancha marrón de su cabeza en forma de una flecha y sus intensos ojos azules.

—¿Otra vez has estado todo el día cortando arbustos?

—Sí. Y también rompiendo piedras pequeñas y moviendo de más grandes. Ha sido agotador.

—Parece que cada vez te usa más. Deberíamos hacer saber a nuestro entrenador que necesitas un poco de reposo —opinó el Kirlia.

—Tampoco es que me disguste —contrapuso el Linoone.

El Kirlia suspiró y meneó la cabeza.

—No tienes remedio.

—Un poco de respeto, Kirlia —le riñó el Salamence—. Linoone es el Pokémon más veterano del equipo.

—¿Cuántas veces he de decirte que uses mi nombre salvaje? —protestó el Kirlia—. Llámame Farul. ¡Farul! —Farul frunció el ceño—. Estúpido dragón descomunal…

Salamence tenía varias particularidades que lo diferenciaban mucho de los demás miembros de su especie. Físicamente era igual que cualquier otro Salamence: unas escamas color turquesa, unas antenas de tres puntas a los lados de la cabeza, las zonas rojizas bajo el cuello, la cara y debajo de la cola y las patas, unas alas rojas y los vestigios de la muy dura coraza de color gris de su anterior fase evolutiva. En lo que destacaba aquel Salamence por encima del resto era en su tamaño, siendo el doble de grande que uno normal superando los tres metros de altura y una personalidad totalmente opuesta a la habitual furia constante de sus semejantes.

—Si quieres que usemos los nombres salvajes, muy bien, entonces usa el mío —dijo el Salamence—. Supongo que no tengo que recordártelo, ¿verdad?

—Eso me ofende tanto como que no me llames por mi nombre salvaje —saltó Farul—. No soy un Pokémon psíquico por nada.

—Teniendo en cuenta que no quieres desarrollar tus poderes psíquicos, eso no es una excusa —puntualizó el dragón con una sonrisa.

—Ahí me has pillado, he de reconocerlo —confesó Farul—. Aunque no es motivo para que no me sepa tu nombre, Edorat.

—Está bien, Farul. Te llamaré por tu nombre salvaje.

—Es lo mínimo que puedes hacer.

Durante la conversación entre el dragón y el Pokémon psíquico, la Eevee caminó discretamente hacia su Pokéball con tal de descansar ya que no tenía nada que hacer ahí. Sin embargo, el Linoone, que no prestaba especial atención a la discusión de sus compañeros, vio al Pokémon zorrillo alejarse y evitó que se metiera en su Pokéball.

—Eh, jovencita —la llamó—. ¿Ya te vas?

La Eevee se detuvo en seco, paralizada. Los Pokémon que desconocía le infundían un poco de miedo, incluso aunque a ellos ya los conociera desde hacía varias semanas.

—Y-yo… —murmuró.

La Eevee tenía sus largas orejas bajadas y pegadas a su cabeza, la cola en forma de pincel recogida para cubrir sus diminutas patas, aunque dada la corta longitud a duras penas lograba esconder las delanteras, y tenía su pelaje color café erizado. Esto se notaba más en la parte del cuello, donde tenía el pelaje más largo y denso creando una especie de melena alrededor de este. Dicha melena, junto a la punta de la cola, era de un suave color crema.

—¿Aún nos tienes miedo? ¿Por qué? —preguntó Farul—. Aquí el único imponente es Edorat, e incluso con esas ni lo es en realidad.

—N-No es que os tenga miedo —respondió la Eevee procurando que su voz no temblara—, es que… bueno… nunca suelo hablar con Pokémon que no conozco.

—Pero si llevamos varias semanas viajando juntos. ¿No crees que es tiempo suficiente para que nos conozcamos bien?

—Pues…

Farul volteó los ojos.

—Vale, no digas nada. La respuesta es demasiado obvia con solo verte.

—Lo siento. También soy… un poco tímida.

—Eso se puede arreglar muy fácilmente —dijo el Salamence con una sonrisa—. Ven, acércate. Y relájate, ninguno de nosotros va a hacerte sentir incómoda. Lo prometemos.

La Eevee no se aproximó al dragón al momento, sino que lo hizo unos cuantos segundos después cuando se llenó de valor de reunirse con los tres Pokémon. El Salamence creo un hueco especial para ella curvando un poco su cuerpo y enroscando la cola. La Eevee, sin embargo, eligió sentarse cerca de la cabeza del dragón.

—¿Ves? No hay por qué temernos y no necesitas ser introvertida —comentó Farul—. Queremos ser tus amigos. A fin de cuentas, formas parte del equipo.

—S-sí… —La voz de la Eevee sonó más tranquila.

—Vamos a dejar de ser desconocidos los unos con los otros, ¿qué te parece la idea? —sugirió el Salamence.

—Por favor, di que sí. Hace semanas que estás con nosotros y no sabemos casi nada de ti —añadió el Kirlia casi a modo de súplica.

—Bueno, está bien —accedió la Eevee.

—Genial. Empecemos por lo básico. ¿Tienes un nombre salvaje? —preguntó directamente Farul.

—¿Nombre salvaje? —repitió la Eevee extrañada—. ¿Qué significa eso?

—Se refiere a un mote que no te haya puesto nuestro entrenador —explicó el Salamence—. Concretamente, se trata del nombre que tenemos desde antes de viajar junto a un humano. A menos que nacieras en cautividad, seguro que tienes uno, ¿verdad?

—Ah, sí que tengo uno.

