N/A: EDIT: Enero, 2018


Mirando.


Había una vez una niña que miraba desde su ventana.

¿Qué miraba?

Miraba muchas cosas:

Los perros correr.

Los pájaros volar.

Las personas pasar.

Y a él ir y venir.

Ella veía muchas cosas, pero lo que más le interesaba de todas ellas era verlo a él.

¿Quién era él? Ella no lo sabía, pero siempre lo veía cada vez que posaba su mirada al otro lado de su ventana. Siempre jugando, siempre sonriendo, siempre...

¿Por qué ella nunca salía de aquella vista tras su ventana e iba justo a donde él se encontraba casi siempre que lo veía?

Pues habían muchas razones:

Tenía miedo.

Tenía poca confianza.

Y sobre todo, no podía salir de esa casa.

¿Por qué no podía salir de esa casa?

Quizá porque desde que hizo su primer recuerdo, ha estado ahí: sentada, parada, caminando o descansando en su cama. Quizá por eso no pueda salir...

¿Y cómo hacerlo? ¿Cómo salir?

Por ello se conformaba con sólo mirar las cosas pasar a su alrededor mientras permanecía junto a aquella ventana.

¿Otras personas en su vida? Ninguna, sólo las que veía pasar día a día ante su atenta mirada.

Pero sobre todo, él, quien su atención siempre captaba.

A veces lo veía corretear por todas partes, otras gritando como un loco, incluso pudo apreciar cómo comía.

Hace mucho que ella no comía. ¿Alguna vez lo hizo? No lo recordaba. Pero él lo hacía, y casi podía sentir el sabor de la comida al probar cada bocado con sólo verlo, pues él era muy expresivo.

A veces la niña se preguntaba por qué no simplemente salía y pasaba a su lado sin necesariamente entablar una conversación. Tan sólo para poder estar cerca. Pero entonces, cuando un brillo de esperanza en sus ojos nacía, se iba debilitando conforme se daba cuenta de que ella no quería simplemente pasar a su lado, la niña quería sentarse junto a él, verlo reír, sonreír, jugar y sentir su palpable felicidad desprendida la mayor parte del tiempo para así sentirse completa.

No era justo, a veces pensaba la niña. No era justo que ella fuera así. Que no pudiera salir de aquella casa. No era justo que él no pudiera ser su amigo, sino uno más de las personas que veía cada día. Incluso si en el fondo no se sentía así.

La niña se sentía triste y desolada. ¿Cuándo llegaría el día? Él crecía con el paso del tiempo que iba demasiado rápido ante sus ojos. Llegó un momento que ya no lo veía corretear tanto como antes, a pesar de que ante su mirada siguiera siendo el mismo él de siempre.

Los días iban pasando, la niña seguía siendo una niña. Seguía mirando por la ventana. Seguía viendo al pequeño él, ya no ser tan pequeño. Pero ante su mirada seguía siendo el mismo, ante su mirada no había cambiado nada.

Entonces llegó el día en el que ya no lo vio más. En que cada vez que se asomaba por la ventana ya no estaba allí, y sólo simples personas que pasaban poco a poco, los pájaro y algún gato o perro que pasaba cada tanto era lo que se mostraba ante sus ojos.

Él ya no estaba al otro lado de la ventana. Él no correteaba de aquí para allá, ya no estaban sus sonrisas, sus expresiones que denotaban inocencia. Simplemente, se había ido.

La tristeza aumentó en aquella niña que lo había visto crecer. Con el paso de los días, de las semanas, de los meses, y de los años, la niña no había vuelto a verlo a él más.

Pero entonces, cuando la esperanza de volverlo a ver poco a poco se desvanecía de su cuerpo. Cuando la niña ya se había resignado a no mirar al otro lado de la ventana para no atraer malos recuerdos, un ruido sordo la hizo brincar, la hizo mirar hacía el otro lado. La hizo ver aquel monstruo con muchas ruedas que paraba frente a ella. Frente a su ventana.

Y entonces, él apareció otra vez. Su sonrisa de siempre, la que iluminó nuevamente su mirada, estaba puesta en su rostro como lo natural que era llevarla puesta. La niña ese día lloró, lloró de felicidad, él había vuelto, había vuelto por fin, y eso la hacía sentir feliz.

Sin embargo, de aquel monstruo salieron varias personas que iban directo a su puerta, a la puerta de la casa de la niña. La cual, sin comprender, se quedó mirando desde su puesto en su ventana hacía las personas que iban agarrando muchos materiales de limpieza, y poco a poco entraban por la puerta de su hogar.

La niña se alarmó. Miró hacía todas partes sin saber qué hacer. Sin poder hacer nada. Y así nuevamente miró la sonrisa de él pegada en su rostro, parado al otro lado de la ventana. Su cuerpo se tranquilizó, y se quedó todo el tiempo que esas personas limpiaban la casa, y la ordenaban, en su espacio, mirando desde la ventana cómo él volvía a corretear de aquí para allá, con cajas, sacando cosas de la casa, y llevando cosas a ésta.

