Mi Hijo
Juju! Tras dos mese de formarlo por fin lo terminé. Definitivamente el terror no es lo mío y este es mi mejor esfuerzo y espero que les guste.
Este fic participa en el reto "Te potterizarás de terror" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black".
La historia está basada en la película -importante dato, la película, no la leyenda- Terror en Amityville.
Disclaimer: todos los personajes reconocibles pertenecen a la creadora del maravillosos mundo de Harry Potter, J.K. Rowling.
Mi Hijo
1.- Noches de insomnio
La mente en blanco. Se sintió flotar y su mundo parecía nebuloso. Todo se le olvidó. No tenía idea de por qué estaba ahí, entre esa gente en ese pequeño ascensor. Lo único de lo que tenía total consciencia era de las voces. Voces que venían de alguna parte de su cabeza. No tenía idea de donde salían ni quién los emitía –pues estaba seguro que su propia voz no era-, pero ahí estaban. Hablando incoherencias. Cosas que él no entendía. Susurros inentendibles que lo llenaban de confusión.
Y todo volvió.
El movimiento del ascensor trasladándose a través del ministerio, las conversaciones del resto, el sonido de todo a su alrededor, la consciencia de que él estaba ahí para volver a su oficina. Todo. Absolutamente todo volvió como si le hubieran subido el volumen a la radio.
Movió casi imperceptiblemente la cabeza para desperezarse. Tal vez el sueño le estaba afectando. El ascensor se abrió y personas salieron de él como otras entraron. Aprovechó ese momento para dar una mirada rápida a los que habían estado mientras ocurrió su "lapsus". Todo era normal. No había ninguna mirada extraña en ellos. Nada que pareciese diferente. Y nada que demostrara que alguien lo había notado.
Sonrió levemente y con su natural sonrisa. Solo un lapsus. A cualquiera le puede pasar.
-¿Qué tal te ha ido Draco? –dijo Zabini a modo de saludo.
-Solo papeles –respondió, colocando las manos en sus bolsillos.- La misma rutina de todos los días. ¿Y qué tal el departamento de Deportes y Juegos Mágicos?
-Genial –respondió como él ya se lo esperaba.- Deberías haber estado allí Draco.
-Mmm –se encogió de hombros él, mientras se abría el ascensor.
-Que te diviertas en Cooperación Mágica –rió Zabini mientras él salía del dichoso ascensor hacia su oficina, como de costumbre.
Todo estaba en orden… como de costumbre.
Llegó a la Mansión Malfoy a las ocho como de costumbre.
-¡Draco! –lo saludó la voz de una mujer al entrar.
La mujer apareció en el vestíbulo con una sonrisa que trataba de aparentar el cansancio del día, pero que claramente él reconocía. Astoria se acercó a él y le dio un pequeño beso con esa ternura que la caracterizaba tanto y que a él tanto le gustaba.
-¿Largo día en San Mungo? –comentó él mientras se sacaba la capa.
-San Mungo es horrible cuando quiere –respondió su esposa, suspirando suavemente y sonriendo sin cesar.
Entraron al salón, donde el fuego crepitaba silenciosamente y las luces de la lámpara de araña, repuesta tras ese día del que todos conocemos sucedió. La sala, mucho más alegre que en esos días, lucía más iluminada, más bella y más cálida. Más familiar. La idea de remodelar no solo esa parte, si no la mansión entera había sido de su madre en conjunto con Astoria, con el fin quizás de borrar ese pasado.
-¿Hace cuánto llegaste? –preguntó él, dejando la capa caer encima de un sillón donde más adelante, algún elfo se encargaría de recoger.
-Eh… tal vez hace media hora –contestó la mujer, dando un bostezo- ¿Vamos a cenar? –Propuso- Creo que los elfos ya tienen lista la cena.
-Me parece –dijo él, estirándose antes de ir al comedor en la sala contigua.- ¿Y Scorp?
-Voy a buscarlo –dijo Astoria, desapareciendo por una puerta en busca de Scorpius.
