Will Graham miró una vez más el reloj de su mesilla. Las doce. Las doce y diez, la una, las tres. Un número distinto cada vez que abría los ojos. No podía dormirse y aunque estaba agotado casi lo prefería a revolverse mientras su cabeza se llenaba de imágenes sin sentido que lo dejaban temblando de los pies a la cabeza.
Las cuatro.
Will cerró los ojos se sentía igual de tenso que la última vez que había intentado dormirse, pero esta vez lo consiguió.
Estaba en un callejón oscuro. Estaba solo o al menos él no creía que hubiera nadie más. Escuchó algo, el sonido de una puerta de metal al cerrarse rebotando contra el marco y un grito de mujer. Miró hacia atrás, hacia el lugar del que había venido por si veía algún coche al que poder para y pedir ayuda, pero solo vio un callejón sin salida. Se llevó la mano al bolsillo de su cazadora recordando su móvil y al meter la mano solo encontró su arma.
¿Era esto real? El arma se sentía pesada y fría entre sus manos. Tenía que ser real.
Caminó hacia el lugar donde había escuchado los gritos con su pistola. Justo debajo de la escalera antiincendios encontró una puerta de metal oxidada entre abierta. Will la abrió con el pie y entró pegando su cuerpo contra la pared. Las manos le temblaban. No quería tener que volver a disparar a nadie otra vez.
—Cálmate, Will—se dijo en un susurro—Cálmate, Will.
Aquello era un antiguo almacén lleno de mobiliario mohoso y plásticos de embalar. La única luz que había venía de las farolas de la calle y de un par de bombillas desnudas en el techo.
Escuchó como arrastraban algo por el suelo y una respiración agitada.
—Era solo cuestión de tiempo—se lamentó una voz de hombre antes de echarse a reír. Una risa vacía de alegría, pero llena de desesperación.
Will se escondió detrás de unas mesas destartaladas y aguantó la respiración como si así pudiera evitar que le descubrieran.
Will se atrevió a asomarse desde detrás de su escondite, pero estaba lejos para ver algo. Si quería saber que estaba pasando tendría que acercarse un poco más.
Al fondo había un hombre de espaldas a él. Pudo decir que era más o menos de su estatura aunque caminaba encorvado y tenía su misma complexión. Iba vestido con harapos y descalzo.
El hombre se agachó para recoger algo del suelo; el cuerpo inerte de una mujer. No sabía decir si estaba muerta, pero su vestido estaba cubierto de sangre y el rostro blanco como el de un fantasma. El hombre la apoyó contra la pared y apretó su cuerpo contra el suyo para poder soltarla y sujetar una de sus muñecas contra la pared mientras con la otra sostenía una pistola neumática contra su muñeca.
—«¿Va a exhibirla como a un trofeo? ¿Cuál es su perfil, Will? » —Se preguntó a sí mismo—y ¿De qué podría servirte eso ahora?
—Era cuestión de tiempo, Will. —dijo la voz del hombre frente a él aun de espaldas.
¿Le había descubierto? No. No hablaba con él. Poco a poco Will se fue colocando tras el desconocido apuntándole directamente a la cabeza. Le temblaban tanto las manos que no creía que pudiera acertarle aunque pudiera disparar.
El hombre apartó el cabello del rostro de la mujer y entonces Will se dio cuenta de que la conocía.
—¿Alana? —balbuceó Will.
—¿Quién? ¿Quién anda ahí?— el hombre se iba a dar la vuelta y Will pensaba vaciar aquel maldito cargador sobre él sin tan siquiera pestañear hasta que vio su rostro, vio su propio rostro en aquel hombre.
¿Él la había matado?
—Tú—gritó el hombre con rabia.
—Si hubieras pedido ayuda no estaríamos así.—le reprochó el hombre mientras caminaba hacia él.
Will, retrocedió aun apuntándole. Tropezó y cayó de espaldas disparando se su arma. Cerró los ojos y continuó hasta que vacío el cargador. Y de pronto...
Will escuchó los ladridos de sus perros. Abrió los ojos y se vio caído sobre las escaleras del porche de su casa con el arma aun humeante entre sus manos.
