Puck
Me despierto con la luz del amanecer, que se cuela por la ventana del cuarto que comparto con Sean. Él se encuentra acostado a mi lado, de cara a mí y durmiendo todavía, con esa expresión tranquila que tanto adoro ver cada mañana. Sean, en realidad, siempre parece estar tranquilo, pero no con una expresión como ésa: Los rasgos relajados, la boca entreabierta, y la cabeza inclinada hacia abajo sobre la almohada. No puedo evitar darle un beso en la frente. Sean entonces exhala profundamente y abre los ojos. En seguida su boca forma una amplia sonrisa.
-Buenos días-digo mientras le devuelvo el gesto, acercándome aún más a él.
-Buenos días-me responde mientras me pasa un brazo por el hombro y me abraza-¿Qué tal has dormido?
-Como siempre-me enconjo de hombros, no por indiferencia, sino por naturalidad-De maravilla.
-Me alegro, porque teniendo en cuenta lo poco que hemos dormido...
Mi novio (qué bien suena esa palabra, antes imposible para mí) me mira con picardía y me estrecha contra su pecho desnudo. Yo le acaricio los homóplatos, que están cubiertos por decenas de cicatrices, al tiempo que noto un acaloramiento en las mejillas. Cuando me doy cuenta de ello, escondo la cara en la almohada.
-¿Por qué te sonrojas, tontita?-me pregunta Sean, riéndose levemente.
-No me sonrojo, es el reflejo del sol en mi cara-mi habitual tono cortante ha regresado.
Sean vuelve a reírse, esta vez con más ternura que broma, y apoya la cabeza a mi lado. Yo sigo sin mirarle.
-Ey. Lo de "tontita" era una broma sin mala intención.
-Ya lo sé. Me llevas llamando así desde que empezamos a salir juntos.
-De eso ya pronto serán tres años.
Al escuchar aquello, asomo el rostro y le miro a los ojos.
-Tres años-repito casi en un suspiro.
Sean me besa el carrillo y me acaricia la espalda por debajo de las sábanas, aunque no eróticamente.
-Los tres mejores de mi vida-me susurra al oído, lo que provoca que me azote un agradable escalofrío.
No sé qué más decir, de hecho no creo que lo necesite; abrazo a Sean hasta pegarme a él y después lo beso en los labios, transmitiéndole todo lo que siento por él. Sean me mira, primero con impresión y luego con (lo que él dice siempre, y me encanta) amor.
-Te quiero, Puck Conolly.
-Y yo a ti, Sean Kendrick.
Sean
Son las cinco de la tarde y, desde mi asiento rocoso, continúo mirando la lápida que pone: Antony Kendrick; a un maravilloso padre y respetado corredor de Escorpio. Siempre te recordaremos. D.E.P. Cuando me llega el tacto de la brisa costera, la aspiro y suspiro: me siento en paz. El aire también me hace respirar el olor de Puck, que tanto me fascina y que aún se conserva en mi piel. El mar, a pesar de lo cruel que puede llegar a ser, me transmite una tranquilidad tan inmensa que sólo se supera cuando estoy junto a Puck o a los caballos. Sin embargo, aunque llevaba casi toda mi vida haciéndolo, ahora esta sensación es más intensa al pensar que soy libre, desde hace ya tres años, en mi última Carrera de Escorpio.
Miro a Corr, que también observa el océano, a pocos metros de mí. Sé que aún siente su llamada, pero la ha estado ignorando desde que regresó junto a mí cuando lo liberé en la playa aquel día, poco después del día de la sangrienta carrera. Desde entonces, nunca hemos vuelto a participar por dos motivos: Uno, porque el estado de la pata trasera de Corr nunca ha podido recuperarse del enfrentamiento con Skata, la letal yegua pinta que montó Mutt Malvern (y que lo arrastró hasta el mar); dos, porque desde que estuve a punto de perder tanto a Puck como a Corr en la carrera, decidí no volver a poner en peligro a los míos en aquel recorrido teñido de espuma marina y sangre. En estos últimos años, nunca me he arrepentido de esa decisión, y aún menos desde que vivo con Puck.
La seductora voz de las aguas reclaman a mi caballo desde el pie de los acantilados, pero él vuelca su atención en el trozo de carne que he depositado junto a él. Entonces vuelvo a perderme en los recuerdos. Me llegan a la mente imágenes de las cuadras de Malvern Yard, alojados por caballos de competición y capaill uisce, y de mi antiguo y dimituto cuarto; las largas jornadas cuidando y entrenando a los animales, con Mutt rondándome y arreglándoselas para que mis labores fuesen más duraderas e insoportables; los gritos y gemidos de los caballos de agua cuando estallaba alguna tormenta; la sangre de los jinetes bajo sus monturas; Corr volviéndose loco cada vez que Mutt trataba de dominarlo (aún siento un gran pesar al acordarme de la muerte de Prince, el máximo responsable de los establos de Malvern Yard; una muerte que pudo haberse evitado). Pero sobre todo, recuerdo las largas horas y las noches, completamente solo, sin otra compañía agradable salvo Corr.