Mientras tanto… él se dirigió con toda normalidad al comedor. En eso estaba cuando de alguna parte salió Scorpius, de tan solo cinco años, corriendo con uno de los pavos albinos tras suyo. El niño corrió casi sin mirar por donde pisaba hasta que chocó con su padre, cayendo de lleno al piso. El niño, un tanto desorientado, miró a su padre, quien no dijo nada.
Draco se limitó a mirar los ojos. Esos ojos grises como los suyos si no fueran por las delgadas hebras esmeraldas que partían del iris al borde del iris plateado, herencia de su madre. El mundo… pareció sumergirse en ese mar plata y esmeralda, pareció nublarse… se sintió flotar… el mundo era totalmente irrelevante y lo único que interesaban eran esos ojos… de desconcierto… inocencia… de las voces… el sonido de murmullos… incompresibles… confusos… sin sentido… cosas sueltas… se sentían… se entendían…
Él… yo… m…
-¿Cuántas veces te he dicho que no corras en la casa? –dijo la voz de Astoria- Y saca al pavo de la casa –agregó al ver al pavo picar la alfombra del salón.
-Bueno mamá –dijo el niño, levantándose y tomando el pavo para desaparecer tal cual como apareció.
-¿Draco? –dijo Astoria, mirándolo fijamente.
-¿Mmm? –respondió un tanto confuso.
-¿Vamos a comer?
-Hem… si –respondió él, antes de sacudir suavemente la cabeza para despabilarse e ir al comedor finalmente.
Eran pasadas las tres y media de la madrugada y se supone que debería estar durmiendo. La tenue luz de las velas que todavía alumbraban el pasillo, incapaces de morir todavía eran su única fuente de luz y el tacto de sus pies descalzos contra el frío piso eran su guía.
Afuera de la Mansión Malfoy llovía. Se podían sentir las gotas golpear las ventanas de las habitaciones de la gran casa y eso, en condiciones normales, daría sueño. Pero no. Él no tenía sueño. Sus ojos grises estaban más que despiertos y cualquiera diría que parecía sonámbulo si no fuera por el hecho de que él estaba totalmente consciente que estaba despierto y tenía control de absolutamente todos sus movimientos.
O casi todos.
Sus pies, que bajaban la escalera quizás camino a la cocina, dieron media vuelta y subieron nuevamente.
El camino lo sabía. Finalmente, era SU casa. Era la casa donde había crecido y él sabía caminos secretos que los demás no conocían, caminos que él encontró durante su infancia, ya lejana. Lástima que aquellos tiempos se hayan esfumado en su mayoría, donde eran remplazados por los de su juventud, cuando a los catorce el infierno comenzó sin darse cuenta cuando ya parecía atado a ese ser que se hacía llamar Lord Voldemort y que terminó de hacer su vida imposible por una idiotez. Y lo que es el colmo, para años después saber que era un mestizo.
Solo esperaba que Scorpius sea diferente. Y él se desvivía por que sea así. Que sea como un niño normal, aunque su nombre se lo impida en ocasiones. Que sea como él antes de su juventud. Que juegue –es solo un niño- y que curiosee. Tal vez Scorpius esté en ese proceso ahora. Y lo esperaba.
Y Scorpius.
La puerta entreabierta, como era la costumbre que había adoptado él. Miró a través del pequeño espacio entre la puerta y el umbral, donde la tenue luz de las velas agonizantes entra al cuarto y le daban la vista de los pies de la cama de Scorpius y el desorden de los juguetes derramados en el suelo, o eso es lo que podía alcanzar a distinguir.
Abrió un poco más la puerta y la tenue luz se amplió para llegar a alumbrar, aunque sea un poco, el rostro del niño dormido profundamente, que al recibir la poca luz no realizó movimiento alguno. Sonrió. Era tan tranquilo si consideramos que durante el día era un total hiperquinético y dejaba un desastre por donde sea que pasaba, prueba de ello era su propia habitación.
No podría decir cuanto tiempo pasó ahí, en silencio, observando a aquel chico, como si estuviera embrujado –lo que no es del todo descartable. Solo el relajante sonido de las gotas atacando la ventana de la habitación lo hacían mantenerse despierto, y eso es raro, pues en un caso normal, a él le bajaría el sueño.