Se sentía tranquila, todo rastro de tristeza se había desvanecido tan rápido como lo vio.

Después de todo, a la niña lo único que le importaba era él. Y lo sabía. Aquel sentimiento de felicidad y tranquilidad al verlo nunca se desvaneció.

Cuando llegó la oscuridad y miró cómo él volvía a salir de la casa para marcharse lejos, volvió a descansar en su cama.

Al día siguiente pasó lo mismo. Y al siguiente. Hasta que pasó una semana. La niña volvía a mirar por la ventana. Lo miraba a él, a ellos, a los animales y todo a su alrededor. Ella se sintió de buen humor todo este tiempo. Luego llegó el día en el que aquel monstruo con ruedas no volvió más, y en cambio sí lo hizo él. Solo. Quizá por ello se sintió un poco nerviosa, hasta el punto de escuchar cada paso que daba en su casa, por si se acercaba hasta donde se encontraba ella, allá justo arriba de todo, justo en donde se ubicaba aquella redonda ventana por donde miraba la calle desde que recordaba.

Pero ese día no la encontró, no encontró dónde se encontraba ella. Aunque a la niña no le importó, pues sólo de saber que él viviría junto a ella desde ahora, no podría hacerla más feliz.

La niña vivía junto a él. Estaba junto a él sin que la notara. Y sabía y esperaba que por su curiosidad algún día viera el lugar en el que ella estaba. Era de esperarse que algún día ocurriría.

Y lo hizo. Aquel día fue uno de los tantos soleados de verano. Ella miraba tranquilamente por la ventana, hacia el más allá del afuera. Fue en un momento que escuchó un ruido, casi imperceptible, a sus espaldas. Ella no pudo evitar mirar hacía allí, un movimiento se producía al igual que más ruidos a sus espaldas. La niña se paró, se quiso acercar pero no pudo. Era aquella fuerza invisible otra vez, la que la hacía quedarse allí, la que sólo la dejaba ir hasta su cama y dormir. La que no la dejo acercarse al niño, la que la mantenía en esa casa.

Ella supo de la fuerza hace varios años atrás.

La niña se quedó en su posición parada junto a la ventana, mirando, esperando a ver qué pasaría. Unos segundos después la madera que producía aquel ruido se salió de su lugar y una mata de polvo que voló en todas direcciones casi la hace toser. No obstante, se contuvo, y contempló.

De allí la niña vio su cabellera negra asomarse. No pudo evitar sentirse nerviosa.

De repente, y de un salto, él ya estaba allí. Cerca. Lo suficiente para sentir su presencia, su calor.

Su sonrisa a pesar del polvo.

Pero la niña simplemente se quedo allí, parada, viéndolo sin hacer nada. Una sonrisa algo triste se asomó por sus labios, y una lágrima traicionera salió de uno de sus ojos, curvó su mejilla y cayó de su cara al suelo de madera.

La niña recordó entonces que nadie la podría ver. Que él no había notado que estaba justo frente a ella. Recordó entonces el por qué de que se encontraba siempre mirando por la ventana y por qué siempre miraba hacía aquel niño cuya presencia antes le era tan satisfactoria.

—Así que aquí era donde venía Nami antes de morir —fueron las palabras de él mientras se acercaba a donde la niña estaba y la pasaba por al lado mirando por la redonda ventana— Ahora entiendo por qué siempre decía que tenía la mejor vista.

La niña entonces supo su nombre, supo quién era él, y supo por qué se encontraba ahí.

Hubo una vez una niña que correteaba junto con un niño que sonreía todo el tiempo. Ellos eran los mejores amigos, pero un día, la niña en su escondite en la casa abandonada, contrajo una enfermedad, la cual unos meses después la dejo sin respirar. La niña siempre quiso antes de morir enseñarle el escondite a su mejor amigo, para que pudiera ver por él lo que ella veía. Quizá por eso olvidó que aquel niño sonriente que le atraía tanto verlo era su antes mejor amigo.

Lo recordó todo.

Él seguía mirando por la ventana, la niña se giró a verlo, su sonrisa se tornó melancólica, y su cuerpo se puso a brillar y poco a poco desvanecer. Su momento había llegado.

Pero antes, no pudo evitar decir sus últimas palabras.

—Gracias, Luffy.

Había una vez una niña que miraba desde la ventana, que cumplió su deseo de mostrarle la vista desde ella a aquel que fue su mejor amigo.

Y que, gracias a ello, pudo completar su misión en este mundo.


Ƭɧε ℰηd


Esta historia fue editada y publicada también en wattpad. Me tomé el tiempo de releerla -y llorarla- nuevamente al encontrarme con varias incoherencias narrativas que hacían la lectura menos entendible. Y así, pude solucionar la mayor parte de los errores que estuvieron a mi vista.

Espero hayan disfrutado su lectura.

Hasta una próxima.