N/A: ¡Buenas!

Me paso casualmente por aquí a dejar este Two Shot para aquellos que por ahí no saben me refiero simple y sencillamente a una historia con dos partes. Esta siendo la primera.

Aviso que este es un Fic oscuro a mis ojos. Sé que FanFiction es un vortex a la oscuridad, pero independientemente de lo que hay dando vueltas por aquí, esta historia tiene contenido fuerte.

Espero que si les gusta me lo hagan saber, porque si bien mis otras historias no son color de rosa, esta es la primera en la que verdaderamente luché para no contenerme y así escribir algo que aun publicándolo me hace dudar si me siento cómoda compartiéndolo o no.

Por último este fic va dedicado a las muchachas del grupo. Me soportan siendo insoportable y eso ya saben... derrite mi kokoro, así que gracias.

Y gracias a todos los que leerán a partir de ahora.

Con cariño,

Albertina


IMPUNE


La carta que me envió papá sigue descansando sobre la colcha verde de mi cama en las mazmorras. Theo está abstraído en su propia mente, mientras Blaise recorre mi cuerpo con su vista una y otra vez. Crabbe y Goyle deben estar en la cocina, atormentando elfos mientras demandan más comida. Somos cinco en esa habitación, pero el único consciente de que algo está ocurriendo conmigo es Blaise Zabini. Si incluimos el resto de los alumnos de Slytherin, hay una sola persona más que sabe que algo está ocurriendo, o lo sospecha, y es Pansy Parkinson.

Los dos parecen haberme adoptado como sujeto de práctica para el día que se olviden de tomar una poción anticonceptiva y traigan a un niño al mundo. Salazar sabe lo que puede llegar a ser de la vida de ese engendro. Su madre está más loca que la lunática en Ravenclaw y su padre tiene su propia cabeza metida tan hondo en su culo que el niño puede estar por saltar de la torre de astronomía y no lo notará

─Tocas la carta y se prenderá fuego─digo con calma y cierto asco.

Mi rostro tiene esta cosa de contonearse en una genuina expresión de hijo de puta madre, y es más que nada porque lo soy. Un par de años atrás era un puberto estúpido con aires de grandeza, nos movemos tres años al futuro y soy una reverenda mierda. De las escorias de la sociedad que alguien debería tomarse el trabajo de eliminar.

─¿Eres consciente de que todo este secretismo confirma que algo está ocurriendo, verdad?─pregunta Blaise juntando las dos cejas pobladas negras de manera que parezca una sola.

─Me importa una mierda lo que creas y dejes de creer. Vete a follar a Pansy o vete a comprar una palanca para intentar desencajar ese cráneo de tu culo, por todo lo que me importa haz un plan por cuenta propia, pero deja de meterte en mi vida, Zabini.─él succiona la punta de su lengua contra el paladar, produciendo un chasquido reprobatorio.

Veo su esbelta figura bañada en chocolate levantase de su cama y comenzar a avanzar en mi dirección. Estoy debatiendo entre maldecirlo con mi varita, o pretender ser muggle por un instante y reventar mis nudillos contra su mandíbula. Elijo quedarme estoico sentado en mi cama, viéndolo caminar hasta el lugar donde está la carta enviada por mi padre. Le advertí que si la toca se prenderá fuego y cuando toca la superficie seca del pergamino, el mismo se enciende como una pila de hojas secas rociada con queroseno y encontradas por un cerillo ardiente.

─¡¿Qué mierda, Draco?!─grita Theo volviendo del universo en el que su mente estaba vagando. Su vida es una mierda. La de todos los Slytherin se está convirtiendo en una mierda, pero la de él lo es desde primer año y esa costumbre de viajar a otro lado la tiene desde antes que pusiéramos un pie en este viejo y polvoriento castillo.

─Te dije que se prendería fuego.─le recuerdo a Zabini con asco, mientras éste tira el pergamino en el suelo y lo apaga con la suela de sus caros zapatos de cuero. Son iguales a los míos, lo sé porque todo lo que compro, Blaise lo compra un mes después. Quiere ser como yo, y yo no consigo entender la razón, yo soy una basura y mi vida es un infierno. No hay nada que envidiar.