Pero esto… no es un caso normal.
No era sueño. Definitivamente no lo era. Pero se sentía ir poco a poco...
El Callejón Diagon estaba repleto. Era verano y el soleado día causaba estragos en él y lo único que pedía era un helado en Fortescue. Y su padre, ni muy tonto, se lo daría. A sus cinco años ya se había acostumbrado a tener lo que deseaba y claro que esta vez –un helado nada más- no era la excepción a la regla.
Al ser un día caluroso, la heladería de Florean Fortescue estaba más que llena de magos y brujas que deseaban lo mismo. Su padre, Lucius Malfoy, estaba a su lado, impacientándose poco a poco como el tiempo pasaba y magos eran atendidos antes que él.
El pequeño Draco salió de entre el gentío para escapar del calor entre medio de las piernas. Mientras su padre esperaba a que lo atendieran, Draco miró entre su curiosidad a más allá de la tienda de Florean Fortescue. Y encontró algo. Theodore Nott estaba en la calzada de al frente, mirando en la vitrina escobas junto al Señor Nott. Él se dirigió hacia allá, total, su padre lo encontraría como siempre.
Cruzó la pequeña calzada y justo antes de llegar a donde os Nott sintió como de repente se le cruzaba una figura y todo negro y… estaba en el piso. Levantó la vista y se encontró con la gran figura de un hombre que se había detenido y lo miraba sin hacer absolutamente nada para ayudarlo. A su lado se encontraba un niño, tal vez de la misma edad suya si no fuera de que su gran contextura lo había dudar.
El sentirse demasiado observado, sobre todo por el mismo hombre que lo botó –de eso estaba seguro- y el estar en el suelo como su fuera un mendigo lo hizo enojar –internamente estaba mas que lívido- y solo frunció las cejas para demostrarlo, aunque bien poco le importaba la educación y les hubiera dicho mas cosas si no fuera porque el hombre era demasiado grande y por ende, intimidante.
-Sr Crabbe –dijo la voz de su padre tras suyo.
-Lucius –dijo a modo de saludo el hombre gigante.
-Draco –dijo su padre, mirándolo. Él solo se limitó a mirarlo con el ceño fruncido todavía, como diciéndole que ese hombre había sido el culpable de su deplorable estado. Se levantó y tomó el helado que su padre llevaba en la mano- Hace tiempo que no nos vemos.
-Entonces este es tu hijo –dijo el hombre- este es el mío. Vincent Crabbe.
-Supongo que son de la misma edad. Lo ultimo que escuché fue que tu señora estaba embarazada y Narcissa también lo estaba –repuso Lucius.
-Cinco años Lucius –dijo el Sr. Crabbe.- mucho tiempo.
-¿Te parece si vas el sábado a cenar con nosotros? –propuso Lucius.
-Me parece perfecto –contestó- a las seis estaremos allá.
Y con un apretón de manos, ambos se retiraron, llevándose a sus respectivos hijos a su lado.
Pestañeó varias veces para desperezarse.
Crabbe. Hace mucho tiempo que no había pensado en él. Él muerto. Él cayéndose entre las llamas, producto de su idiotez. Él detrás suyo y con dependencia suya. Muchas cosas que no quería. Muchas cosas que estaban enterradas en su mente, en algún lugar sin hacerse notar, aunque tenía un pequeño presentimiento que florecerían. Las cosas no se olvidan. Uno piensa que lo hizo, pero ahí están. Y esto no sería diferente.
-Draco –la voz de Astoria, un tanto somnolienta sonó a sus espaldas.
-Astoria –dijo en voz baja, dándole una fugaz mirada a Scorpius, que dormía tranquilamente, ajeno a todo.
-¿Insomnio? –dijo la mujer, colocándose un mechón de pelo castaño tras la oreja. Él solo se encogió de hombros.- Vamos a dormir. O a tratar por lo menos.
Y se fue, dejando que su esposa lo llevara de vuelta y que con su calidez lo llevara al mundo mágico de los sueños, mientras Scorpius se quedaba en su cuarto, con total inocencia como era costumbre.
