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El sol que se apaga

"Vivir es coleccionar experiencias, ¿Sera que he acumulado un exceso de las mismas? Todo parece seguir una receta"

Fui concebida con las virtudes del mundo impregnadas en mi espíritu, un hecho que se manifiesta en el cuerpo de alicornio que se me otorgo, un cuerpo en que los ojos de los demás pueden contemplar la luz del día y la aurora boreal. El cosmos quiso asignarme una tarea que, más allá de ser crucial para el desarrollo de la vida, llena los ojos de los ponis con el asombro propio de aquellos seres que todavía los misterios de la naturaleza y la divinidad le son ajenos, a la vez que rigen el desenvolvimiento de su porvenir. Los sentidos me han permitido experimentar de igual manera en que lo hacen los mortales que me rodean. Así, he sido besada en el rostro por la primavera, abrazada por el verano, cobijada por el otoño y erizada por el invierno. Cada pelo en mi cuerpo ha sentido, en el apogeo de los más intensos estímulos cognitivos, lo que es estar viva y tener de merced a la razón para saberlo. He recorrido las grandes llanuras, me he perdido en los frondosos bosques y subido las altas montañas, capturando con mi memoria paisajes que revivo en el mundo onírico de maneras coloridas y otras espeluznantes. Con el mismo ahínco me adentre en las entrañas de la tierra, aterrándome por la oscuridad que ahí reinaba, para luego emocionarme con las bondades del cielo, que con su viento estival y esponjosas nubes aceleran mi corazón de forma grata en instantes absolutos. Vi la gestación de grandes reinos, la interacción cada vez más pronunciada de los ponis de distintos lugares y también como surgían lamentables conflictos; frutos del arrebato y la envidia de unos pocos en comparación con la gran masa que derrama sus lágrimas y sangre. El tiempo transcurrió de manera ininterrumpida, y entonces, dentro del marco del eterno devenir de las cosas, creí estar atrapada en una situación estática donde no puedo sino esperar aquello que ya percibí. Fue entonces que descubrí a un terrible monstruo que pertenecía al reino de lo invisible, uno cuya presencia y maldades solo tenían efectos en mí, ya que era la única presa que le interesaba. Los olores se volvieron homogéneos, las comidas perdieron su sabor y los colores adquirían tonalidades cada vez más oscuras, incluso mi astro ya no parecía iluminar como antes. Estaba atrapada en vida con el monstruo, volviéndose una compañía más cercana que mi propia hermana; la princesa Luna.

—Los pegasos son a veces unos brutos.

Ya lo dijeron todos.

—¿Aumentar la cosecha? Eso es imposible.

Cada año es imposible, y de todos modos logran aumentarla.

—Esta biblioteca es el orgullo de los unicornios.

Ya he leído cada uno de los libros contenidos en ella.

—Entre estos jóvenes magos puede existir un gran referente.

No se ha inventado un hechizo nuevo en décadas.

—Siento pena por esas pobres criaturas atadas a la tierra, nunca sabrán lo que es poder volar como nosotros.

Otros miles de ponis pueden hacer lo mismo que tú, no eres nada especial.

—No pienso ir a reunirme de nuevo con esos terrestres.

¿Acaso importa? Nunca llegan a ningún acuerdo que dure más de un par de meses.

Una mañana levanté el sol y el mundo decidió cambiar sin mí, siendo la primera vez que cuestione mi importancia para todo aquello que es mortal. Equestria nació, pues, del entendimiento sin intervención alguna de mi parte, o por parte de mi hermana. La creación de un reino donde convivían las tres razas poni logro deslumbrarme, así como fortalecerme, ayudándome a hacer frente temerariamente a eso que envenenaba mi existencia. Instalarme como líder de los ponis abrió las puertas de un nuevo camino lleno de misterio, el cual despertó gran expectación en mí. Haber sentido debilidad hizo que apreciara con más intensidad mis momentos de fuerza, dando lugar a la luz en todo aquello que hacía para mí misma o para los ponis. La combinación de las fuerzas terrestres, aéreas y mágicas trajo consigo una innovación jamás antes vista, mis ojos se volvieron a llenar de asombro como cuando experimente por primera vez el otoño. Se levantaron edificaciones que dejaban en la sombra a sus predecesoras, se liberó un torrente de creatividad en todas las artes y se perfecciono la manera en que se organizan las ciudades. El cambio era constante y progresivo, la mayoría de las veces se mejoraban las cosas en lugar de empeorarlas y que el mañana fuera incierto avivaba mis deseos de vivir para sentir y maravillarme un día más. No fue hasta el exilio de mi hermana Luna que descubrí que, así como podía experimentar la mayor de las dichas, también estaba vulnerable a la más terrible de las tristezas. ¿Realmente era tan diferente a los ponis mortales, si podía caer en errores y sufrir presa de las emociones? ¿Qué es lo que caracteriza a un ser superior, sino es el hecho de no padecer de las debilidades de los demás? ¿De qué me sirve sentir como lo hacen ellos? ¿En qué me ayuda no ser perfecta? Preguntas que una vez dichas se las lleva el viento, ya que no existe en Equestria y el mundo quien pueda responderlas. Usar mis sentidos para disfrutar de las delicias de la naturaleza ya la civilización solo hace que mi pesar se agrave, una vez llega a mí con la fuerza con que el mar castiga las costas. Sumergida en ese pesar es que el monstruo regreso, y como lo hizo antes volvió a eclipsar la luz que tanto me maravillo.