─¿Qué escondes?.─me reprocha con bronca. A cambio me pongo de pie y camino fuera de la habitación, dejando a un exaltado Nott y a un contrariado Zabini detrás.

La sala común de mi casa está prácticamente vacía, exceptuando por dos niñas que no alcanzarán los trece años. Están cuchicheando mientras pretenden hacer la tarea. Cuando paso cerca de ellas se sonrojan, y una incluso no logra reprimir una risita tan irritante que puedo sentir el cosquilleo en mis dedos que sugiere que me arranque mi propio cabello. Soy un hijo de puta, pero a veces pretendo no serlo, y a cambio les doy una sonrisa concentrando mis ojos grises en cada una de ellas. Para que luego no se peleen por quien obtuvo mi atención y quien no.

Verdaderamente hablando, si quisiera ser un poco menos mierda debería detenerme un segundo y decirles que tienen terrible gusto en hombres, porque si aspiran a ser novias de algún sangre pura como yo, no sólo serán miserables, sino que se darán cuenta que el encanto está presente de la puerta para fuera. En la intimidad abunda la miseria.

Mis pies me hacen salir de allí y caminar por el escasamente iluminado pasillo que lleva de las mazmorras al hall de entrada. El castillo está empapado en silencio, con el ocasional susurro de algún personaje charlatán en los cuadros. Uno pensaría que ser una figura en una pintura no proveería tanto material de discusión.

Mi mente viaja a mi urgente realidad. Tengo que matar a Albus Dumbledore. Severus Snape tiene una promesa inquebrantable hecha con mi madre, por lo que puede ser que termine matando a dos personas para el final del semestre. O cuatro, si tengo en consideración que Lucius y Narcissa están bajo amenaza del mismísimo señor tenebroso, cuya voz escucho susurrar en mi oído todo el día y es gracias a la fresca marca negra que luce mi antebrazo.

Estoy aterrado, estoy destrozado, soy como un hueso a disposición de un perro. Lo puedo sentir clavar sus dientes en mi. Puedo sentir como me arranca la carne de raíz y me destroza hasta dejarme hecho nada. Hasta quedar despojado de todo lo que era y volverme algo nuevo que ser.

El susurro del señor tenebroso en mi oído es como el silbar de una letal serpiente. Intento ignorarlo y estoy fallando miserablemente, cuando la escucho. No es un grito y no es un gemido. Es el vociferar de una simple disconformidad. El estilo de disconformidad que produce sentarte en un lugar incómodo por demasiado tiempo, o aquella que nace en tu pierna cuando hace horas que estás de pie.

Viene del rincón oscuro al lado de la escalera. En aquel pequeño hueco en el que solía estar una oxidada armadura y que ahora no hay nada, porque todavía están puliendo el viejo pedazo de hojalata. Mis pies se mueven silenciosamente, procurando no ser visto. No sé si es simple curiosidad o tal vez morbo. Quiero ver que están haciendo y tal vez observar por un rato. Nunca vi a dos personas tener sexo frente a mis ojos y la idea suena en iguales cantidades desagradable como intrigante. Pienso que tal vez debería dejar de querer ver a las personas tener sexo y en cambio tenerlo yo mismo. La última vez que lo hice fue una quincena atrás, cuando enterré mi miembro en la garganta de Pansy Parkinson para callarla y a la vez molestar a Zabini. Él se había comprado el mismo saco que yo, y no paraba de alardear como Pansy lo había dejado colarle los dedos en plena clase de Flitwick.

─¿Sí qué te gusta, verdad?─la voz suena acelerada y bordeando el pánico.

Sé que no me concierne, pero me acerco aún más. Es recién cuando estoy peligrosamente cerca de los presentes, que noto los rizos caramelo de los que vive hablando Daphne y como le gustaría enterrar sus dedos en los mismo mientras se monta a Cormac McLaggen. Todos en Slytherin le decimos que es una falta de respeto que nos digan que somos una mierda, porque ese muchacho lleva el término a un nivel completamente nuevo. Es así como sé que es él.