Fin de semana. Bendito fin de semana. El trabajo no lo llamaba y podría quedarse en su casa ese lluvioso día.
El desayuno lo esperaba cuando apareció en el comedor. Astoria estaba duchándose en esos momentos y su hijo ya estaba comiendo un plato con cereales mientras jugaba con unas hojas doblándolas y haciendo que floten levemente con su varita de juguete.
-Scorpius –dijo su nombre como si no fuera su voz. Él lo sintió.
Scorpius lo miró con las cejas levantadas y le sonrió como lo hace un niño. Un par de hojas que flotaban se cayeron.
-Papá –dijo el niño.
-¿Qué? –su voz… sabía… no era suya… era más… rasposa…
-¿Pasa algo? –preguntó el niño, mirándolo fijamente.
Él se quedó mirándolo. Una cosa… no sabía qué… subía por su pecho. Lo oprimía. Hizo una mueca con los labios. O eso creyó que hizo.
Tal vez fue algo extraño.
Demasiado extraño para el niño que lo miró con una pequeña expresión de miedo y silencio que se formaba en su cara poco a poco. El padre que él conocía no era así. Su padre le sonreía. Su padre estaría a su lado, tomando desayuno. Su padre no le sería un extraño que le mirara en el umbral de la puerta, como si fuera la primera vez que lo viera. Su padre no tendría esa cara, de ojos sin expresión. Y él, como niño de cinco años, que tal vez no entendía ese mundo adulto que venía después de la infancia y juventud, pero conocía a sus padres. A su padre. Sus pequeños cinco años los había vivido con ese hombre que estaba en persona, pero que parecía ser otra persona.
-Él… –murmuró la voz rasposa de Draco.
Sentía sus pies moverse, acercándose a la mesa donde descansaba el niño, sus papeles antes voladores y su desayuno. Cualquier persona que lo viera, con esa postura rígida, con pasos pesados y lentos, con una mirada más que perdida en los ojos del niño, diría que es un robot, pero claro, si fuera un muggle. Si fuera un mago… las posibilidades serían muchas, pero ninguna de las que se podían decidir justo en ese momento, y menos un niño de cinco años, mago, pero aun ignorante en encantamientos, hechizos, de los que solo conocía las típicos, como justamente el flotar objetos.
-Papá… -la voz del niño flotó en el aire como un ruego que llegaría a oídos totalmente sordos.
Su padre escuchaba otras cosas. Voces que no decían absolutamente nada. Eran frases que cada vez sonaban más desesperadas por alguna razón. Eran más frenéticas y podía sentir una emoción que no era suya. ¿Emoción de qué? Ni idea…
Su mano se dirigió a su bolsillo para buscar algo. Y él sabía qué. El niño parecía inmovilizado, atento ante esa extraña actitud del hombre que se suponía que era su padre. La mano entró en ese bolsillo donde no había absolutamente nada. Una expresión de desconcierto apareció en su rostro al no encontrar lo que buscaba.
-Papá, ¿qué buscas? –preguntó el niño, viendo al hombre escarbar en otro bolsillo de su túnica.
"Desdichada varita", dijo la voz en su mente, rasposa como nunca fue la suya.
-El desayuno –dijo ya su voz, como si de repente se había acordado de por qué había bajado.
-¿Papá? –dijo el niño tímidamente.
-¿Mmm?
-¿Estás bien? –dijo en voz baja.
-Ajá –respondió, aunque no podía dejar de sentirse extraño.
-Buenas –dijo la voz de Astoria.
Los otros dos de la habitación voltearon ver a la mujer que se acercaba y se sentaba en la mesa. Draco también se sentó en la mesa y empezó a comer. Scorpius tomó la varita de juguete y empezó a levitar la cuchara, aunque sentía un pequeño miedo que no se imaginaba que más adelante sería peor.
-No juegues en la mesa Scorp –dijo Astoria, llevándose la taza de té para beber.
La noche nuevamente cayó y fueron tal vez tres horas de sueño antes de que sus ojos se abrieran abruptamente. Ni dos segundos pasaron cuando dejó la calidez del cuerpo de Astoria y se levantó para salir de la habitación.