Al pensar en mi vida actual, comparándola con la anterior, me doy cuenta de que la vida me ha sonreído por fin, que he alcanzado la felicidad. No necesito nada más. Pienso en la casa de mis padres, ahora de Puck y mía, remodelada y con las cuadras ampliadas (antes eran dos y ahora son seis), gracias a los ahorros de ambos, aunque no me hizo gracia que Puck se ofreciese a gastar su dinero tan honradamente ganado por ayudarme a cumplir mi deseo de convertirme en entrenador de caballos, pero ella se empeñó y hasta llegó a amenazarme con marcharse si no aceptaba. Aún sonrío al recordarlo.
De repente escuho un ruido de motor, y cuando me giro veo el viejo coche de Finn, el hermano pequeño de Puck. Él aparca a unos cuantos metros y yo me acerco a saludarle; durante todo este tiempo nos hemos hecho muy amigos (algo también impensable para mí hace tres años, pues el concepto de amistad sólo lo conocía gracias a Corr).
-Buenas tardes, Sean-me dice Finn mientras me palmea el hombro-¿Cómo estáis mi hermana y tú?
-Igual de genial que hace tres años-le respondo, sonriendo de la mejor manera que puedo ante las personas que no son Puck.
-¿Holly ya te ha avisado sobre el potro de Corr que está criando en América?
-Sí, hace un par de días me llegó una carta suya. En ella decía que el potro está creciendo sano y que promete ser un buen corredor.
-Esperemos que no lo haga competir también aquí-Finn ríe sin malicia-Porque como se le ocurra quitarle el honor a su progenitor...
Yo me río con él, pero poco tiempo; aquella carrera había sido todo mi mundo durante años, pero después de conocer a Puck, vi el infierno que representaba: Los capaill uisce atacándose entre ellos, los jinetes caídos, la arena cubierta de surcos y sangre, Puck siendo atacada por Mutt, Corr enfrentándose a Skata... Finn deja de sonreír y me mira con lo parece culpabilidad.
-Lo siento, tío-se disculpa con un tono no muy audible-No debí bromear sobre esa competición del demonio...
-Tranquilo, Finn-le respondo, poníendole la mano sobre el hombro-Sé que no tenías mala intención; además, ya hemos pasado página.
-¿Seguro?
En realidad, no es así del todo. Cada vez que veo que Puck grita en sueños y se despierta llorando; que Corr no puede extender del todo su pata trasera al galopar (o más bien, medio galopar); que hay nuevas lápidas sobre los acantilados de Skarmouth, entre ellas las de Tommy Falk y Mutt Malvern, no puedo evitar que un estremecimiento desagradable me recorra el cuerpo de arriba abajo. Sin embargo, cada vez que ésto me ocurre, recuerdo las palabras de mi padre: "Agradece lo que tienes y la experiencia que has ganado, y no pierdas el tiempo lamentándote por lo que has perdido". Esa frase, unida a la mirada sabia y la cálida sonrisa de mi padre, siempre me hacía sacar fuerzas de flaqueza hasta en los instantes más críticos. El apoyo y la comprensión de Puck no han hecho sino darme más fuerzas aún.
-Por cierto-la voz de Finn me saca de mis pensamientos-Pronto será noviembre, ¿qué pensáis hacer?
-No lo sé, pero pronto estallará una tormenta, así que hoy me encargaré de reforzar las puertas de la casa y del establo.
-Mantener alejado a un capall uisce de vuestra casa no debe de ser tan complicado.
-Sí lo es, Finn. Un capall hambriento es lo más peligroso que hay; le da igual si su presa se encuentra en la playa o tierra adentro, lo único que le importa es saciar su apetito, y ahora que estamos a finales de octubre, la situación es aún peor.
-He oído que Ian Privett piensa aprovechar esa tormenta para capturar otro caballo; uno más rápido que la yegua uisce que suele montar.
Recuerdo muy bien a Ian Privett, no era un mal tipo, y era uno de los mejores jinetes de todo Escorpio; pero nunca llegué a confiar demasiado en él, ya que su desmedida ambición le podía llevar a límites insospechados. En una ocasión, le había visto entrenando con Penda, su yegua marina, en un campo donde pastaban varias cabras silvestres; en lugar de esquivarlas, Privett le daba rienda suelta a Penda para que atacase a las cabras en su carrera, sin permitirle que se detuviera para terminar de devorar a los pobres animales: Estaba enseñando a su yegua a derribar salvajemente a los participantes que se le acercasen durante la Carrera. Desde entonces nunca volví a colocarme cerca de él cuando competíamos, salvo cuando estuviera delante del todo para así intentar adelantarle.
-Privett siempre fue un poco "impulsivo" cuando se trata de ganar-le respondo a Finn cuando acabo de recordar aquella macabra escena.
-¿Impulsivo? Más bien está loco de atar si pretende enfrentarse a un capall en medio de una tormenta.
-Se nota que no lo conoces bien.
Puck
Sean y yo ya nos habíamos acostado cuando comenzaron a caer las primeras gotas. Pronto, el leve repiqueteo que la llovizna inicial producía sobre el tejado se convierte en un golpeteo continuo. No muy lejos, puedo escuchar las olas rompiendo con furia contra los acantilados. Los caballos, por suerte, están tranquilos y no escucho ruido alguno en el establo.
Cada vez menos preocupada, y más agotada, me acurruco entre los brazos de Sean y me dejo llevar por el mundo de los sueños. Poco antes de dormirme, habría jurado que escuché aullidos de agonía en la lejanía, pero creo que se tratan de simples desvaríos por el cansancio, así que por fin me quedo dormida.