Cuando lo veo mover su cadera es que me doy cuenta que se está follando a alguien. La persona que está siendo aplastada contra la sucia pared de ese polvoriento rincón, es la misma que soltó el sonido de descontento. Sonido que en ese mismo momento reaparece, pero ese está mojado de algo nuevo, dolor. No muy fuerte y no muy dominante, pero dolor.

─No hagas ese ruido, cariño, que todos en Hogwarts saben que morías porque te follara. No sé por qué insistes en hacerte la difícil.─no hay respuesta y en cambio lo veo acelerar el movimiento de su cadera una vez más. Es errático y no puedo evitar pensar que la pobre condenada que esté siendo follada por ese cerdo no debe estar teniendo una buena noche. ─¡Dije que no hagas ese ruido!─reclama con cierta furia antes de tomarla fuerte del brazo y apretarlo.

Puedo ver sus dedos clavarse sobre la piel tostada de la chica. Me contemplo intervenir, porque podré ser toda la escoria que soy, pero forzar a una mujer amerita un avada directo a las pelotas. Si eres feo como un dementor, apela al condenado sentido del humor, y si aun así nadie quiere tocarte ni con hechizo pues vuélvete inventivo con tu mano, un par de juguetes y Playwitch.

─Gime─pide la lacra de McLaggen y la respuesta automática es un gemido. ─Gime más fuerte, gime como sé que te está gustando.─hay otro gemido, más fuerte y más convincente. Estoy empezando a darme cuenta que hay algo raro sucediendo. Pienso que el susurro de Voldemort en mi oído me ha vuelto bastante estúpido y que ya no logro concentrarme como antes. Es por eso que culpo a todo lo que me he convertido por no haber intervenido antes. ─pídeme que te folle más fuerte, ruega─la respuesta es inmediata.

─Follame mas fuerte, te lo ruego─escucho esa voz y todo mi cuerpo se vuelve rígido. De todas las personas que imaginé que podían estar contra esa pared no se me ha cruzado por la cabeza que pueda ser ella. Hermione Granger teniendo sexo contra una inmunda pared pasada la hora de dormir, con Cormac McLaggen. Como he dicho, estoy lento y por eso tardo ese segundo extra en darme cuenta que no está ahí por voluntad propia.

Estoy por intervenir pero la muy lacra de McLaggen ruge como un jodido tigre cuando llena a Granger con un muy sentido orgasmo. Veo su culo blanco contraerse y un hilo de baba caer por su mentón y al hombro de ella. Es patético de todas las manera que un hombre puede serlo. Y ahí como quien no quiere la cosa se sale de ella y se abotona los pantalones.

La pollera de Granger está a la altura de su cadera, su ropa interior alrededor de sus tobillos. Tiene un seno fuera de su sujetador y apareciendo por el escote que producen los botones sueltos de su camisa. Su cabello está más revuelto que nunca y es cuando recién noto sus ojos que entiendo lo que está pasando. Si está presente es en cuerpo, porque su mente está encerrada en alguna parte de su cabeza, en donde la consciencia se va cuando la maldición imperius está funcionando.

─Te olvidaras de todo lo que ocurrió aquí, Granger─ le susurra McLaggen de manera autoritaria. ─Creerás que estabas caliente y no aguantaste a llegar a tu cama para tocarte, así que lo hiciste en este rincón.─ella asiente de la manera menos Grangeriana que existe. Como un perro faldero sin cerebro. Sin vida y sin personalidad. ─¿Qué ocurrió aquí?─lo escucho preguntar. Empiezo a alejarme de donde estoy, porque McLaggen se está por ir y no quiero que me vea. Me muevo rápidamente al hueco que da inicio al túnel de ida a mi casa.

─Estaba caliente y me escondí a tocarme─responde Granger. Él se ríe de manera tan puerca como lo es él.