Esta noche no llovía, pero la luna estaba oculta entre las espesas nubes. Ni atisbo de estrellas ni luces. Las únicas luces que existían eran las tenues de las velas del largo pasillo que recorría con pasos lentos y pesados. Sus pies descalzos se arrastraban como los hizo en la mañana y aunque esta vez se sentía como él, no era totalmente él.
Nuevamente los pies lo condujeron a la habitación del niño, donde la puerta se mantenía entreabierta. No era extraño, siempre era así. Se asomó y de nuevo pudo verlo durmiendo. El pelo rubio como el suyo desparramado en la almohada. Los juguetes derramados en el piso.
Esta vez, se aventuró a entrar en la habitación. Solo la tenue luz de las velas lo iluminaba. Sus pasos más lentos y más silenciosos. Pero no se acercó a la cama primero. Prefirió la ventana, que esta vez estaba sin las cortinas cerradas.
Los terrenos de la mansión estaban como de costumbre. Tranquilos. Solo el viento los perturbaba y los mecía con delicadeza.
Acercó uno de los sillones y se sentó, mirando el exterior como si nunca lo hubiera hecho. Él había vivido en es mansión desde que había nacido. Había estado casi toda su vida, pues debemos descontar los años en Hogwarts, y nada de lo que estaba afuera le era extraño.
Las seis de la tarde marcó el reloj y desde la puerta se escuchaba el retumbo de una metálica voz.
-¡Declara tu propósito!
-Somos los Crabbe y venimos a cenar junto con los Malfoy –dijo la voz de un hombre.
Pasó un par de minutos antes de que su madre apareciera en el vestíbulo para recibir a los llegados junto con su padre.
-Draco, cariño, ven –le dijo su madre.
Él se acercó a sus padres que aguardaban en la entrada. La puerta se abrió y la figura de tres personas aparecieron, una mujer rellenita, un hombre robusto, el mismo que lo botó en el Callejón Diagon, y el niño gigante.
-Buenas tardes Lucius –saludó el hombre, estrechando la mano de su padre.
-Qué gusto que hayas venido –respondió.
-¡Alice! Que bueno es verte –dijo su madre, saludando a la señora rellenita.
-Lo mismo digo Narcissa –respondió la mujer, besando la mejilla de su madre.
Y así seguían los saludos y las invitaciones y otras cosas más que le resultaban aburridas, por lo que se dedicó a jugar con los botones de su chaqueta.
-Draco, ve con Vincent a jugar afuera mientras tanto –dijo su madre de repente.
Sin otras cosas más que hacer, se acercó al niño y lo saludó con un asentimiento de cabeza y lo condujo al jardín de la mansión a jugar, aunque no tenía idea de qué jugar.
-¿Cuál es tu nombre? –dijo la voz del niño.
-Draco –dijo con un toque de orgullo- tú eres Vincent, ¿verdad?
-Ajá –dijo el niño, sentándose en el pasto.
-¿Cuántos años tienes? –le preguntó, sentándose también en el pasto sin más que hacer.
-Cinco.
-Pensé que tenías más –comentó Draco- yo igual tengo cinco.
-Supongo que seremos compañeros en Hogwarts –dijo el niño, arrancando un poco de pasto.
-Supongo.
-Somos amigos entonces –dijo el niño.
-Eso si vas a Slytherin –repuso Draco, mirando inquisidoramente al niño llamado Vincent.
-Claro. Además mis padres son de Slytherin. Está…
-En la sangre, claro.
-¿Entonces amigos? –dijo el niño, tendiéndole una regordeta mano.
-Hecho –dijo Draco, estrechándole la mano como para cerrar el "pacto".
Suponía que no se a olvidar ese momento, a pesar de todos los años que habían pasado. El recuerdo siempre está, solo que uno es el que piensa que los olvidó. Pero no es así. Están guardados para florecer en algún momento, eso sin importar que tan buenos o malos sean.
-¡Slytherin! –dijo el Sombrero Seleccionador casi al contacto con su cabeza.
Él bajó del taburete para dirigirse a la mesa verde plata que sería su casa en Hogwarts. Se sentó donde se estaban sentando los nuevos y se acomodó para esperar a que termine la ceremonia de selección.