—Entonces nos presentaremos. Yo soy Edorat, aunque no me importa que también me llames Salamence. En cambio, este Kirlia —señaló el Salamence con un gesto con la cabeza— detesta que lo llamen por su nombre de especie y prefiere que se dirijan a él por su nombre salvaje.

—Solo tolero a nuestro entrenador que use mi nombre de especie porque no hay forma de que sepa mi nombre salvaje —aclaró el Kirlia—. Y no, aunque sea un Pokémon psíquico, no puedo comunicarme telepáticamente con él porque no he aprendido esa habilidad.

—No te vayas por las ramas —le avisó Edorat.

—Vale, vale. En cualquier caso, mi nombre salvaje es Farul. Mientras te lo memorizas… te dejaré que me llames Kirlia, pero acostúmbrate a llamarme Farul, ¿de acuerdo?

—Entendido.

—Y este Linoone de aquí es Ynthas —continuó Edorat—. Es el veterano del equipo.

—Lleva con el entrenador más tiempo que Edorat y yo juntos —añadió Farul—. Y eso que Edorat no era un Salamence cuando se unió ni yo un Kirlia.

—Ynthas… —dijo la Eevee. Sonó como si deseara haber sabido ese nombre antes.

—Ya nos hemos presentado, ahora te toca a ti —indicó el Salamence—. ¿Cuál es tu nombre?

—Me llamo Nevui —respondió la Eevee.

—Bien, ya no tenemos que llamarte más Eevee —se alegró Farul—. Ahora, ¿por dónde continuamos? Veamos…

—Yo quiero saber unas cuantas cosas de ti, joven Nevui —dijo Ynthas.

Edorat y Farul miraron al Linoone con rostros de sorpresa. En cambio, Nevui agachó un poco la cabeza porque ya se hacía una idea de lo que quería preguntarle.

—Es por la confusión que tuve contigo, ¿verdad? —se quiso asegurar la Eevee.

—En parte —confirmó Ynthas—. Aunque también siento curiosidad por saber un poco más sobre ti. Sobre tu historia.

—Ynthas, ¿no estás yendo un poco rápido? Se supone que hemos de conocernos poco a poco —objetó Farul.

—Estoy de acuerdo —apoyó Edorat—. ¿No crees que deberíamos ir más despacio? Dije que no la íbamos a incomodar.

Nevui se quedó callada unos instantes antes de soltar una inesperada respuesta.

—No me importa —sentenció Nevui, dejando una vez más al Salamence y al Kirlia con caras de sorpresa—. Aunque no comprendo por qué te interesa mi historia. Creí que solo te importaba descubrir por qué te confundí con otro Pokémon.

—Llamémoslo intuición, pero veo en ti algo que me dice que te sentirás mejor si cuentas tu historia —respondió el Linoone—. Esos ojos marrones tuyos hablan por sí solos y me revelan que has pasado por muchas situaciones antes de caer a manos de nuestro entrenador. Aun así, si de verdad te incomoda que haya sido tan directo, te pido disculpas y aceptaré que no quieras hablar de ello. No obstante, al menos concédeme el deseo de averiguar por qué me confundiste con otro de mi especie. Es lo único que conseguiría que no me vaya a mi Pokéball a dormir.

Nevui miró al suelo y se quedó así unos instantes. Ynthas no se equivocaba en que había pasado por muchas circunstancias antes de formar parte del equipo Pokémon de un humano. Algunas de ellas no le importaban comentarlas si así lograba forjar una amistad tanto con él como con Edorat y Farul, pero otras… Había algunos momentos que no le gustaba recordar por lo traumáticos que le resultaron. Sin embargo, quizá, solo quizá, Ynthas tenía razón y, si contaba su historia, acabaría con esa mala sensación que la había estado acosando desde hacía tanto. Nevui se lo pensó detenidamente mientras Edorat y Farul discutían con Ynthas por su reciente discurso. Al final, asintió, levantó la cabeza y dijo:

—Está bien. Accedo a explicar mi historia. —Los tres Pokémon terminaron su discusión y fijaron sus ojos en Nevui—. Pero con una condición: si queremos conocernos mejor, me gustaría saber vuestras historias.

—Es un trato justo. Yo acepto —consintió Ynthas—. ¿Edorat? ¿Farul?

—Opino lo mismo. Acepto. —dijo el Salamence.

—Y yo —contestó el Kirlia.

—Sin embargo, Nevui, no te sientas presionada. Cuenta tu historia como te plazca. Omite detalles importantes o no si lo prefieres y habla hasta donde creas adecuado, ¿entendido? No quiero que por mi culpa termines pensando mal de nosotros —agregó rápidamente Ynthas.

La Eevee miró por primera vez directamente a los ojos azules del Linoone.

—Gracias. Lo tendré en cuenta.

—Empieza cuando quieras. Nosotros escuchamos —dijo Ynthas.

Nevui se quedó unos segundos pensando en el inicio de su historia. Podía comenzar por muchas partes y soltar el motivo de su confusión con el Linoone en un momento aparte. Sin embargo, la Eevee creyó más útil abrir el primer capítulo por el principio. Por la causa que hizo que abandonara su hogar y a su familia en contra de su voluntad derivado de un motivo que, a pesar de serle de vital importancia, realmente la hacía dudar si valía la pena haber emprendido ese viaje en el que se había embarcado.

—Empezaré por el principio, cuando mi vida era tranquila y no tenía que luchar —explicó—. Cuando mi única preocupación era… tomar una decisión sobre mi evolución.