─Espera diez minutos y luego vete tú─y sin más que decir sale del escondite y en dirección a la planta alta. Es un prefecto y está sucio con los residuos de la inmundicia que acaba de protagonizar. Está yendo al baño privilegiado que le corresponde y apuesto el total de mi fortuna a ello. Soy un enfermo de la vida, pero soy un muy rico enfermo de la vida, por lo que estoy seguro para afirmarlo con tan altas probabilidades en mi contra.

El decir que no sé qué hacer no empieza a cubrir la situación. Es Hermione Granger y es la mismísima razón de la causa en la que me enrolé. Tengo que matarla, tengo destruirla a ella y a toda la mugre del mismo origen. Es menos que basura en mi zapato. El problema es que es una cosa la teoría y otra cosa la práctica. Me doy cuenta que podría matarla en combate, pero que tengo ganas de vomitar de ver lo que le pasó. La suela de mis caros zapatos italianos está chocando contra la fría piedra del suelo mientras camino hasta quedar parado frente a ella.

─¿Qué haces aquí?─le pregunto, intentando escucharla decir lo que ocurrió en voz alta. Estoy listo y predispuesto a verla partirse en mil pedazos frente a mis ojos y sujetarla mientras lo hace.

─No me mires.─es en cambio su respuesta. Tal vez es mi naturaleza, o tal vez es la naturaleza de todos los hombres en sí, pero mientras torpemente intenta taparse le recorro el cuerpo con mis ojos. Veo el desastre que dejó detrás McLaggen y como se manifiesta en un grueso hilo de color blanco perlado naciendo del punto entre sus piernas y rodando lentamente por el interior de su muslo, en dirección a su pantorrilla.

─Suéltate─le ordeno con asco. Sé que está diciendo presente esa típica expresión en mi rostro, pero le muevo las manos, mientras me dispongo a taparla. Le acomodo el sujetador y le prendo los botones. Uso su sweater para limpiarle la piel de su pierna y el lugar entre las mismas antes de bajarle la falda y subirle la ropa interior. Sé que tiene que estar por reaccionar y espero pacientemente a que ocurra.

Me mira de una manera que no se supone que alguien mire a otra persona. Me mira con miedo y fascinación. Me mira como si fuera menos que yo, o yo más que ella. No me mira de manera desafiante o molesta como siempre lo hace, ni siquiera de esa manera que tanta bronca me da, y es cuando entre el caramelo de sus ojos destella cierta pena. A veces siente pena por mi, cuando es ella la que acaban de violar en un rincón sucio y oscuro de Hogwarts y ni siquiera le dejaron conservar las memorias.

Me debato irme y no hacérselo saber. Algunas mujeres deben elegir no saber. Ojos que no ven, corazón que no siente. Pero ella no es ese tipo de mujer. Ella es el tipo de mujer que quiere saber. Es el tipo de mujer que busca venganza y yo soy el tipo de escoria que busca sacar ventaja de todo. Yo le daré su venganza y ella me ayudará a resolver el último acertijo cuya respuesta me es tan esquiva.

─¿Malfoy qué haces aquí?─me pregunta desorientada, mientras recorre su cuerpo con sus manos. Por supuesto que se siente diferente. Por las pequeñas gotas rojas en el suelo, fue su primera vez. Su sexo debe estar ardiendo y en el peor de los sentidos. Porque si McLaggen fue capaz de violarla, no creo que se haya tomado el trabajo de ser suave y gentil. ─¿Por qué me duele?─se pregunta a ella misma, cerrando los ojos en una mueca de dolor.

─¿Estás lista para la verdad?─le pregunto alejándome de ella con dos pasos hacia atrás. El marrón de sus ojos está alterado, mientras que el caramelo procura demostrar valentía.

─No entiendo─dice con bronca, comenzando a avanzar en dirección a la enorme escalera de mármol.

─Te violaron.─frena al instante, provocando que la inercia lleve la mitad de su cuerpo hacia delante.

─¿Qué me dijiste?─pregunta comenzando a alterarse. Los ojos marrones ahora más cristalinos.