-Draco –dijo una voz.
Volteó a ver a quien le hablaba y se encontró con la mirada de un chico regordete que le hablaba. Él solo levantó una ceja como respuesta.
-Soy Vincent, ¿te acuerdas de mí? –preguntó.
Entrecerró los ojos para tratar de hacer memoria. Vincent, Vincent…
-Nos conocimos en tu casa cuando teníamos como cinco años.
Vincent, Vincent…
-¡Ah! Claro –dijo cuando el recuerdo del niño que sacaba el pasto del jardín de su mansión lo golpeó. Una expresión que él pudo leer como alivio se formó en el rostro de Vincent- Entonces finalmente quédate en Slytherin.
-Ajá. Somos amigos entonces –dijo Vincent.
-Claro.
-¿Estrechamos la mano?
-No creo que sea necesario –respondió tras reírse un poco.
¿Qué rayo estaba pasando? ¿Por qué se acordaba de Vincent? ¿Por qué? No es que sea desagradable, pero no entendía a qué venían. Las cosas pasaron hace mucho. Tanto le había costado esa noche de la selección en acordarse de ese encuentro en su mansión para que esa noche se acordara como si nada de eso.
Extraño.
Pero no creía obtener respuesta alguna. Volteó a ver a Scorpius durmiendo. El sueño no lo atacaba aun y no esperaba que lo hiciese con sus ojos abiertos de par en par. Ningún atisbo de bostezo había aparecido.
Miró por la ventana. Las hojas de los árboles se movían con tranquilidad, por aquí y por allá más. Sus ojos se estrecharon y apoyó su cabeza en la ventana. Mientras en un intento de vencer el insomnio cerró los ojos.
Blanco. Una sensación de mareo y sombras bailaron en sus ojos. Murmullos que cada vez parecían ser más emocionados, más excitados, con más emoción, aunque todavía no podía entender. Solo, como siempre, palabras sueltas.
Él… tú… mío… mu… te… hi… sin… ven... za… por… mi… jo…
Abrió los ojos. Volteó su cabeza con rapidez a Scorpius como si hubiera despertado de golpe tras un largo sueño, sueño que no existió siquiera.
Su vista no se despegó de él hasta que amaneció, como nunca fue la costumbre.
Abandonó la habitación cuando la luz de la mañana se filtró en la habitación. Ni Scorpius ni Astoria supo que él no durmió por estar ahí.
Las ojeras debajo de sus grises ojos aparecieron. Dos, tres noches de insomnio. Todas en la habitación de Scorpius. Todas en la ventana. Todas sin razón aparente. Todas sin conocimiento de nadie. Todas atacadas por recuerdos. Todas con Crabbe. Todas con el murmullo maldito que cada vez era más emocionado. Todas con palabras que empezaba a formar. Todas sin sueño ni descanso.
Él no quería darle descanso.
Cuatro, cinco noches…
-Draco, eres mi amigo –dijo Crabbe.
-Consíganse pelos de niñas chicas.
-¿Pelos de niñas? –preguntó. Miró a Goyle a su lado con confusión.
-Cállense y solo háganlo –dijo él con fastidio.
-¿Para qué quieres eso?
-La respuesta es fácil –dijo él, sacado del bolsillo un frasco con una poción que parecía barro.
-¿Qué es? –preguntó Goyle.
-Más adelante sabrán.
Seis, siete noches…
-¿Bromeas? –dijo Crabbe.
-¡Qué hables más bajo! –Dijo Draco, mirando a todos lados.- Y no bromeo. Ahora –tomó la bolsa con la ropa y se las pasó a Crabbe y Goyle que no paraban de mirarlo con ojos más que desorbitados- échenle los pelos y tómenla. Se colocan la ropa y suben al séptimo piso. Ya saben lo que tiene que hacer. –dijo antes de girarse sobre sus talones y caminar rumbo a la Sala de Menesteres sin aceptar respuesta negativa de alguno.
Ocho, nueve noches…
-¿Qué es lo que haces? –preguntó Crabbe.
