CAPÍTULO 1. LAS HISTORIAS DE BRAN
La tormenta resonaba fuera, sin dar tregua a la reunión. Las personas más dispares venidas desde todos los puntos de Poniente (y algunos de más allá) habían conseguido reunirse en aquel salón de Invernalia. Parecía que todos los vivos de Poniente, a excepción de Cersei y los pocos seguidores que le quedaban, se encontraban dentro de esas paredes. El aire podía cortarse, el ambiente tenso calentaba el lugar y, a pesar de la ventisca helada, dentro de esos muros las personas más rollizas empezaban a sudar.
La noticia sobre Jon había caido en el espacio como una lanza sobre un corazón. Bran se había extendido en su relato, sin dejar ningún detalle de la historia de Raegar y la joven Lyana Stark.
Con lágrimas en los ojos los Stark que quedaban sobre la tierra se miraban unos a otros, comprendiendo el peso que había cargado Ned durante toda su existencia. Ni siquiera se lo había dicho a su esposa. Jaime recordó jactarse de su infidelidad ante la fallecida Catelyn, y por unos momentos revivió el dolor de aquella mujer saliendo se todos sus poros. Todos los presentes admiraron aún más a aquel hombre que parecía complétamente perfecto, pero Jaime sólo pensaba en el daño que había causado toda la vida a aquella mujer. O no confió en ella para decirle la verdad o no valoró el dolor que le estaba causando con la mentira. O le pesó más la promesa a una hermana muerta que el sufrimiento de la mujer que amaba. ¿Honor?. Jaime nunca lo respetaría.
Las preguntas al respecto de la línea de sucesión pasaron del aire a la mesa. Los norteños presentes empezaron a alzar la voz, entendiendo que su rey en el norte era, a todos los efectos, el rey de Poniente. Sin necesidad de conversación previa, Jon y Daenerys comunicaron su compromiso y su deseo de gobernar como uno sólo.
Los norteños no iban a permitir que mujer y hombre gobernasen con los mismos privilegios. Las leyes de Poniente garantizaban la supremacía del hombre a este respecto y, aunque Cersei se las había saltado, nadie había cambiado esa ley.
-En el nuevo mundo tras la caída de los caminantes no habrá mujeres sometidas al deseo de los hombres, ni hombres que dominen sobre ellas. Los supervivientes a esta guerra conviviremos como iguales y ese trono será compartido por los dos Targaryen que, después de todo este tiempo, seguimos en pie.
Las quejas empezaron a amainarse cuando escucharon el grito agudo de uno de los dragones, que se colaba entre las grietas de las paredes. El estruendo rebotó por la sala y terminó de acallar a los más beligerantes.
Jon aprovechó el silencio para comenzar a hablar de lo importante, el enemigo muerto que venía del norte. Bran había informado de la caía del muro, y aprovechó el momento para actualizar la posición de los caminantes. En unas semanas estarían en los muros.
Todos los presentes tenían diversas opiniones sobre las estrategias de guerra. El arma más importante eran los dragones, y ya habían perdido uno. Ante la posibilidad de perder otro, Daenerys había destacado la necesidad de que Jon montase a Rhaegal y tomase su control.
La bruja roja intervino. Azor Ahai no montaría en dragón, pelearía con su espada llameante y destruiría al invasor. Él era la esperanza del mundo, y la sangre Targaryen debía correr por sus venas. No había un tercer Targaryen, así que el debate sobre la responsabilidad principal de Jon comenzó a extenderse por la sala. Algunos se atrevieron incluso a afirmar que Azor Ahai sólo podía ser Daenerys, por lo que debería renunciar a montar a Drogon. Los dos amantes estaban decididos a montar a los animales, y la desesperación de los consejeros, que no se ponía de acuerdo dio paso a un silencio incómodo.
-No hay un tercer Targaryen pero sí queda más de su sangre. - Bran miró a los ojos del hombre que le había tirado por una ventana muchos años atrás. Jaime se paralizó. Hacía mucho tiempo que no pensaba en ello. Le ardía la garganta.
- La niña.- insistió Bran
- La niña no es una verdadera Targaryen, y no sé dónde está.- Jaime se puso de pie, dispuesto a abandonar la sala.
- Pero yo lo sé. -
Le miró amenazante y tragó para intentar calmarse.- La niña pasó por mucho y se salvó por muy poco. No la traeremos a este infierno porque os interese su sangre. No venderé la vida de la pequeña para que cumpla las visiones de una bruja.
- Ya no es una niña. Y no necesitamos traerla de ningún lado. Ella está en esta sala.