─Te violaron─repito de manera determinante. Sueno frío y seco como la porquería que soy. Mi padre me enseñó que las peores cosas de la vida hay que decirlas sin dar vuelta. No sirve de nada pellizcar la costra hasta que se salga, hay que tirar de manera rápida y definitiva. ─Te violó Cormac McLaggen contra esta pared menos de diez minutos atrás y si quieres, Granger, te puedo ayudar a matarlo esta noche y que nadie se entere─el rostro de ella se gira de manera tan veloz, que temo que se haya quebrado el cuello. No es porque su muerte me provoque congoja, es porque su muerte anula su cerebro y su cerebro necesito.

Comienzo a pensar que no me va a responder. Probablemente esté intentando procesar que acaba de tener sexo por primera vez en su vida, con alguien tan vil como Cormac McLaggen, sin su consentimiento y sin siquiera recordarlo. Debe estar pensando que hace menos de quince minutos él estuvo dentro de ella y que esa humedad cálida que está sintiendo entre sus piernas, es el residuo que le recuerda lo bien que él la pasó.

Espero que se quiebre. Espero que grite de manera desgarradora mientras procura conciliar el dolor dentro de su cuerpo en un cajón cerrado con llave, o al menos lo suficientemente contenido que le permita estar en pie. Cuando pasan los segundos y sus ojos marrones sólo están clavados en los míos sin decir nada, espero que tome su varita y me lance una maldición asesina. También puede ser que me quiera petrificar y entregar a las manos de Dumbledore para que eche mi trasero fuera de ese castillo antes de que yo pueda pronunciar mortífago.

Es Hermione Granger. Es todo lo que odio en otro ser humano y como tal contesta exactamente lo que quiero oír, haciéndome odiarla un poco más.

─De acuerdo.─es un susurro y sus pies la están haciendo avanzar en mi dirección. Su brazo extendido en mi dirección y su mano ofrecida en un gesto que me dice que estamos cerrando un trato. ─¿Qué quieres a cambio?─me pregunta porque me conoce, porque sabe que no hago nada por el simple cariño de mi corazón. ─no me importa lo que quieras, te voy a decir que si, porque quiero matarlo─no hay un vestigio de duda en su voz y así como la odio con cada fibra de mi ser, pienso que bajo cualquier otra circunstancia de vida, donde nuestras realidades fueran diferentes, besaría el mismísimo suelo donde camina y elevaría una plegaria a Merlín todas las noches para que me de el privilegio de familiarizarme con todos los rincones de su cuerpo.

─¿Sabes algo de los armarios evanescentes?─ella asiente como la condenada buena alumna que es.

─¿Necesitas reparar el que está en Hogwarts, verdad?─siento ganas de escupirle la cara, por saber siempre todo. Siento ganas de empujarla contra la pared y decirle que se las arregle como pueda, porque por su estúpida capacidad de saber siempre todo lo que ocurre, mi padre me tortura desde que tengo once años. Porque una asquerosa sangre sucia está antes que yo en la lista de mejor promedio. Lo que él no entiende, lo que mi padre no entiende, es que no es una sangre sucia la que está antes que yo en el promedio, es Hermione Granger. ─¿Donde lo tienes?─pregunta probablemente al ver que no respondo. ─El gemelo está en Borgin y Burkes─asiento, porque no tiene sentido mentir.

─En la sala de los menesteres─ella asiente lentamente.

─No me importa que quieras hacer. No me importa que tarea te dio Voldemort.

─¡No digas su nombre, asquerosa sangre sucia!─espero escucharla decir que el trato se acabó, pero se queda estática, esperando que termine con mi exabrupto.

─Me ayudas a matarlo y que nadie lo sepa. Te ayudo con tu armario y tú me borras la memoria. No quiero recordar nada. Nada de él, nada de ti y nada lo que ayudarte va a producir.

─¿Eres tan cobarde que quieres salir impune?─pregunto, por más que no creo que sea cobarde, todo lo contrario. Es una condenada Gryffindor después de todo.

─si─contesta sin gastar un segundo de más.

─Tienes un trato, Granger.