-Sólo hagan lo que tengan que hacer.
-¿Por cuánto tiempo Draco? –preguntó Goyle.
-Hasta que yo les diga. –respondió secamente.
-Hemos estado medio año así –dijo Vincent- no quiero hacerlo más.
-Solo un poco más Crabbe –fue la única respuesta.
Diez, once noches…
-Hoy.
-¿Hoy? –repitió ingenuamente Crabbe.
-¿Qué pasará hoy? –preguntó Goyle.
-Algo no muy agradable –respondió, levantándose de la mesa de Slytherin rumbo al séptimo piso.
Doce, trece noches…
-Nos vamos con los Carrows esta noche –dijo Crabbe en la entrada de la Sala Común de Slytherin.
Catorce, quince noches…
Los gritos inundaron el pasillo. Al doblar la esquina vió a Goyle apuntando a una niña de Hufflepuff en el suelo, emitiendo los gritos desgarradores. Crabbe y Amycus Carrow estaba ahí. Nadie hizo nada. Ni mucho menos él. Siguió su camino a la Sala Común de Slytherin con el sonido de los gritos tras suyo.
Dieciséis, diecisiete noches…
-Tenemos detención Draco –dijo Crabbe- ¿Cómo es que no te acostumbras es esto?
-Debieran enseñarles algo más que maldiciones imperdonables.
-¿Cómo qué? ¿Cómo hacer nada como tú? –Contratacó.- Por lo menos con ellos aprendemos algo y aportamos en la tarea del Señor Tenebroso y no somos unos inútiles como contigo.
Se giró y junto con Goyle, que asintió sin emitir juicio alguno, se fueron a las mazmorras, donde las detenciones se llevaban a cabo.
Dieciocho, diecinueve noches…
-¡No! –Gritó él, agarrando el brazo de Crabbe cuando éste hizo amago de maldecirlos-. ¡Si destrozas la habitación puede que entierres esa cosa, esa diadema!
-¿Importa eso? –dijo Crabbe, liberándose-. Es a Potter a quien quiere el Señor Tenebroso, ¿a quién le importa una dia-dum?
-Potter vino hasta aquí para cogerla –dijo Malfoy, con impaciencia poco disimulada ante la lentitud de sus compañeros-, así que debe significar…
-¿"Debe significar"? –Crabbe se giró hacia Draco sin disimular su ferocidad-. ¿A quién le importa lo que tú creas? Ya no recibo órdenes tuyas, Draco. Tú y tu padre están acabados.
Veinte, veintiuna noches…
Un sonido crepitante y humeante. Weasley y Crabbe iban corriendo por el pasillo hacia Potter, tan rápido como podían.
-¿Te gusta caliente, escoria? –rugía Crabbe mientras corría.
Pero no parecía tener control sobre lo que había hecho. Llamas de un tamaño anormal los estaban persiguiendo, lamiendo los laterales de las murallas de trastos, que se estaban desmenuzando convertidos en hollín ante su contacto.
Veintidós, veintitrés noches…
-¡Draco! –gritó Crabbe, con un rostro que denotaba su terror ante lo que había hecho.
-¡Sólo sube! –gritó él, subiendo una torre de taburetes que ya estaban un tanto carbonizadas.
-¡DRACO!
Veinticuatro, veinticinco noches…
-C-Crabbe –dijo con voz ahogada tan pronto como pudo hablar-. C-Crabbe…
-Está muerto –dijo Weasley con severidad.
Lágrimas corrían por su mejilla. ¿En qué momento habían surgido? Ni idea, pero ahí estaban. No emitía sollozo siquiera. No sentía pena, o tal ves un sentimiento de congoja ajena. Solo estaba ahí, mirando a Scorpius, mientras desde sus ojos grises caían las plateadas lágrimas sin emoción.
Solo un pequeño murmullo. Un murmullo con una voz rasposa que tal vez deseen considerarlo como el sollozo sin sentimiento:
-Mi hijo… mi hijo… -era el lamento ajeno que emitía los labios de un Draco que prestaba sus labios y su persona a aquel que lamentaba.
Espero que les haya gustado y viene el segundo capítulo!
=)