—¡¿Qué coño?!
Will tardó unos minutos en asimilar lo que acababa de suceder. Uno de sus perros se acercó a él empujándole con el hocico y Will se puso en pie después de acariciarlo. Tenía que hacer algo.
Will no sabía muy bien como había llegado a la puerta del departamento de Hannibal. Recordaba haber pensado en llamarle y hablar con él, pero allí estaba a las ocho de la mañana pensando en si llamaba o no. Will levantó una mano y vio que llevaba una bolsita de una pastelería cercana. Bueno, al menos no había venido con las manos vacías.
Llamó un par de veces y esperó.
Hannibal abrió la puerta. Llevaba puesto un delantal sobre la ropa de calle y lo miró extrañado.
—¿Will? ¿Estás bien?
—Siento presentarme si avisar, pero pensé... —los ojos de Will coincidieron por un segundo con los de Lecter antes de que apartara la vista.
—No tienes por qué disculparte. Mis amigos no necesitan avisarme. Creí que te lo había dicho.
Lecter se apartó de la puerta dejándole pasar y le acompañó hasta la cocina.
—Es que pensé... pensé que...
—¿Qué podrías desayunar conmigo? —Le preguntó Lecter.
—¿Qué?
—Has traído una bolsa de la pastelería que hay a dos calles de aquí. ¿Es para desayunar conmigo?
—Oh, sí. Ten.
Mientras Lecter calentaba el agua para el té le indicó que se sentara:—No soy muy dado a la bollería, pero reconozco que estos cruasanes tienen un aspecto delicioso.
Will bostezó y se cubrió la boca con la mano—Lo siento.
—No has dormido bien. ¿Es por eso por lo que has venido a verme, Will?
—No lo sé en realidad.
—Puedo prepararte una infusión si quieres. Te ayudará a relajarte y dormirás, aunque preferiría que antes de tomarla hablaras sobre lo que te preocupa. ¿Has vuelto a tener más pesadillas?
—Sí. —Will asintió atreviéndose a mirar a Lecter de reojo.
El hombre colocó una taza de té frente a él y sacó una bandeja de uno de los armarios colocando los cruasanes sobre ella. Hannibal controlaba cada uno de sus movimientos en aquella cocina. Había algo en su forma de moverse que despertaba cierta envidia en Will, tal vez solo curiosidad. No había ni un movimiento brusco ni innecesario.
Al ver que no decía nada más Will continuó.
—He tenido un sueño extraño en el que…seguía a un asesino.
—Bueno es así como te ganas la vida, ¿no?
Will negó con la cabeza—Esta vez iba solo y me encontraba con el asesino a punto de matar a Alana.
—¿A Alana?
—Bueno, en realidad ni siquiera sé si ella seguía viva. Le vi la cara y… Ese hombre... El rostro de ese hombre era el mío.—Will cogió su taza y dio un sorbo como si así pudiera pasar aquel mal trago.
Lecter puso una mano sobre su hombro y apretó un poco dejándole saber que estaba junto a él: —Tranquilo, Will. Tú mismo has dicho que era un sueño. Respira profundamente y piensa en ello como lo que es. La exploración de algo más profundo. Algo que guardas dentro de ti. ¿Cómo te sentiste?
—¿Qué cómo me sentí? —Cuando las manos de Will comenzaron a temblar dejó la taza sobre la mesa. —Will abrió la boca a punto de continuar, pero su móvil sonó. Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y contestó al ver el número de Crawford. —Tengo que coger.
Cuando Will se marchó después de tres o cuatro disculpas apresuradas, Lecter vació el contenido de su taza en el fregadero. Era una lástima tirar aquella infusión de setas alucinógenas así como era una pena que Will apenas la hubiera probado. Will había tenido en los labios las respuestas que deseaba escuchar desde el primer día y aquel ignorante de Crawford lo había echado todo a perder. Si no lo necesitara para que Will siguiera trabajando en el terreno haría mucho tiempo que parte de Crawford estaría bajo tierra.
