¡Hola a todos!
Sé que no debería embarcarme con otra historia teniendo las que tengo tan abandonadas, pero tengo que escribir esto. Supernatural me tiene enamorada últimamente y quiero escribir o no podré llegar viva hasta septiembre. El prólogo de este fic es algo así como un breve repaso de la cuarta temporada, con lo que creo que han sentido. Y a partir del primer capítulo, mi propia versión de la quinta temporada. No sé si debería considerarse entonces un AU. Ojalá os guste.
(Se me olvidaba. Soy wincestista y probablemente, tarde o temprano, acabará habiendo wincest en esta historia. Por ahora, brotherly love del que puede con todo.)
Disclaimer: Los derechos son de Kripke, y la CW, y blah, blah, blah.
NUESTRA ÚLTIMA CARRETERA
PRÓLOGO. Del infierno sobre el asfalto
My friends are gonna be there too
I'm on the highway to hell
En el último minuto de su último día pisando el asfalto, el pánico trepa por las piernas de Dean Winchester de una forma irracional: lo agarra del nacimiento del pelo con una mano helada, se cuela en sus pupilas y ya no sale. Si su padre siguiese vivo, probablemente le espetaría "no te he entrenado para huir", clavándole el dedo en la llaga para que diera media vuelta y se enfrentara, herido como un soldado de guerra, a cualquier cosa. En el infierno, lo primero que grita es "Sam", con la voz desgarrada y ronca de dolor.
Al otro lado la sangre de demonio despierta, latiendo furiosamente en las venas del hermano. Sam no abre la boca pero todo lo malo que hay en él chilla para ser usado a cambio de regresar un muerto a la vida.
Al precio que sea.
Son recuerdos como ese lo que le salvan: una cursa en picado a lomos del Impala, volando sobre la carretera como ha sido siempre: solo ha vuelto para volver a bajar con él. Cielo o infierno, juntos para siempre. Y a quién le pique, que se rasque.
I remember there was
Nothing I could ever do
Never could impress you
Even if I tried
Lo primero que impresiona a Dean cuando vuelve es la frialdad que antes no estaba ahí. Lo admite, algo comenzó a cambiar en Sam en algún punto no sabe dónde ni cuándo (quizá cuando apareció Ruby, o durante los seis meses de los que él no sabe ni la mitad, o quizá mucho antes y no estuvo ahí para verlo), pero cuando lo abraza y Sam parece extraño cuando lo toca, como si hubiera olvidado como era ser el hermano pequeño, Dean desea que el infierno no siga en la Tierra, que ya ha tenido bastante, por favor. Cuarenta años en el infierno con sus noches y sus días bastan para cansar al más duro y Dean ya estaba cansado desde mucho antes de entrar en él.
Lo segundo, que la sonrisa de Sam que iluminaba habitaciones se ha marchitado, cubriéndose de hiel, y se ha llevado muchas cosas más, dejando tras de sí una mala parodia, una copia oscura que derrota al gigantesco Sammy y ocupa su lugar la mayoría del tiempo. Las primeras semanas Dean se limita a darle espacio: no debe ser muy normal que tu hermano muerto haya ido al infierno, esté cuatro meses bajo tierra (no descomponiéndose, por suerte) y de repente vuelva saliendo de su propia tumba. Gracias al señor. Literalmente. Menos mal que el chico era creyente (aunque últimamente Sam solo parece creer en una palabra y no es en la suya y mucho menos en la de Dios).
Pero los días pasan uno tras otro y Dean, si no estuviese tan harto de aguantar y aguantar y seguir aguantando, acumularía odio. Contra Ruby. Contra los ángeles. Contra cualquier cosa, para descargarse, para no admitir que lo más importante en su vida está trastabillando como si hubiera un terremoto bajo sus pies. Pero está demasiado cansado incluso para odiar.
Sam matando demonios es la gota que colma el vaso. No con armas; con sus manos enormes. Él es el arma. Sus poderes frenéticos tomando el control y los demonios pueden salir corriendo porque Sammy es el anticristo y ha venido para hacer daño, apártate de su camino antes de que sus ojos se vuelvan negros como la pez y acabe contigo. Márchate antes de que se convierta en lo que mata. Obviamente su hermano no lo deja, nunca. Como un juramento silencioso, conversaciones que no se dicen. Es un "no" a tiempo completo: tú te vas con los malos y yo con los buenos pero no voy a matarte, no voy a ayudarte, no voy a dejarlo estar y por supuesto, Sam, no.