Cuando se terminó de construir el castillo de Canterlot la sociedad comenzó a optar por conservar todo lo que parecía funcionar bien, para no crear nada nuevo nunca más; arriesgarse les provocaba terror. Así, el constante cambio fue reemplazado por la parálisis, y aunque todos estuvieran felices con eso, yo no podía sino hundirme en la miseria. No solo comencé a tener el mismo entorno todos los días, sino que ahora debía lidiar con un aparato político cada vez más complejo y robusto, acorde al volumen de la población poni. El monstruo me seguía por los pasillos alfombrados, y al mirar a través de la ventana podía distinguir que también se encontraba ahí afuera, en los jardines o en los techos de las casas de la lejanía. En el comedor él siempre estaba ocupando todos los asientos, de la misma manera que estaba presente en todas las reuniones que tenía que tener mensualmente con los gobernadores. Cuando me dirigía a la despensa por algo de comer, ahí estaba él, esperándome para sugerirme algo que todavía no había terminado de envenenar con su malicia. En cada una de las galas del galope en que tenía la obligación de entretener a la aristocracia no podía faltar el monstruo en cada conversación banal que mantenía.

—El señor duque tiene muy buen gusto a la hora de seleccionar un monóculo.

Es intrascendente.

—Es muy amable, lo adquirí durante mi estadía en Manehattan durante una visita a la fábrica de café del señor conde aquí presente.

—Señor duque, es usted un mentiroso, ese día usted me dijo que el monóculo procedía de su visita a Arabia Sentada.

En serio no me importa.

—Oh, bueno, quizá tuve un momento de despiste, pero estoy seguro de que el poni al que se lo compre tenía sus raíces en Arabia Sentada.

Aunque así fuera resulta irrelevante.

—¿Ya vieron las perlas que trae esta noche la señorita?

Un accesorio que pasara de generación en generación seguramente, llamando la atención de la misma manera una y otra y otra y otra y otra y otra vez.

—Creo que se casara pronto, al menos eso se rumorea.

Al igual que sus hijos y los hijos de sus hijos hasta la eternidad.

¿Cuándo todo dejo de importar? ¿Y cuando la luz regresara? Probablemente los rostros cambien, pero en el fondo seguirán siendo los mismos ponis, las mismas palabras, el mismo aire, sabor y recuerdo. Miro el abismo desde el precipicio, ahí nunca hay nada y aunque lo hubiera tampoco puedo verlo ya que así lo quiso el monstruo. Sin embargo, ya no me apetece llamarlo así, la verdad es que es una enfermedad de la inmortalidad, algo que marchita el espíritu solo al consumir demasiado de eso que llamamos eternidad.

—Las rosas están muy lindas este año.

Siempre lo están, todos los años.

—¿Creen que será una buena cosecha?

Siempre lo es, porque así es Equestria.

—No hay nada más agradable que sentir la brisa del mar.

Mis pulmones han tenido suficiente de ella.

—Creo que dedicare lo que queda de esta velada al teatro.

Quizá la doceava vez que presentan la misma obra.

—Me gustaría ir la galería de arte que pronto inauguraran.

Estoy aburrida.

—Estoy aburrida.

—Perdón princesa Celestia ¿dijo algo?

—¡Estoy aburrida, aburrida, aburrida, aburrida!


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Este primer capítulo esta inspirado parcialmente en el libro "La Resistencia" de Ernesto Sabato. Espero que haya sido de su agrado, hace muchos meses que no escribía nada en narración en primera persona, por lo que me resulto más difícil de lo que imagine en un principio. Este fanfic constara de tres o cuatro capítulos. Por cualquier corrección que me quieran hacer les estaría inmensamente agradecido.

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