TODOS LOS CORAZONES SE ROMPEN

¡Feliz cumpleaños, !

o.o.o

Hasta al padre del único detective consultor del mundo le llega la hora. Por suerte, él ya no está solo.

Eran las tres de la mañana cuando el teléfono sonó, y fui yo, John Watson, como de costumbre, quien lo cogió. Y el mensaje que recibí desde el otro lado me dejó sin habla durante un buen rato.

No sabía cómo enfrentar algo así, ni cómo decírselo a mi compañero. Sobre todo cómo decírselo.

Sherlock parecía dormido desde la puerta, así que decidí esperar a que despertara en el salón.

— Sherlock, tengo una mala noticia... —no, así no.

— Sherlock, tenemos que hablar... —no, así tampoco.

— Sherlock...

— ¡Dime, John! —me dijo recién despertado frotándose los ojos.

Saqué firmeza de donde pude para enfrentarme a la situación.

— Siéntate, por favor —contesté, invitándole al sofá.

Sherlock reconoció enseguida el sufrimiento en mi cara, pero no el motivo. Era la primera vez que me veía en ese estado y se sentó sin rechistar.

— Sherlock..., era Mycroft. Tu padre ha muerto.

Juraría que vi pasar la vida de mi compañero a través de sus pupilas. Su rostro se veía aún más pálido que de costumbre, las manos le temblaban..., podía sentir su dolor. Me encontraba sentado a su lado y, dentro de mi impotencia, acerté a cogerle la mano, pero Sherlock se apartó y, sin mirar más allá del suelo, volvió a su habitación.

Me desplomé en el sofá, dejando paso a las lágrimas que inundaban mi ser. Cuando el Sol comenzó a despertar, también lo hicimos nosotros. Para mi sorpresa, Sherlock había preparado el desayuno.

— Buenos días —me dijo con una sonrisa. Pero yo ya conocía esa sonrisa. Era la que ponía cuando no quería que me preocupara. Cuando se sentó a la mesa, pude ver marcas de lágrimas en sus mejillas, pero no dije nada.

— Buenos días —respondí, intentando curvar mis labios hacia arriba. Pero no lo conseguí.

— ¿A qué hora es el entierro? —me preguntó, dándole vueltas a la cucharilla del té.

— Mycroft me dijo que tú lo sabrías —le contesté, mirándole fijamente.

— No me mires así. Estoy bien—. Sherlock seguía poniendo esa sonrisa falsa que tanto me fastidiaba. — Nos vamos —dijo levantándose de la mesa.

— ¿Nos?—pregunté sin entender.

— Exacto —me respondió mientras entraba en su habitación.

El camino en tren fue muy tranquilo. Sherlock se pasó todo el tiempo mirando por la ventana, con ojos pensativos, y yo, lejos de querer molestarle, me dediqué a leer el periódico, las revistas y todo lo que encontraba, pues había dejado mi laptop en casa.

Nadie nos vino a recoger, y cogimos un taxi hasta algún lugar que yo no conocía, pues sólo sabía la dirección y no había estado antes en la ciudad. Al bajarnos del taxi, lo primero que vi fue una bonita casa con jardín. Se veía una casa grande, pero confortable.

— Hola Sherlock. John —dijo Mycroft al vernos llegar. Sherlock ni siquiera respondió.

— Hola Mycroft. Lestrade —saludé, disimulando mi falta de entendimiento. ¿Qué hacía Lestrade ahí? ¿Estaría investigando la muerte? Si fuera así, Sherlock me lo habría dicho, ¿no? — Siento la...—me decidí a darle el pésame a Mycroft, aunque no me gusten estas situaciones, ¿a quién le gustan?

— No lo sientas, John. Créeme —dijo Sherlock poniendo su mano sobre mi hombro. Mycroft sólo hizo un gesto de aprobación a mi compañero.

— Vamos, ya estará todo el mundo dentro —exclamó el mayor de los Holmes. Y todos le seguimos.

Nada más pasar el umbral, pude ver la majestuosidad del salón. Automáticamente, los dos hermanos se dirigieron a su lugar, lugar que yo no podía ver, aunque Sherlock siguiera guiándome con su mano en mi hombro. Sin darme cuenta, me encontré como un Holmes más recibiendo las condolencias de todos los presentes. Pero si yo me sentía fuera de lugar, era evidente que Lestrade se encontraba todavía peor.

Pasaron varias horas hasta que todo se calmó, y llegó un momento con el que, iluso de mí, no había contado.

— Hola, madre —dijo Mycroft a una señora de mediana edad y gran elegancia que se acercaba adonde nos encontrábamos, dándole un beso en la mejilla. Y Sherlock repitió el gesto.

— ¿No os quedáis a pasar la noche en casa? —preguntó la mujer con una voz un tanto ostentosa.

— Claro, madre. Nos quedaremos esta noche —contestó Mycroft mirando a su hermano.

— Claro —confirmó Sherlock distraído.

— El problema es que sólo hay una cama de invitados —dijo la madre.

— Tranquila, madre. Yo tengo una cama-nido. John puede dormir en la cama de abajo. ¿Verdad, John? —apuntó Sherlock mirándome.

— Si no es molestia... — dije sin saber qué decir.

— Claro que no. Vamos, que ya es muy tarde —espetó Sherlock, volviéndome a coger por el hombro. Lo estaba tomando como afición...

Al comienzo del pasillo, donde los dormitorios se separaban, pasó algo que no entendí.

— Ya te vale —le dijo Mycroft a mi compañero.

— Haberte comprado una cama-nido —le respondió mi amigo con una sonrisa burlona. Y nos fuimos a dormir. O a intentarlo.

— Sherlock, ¿tienes algo que me quepa? —le pregunté quitándome el jersey.

— Duerme en ropa interior, como yo. Tampoco tengo ropa aquí —me dijo quitándose el pantalón.

No iba a dormir con la ropa de todo el día y había olvidado meter el pijama, los pijamas, en la maleta. Sí, al final había acabado haciendo la maleta de Sherlock también. Así que, sin más que ponerme, le imité.

— ¿Arriba o abajo? —me preguntó mi compañero.

— ¿Cómo? —le contesté interrogante.

— Que qué cama prefieres —me dijo enarcando una ceja.

— Abajo, abajo está bien —le respondí, tumbándome en la cama elegida.

Sherlock apagó la luz y el sueño nos encontró. Pero en mitad de la noche unos sollozos me despertaron. Venían de la cama de arriba.

— Sherlock —le llamé muy bajo. Pero no me contestó. Seguía sollozando contra la almohada.

— Sherlock —le llamé de nuevo, ahora sentándome en su cama y acariciando sus rizos. Deslizó su cara sobre mi mano y, a la luz de la Luna, pude ver sus ojos llorosos.

— Sherlock... —dije con el alma en los pies, y se dejó caer hasta mis rodillas. No me atrevía a moverme ahora que se veía más sereno, así que decidí quedarme despierto velando su sueño, pero estaba tan cansado...

— Sherlock, madre dice que es hora de desayunar..., bueno, si podéis —anunció Mycroft entrando en la habitación sin tocar a la puerta.

Sherlock seguía durmiendo sobre mí, y yo había dejado caer mi cuerpo sobre él, quedando en una posición muy curiosa.

— Mycroft, vete con tu novio —contestó mi compañero desde mis rodillas. Y Mycroft se fue con cara de indignación por donde había venido.

o.o.o

Esto aún no ha acabado.

Pero pueden decirme si les va gustando :)

¡Siempre se agradece :D!