La noche en que dice que sí a la servidumbre no podría sentirse más extraño. Ha servido a su padre tantos años que debería acostumbrarse a obedecer pero eh, no es lo mismo servir a tu propia sangre que a algo en lo que ni siquiera creía tiempo atrás; por no hablar de que es un chico rebelde. Ya en los institutos tenía problemas. "No pongas los pies sobre la mesa", decía la profesora, y el Dean de quince años los bajaba segundos después de lo prudente, con una sonrisa que desarmaba. Castiel se lo ha hecho todo fácil y se lo agradece sin palabras, con una mirada y con la confianza, pero faltaba lo demás. La familia. Su hermano, el pilar inamovible de su vida. Lo que le queda.
Podría decirse que Dean estuvo aletargado, en cierto modo, observando el ir y venir de las cosas, recordando tiempos dolorosos (las vacaciones en el infierno no le gustaron demasiado) y ahogándose un poco en sí mismo. Bobby le despertó, el mismo Bobby que ya tenía algo así como cien mil años cuando él tenía diez y con la misma gorra azul descolorida tan vieja como él. Recuerda perfectamente las palabras, "es tu hermano", la dureza, "siento que tus sentimientos estén heridos, princesa", como si le estuvieran pegando y solo tuvo aplomo para quejarse pero algo en su mente hizo clic.
Luego vino el secuestro. Si te apellidas Winchester mejor que des por hecho que van a pasarte cosas extrañas. Monstruos bajo la cama, luces parpadeantes; poca cosa en principio, pero no te fíes, a la vuelta de la esquina puede esperarte un wendigo o un genio, sombras que se levantan del suelo para perseguirte, perros que solo tú ves. Simplemente el negocio familiar. Que un ángel bueno y un ángel no tan bueno te mantengan retenido en una sala de los deseos contra tu voluntad, eso… Eso, quizá, excede un poco el límite de "cosas extrañas", incluso para alguien como Dean Winchester.
Seguía con las palabras de Bobby resonando en la cabeza (ese viejo hombre podría hacerte llorar con mirarte, chaval) cuando se decide a llamarlo. Debe ser la mejor decisión de su vida porque imagina por un momento separarse de Sam para siempre. La angustia se instala en su estómago como el plomo y las cosas simplemente carecen de sentido, así que lo llama, tragándose el orgullo y le dice que "te debo una paliza" pero también le dice "eres mi hermano", sin fingir, sin necesidad de adornarlo porque es así y ya está.
Después se entera de que Dios ha dejado el edificio, el muy desgraciado. Es como una patada en la espinilla (duele incluso más) pero solo puede preguntar por Sam, qué vais a hacer con Sam, quiero ver a Sam, no le hagáis daño a Sam, Sam, Sam, Sam. Que provoquen el Apocalipsis si quieren. Que se rompa el mundo en dos o que destrocen el Impala que ya nada importa pero quiere ver a Sam y quiere verlo ya y en la vida se ha sentido más impotente que en el instante en que Castiel desaparece sin ayudarlo. Lo maldice entre dientes.
Podría besar al ángel de pura gratitud cuando lo saca de ahí.
Apenas sabe qué va a hacer Castiel contra los arcángeles (y sintiéndolo mucho, no podría importarle menos en ese momento). Y cuando por fin ve a su hermano, Ruby le sonríe y la puerta se cierra y a Dean le invade el odio más desesperado del mundo. Se deja la voz gritando, apenas consciente de que está gritando exactamente igual que en el infierno. ¿Sigue ahí? ¿Siguen sus huesos derritiéndose en él?
Entra totalmente fuera de sí, cuando ya ha pasado lo que no tenía que haber pasado, la mirada de cazador encendida, la rabia supurando y las cicatrices que no se ven ardiendo, tú le has hecho esto a mi hermano, tú tienes la culpa es lo que puede pensar y le da igual no tener razón, le da igual que Sam también haya decidido, le da igual que sea tarde porque joder, va a matarla, desde luego que va a matarla; las piernas firmes y hunde el cuchillo en la carne, enloquecedoramente furioso.
Sam llora entre el pelo revuelto. Murmura "lo siento" con la pena en los labios y las heridas que creía olvidadas tras las pupilas.
